CRÍTICA DE CINE

Desmontar discusiones

[responsivevoice_button voice=”Spanish Latin American Male” buttontext=”Escuchar”]

Una polémica sobre un conflictivo debate en el Cineclub Municipal sobre el cine ambiental, las problemáticas y el rol del Estado.

Por Lea Ross
Fotograma: Bosquecito

Hace décadas atrás, las salas de cine, en particular las clandestinas, fueron los ámbitos propicios para librar debates de coyuntura, en tiempos donde la cuestión política podía dimensionarse hasta tener un alcance mundial, impulsada con ciertos términos como “revolución” o “socialismo”. Para eso, se requería ciertos consensos, donde el ágora se diseñaba a partir de la pauta de la gran pantalla.

En el inicio de la primera semana de junio, el Cineclub Municipal de Córdoba Hugo del Carril, junto a la Municipalidad de Córdoba, organizó un ciclo de películas por el Día Mundial de Ambiente. En su primer día se proyectaron tres cortometrajes, dos de los cuales fueron autóctonas.

Bosquecito, de Paulina Muratore, expone el paso del tiempo de una niña que visita un árbol en crecimiento. El trabajo remite a las inundaciones ocurridas en Sierras Chicas, en febrero de 2015, poniendo en foco el rol de la deforestación. En el caso del documental Chinina, realizada por Gaia Delfini, es un registro testimonial sobre una recicladora que, entre otras cosas, asiste a las ceremonias de la casona comechingona de Alberdi, y que rememora lo perdido en la zona boscosa del noroeste de la ciudad, cuyo arroyo se desvió por la instalación de una serie de departamentos de la desarrollista GAMA SA.

En ambos proyectos, es notorio el rol de la animación en cuanto a la dimensión temporal. Si en Bosquecito ejerce la elipsis para subrayar la transformación del ambiente, en Chinina lo “animado” aparece a cuentagotas para complementar aquello que falta para, luego, ocupar toda la pantalla en secuencias que reconstruye el pasado o los recuerdos de su protagonista. Incluso, esas pinceladas habilita la presencia de niñeces, que son un público poco habitual en los ciclos cinéfilos.

En la actividad, participaron algunxs realizadores, incluyendo a la propia Chinina, que más conmovió a los presentes. El productor de Bosquecito, Facundo Corsini, resaltó que el corto fue proyectado en distintos países del mundo, debido a la demanda de esos materiales, fruto de la encerrona de la cuarentena, además de la ausencia de diálogos, habilitando una universalización de su mensaje. Aún así, es todo un desafío semántico, ya que la conexión desmonte-inundación, que resalta la película, es una fórmula interiorizada por la comunidad cordobesa por sus pesares geográficos, que quizás no llega a una misma comprensión en sociedad más industrializadas, y privilegiadas por la gran renta mundial.

También, se hizo presente el director general de Ambiente de la Municipalidad de Córdoba, Guillermo Díaz Cornejo, quien tuvo un ríspido momento con el público, donde la discusión sobre el lenguaje fílmico se trasladó al rol del Estado ante éstas problemáticas. De hecho, en Chinina, hay un plano dron que dimensiona la magnitud de las torres que desviaron el cauce del agua. “Nosotros lo hemos multado muy fuertemente a esa empresa”, se defendió el funcionario. Y continuó, en un interminable ping pong con los presentes:

-Nosotros, desde ésta gestión, hemos plantado cien mil árboles.

-Sí, pero en mi casa sacaron treinta algarrobos.

-Bueno, no conozco su caso. Pero en las dos gestiones anteriores, se plantaron solo ocho mil. Incluso, en esta gestión, no hemos aprobado ni un solo desarrollo inmobiliario. No hemos avalado la extensión de la mancha urbana.

“Está bien reforestar y reciclar residuos. Pero eso es lo mínimo que deberían hacer. ¿Por qué la actual gestión no devolvió la casona al Pueblo de La Toma? ¿Por qué, desde el área de Ambiente, ven a los territorios desapegados de las personas?”, expuso otra asistente. Los cruces pasaron sobre otras polémicas, como la transformación del zoológico al Parque de la Biodiversidad, donde se señaló la supuesta desaparición de 400 animales (desmentido por el director ambiental), además de conflictos por fuera de la ciudad, como las autovías serranas.

Incluso, las discusiones se trasladaron entre los mismos presentes del público:

-El cambio viene de uno mismo. Yo no digo que no hay que exigir a los organismos, que para eso están. Pero no dejemos de asumir la responsabilidad que uno tiene.

-Pero si vos tenés una vereda de quince metros y le ponés cemento, quien te controla te saca el cemento y te exige que no lo pongas más. Acá yo haría lo mismo: sacaría esas torres de GAMA.

-Pero no olvidemos que ahí hay ciudadanos que viven.

-Bueno, pero si tiene plata para vivir ahí, se pueden vivir a otro lado.

El conflictivo intercambio se entremezcló con el choque de distintos paradigmas dentro de las perspectivas ambientales (rol individual, acción colectiva, denuncialismo catastrófico…), pero sobretodo cuando el rol del Estado se materializa con la presencia de alguien con un cargo, se traslada a ser el blanco de esas discusiones. Aquí se vuelve un torbellino donde las exigencias pasan a ser una catarsis sin rumbos. El palabrerío empujó la salida de lxs autores de los cortos, incluyendo a la propia Chinina.

Son tiempos donde se confunde la política (colectiva) con la moral (burguesa). Si solo hay discursos oficialistas autocomplacientes y catarsis sin rumbos, será el cine que busque la manera de recuperar esas tradiciones (clandestinas), aún en tiempos de democracias en derrotas, donde las disputas puedan alcanzar una praxis concreta.