Pensamiento Crítico

La tiranía del mérito: universidad pública y credencialismo

Por Yunga

1 Hace un par de semanas la UBA publicó un spot llamado “Salarios Dignos” en el que vemos a una serie de personas trabajando en tareas que típicamente no requieren un título universitario (mozo, conductor de uber, atención telefónica, delivery, kiosquera) hablando con les clientes sobre temas presuntamente universitarios (física, arquitectura, psicología). Para que los profesores puedan estar en las aulas, dice un cartel después de la escena y debemos entender entonces que, forzadas por la crisis económica, esas personas con títulos universitarios se han visto obligadas a realizar tareas que no se corresponden con su nivel de formación.

Antes de dar rienda suelta a la furia que me generó este spot, voy a hacer una pequeña concesión para decir que sí, por supuesto la educación es importante y el sueldo docente ha caído estrepitosamente en el último año; sin embargo, en la elección de esta estrategia de campaña política podemos ver perfectamente por qué es justamente la población con menos credenciales académicas la que más ha votado por Trump, el Brexit, Macri y Milei; por qué hay gente hablando de una “casta” universitaria; y por qué son cada vez más les adolescentes que eligen estudiar programación o administración de empresas en instituciones privadas, entrar en el casino del “trading” (nuevo título para nombrar la especulación financiera de siempre) o negar las evidencias científicas del cambio climático.

En La tiranía del mérito: ¿Qué ha sido del bien común? Michael Sandel hace un largo análisis de la cultura meritocrática. Empezando por la Providencia divina que otorgaría a cada cristiano lo que se merece, pasando luego por el Sueño Americano del siglo XX y llegando hasta nuestros días, donde es ahora el Mercado quien supuestamente parte y reparte de acuerdo a una serie de capacidades (algunas “biológicas” como “la inteligencia”, otras no tanto, como “el esfuerzo”). Siendo profesor de Teoría de la Justicia en Harvard, Sandel dedica una buena parte del libro a criticar el rol que tienen las universidades en la construcción de una cultura del mérito. Analizando encuestas sobre el nivel de educación de les votantes de Trump, Sandel argumenta que eso que algunes llaman “un nuevo giro a la derecha” es en realidad una cruzada contra las élites credencialistas. Por supuesto, la derecha (es decir, la oligarquía que desea la desigualdad) ha sabido aprovechar muy bien este resentimiento anti-diplomas, consiguiendo que demócratas y peronistas se distraigan criticando a les votantes “ignorantes y conservadores”, en lugar de buscar comprender la furia de una clase trabajadora empobrecida y basureada por las élites credencializadas de un lado y otro de la Grieta.

2 El martes pasado, en el contexto de un seminario sobre Extensión Universitaria, salimos en grupos a preguntar a la gente para qué creían que servía la universidad pública y, como era imaginable, una y otra vez salió (explícita o implícitamente) la idea de la universidad como un “trampolín” para “escalar” socialmente, confirmando la moral propuesta por el spot de la UBA que distingue, por un lado, los trabajos con “salarios dignos” que requieren credenciales y, por otro, los indignos, que “cualquiera” puede hacer y que por lo tanto sería un “desperdicio de méritos” que una persona recibida los haga.

Aunque haya en el fondo un sentimiento bienintencionado, la comunidad universitaria se ha enfrascado tanto en la lucha por un Estado de Bienestar que brinde a cualquiera la posibilidad de hacer una carrera universitaria, que sin querer queriendo se han terminado comiendo el verso de que si está dada la (platónica) “igualdad de oportunidades”, entonces habría una competencia “justa” que permitiría a “les más capacitades” escalar hacia puestos de trabajos socialmente valorados, con remuneraciones decenas, cientos y hasta miles de veces mayores que los de trabajadores sin estudios universitarios.

Hasta ahora, la crítica hacia las élites se había concentrado en “la casta política”: diputades cobrando 9 millones por mes y gestores con altos sueldos por trabajos que no requerirían tanto esfuerzo. Como cuenta Sandel en su libro, si bien en los setenta hubo un auge de representación política no credencializada (un ejemplo que da es el de William Simon, Secretario de Tesoro de Nixon, quien no había asistido a ninguna de las universidades de élites), en las siguientes décadas la meritocracia fue determinando que todos los futuros secretarios fueron graduados de Harvard, Yale o Princeton. En esta línea encontramos por ejemplo las críticas de la izquierda y su Que un diputado cobre igual que una maestra; sin embargo, lo que me pregunto es si esos troscos y esas maestras no pensarán acaso que une docente universitarie merece cobrar diez veces más que la persona que limpia su oficina, ya que “estudió mucho” y “trabajó duro” para conseguir su título.

Es cierto: en alguna medida todes queremos que nuestro esfuerzo sea reconocido, pero si no ponemos un límite a esa inseguridad (“no estoy recibiendo lo que merezco”) corremos el riesgo de convertirnos en seres mezquines, más preocupades por contabilizar el mérito ajeno (y demostrar el propio) que por compartir un mérito colectivo que contemple la infinidad de formas en las que una persona, comunidad o hábitat pueden contribuir al bien común.

3 Volviendo al spot de la UBA que motiva esta nota, como empleada de un gremio de docentes universitarios tengo que confesar que no deja de hacerme ruido el énfasis puesto en la restauración de los salarios de la comunidad universitaria. En un contexto de crisis es obviamente comprensible que cada sector luche por defender lo propio; sin embargo, teniendo en cuenta que Milei es una expresión de un cansancio anti-credencialista y que, además, no deja de ser cierto que la universidad es una institución donde les hijes de universitaries tienen muchísimas más chances de recibirse (dando cierto grado de realidad a aquella acusación de “casta”), entonces me pregunto si no habría una responsabilidad universitaria de escuchar estas críticas y buscar estrategias de lucha que contemplen la dignidad salarial de todes les trabajadores, y no sólo los propios. Si la crisis ha dejado a la mitad de la comunidad universitaria cobrando salarios por debajo de la línea de la pobreza, quizás sea una gran oportunidad para unirse en un reclamo único del tipo Renta Básica Universal.

Si a mí me preguntan ¿Para qué debería servir la universidad pública?, mi respuesta no sería muy distinta a la de ¿Para qué sirve la Municipalidad?: Gestionar recursos con el fin de garantizar el bienestar de todes les habitantes de una comunidad, fomentando la cooperación colectiva y la participación ciudadana. En el caso universitario, esos recursos son principalmente el conocimiento acumulado y la investigación, pero si queremos dejar de pensar a la vinculación entre las universidades y la sociedad como una “Extensión” que sólo algunes tendrán interés en realizar, debemos empezar por dar fin al viejo discurso de la movilidad social individualista.