FEMINISMOS

Expulsadas por villeras, travestis y lesbianas

Por Yunga

1 “Esperen acá, van a ir entrando de a una”, nos dice una mujer sin presentarse cuando nos ve entrar. A esta hora y altura del año, la sede de la Liga Cordobesa de Fútbol está casi vacía. Junto a nosotras espera un adolescente con su padre y un árbitro. Pasan unos minutos y la misma mujer se asoma por la escalera y dice mi nombre y el de otra jugadora.

El Tribunal de Disciplina es un pequeño cuarto en el primer piso. Abajo quedan esperando otras dos jugadoras, la madre de una de ellas (y la hincha más fiel), la presidenta de Villa Siburu Central y la encargada del femenino del club. Arriba una mujer nos pregunta cuál de las dos va a pasar primero y ante mi indecisión la jugadora que subió conmigo mete pecho y entra. Quedo entonces sola, acompañada tan sólo por camisetas de equipos (masculinos) de fútbol de Córdoba, enmarcadas y colgadas alrededor de la habitación. La verdad es que no entiendo para qué nos hicieron subir de a dos si de todas maneras iba a entrar sólo una.

Mientras espero mi turno veo salir de otro cuarto a la triada arbitral que presentó la denuncia contra nosotras. A la que fue jueza de línea la conozco. Es una de las poquísimas árbitras con tanta pinta de torta que hasta dan ganas de preguntarle sus pronombres. De hecho, la conozco porque ella fue una de las contratadas para dirigir en la Copa Cüir, torneo en el que yo siempre participo. Ella y sus dos colegas han sido citades una hora antes para dar su versión de los hechos y a pesar de lo injusto que me parece mi expulsión (todavía está por verse cuántas fechas de expulsión me dan), no logro enojarme con ella. Busco incluso su mirada para saludarla, pero ella me evita, mira para otro lado y pronto entenderé por qué.

Del pequeño cuarto al que entró mi amiga salen tres, cuatro, cinco señores +60 vestidos con trajes y dos treintañeras altas y hegemónicas con tacos y ropa apretada. Al salir, uno a uno evitan mirarme. Por supuesto, saben bien quién soy, pero al parecer ignorarme les hace sentirse importantes. Yo pienso entonces en mi compañera, que fue recibida por este grupo de varones con caras de diputados de la Unión Cívica Radical y me sorprendo (no) por la informalidad de tomar una declaración frente a un montón de personas que se irán a la mitad del procedimiento.

El grupo pasa a través de mí cuan fantasma de Canterville y baja la escalera. Quedo otra vez sola en la sala del homenaje aniversario a los equipos (masculinos) de Córdoba, subsidiado aparentemente por el Banco de Córdoba, pues todas las remeras (salvo la de los equipos grandes) dicen BANCOR grande en el medio. Diez minutos más tarde la puerta se abre y sale mi amiga con cara de frustración y furia. Me toca.

El pequeño cuartito del Tribunal de Disciplina está ocupado principalmente por una gran mesa sobre la que hay criollitos y facturas que por supuesto nadie me ofrece. Casi todas las sillas (que llenan lo que queda del cuarto) están vacías, salvo tres: otro +60 de traje, un +60 con tapado deportivo (presidente de la Liga, si no me equivoco) y un rubio treintañero que me invita a sentarme.

Informo (comienza a leerme el treintañero mientras yo, que no merendé, miro con ganas las facturas que no me ofrecieron) que al finalizar el encuentro expulso a la jugadora n.º 2 del club villa siburu por insultar y amenazar al árbitro asistente diciéndole textuales las palabras “sos una hija de puta te voy a cagar matando”. Luego de la expulsión la jugadora n.º 2 reacciona en contra de mi persona empujándome y agrediéndome con dos golpes de puño en la nuca, a lo cual mi compañera interviene poniéndose en el medio para que dejen de agredirme. En ese momento la empiezan a agredir a ella junto a otras jugadoras del mismo club (villa siburu), con empujones y golpes de puño. Acto seguido la jugadora n.º 1 Fernández Mercedes (esa soy yo) intentó agredirme en lo cual interviene el fotógrafo para que dejen de agredirnos y recibe 2 (dos) golpes de puño en el pecho de esta persona, también interviene la paramédica para que dejen de agredirnos. La fuerza Policial estaba en el lugar, pero no intervino hasta que yo le avisé por tercera vez que hagan algo.

El hambre es reemplazado por un nudo en el estómago. Atónita, me sale reír. “No te puedo creer”, digo, “es todo mentira”. Con profesionalidad impostada el treintañero me pregunta “¿Negás, entonces, las declaraciones que te acabo de leer?”. “Sí, por supuesto”, respondo, y él dirigentemente anota “Niego los hechos que se me han leído” y me invita a relatar mi versión.

2 Como ya conté muchas veces, en abril de 2023, tras un año de lucha, la hermosa red transfeminista a la que pertenezco me trasformó en la primera mujer trans en jugar en la Liga Cordobesa de Fútbol. A Las Poetas del Césped (equipo femenino de General Paz Juniors que salió subcampeón el año pasado y que este año vuelve a pelear la punta) les debo la enorme gratitud de haberse animado a dar este salto histórico conmigo, acompañando el proceso con mucho amor y compañerismo; sin embargo, cuando al fin conseguimos (vía INADI y AFA) que autoricen mi participación, cumplí 33 años, y por lo tanto el geronto-odiante y mercantilista cupo de edad impuesto por la Liga me posicionó como la suplente de una suplente (pues sólo puede haber UNA jugadora +33 citada por partido). Cansada de “comer banco” (más bien comer tribuna) decidí cambiar de equipo.

No soy una jugadora particularmente habilidosa, pero mi histórico amor por los deportes y la bicicleta me hicieron una persona con tanta resistencia física que, con una dosis justa de fantasía, me hacían pensar que tenía chances de jugar en AFA y conseguir uno de los (por cierto paupérrimos) sueldos para jugadoras con contrato. Siguiendo esta ambición pregunté en varios equipos de primera, pero en todos me pasó lo mismo: debido al cupo, nadie estaba dispueste a reemplazar a la histórica capitana +33 por una travesti (ni tampoco yo lo querría).

Al pasar los meses fui resignando (o al menos postergando) mi fantasía de jugar en la tele. Así como me había pasado ya con la Academia, entendí que muchas veces los caminos hacia las utopías con las que soñamos las soñadoras tienen mucho más que ver con la política que con el mérito. En esa línea, la elección era obvia, pues hay un único Club en Córdoba con una presidenta mujer: Villa Siburu Central.

A Mariela, presidenta desde 2016, le pasa lo que le pasa a todas las políticas mujeres: hay quienes la aman, quienes la odian y quienes no la quieren por ser mujer. Más allá de toda posible crítica (inevitable y hasta deseable cuando se trata de alguien que ha asumido un rol de mucha responsabilidad), desde que conocí a Mariela en aquel Encuentro Supraregional de Mujeres al que habíamos ido para exponer mi caso ante la responsable de género de AFA (cuando todavía no me dejaban jugar), supe que con Mariela tirábamos para el mismo lado: buscar el crecimiento del fútbol femenino y reducir la enorme brecha económica entre los clubes.

Las (por cierto muy válidas) críticas hacia Mariela son extensibles hacia todo el Club, cómplice de la situación y, por supuesto, hacia la sociedad entera: de las cuatro veces por semana que entrenamos, sólo UNA contamos con (media) cancha para nosotras. El resto de la semana, el femenino de Siburu entrena en una franja de tierra de 10 metros de ancho detrás de uno de los arcos de la cancha. Y es que, al igual que en todos los clubes, la cancha está siempre a disposición de los varones; sin embargo, a diferencia de otros clubes, Villa Siburu Central no cuenta con un predio (que típicamente se encuentra en las afueras de la ciudad) para que entrene el femenino.

A ese problema (quizás el más serio, pues estamos hablando de entrenar un equipo de fútbol sin una cancha para jugarlo) se le suma la dificultad para conseguir directorxs técnicxs y preparadorxs físicxs con las ganas de ir cuatro veces por semana más los sábados a entrenarnos sin cancha por poca plata; las complicaciones relacionadas a las tareas de cuidado (hijes, sobretodo); y otras situaciones territoriales como que a la policía se le ocurra hacer una redada en la puerta de tu casa porque a un auto caro se le desapareció una rueda en las cercanías de la Villa.

Cuando elegí Siburu yo sabía que (como en todos los clubes, con sus matices) iba a encontrar muchos problemas. De hecho, mi intensión era (es) la de utilizar el capital político cosechado para ayudar a resolverlos. Aún así, muchos meses han pasado y con frustración me pregunto si, lejos de ayudar, no terminé perjudicando al equipo, juntando travestis, lesbianas y villeras en un único blanco fácil para la Liga, que resolvió dar UN AÑO de suspensión a tres de nosotras y DOS a la capitana.

3 “¿Tenés pruebas?”, me pregunta el abogado cuando le cuento que no hubo ninguna piña, que si le hubiera pegado al fotógrafo no habría ninguna duda porque tendría la cara como un pochoclo de maiz morado. ¿No deberían ser elles quienes demuestren que somos culpables?, me hubiera gustado preguntar, pero estaba en shock por el descaro con el que se había relatado la situación con un montón de mentiras y, para peor, con la complicidad de la árbitra que yo sentía más cercana. Entregada a los judíos por una de las mías.

Ojo, tampoco pretendo dramatizar una victimización de mis compañeras, que no son ningunas carmelitas descalzas. Villeras y orgullosas de serlo, mis amigas hoy se arrepienten de no haber dado todas esas piñas por las que ahora falsamente les acusan. La constante frustración de sentir que lxs árbitrxs son injustxs, que la Liga es injusta, que la presidente del club es injusta, que la vida misma es injusta, hace que sea muy difícil mantenerse pacifistas. Y es por eso que las amo tanto. Ni sumisas ni devotas, las villeras con las que tuve el placer de entrenar este año no van a dejar que la Liga se salga con la suya. Vamos a luchar, a quejarnos, a poner en evidencia todo lo que nos parezca injusto.

Y si, digamos por ejemplo, un fotógrafo se mete en la cancha a inmovilizar por la espalda a una adolescente a quien le salió del alma armar un pequeño bardo por las injusticias de este mundo de mierda, ahí estaré yo para darle dos suaves golpecitos con mi dedo índice en su espalda (o dos piñas en el pecho, si hiciera falta también, por qué no) para decirle que no, que él no es ni árbitro ni yuta, así que no tiene por qué meterse.

¿Demasiado protocolar de mi parte? Quizás. Me queda por supuesto la duda de si en realidad no fue un gesto realmente amoroso el de abrazar a una jugadora en crisis. Me queda también pendiente una charla sincera con la capitana para preguntarle si a ella le molestó tanto como a mí que un varón se meta a abrazarla sin consentimiento, o si en cambio fui yo la (¿celosa? ¿feminazi?) que se puso protocolar ante el desborde de una situación que la verdad todavía nadie sabe bien cómo manejar. (¿O acaso no hubiese sido de hecho mucho peor si hubiese intervenido la yuta?).

De algo sí estoy segura: darnos uno y dos años de suspensión no sólo no soluciona nada (de la misma forma que las cárceles no solucionan nada), sino que además es tremendamente injusto que árbitrx, fotógrafo, paramédica y Liga Cordobesa se pongan de acuerdo para dejarnos afuera basándose en un falso testimonio. Ei incumbit probatio qui dicit, non qui negat, decían las leyes romanas ya en el siglo VI: “La carga de la prueba recae sobre quien afirma, no sobre quien niega”. ¿Cómo demostrar que no le hemos pegado? Haría falta un vídeo que dure tres horas y aún así siempre se podría decir “Nono, es que sucedió después”. La llamada presunción de inocencia existe por muy buenas razones, pero como bien sabemos, no aplica para villeras, travestis y lesbianas.