¿Crear Comunidad o Construir un Movimiento Popular? ¡Sí, por favor!
Sergio Job, abogado y militante de la economía popular nos trae esta reflexión para tiempos difíciles de “dispersión táctica y desorientación estratégica”.
Por Sergio Job Ilustración @fuskavisual
A principio de este siglo, el esloveno Zizek sentaba su posición frente a una discusión que atravesaba a la izquierda mundial entre quienes sostenían que vivíamos un momento posmoderno y quienes insistían en construir y luchar desde una perspectiva de clase, echando mano a un chiste inglés donde el anfitrión pregunta al recién llegado: ¿té o café? Y este responde: ¡sí, por favor! Muchas veces a lo largo de la vida (política) nos encontramos frente a cuestiones que se presentan como falsas disyuntivas, y una y otra vez a mi cabeza vuelve el título y el chiste al que remite, y la respuesta que lo salda: sí, por favor.
La situación de “dispersión táctica y desorientación estratégica” del campo popular en general, de la que ya dimos cuenta en artículos anteriores, el feroz y cruel ataque que venimos sufriendo como pueblo a nuestras condiciones de vida, la erosión a nuestras subjetividades individuales y colectivas, nuestras psiquis cada vez más deshilachadas, nuestras esperanzas machacadas, el tamaño de la ofensiva que nos golpea diariamente, nos está acorralando en un individualismo derrotista y agobiante que lleva a muchos compañeros a encontrarse desactivados de la militancia e incluso del vínculo con los otros. Quienes nos sobreponernos, por tozudez o esperanza, a ese repliegue individualista, nos topamos rápidamente con una falsa disyuntiva entre el “refugiarse” en lo local, lo pequeño, el territorio, las amistades y vínculos de cuidado, o (re)construir lo más rápidamente posible un gran movimiento anti-fascista, popular, democrático y ¿conservador? de la república, las instituciones, los derechos, etcétera.
Vemos con un horror paralizante la implosión social que sucede ante nuestros ojos y nos atraviesa con sus lanzas dolorosas, sin saber muy bien qué hacer. Para quienes logran superar el enclaustramiento individual, un primer movimiento hacia lo comunitario es lógico, de autopreservación, de resguardo, y de agarrarse a algo medianamente firme, conocido, de escala humana, donde nuestra voz y esfuerzos importen, generen impacto, modifiquen la diaria. Un lugar de cobijo frente a esa tormenta violenta que ocurre puertas afuera de nuestro mundito. En ese marco, y empujado también por el lenguaje y dinámica de las redes sociales, “hacer comunidad”, “ser comunidad”, se ha puesto un poco de moda. A veces esa frase posee elementos de politicidad, a veces es puro marketing y captura sistémica. Una de las principales características de este nuevo régimen de dominación es la imprevisibilidad, la incerteza, el vacío abismal que se abre a cada paso. Esa característica es una estrategia del poder sí, pero también una nueva condición de lo social. Aferrarse a otros, cerquita, a mano, sirve de cobijo, y está muy bien. A veces es sólo placebo.
Para entender las reacciones que tenemos frente a un modo de dominación, es necesario comprender sus rasgos principales. Algunos venimos señalando con insistencia que debemos dejar de caracterizar a la etapa actual como neoliberal. Volvemos a decirlo: esto es otra cosa. Los alcances y velocidad de los cambios tecnológicos sobre las subjetividades individuales y colectivas, el modo en que se organiza el dominio neo-feudal amasado por unas poquísimas manos de la nueva aristocracia tecno-capitalista y sus cipayos entusiastas, las violencias multiplicadas y vitoreadas como capacidades en lugar de disvalores, el desplazamiento del centro de realización de riquezas y/o la mutación del mercado invadiendo toda actividad humana y existencia natural, una tanato o necro política cada vez más desembozada y reproducida visualmente hasta el hartazgo, la corrosión acelerada de los Estados, la devastación descontrolada del ambiente y sus efectos ya cotidianos, las racionalidades ya-no-modernas de la pos verdad y terraplanismo social y político, el aceleracionismo pos y anti humano, son sólo algunos de los signos de los tiempos que nos permiten insistir en que este régimen de dominio que estamos viviendo es ya-otra-cosa. Y si bien la pedagogía política que intentamos quienes militamos nos pediría un lenguaje más amable y comprensible, no nos queda otra que recurrir a todos estos conceptos raros, todo complicado, y es porque lo que se erige ante nosotros es algo desconocido, es un nuevo capítulo del bestiario del poder al que necesitamos poder nombrar, describir, delinear, estudiar y a la vez encontrar su talón de Aquiles. Porque es nuevo y porque sucede a velocidades maquínicas (no humanas), ¡más aún: velocidades robóticas!, por eso la terrible incertidumbre en que (sobre)vivimos.
Frente a toda esta avalancha, crear y sostener en el tiempo (tarea fundamental) espacios comunitarios es un montón. Pero lamentablemente insuficiente. Aún cuando los mismos tengan atributos de politicidad y organización popular. No es posible desde pequeñas arcas construidas aquí y allá enfrentar la inundación, porque esto no es un diluvio es un tsunami, lejos de la gradual caída de lluvia. La tormenta es acompañada de olas que son veloces paredes de agua y mierda, de represas que se rompen, de ríos que cambian de cauce, de laudes de barro que nos cercan. La idea de la construcción de “Arcas” que sostiene el compañero Zibechi (que a algunos nos sirvió de modelo orientativo para alumbrar nuestras experiencias organizativas), era viable y factible en un mundo que gradualmente iba sufriendo una descomposición social y política, y que nos permitía esperar a que el agua bajara, para tejer(nos) nuevamente en una nueva sociabilidad humana, solidaria, fraterna.
Esto es otra cosa. Y por eso la complejidad del desafío. Nosotros hoy creemos que se necesita también construir, no después, no en etapas, sino ahora, a la par, como se pueda, un movimiento popular vital, renovado, inteligente, que se sacuda las añoranzas de pasados ya imposibles, que sea flexible y compacto, ágil y resistente, que no de batallas contra molinos de viento pero que sea tenaz y combativo ante las médulas del nuevo régimen de dominación, firme en su orientación, múltiple y creativo en su ejecución. Y eso, en el caso argentino (para pensar desde acá), no se hace con un dedo iluminado, ni con instrucciones desde el puerto, pero tampoco desde una diletancia exasperante, ni sectarismos cómodos y autojustificantes de los pequeños grupos.
Con las pocas certezas que estamos pudiendo caminar, insistimos en la necesidad de re-construir el movimiento popular lejos de un frente electoralista, sino desde la necesidad y convicción de tener que construir una herramienta política, que necesita tener una expresión electoral, pero también ser mucho más que eso. Necesitamos una fuerza política que nazca, se consolide y reproduzca de manera rizomática, con nodos comunitarios aquí y allá, algunos más pequeños otros mayores, enraizados en cada geografía y sociedad por diversas y variadas hifas que permitan la comunicación y construcción de un lenguaje y una inteligencia común. Que enlace comunidades organizadas existentes, pero también que sea generadora y multiplicadora de nuevas. Una incubadora, diría alguno.
No hay tiempos para la lenta elaboración de los diversos niveles asamblearios que requeriría una democracia de base clásica. Tampoco hay líder que pueda resolver por arriba la complejidad y diversidad que asume este sistema implosivo de destrucción. Sí necesitamos de las mejores vocerías posibles, de la mayor diversidad de expresiones de clase y comunitarias de lo que somos. Pero sobre todo necesitamos de una densa red de cuadros políticos que creen veloz y eficientemente una inteligencia común no vertical, no porteño-céntrica, no patriarcal y no conservadora de lo que fue (tendencia a la que está siendo fuertemente proclive gran parte de quienes se inscriben en el campo popular). Hay que innovar, porque la realidad y la necesidades son otras. Sumado a que aquello que algunos añoran siempre nos fue insuficiente. Sobre todo para las grandes mayorías explotadas y excluidas.
Necesitamos un doble movimiento: hacia abajo creando comunidad politizada/politizante desde lo pequeño (centros vecinales, ollas populares, merenderos, bibliotecas, radios comunitarias, experiencias culturales alternativas, cooperativas de trabajo, grupos de lectura, brigadas forestales, y un extenso etcétera). Comunidades que sean los nodos que permiten la trama. Y un movimiento hacia los lados, que sea la vinculación reticular entre experiencias, no para conocerse y saberse ahí, sino para dar cuerpo a algo distinto a lo que cada experiencia es. Que permita expresar la potencia que reside en estas experiencias comunitarias cuando buscan transformarse en programa, movimiento, gobierno, Estado y en última instancia, volverse Comunidad Organizada.
Debemos construir una fuerza que se estructure como comunidad de comunidades. Un gran paraguas donde se teja una densa red de solidaridades, respetos y cuidados; con una estrategia común de construcción de poder popular e intervención política en la escala provincial, respetando las particularidades de cada territorio, pueblo, barrio. El futuro ya no existe, el presente es incertidumbre absoluta.
Los que dominan son más que nunca tigres de papel. Pero sin alternativas seguirán sin mojarse mientras a nosotros el tsunami nos lleva puestos. La batalla no tiene un final escrito, está sumamente abierto. Seamos lo suficientemente generosos, inteligentes (casi que debería poner: pillos) e inconmovibles en nuestras convicciones y deseos, para luchar y triunfar.
Cuando no hay futuro ni historia, cuando las palabras ya no dicen, cuando el desprecio por lo humano es absoluto, lo testimonial carece de valor alguno. Hoy hay que luchar para triunfar. No nos queda otra.