FEMINISMOSPensamiento Crítico

Sentimientos postcapitalistas en la Marcha del Orgullo Antirracista

A un mes de las movilizaciones del 1ro. de febrero, contra el discurso de Milei en Davos, una crónica-análisis, desde la ciudad de Córdoba, entre lo crítico y lo propositivo.

Por Yunga | Ilustración: @fuska.visual

(Inspirada en el meme @ministeriodelasituacion)

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A eso de las 17 llego a la columna de Adiuc, el gremio de docentes en el que trabajo. Estoy completamente sobria y lo vivo como una derrota. Nunca hubiese venido a una marcha del orgullo sin consumir ninguna sustancia, pero resulta que circuló por mis historias de instagram un flyer con una serie de “recomendaciones pensadas por abogades”, entre cuyos mandamientos estaban No tomarás y No te drogarás. Y sí, ya sé, son “recomendaciones”, pero ahora que trabajo en un sindicato, desobedecer pone en jaque mi permanencia en la institución. Estoy exagerando. Ninguna de mis colegas tomarían una actitud punitiva por encontrarme borracha en una marcha del orgullo, y sin embargo yo, Mártir Quejona y Obediente, acepto las “recomendaciones” con la peor de las ondas.

Si ustedes son un poquito como yo, en este momento hay una voz en su cabeza diciendo “Hay cosas más importantes que las fiestas” o bien “No es momento de festejar” (una discusión bastante recurrente alrededor de la marcha del orgullo). No voy a recurrir al golpe bajo y a decir “les invito a intentar salir un sábado a la siesta de cara (i.e. sobrias) vestidxs con una prenda por la que sientan orgullo”. Voy dejar de lado el debate acerca de la relación entre las drogas y el coraje, para ir al grano: ¿Debe ser la Marcha del Orgullo una fiesta? Hay algo en el espíritu de nuestra forma de combate que involucra el placer, eso está claro. No significa que no haya también mucha bronca, pero siendo la identidad sexo-afectiva el tema central, nunca se trató únicamente de juntar un buen número de personas. En cierto sentido, la marcha se parece más a un desfile militar: una demostración del entrenamiento y el coraje que nos permite ponernos un vestido rojo centímetros por debajo del pene, amputarnos las tetas y exhibir las cicatrices con orgullo o besarnos sin preocuparnos demasiado por la genitalidad. Es un despliegue de nuestras armas contra la heteronorma instaurada. La guerra no está ganada, pero el espíritu festivo refleja que, si analizamos nuestra historia reciente, es fácil ver que vamos ganando. O, en otras palabras: cada vez somos más, vivimos más años, ocupamos más lugares de toma de decisiones, y muchos otros indicadores que demuestran que la batalla es tan material como cultural.

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En el 2021 un grupo de personas mayoritariamente trans y anarquistas conformamos Autoconvocades por Tehuel. Ya en la primera marcha nos peleamos con los partidos de izquierda por acaparar la palabra y hablar sólo de mujeresen una marcha que luchaba contra la invisibilización de la identidad de Tehuel. Los partidos peronistas, por su parte, tampoco se acercaron. Dejen gobernar, decía su ausencia. Cada vez éramos menos, y la verdad es que lo entiendo: marchar con un grupo de personas encapuchadas pintando paredes, insultando policías y haciendo fogatas en la puerta de Gendarmería Nacional no es para cualquiera. Y está bien, qué sé yo, hacemos lo que podemos. Ni yo estoy para esa hoy (a menos que…).

Cuestión que en aquel entonces nos tomábamos muy en serio la seguridad: estudiábamos las cámaras de vigilancia, nos cubríamos rostros y tatuajes y, claro, no íbamos alcoholizades ni llevábamos marihuana. La tensión con la yuta y la posibilidad de que te lleven a pasar la noche en la UCA (como eventualmente pasó) era muy alta. En nuestros flyer pedíamos que no se vieran nuestras caras y tatuajes en los registros fotográficos, pero entendíamos que la seguridad debía organizarse en grupos de afinidad (el “me cuidan mis amigxs” que tanto decimos) y por lo tanto quienes participábamos de la acción directa nos comprometíamos a intentar estar sobries.

El sábado 1° de febrero, sin embargo, la marcha del Orgullo Antirracista terminaba su recorrido en un escenario subsidiado por el gobierno (a quien se le agradecía justo antes de llegar). Sin ánimos de entrar en el debate acerca de si está bien o mal generar alianzas con el gobierno provincial, pedir sobriedad como si hubiera alguna chance de una gran revuelta me pareció de una ironía un poquito indignante.

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Hasta eso de las 18 me quedo parada en la columna del gremio, esperando que empiece la marcha. Como me pasa siempre en las situaciones que involucran muchas personas, después de saludar e intercambiar un par de palabras con mis amigas y compañeras, me quedo sola. Este tipo de situaciones siempre me recuerdan a cuando de adolescente iba a las fiestas con mis amigos y terminaba sola en un rincón, demasiado tímida como para sacar a bailar (esperando quizás a una torta que viera en mí cierto “espíritu femenino” que ni yo conocía, pero que mi pelo largo ya anticipaba). A veces me gustaría ser como Keka, presidenta de Católicas por el Derecho a Decidir, a quien veo ir de un grupo a otro saludando, charlando y riendo. Quizás sea esa la herida de la que nace mi escritura. Encima, tengo puesto un vestido rojo en un gremio donde el rojo representa rebeldía absurda, falta de diálogo, utopía irrealizable. Ah… y estoy muy sobria, por si no lo había mencionado antes.

Finalmente abandono el barco gremialista y decido ponerme en modo periodista, curioseando el resto de la marcha. Unos metros más atrás me cruzo con un grupo de amiguis trans, en su mayoría vestides de negro. Gira un porro y acepto, pero me arrepiento enseguida. Con el humor que porto (y el cero alcohol en sangre) la marihuana potencia mi paranoia, así que saludo y sigo recorriendo. En el camino me cruzo con otres amigues y charlo un rato, pero me mantengo “off line”, en “modo espectadora”. La columna que encabeza la marcha es la más variada en cuanto a colores y corporalidades. Entre travas mucho más despampanantes que yo finalmente puedo relajarme y al llegar al escenario hasta bailo un poco. Como suele pasarme, poco a poco la gente va notando que tiene una trava sola cerca y se forma un vacío a mi alrededor que me hace sentir expuesta. Huyo. Me siento en el cordón a esperar la lectura del documento.

Una amiga puta me ve sola y es la primera que entiende el trasfondo político de mi vestido rojo (lamentablemente perdí mi pañuelo por el Reconocimiendo del Trabajo Sexual en el pogo de Fama y Guita). “Hola lesbiana” me dice y me invita a ir a bailar con su grupo de amiguis adelante, hacerle el aguante a Cacho de Trolo, dj trans y villero que queremos mucho; pero al acercarme de nuevo al escenario noto que el grupo de mi amiga es bastante grande y me intimido, quedando a unos metros de distancia, otra vez sola. Esta vez, en lugar del vacío, a mí alrededor algunas personas parecen acercarse con la intención de bailar conmigo, pero no logro conectar con nadie. Un grupo de adolescentes marrones con la remera de talleres pasan entre la gente y con los pies empiezan a arrastrar la bolsa de lentejuelas que dejé en el piso para bailar (lejos de la seguridad de la montaña de mochilas del grupo de mi amiga), con la obvia intención de alejarlo de su dueña. Sigo sutilmente el flujo de mi bolsa, pues tampoco quisiera ponerlos en evidencia (de hecho, en el fondo deseo que consigan algo, pero no será de mi bolso). La piedra libre para intentar pescar el celular de alguna marica blanca es casi que lo más antiracista de la marcha.

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Respecto a la lectura de documentos, hubo un quiebre en mi vida cuando la marcha por Tehuel fue absorbida por las consignas vacías de un grupo de rojas más preocupadas por distinguirse ideológicamente de las rojas de al lado que por reclamar la aparición de Tehuel. Cuando los españoles invadieron América, una práctica común era leerles a las personas marrones bajo qué leyes se enmarcaba el robo de sus tierras y la esclavización de sus hijes. Quienes entendían la lectura, ya conocían las leyes, quienes no lo entendían (justamente les más afectades por esas leyes), no tenían cómo conocer esas leyes (ni por qué obedecerlas, obvio). Con el perdón de la gente que tanto quiero y que dedicó muchas horas de su vida a discutir y escribir esos documentos, algo así medio de teatro absurdo siento cada vez que se leen documentos.

No me odien, no me malinterpreten. Bueno, pueden odiarme un poquito si quieren. Pero es que por muy correcto que pueda parecerme el discurso, siempre siento que se componen en un 90% de críticas que casi todes conocemos (muy válidas siempre), un 9% de aliento y llamado a la acción y con un suerte un 1% se destina a proponer una salida colectiva concreta. Entiendo la necesidad de fortalecernos colectivamente y la furia empoderadora que desde hace milenios se busca transmitir en los discursos, pero siento que hay mucho de una lógica partidaria que nos hace gastar un montón de energía en ver quién grita/hace-gritar más. Sea por la construcción de personalidades/jerarquías hacia dentro de cada partido/organización, sea para distinguirse ideológicamente de les demás, la mayor parte del contenido pareciera apuntar a generar un “Ellos” vs “Nosotros” que sólo tiene utilidad al momento de votar por uno u otro partido/candidato.

Para ser consistente con mi propio discurso, voy a pasar al momento propositivo: En lugar de “¡No queremos más este sistema racista!”, podríamos decir “No compremos más en Carrefour, que subsidia el genocidio en Palestina, nos organicemos y vayamos al mercado o hagamos una lista de locales atendidos por sus dueñes”. En lugar de “¡Al clóset no volvemos nunca más!”, podríamos decir “Basta de comprar ropa de marcas extranjeras/explotadoras, buscá emprendimientos trans, que por la discriminación se ven obligades a trabajar de forma independiente”. En lugar de “¡Universidad pública para todes!”, podríamos decir “Que el programa de Compromiso Social Estudiantil no sea una lavada de cara, que la UNC ponga como prioridad los problemas sociocomunitarios, poniendo a la Extensión Universitaria por sobre la Docencia y la Investigación”. ¿Se entiende la idea? Más allá de mis propuestas en concreto (con la que ustedes pueden coincidir o no) a lo que me refiero es que necesitamos volver a la figura del político que promete/propone hacer “esto y aquello”, invitando de paso a les presentes a sumarse a tal o cual propuesta con acciones que vayan mucho más allá que el voto. Si ven de nuevo el último debate Milei-Massa, verán que es justamente esa la razón por la que Milei la termina dando vuelta (mal que nos pesen sus propuestas).

Está muy bien demostrar a nuestros enemigos que somos muches. Y que lejos de ser una minoría, en muchos aspectos somos ya una mayoría, por lo que nuestro exterminio se les va a hacer muy difícil; pero siento que estamos listes para hacer algo mucho más importante: generar una alianza interseccional y construir ese mundo antirracista con el que soñamos.