Las mamitas cada vez toman más Coca Cola
Las complejidades del proceso de cambio incluyen una modernidad que revitaliza los debates sobre la ecología y feminismo, entre otros. Debates que, en un país abigarrado como Bolivia, tiene diferentes y curiosas interpretaciones.
Por Tomás Astelarra
Después de una noche de masculinidades con una botella de ron y confesiones íntimas, en la que coincidimos en que Bolivia nos da perspectiva y cierta calma en medio del infierno libertario individualista criptochanta que se vive en Argentina, decidimos separar nuestros caminos.
El Colo va a seguir un viaje místico espiritual hacia la Isla del Sol y quizás a tierras de los ancestros médicos andinos kalawayas. Con el Diego y Wally (y el Tiburón del Monte) vamos a rumbear a Sucre, donde el amigo Marcelo Murillo nos espera para organizar conciertos poéticos y talleres de clown. Todos andamos sin buscarnos pero sabiendo que andamos para encontrarnos en tiempos de emergencia civilizatoria o pachakuti. Bolivia, además de por su distancia geográfica, por su clarísima otredad, es un ámbito propicio para mover nuestro punto de encaje en el comienzo de la era de acuario y no se que más.
Aunque a veces pueda resultar al revés. Los gringos somos minoría y llamamos la atención. Mucho más si se nos ocurre andar pichando coca, usando abarcas o, mucho más, aguayito cruzado en la espalda. “¿Querés volver locas a las mamitas?”, le pregunto al Wally, que duende y juguetón como es, ya empezó a encontrar la onda de esas duendas que, en algún punto, también son medio jipis. Se la arreglan con cualquier cosa, son de buen humor, comparte todo el rato con sus niños y siempre tienen algo para venderte a precios delirantes. No por ser demasiado caros (los precios), sino porque varían según “la cara del marrano”, como dicen en Colombia.

Mamitas suporpoderosas
Las mamitas están en todos lados: manejan motos enormes, levantan ladrillos en las construcción, le ponen los puntos a los papachos amarretéandole el dinero pal alcohol o la resaca, e incluso, a veces, dándole pa que tenga en plena calle. No hay que hacer calentar a las mamitas. Todo eso mientras cuidan a guaguas y ancianes que con total impunidad ocupan espacios comerciales (incluyendo la calle). Espacios comerciales que no son ascéticos sino que incluyen la vida diaria y el cuidado de niñes y ancianes. A nadie le molesta entrar a una tienda o pasear por los mercados sorteando niñes con sus juguetes esparcidos.
Yo no sé porque a nadie se le dio por hacer una serie animada tipa las chicas poderosas pero con cholitas. Si hasta pelean en barro en El Alto y son capaces de tumbar gobiernos. O como la Eva Copa, de armar un partido propio y ganar las elecciones a alcalde(sa), después de que el Jefe Evo Morales la sacara de la lista con su poder de lapicera. La Eva Copa, que con treinta años, se quedó bancando la parada frente al golpe de Estado mientras muchos dirigentes varones y mayores se refugiaban en embajadas o países extranjeros.
“Es raro entender el feminismo acá en Bolivia”, me dice una vieja amiga militante argentina que vive hace años acá. “Lo que podríamos llamar el feminismo moderno son grupos muy pequeños y radicalizados. En el mundo admira a la Eva Galindo, pero acá le hemos visto actitudes violentas y abusivas propias del Evo Morales, al que tanto critica. Y así con muchas referentes feministas. Del otro lado tenés a la mayor organización de mujeres campesinas del continente que son las Bartolinas. Y una sociedad que tiene mucho de matriarcal. Pero le preguntas de feminismo y te dicen manan kanchu”, me cuenta. “De todas formas el feminismo como discurso ha habilitado muchas denuncias en un país que tiene una tasa alta de femicidios, no tiene aprobado el aborto y cuando le tocó una presidenta mujer fue Añez”, agrega.
Según el Observatorio de Igualdad y Género de la CEPAL, Bolivia tiene la tercera tasa más alta de femicidios de América Latina (1,5 por cada 100.000 mujeres). Además del caso por el que se lo juzga al Evo Morales por abuso de menores, en las recientes semanas también surgió una denuncia contra el “Papirri”, Manuel Monroy Chazarreta, un histórico cantante que debió dejar su cargo en el gobierno. Quizás no en el mercado, pero en las charlas de jóvenes universitaries clase media o artistes el tema género es una constante. Hay un Ministerio de Culturas, Despatriarcalización y Descolonización. Pero medio que es una chantada, dicen. O al menos está subsumido en el “coteo” (loteo) que hace rato viene debilitando, además de las internas, la gestión del MAS.

Haciendo la comedia con las caseritas
Mientras tomamos nuestro tamal con refresquito, el esposo o novio de nuestra caserita viene con un chuky (resaca) pa veinte. Le implora unos pesitos pa una sopita. La casera sigue atendiendo y lo mira ofendida. El papacho sigue implorando. Finalmente la casera le dice algo así como “andá nomás vago de mierda, pero a la vuelta me compras cebolla que se me acabó” (todo en quechua). El hijo de la cholita (o el ayudante o quien sabe), que toma alguito al lado nuestro, mira y se ríe. En Bolivia las mamitas manejan la billetera.
“¿Y que opina de esto del abuso de menores del Evo?”, le preguntamos a la casera. “Farreros son. Borrachos. Igual cuestión de politiquerías”, es su respuesta. “¿Hace falta más feminismo en bolivia?”, le pregunta el Wally. Mueve la mano como diciendo manan kanchu. No sabemos si es que no hay feminismo, que no sabe que es el feminismo, o que nos vallamos de una vez. Porque toque nos da el vuelto y sigue atendiendo. Anotamos en nuestra libreta mental: Hablar con las mamitas de feminismo. Todavía.
El Wally acepta la propuesta y me sigue al mercado con mis abarcas, pichando coca y el aguayo cruzado en la espalda. Ahí es donde comienzo a poner los ingredientes de un pastel de papas de despedida que mi amigo clown quiere cocinar en el hotel de gringos que no es para gringos. Al pasar por el sector de productos de limpieza una caserita me piropea: “lindo su aguayo”. Le agradezco y sigo caminando. Pero otra caserita que vende productos de limpieza dos puestos más adelante hace la aclaración (o quizás la broma): “Dice que lo invita a bailar”. “Vuelvo pal carnaval casera”, le grito mientras nos perdemos por los pasillos del mercado de Tupiza riendo de esa complicidad entre duendes, jipis y cholitas.
La escena difiere en las calles fuera del mercado. Lejos de la tradición ancestral, un montón de mestizos cheje que, tras el proceso de cambio del MAS, han dejado de ser parte del país más “pobre” del continente, nos miran azorados. “¿Pero para que carajo me visto como gringo si al final estos gringos se visten como las cholas ignorantes del mercado?, parecen decir algunos. Por supuesto que jamás le dirían eso a las cholas en la cara. Se quedan sin almuerzo, sopita y postre. Como el Evo sin reelección. Sin embargo en Bolivia se empieza a hablar mucho de “racismo”.
Por más que la mayoría de la población es de origen mestizo, los matices generan diversas discusiones. Como el hecho de que el Evo en realidad está lejos de ser indígena, no habla bien la lengua y es parte de un territorio no originario quechua-aymara, El Chapare, donde los cocaleros han desplazado a otros pueblos originarios. De otro lado, los militantes masistas dicen que los que hacen esas críticas son gringos financiados por ongs o jailones (chetos), que tampoco son tan indios (como Silvia Rivera o María Galindo).

Modernidad mata Pachamama
“Por fin alguien que no viene enamorado del Evo”, me dice la doña de la pizzería donde decidimos tomar unas chelas después del pastel de papas del Wally. “Allá todos son amantes de Evo y acá ahora son todos amantes de Milei. Nadie es profeta en su tierra”, opina su pareja, el pizzero, argentino.
Se conocieron en un carnaval en Tupiza, ella era empleada bancaria, él trabajaba en una fábrica pero se había apasionado con la sikureada. Vivieron un tiempo en Balcarce, provincia de Buenos Aires, pero finalmente decidieron volver a Tupiza. “Acá hay que laburar, como en todos lados, pero se vive mejor, se puede poner un emprendimiento como este, y la comida es muy barata. Aunque ahora está subiendo mucho. Vamos a ver que va a pasar”, comenta él. “El MAS no ha cumplido las expectativas y la gente no quieren que vuelva Evo. Pero lo de enfrente es peor”, comenta ella confirmando la teoría de Huascar Salazar Lohman acerca del “chantaje progresista”. “Igual acá la gente se caga en los gobiernos. Y si rompen mucho las guindas los echan. Ahora medio que nadie tiene muchas ganas de protestar”, aclara él, contradiciendo el maximalismo de masas de Zabaleta. “Igual extraño en Argentina que había más políticas de género y de reciclado. Acá recién alguna bandas de sikuris aceptan las mujeres y hay una escuela que empezó a recolectar botellas para reciclar”, aclara ella.
Saliendo a la ruta con el Tiburón del Monte rumbo a Sucre, los plásticos se amontonan a la vera del camino, al igual que muchas de las calles de Bolivia. Un informe de 2021 del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) estimó que el país se importan 285.000 toneladas de plásticos al año. Un posterior informe de Servicios Ambientales S.A señalaba que, de ese total, se desechan 142.699 toneladas. De todas maneras el país de las mamitas no está entre los diez países con mayor desecho per cápita del mundo. Un ranking que lidera Singapur y tiene a Estados Unidos en su puesto 9 y a Chile en el 11. Eso, según la consultora española Statista, que también ubica a Bolivia como el país con mayor capacidad de reciclaje de América Latina y el Caribe (34,4% de los residuos reciclados).
Los gobiernos no tienen porque hacerse cargo de los costos de las empresas dice Ronald Sistek. Mucho menos los pueblos. El informe de la fundación holandesa Changing Markets Foundation titulado “Hablan Basura: el manual corporativo de soluciones falsas a la crisis del plástico”, denuncia que las industrias del sector a nivel mundial han obstruido y debilitado durante años soluciones legislativas destinadas a combatir la crisis de los desechos. De los ocho principales productores de plástico del planeta, cinco son de Estados Unidos, que además es uno de los 20 país que concentra el 80% del consumo de plástico del planeta. La principal empresa en ese sentido es Coca-Cola, con la mayor huella plástica a nivel mundial (2,9 millones de toneladas de envases de plástico producidos anualmente). Coca Cola es parte del directorio de la WWF, ambas denunciadas por su complicidad con masacres paramilitares contra pueblos originarios colombianos.
Pero resulta que las sucias son las caseritas que te venden el mokochinche en bolsa de plástico.
“Que esas bolsas terminen en un tacho o tiradas por la ruta y las calles es apenas una cuestión estética”, me había dicho alguna vez la clow italiana periodista y gestora cultural residente en Cochabamba, Sara Masteralto. Incluso desarrollando una curiosa teoría: “para mi simplemente ven las bolsas como un producto más de la Pachamama. Que estén por ahí tiradas les importa tanto como el revoque de los ranchos o el orden de las tiendas”. Siempre, siguen siendo, especulaciones de los gringos. Al igual que las estadísticas.

Las mamitas también toman (y venden) Coca Cola
Cuando en la investigación para mi libro La Bolivia de Evo le pregunté al entonces funcionario, luego canciller, y experto en Buen Vivir, luego monje shaolin, acusado de varios casos de corrupción, Fernando Huanacuni, acerca de las contradicciones entre el desarrollo del MAS, el consumo capitalista y la visión pachamamista que él y su mentor, hoy vicepresidente, David Choquehuanca, desperdigaban por el mundo, simplemente respondió: “De pronto y por decreto no vamos a cambiar esto que viene desde 500 años. La mejor alianza alrededor del proceso culminado en Bolivia no depende solo de Bolivia. Acá ya estamos perdiendo el debate. Pero nosotros nos hemos encargado de poner ese debate en el mundo, en Harvard, Cambridge, me llaman de comunidades de Europa o Colombia”, confiesa. Y explica: “Hace algunos años vos ibas a la Argentina o España y nadie sabía que era la Pachamama. Aquí hay muchos que no entienden todavía. Y no podemos obligarlos, decirles: no comas carne, no tomes Coca Cola. Está bien, ellos dicen, permítanme al menos desilusionarme de toda está civilización que no he tenido posibilidades de experimentar. Quiero aserradero, quiero motores, quiero luz, agua potable… ¿Y el vivir bien? Está bien, pero primero dame eso”. Tenía algo de coherencia el argumento. Como viejo rockero diciéndole a un adolescente que el trap no es música o mucho peor, que bandas de rock eran las de antes, los gringos, que estamos de vuelta del consumo capitalista, extractivista, patriarcal, ecocida, pirocénico y sus consecuencias, venimos a denunciarlo a Bolivia con los dólares que nos quedaron de aquel mundo que ahora queremos combatir.
“Hay un mayor poder adquisitivo de las clases campesinas y mayores exigencias de consumo. Yo lo veo en los cocaleros de los Yungas. Antes pedían cualquier gaseosita, ahora todos toman Coca Cola”, me contaba la socióloga, escritora y neocholita cocalera inglesa, Alison Spedding, para ejemplificar los efectos empoderadores y de desarrollo del “proceso de cambio” del MAS.
En ese entonces, 2012, año en que Choquehuanca había amenazado, desde la Isla del Sol, con echar a Coca Cola de Bolivia, la empresa había reportado un consumo de la bebida de 61,5 litros per cápita al año. Se habían duplicado los valores del 2006, aunque sin alcanzar los niveles de los mexicanos (230,7 litros), los chilenos (173,5 litros) o los argentinos (143,4 litros). Diez años después, 2022, Coca Cola era la bebida no alcohólica más vendida en Bolivia con una penetración del 70% en el mercado y un consumo por persona cercano a los 162 litros al año.
Una vez un gringo loco que comerciaba medicinas ancestrales de las tribus amazónicas me dijo que le asombraba la capacidad de organizarse que tenían. Como, por ejemplo, a la hora de repartirse la carne cuando carneaban una vaca. Lo curioso, me contó, es que esas costumbres comunitarias desaparecieron cuando llegaron las heladeras a ese pueblo, comunidad, perdida. ¿Dejó por eso de ser comunidad? Esa es la pregunta que ronda en un país que ha tenido un profundo “proceso de cambio”, con sus pros y sus contras, sus desafíos, que como todo en Bolivia, seguramente se resuelva de una manera inesperada, abigarrada, cheje, incomprensible para nuestras aferradas cabecitas gringas.