Punto de inflexión: 10 reflexiones sobre el 12M para planificar las resistencias que vendrán
Un sector mayoritario de la multitud que se movilizó en apoyo a los jubilados apeló a tácticas de autodefensa ante la brutal represión. El 12M algo se quebró: creció la capacidad de resistencia y el factor “miedo” en el que se apoya el gobierno perdió efecto.
Por Pablo Solana
A Pablo Grillo,
con admiración y deseo de pronta recuperación.
Apuntes urgentes para despejar el humo (de los gases y de los medios hegemónicos) y debatir aspectos importantes que nos ayuden a potenciar la resistencia que vendrá.
1. La estrategia represiva perdió uno de sus puntos fuertes de sustento: ya no sorprende, ni siquiera por “desmedida” o “irracional”
En ocasiones anteriores, aun cuando se esperaba que la policía buscara hacer cumplir el Protocolo, era extendido el desconcierto de los manifestantes ante la violencia policial innecesaria, la saña con personas indefensas o lo desproporcionado del montaje represivo. Se sabe que un contrincante sorprendido puede ser golpeado con facilidad. Pero esta vez, en cambio, gran parte de quienes se manifestaron sabían que habría represión y fueron dispuestos a la pelea. De ese modo se logró un nivel considerable de resistencia. Hubo barricadas que contaron con apoyo de una porción muy importante de las personas movilizadas. Eso no logró contrarrestar la acción represiva, pero el solo hecho de asumir la batalla ya es un salto en calidad en la protesta social.
2. No fueron “barras” sino “hinchas”, parte de un sujeto popular que se expresa por fuera de las organizaciones tradicionales
Pibes y pibas con camisetas de fútbol, algunos cuarentones más curtidos, todos con algo en común: cultura de barrio, de cancha, sin miedo a la policía, con ganas de honrar la máxima maradoniana de defender “a muerte” a los jubilados. Ese fue el sujeto mayoritario de la movilización. No hubo “barras bravas”, apenas algunas colectividades silvestres de amistades de club. La crisis de representatividad también afecta al mundo del fútbol. Las barras están institucionalizadas y más cerca de los negociados con el poder que del compromiso social, y las agrupaciones, muchas veces, también absorbidas por las roscas internas de cada club. Pasa en la política y también en el fútbol: lo más activo, lo más dinámico, está por fuera de las estructuras. Habrá que ver cuánto logró politizar, a esa juventud silvestre, una jornada como la de ayer. Lo cierto es que nadie vuelve indiferente después de haber resistido a la represión de manera colectiva y en nombre de una causa justa.

3. El gobierno perdió el control de la situación: la conflictividad llegó a la Casa de Gobierno mientras seguían tirando gases en Avenida de Mayo
A pesar de la brutalidad represiva, no hubo desbande. Se organizaron barricadas desde Avenida de Mayo y Sáenz Peña hasta la Casa Rosada, es decir, casi diez cuadras. De ese modo, el gobierno quedó expuesto: gran parte del centro de la ciudad volvió a ser un caos por una protesta social, algo bastante lejano a la idea de “orden” que Bullrich busca instalar. En el repliegue, parte de la movilización llegó a Plaza de Mayo y allí –al principio– no había operativo policial. La extensión de la conflictividad se les fue de las manos. En represiones anteriores el avance policial se había dispuesto en forma de “pinza” en la Avenida de Mayo y la 9 de julio. Allí las tanquetas lograban dispersar a los grupos más numerosos dejando como flanco libre la salida de manifestantes sueltos hacia Constitución, de modo de facilitar la cacería y hacer detenciones. Esta vez las tanquetas hidrantes avanzaron por la calle Lima de manera transversal, pero no lograron su cometido: el grueso de los manifestantes logró replegar en bloque hasta cruzar la 9 de julio y, de ese modo, la movilización pudo sostenerse hasta llegar a la Casa de Gobierno, intentando nuevas barricadas en el trayecto. El indicio de que eso no estaba previsto por el dispositivo represivo es que allí, donde reside el símbolo del 2001 y del helicóptero, no había mayor presencia policial cuando el millar de manifestantes llegó hasta las propias rejas de la Rosada. Un riesgo que, de seguro, buscarán evitar de ahora en más.

4. “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo” fue la consigna más coreada. Hubo modestas columnas de sindicatos y partidos, pero su rol, como en todo este período, no fue sustancial
También en ese sentido fue una manifestación muy “2001”. Las organizaciones sociales y políticas tienen un rol estratégico, pero lo cierto es que en esta coyuntura no son esos espacios los que dinamizan la resistencia. Hay, sí, militancia que, a sabiendas de los límites que la realidad social impone a sus organizaciones, se desprenden de ellas en los momentos de confrontación para aportar de un modo valioso su experiencia y capacidad a la revuelta. De igual modo sucedió con los cacerolazos y las nuevas movilizaciones por la noche. Hay un tejido social que se activa de manera semi espontánea, sin mayor organización ni vectores políticos que lo dirijan.
5. Los hechos violentos en respuesta a la represión fueron protagonizados por manifestantes; se trató de una violencia necesaria para resistir y reafirmar un sentido de no-resignación
Presencié la forma en que se activó la resistencia a piedrazos contra la policía sobre la avenida Yrigoyen; vi cómo se mantuvo la voluntad mayoritaria de enfrentar la represión a pesar de los balazos y los gases lacerantes; cómo se armaron las barricadas en Avenida de Mayo; el modo en que, cuando algunos quisieron prender fuego las mesas de una pizzería que estaban en la vereda, otros pibes lo evitaron. La violencia de la resistencia fue protagonizada por los manifestantes y, se podría decir, cuidada, políticamente dirigida a enfrentar la represión, evitando hacer “destrozos” sin sentido. En los gestos de quienes armaban barricadas, arrojaban piedras y encendían fogatas sobre las calles se veía orgullo, reafirmación de estar haciendo lo correcto, sentido de dignidad.

6. No hay constancia seria de que, en esta marcha, haya habido acción determinante de “infiltrados”
Sobre el incendio del patrullero, recogí testimonios de primera mano que daban fe de la maniobra policial de “plantarlo” allí, pero que a la vez aseguraban que fue prendido fuego por pibes y pibas de la marcha, como si fuera una barricada más (con la satisfacción extra, en ese caso, de que se trataba de un símbolo explícito de la represión). Es norma que en estas movilizaciones haya policías de civil, agentes-fotógrafos que se entremezclan con los grupos organizados y otras variantes que se aproximan a la idea popular que se tiene de los “infiltrados”. Como parte de los montajes y provocaciones se puede mencionar también el arma de fuego que un policía dejó caer en la plaza, tal vez con la intención de ser recogida después como evidencia de la portación de armas entre los manifestantes. Pero la maniobra fue desbaratada por una oportuna cámara que mostró el momento donde era ese policía quien ponía la pistola en ese lugar. En síntesis, más allá de esos hechos puntuales, podemos decir que en esta marcha no hubo constancia de sucesos decisivos que se puedan atribuir al accionar sospechoso de sujetos ajenos a la movilización.

7. El escándalo adentro del Congreso fue parte de la misma dinámica antidemocrática, aunque perdió relevancia: la “política” volvió a estar en la calle
Mientras los manifestantes enfrentaban la represión, dentro del Congreso el partido de gobierno protagonizaba un nuevo suceso de desprecio por las formalidades republicanas: forzaron, con violencia, la suspensión de una sesión donde se hubiera podido derogar las facultades delegadas al presidente Milei. El hecho, gravísimo desde el punto de vista institucional, pierde peso por repetición: a esta altura ya son una constante las violaciones a la norma y, sin embargo, en ese plano no hay capacidad de reacción. Ni siquiera la oposición política tiene condiciones para ofrecer la mínima resistencia allí adentro. Para el pueblo, esperar novedades favorables de parte de la “política” se vuelve un sinsentido. Si algún freno tendrá la ofensiva reaccionaria del gobierno de Milei, está visto, no será en la arena institucional. La apuesta para que esto cambie será en las calles o no será.

8. Las marchas multitudinarias (24M, 8M) o un hipotético próximo Paro Nacional, suman, pero no van a generarle al gobierno la crisis necesaria
Empecemos por reafirmar lo obvio: es fundamental, para el proceso de acumulación de fuerzas del pueblo argentino, que las convocatorias multitudinarias en defensa de valores ampliamente sentidos por una mayoría social se sostengan y amplifiquen. La Universidad Pública, los Derechos Humanos, etc., son barreras de contención al fascismo. Ni hablar de la importancia de una gran movilización que pueda acompañar a un Paro Nacional. Sin embargo, esas jornadas padecen una característica que, en este contexto de confrontación abierta decidida por la ultraderecha en el poder, las vuelve en cierto punto estériles: son previsibles, focalizadas en alguna fecha, y es difícil pensar que puedan provocar algo más de lo que ya sabemos que van a dar. Por eso este gobierno las confronta ideológicamente pero las permite en las calles. Resisten el chubasco, dejan que pase. Y, hay que reconocerlo, les resulta una estrategia eficaz. Por eso, además de seguir construyendo esas masividades, será fundamental buscar lo disruptivo, buscar sorprender al enemigo por donde no lo espera, buscar golpear donde más le duela y donde se lo pueda hacer trastabillar. En ese sentido, el gobierno de Milei se siente más intranquilo ante una jornada como la del pasado miércoles en el Congreso que con las marchas prolijas y programadas, más allá de que valoremos, en cada caso, la necesaria masividad.
9. El gobierno no va a retroceder. Seguirán con la escalada de “confrontación total”
El disparo efectuado con intención de letalidad a la cabeza del compañero fotógrafo Pablo Grillo resume la posición oficial. Ya anunció la ministra Bullrich que el hecho no será investigado: apañar la violencia represiva aún ante hechos criminales es el modus operandi del protofascismo a cargo del Ejecutivo. En la cuenta de X que se le atribuye al monje negro del gobierno, Santiago Caputo, pudo leerse días atrás: “Attack. Attack. Attack. Never defend”. Esa seguirá siendo la estrategia ante la protesta social. El sentido común arroja algunas primeras orientaciones para la resistencia. Por un lado, habrá que extremar los cuidados. Ser conscientes del riesgo es el primer paso para evitar ser presa fácil de la violencia represiva. Por otro lado, resultará fundamental mantener la tensión en las luchas callejeras. La ultraderecha ya sabe que puede comprar a la dirigencia política necesaria, pero le sigue temiendo a la posibilidad de una rebelión social.

10. Preparar lo que vendrá
Desde el punto de vista del pueblo, todos los medios de lucha serán necesarios: la denuncia de violaciones a los derechos humanos; la organización de base en el tejido comunitario, estudiantil, barrial, cultural y sindical; también la lucha institucional, aunque no sea por allí por donde el quiebre se pueda lograr. Eso sí: todas las tácticas de acumulación dependerán, en este contexto, de la pulseada principal, que será la que el pueblo deberá protagonizar para decirles, otra vez y cada vez que sea necesario, BASTA, NUNCA MÁS. Para cuando llegue esa condición de posibilidad, será importante haber aprendido las lecciones que arrojan jornadas como las del 12M. Duele tanto cada golpe a un viejo, cada disparo a un joven, cada agresión recibida, que no tenemos derecho a no capitalizar la experiencia popular. Tenemos la obligación de que cada nueva jornada de lucha nos encuentre mejor parados, con más fuerza para echarlos a la mierda, como este pueblo sabe hacerlo. Como indefectiblemente lo hará, más temprano que tarde, una vez más.