ECONOMÍA

SSC is dead (segunda parte)

La curiosa trayectoria de una política surgida desde los movimientos de la economía popular pero que acabó naufragando entre errores propios y ajenos.

Por Tomás Astelarra Ilustración @fuskavisual

Justo en esa época en que recibí un Salario Social Complementario (SSC) por mi trabajo como comunicador popular (que además de ser muy mal pago me costó la expulsión de la feria donde ganaba mis dineros vendiendo libros autogestivos), un amigo dirigente de una importante organización social cordobesa me llamó para una consulta. Quería una especie de mapeo de medios comunitarios ligados a la economía popular.

El asunto era más o menos así: habían recibido mucho más SSC que la cantidad de militantes con los que contaba la organización. Que ya de por sí, no todes trabajaban en algún productivo o en tareas de cuidado (que si bien es productivo hay que aclararlo). Entonces les parecía que lo mejor era distribuir los SSC entre la compañerada que efectivamente estaba llevando adelante un emprendimiento de reciclado o una pequeña cooperativa textil o una incipiente fábrica de pollos o sostenía una olla popular o estaba dispuesta a encarar una tropilla de cuidado del barrio o una cooperativa de construcción (con algún subsidio de herramientas y aprovechando la sede del comedor popular). Aquellas propuestas que nos habían llevado de la protesta a la propuesta, de ser trabajadoras excluídas a trabajadoras de nuestra propia economía, la economía popular. Comenzaba a conformarse algo que llamaban Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP).

En asamblea, ante el consejo de sus dirigentes, las cumpas de aquella orga (una de las tantas del complejo mapa de organizaciones de la economía popular de la Argentina) habían decidido, generosamente, que los SSC que sobraran se iban a asignar a otras organizaciones o experiencias que cumplieran con el objetivo político de todas las organizaciones de la economía popular: soberanía alimentaria (pan), tierra, techo y trabajo. También se mencionaba la palabra paz (que vendría de la obtención de aquellas conquista). El lema parece que había surgido de una reunión con el papa Francisco en Paraguay o Bolivia. O algo así.

Las orga compañera, con un ansia de planificación a largo plazo, hasta incluso habían generado un sistema de prioridades (60% soberanía alimentaria, 30% productivos y 10% comunicación popular, o algo así).

Parece fácil

La primera dificultad fue convencer a mis compañeres anarquistes o zapatistes de recibir plata del Estado. Pero, por suerte, por esos días, me visitaba mi amigo dirigente y, a pesar de estar de vacaciones, se tomó un tiempo para tomarse unos mates con la banda y convencerles. En primer lugar describió todos los procesos que se venían haciendo desde las organización (más allá de su vocación sindical o política, ambas malas palabras pa la peña anarcozapatista).

Pero el momento clave fue cuando alguien le preguntó: ¿Y cual es la contraprestación? Y él respondió: “Seguir fortaleciendo el trabajo que vienen haciendo por el bien común. Después si quieren estamos armando una rama de medios de la CTEP”.

No fue difícil conectarnos con su organización y reflejar sus tareas e ideas en Córdoba capital en nuestro medio. Eran muy parecidas a las nuestras. Cuando fuimos a la reunión de la rama de medios de la CTEP nos dimos cuenta que eran básicamente nuestres compañeres de siempre, con los que nos cruzábamos en la calle o habíamos compartido coberturas. La CTEP, luego UTEP, dejó de ser una mala palabra, para transformarse en otro espacio de articulación con experiencias parecidas a la nuestra.

La segunda dificultad es que nos ofrecieron que cinco compañeres fueran parte de una lista a presentar al Ministerio de Desarrollo Social. La lista había que hacerla a los pedos (para ayer). Éramos doce en la radio. Por suerte no todes les compañeres cumplían la condiciones para el SSC. Por cosas tan simples como tener una casa o dos motos, o algún laburo mal pago de maestra. La contradicción entre “trabajo” en la economía popular y “precarización” comenzaba a arder a fuego lento.

Ahí ya se veía que la política no estaba diseñada para trabajadoras, sino para pobres. Muy pobres. Quizás por eso no importaba la diferencia entre trabajos convencionales o atípicos e invisibilizados como el reciclado, una olla popular o tareas de cuidado y género. Había dos condiciones: ser trabajador y ser pobre. La segunda terminó primando sobre la primera bajo el supuesto que los pobres no trabajan (que es igual al supuesto de que alimentar 200 familias una vez a la semana en una olla popular no solo no es trabajo, sino que ahora encima no existe y es apenas un foco más de corrupción de las organizaciones).

La tercera dificultad era que la decisión en asamblea de que esos 5 pagos de medio salario mínimo llamado Salario Social Complementario fueran colectivizados y, además, formaran parte de un Fondo de Inversión Común Humana Autogestiva (FICHA). Establecimos que había cinco items donde había que poner la FICHA: Articulación (viajes a reuniones y redes fuera del territorio), Formación (tanto interna como para la comunidad), Equipamiento, Comercio Justo (estábamos vendiendo yerba orgánica, miel, un CD compilado de bandas locales, un libro propio y otras cosillas como forma de sostener el emprendimiento). Por último: Apapachamiento (pagarnos la comida del plenario o comprar platos y cubiertos decentes para la casa okupa que nos alojaba).

¿Y la dificultad? Todo eso era ilegal. Podía verse como extorsión. Es lo que en términos vulgares se llama en las organizaciones sociales: bienversación de fondos. Parte del problema del Estado es que cuando te ayuda, te dice como ayudarte a vos mismo. Bajo el supuesto que los pobres somos giles porque no fuimos a la universidad. O que si fuimos a la universidad, en convivencia con los pobres, entendimos que la teoría difiere de la práctica. Y que la teorías y la práctica por fuera de la hegemonía de pensamiento capitalista patriarcal, no garpan. No solo las leyes no están hechas para los pobres, sino que la “Justicia” pone más esmero en encontrar nuestras ilegalidades que las de los grandes grupos empresarios o sus beneficiarios.

Precisamente yo, justamente, fui a la universidad. Pero como soy un universitario raro y alocado, que prefiere las calles y los viajes a comunidades (sin motivo más que de encuentro), a la oficina y los congresos internacionales, terminé de pobre. En ese cruce de caminos, además de recibir un SSC por mi trabajo en diversas áreas o proyectos de la economía popular, pude comprobar que las poetizas populares de diferentes lares (de Bolivia a Villa Libertador, de Santiago del Estero al Cauca colombiano) saben mucho más de economía que yo.

Movilización

El cuarto problema se presentó cuando fui a una marcha de la CTEP en la capital. Al terminar la marcha, mientras dialogaba con mi amigo dirigente, algunes cumpas nueves vinieron a preguntar donde estaba la lista de presentismo en la marcha. Mi amigo le aclaró: “Nosotros no manejamos lista de presentismo. Vos si querés venís porque es nuestro compromiso con la sociedad y las compañeras que están peor que nosotros. El SSC que te conseguimos fue con movilizaciones como esta. ¿O vos te crees que estos del gobierno son más generosos que el cheto que te tira la moneda pa la birra? Así que si vos venís y marchás quizás mañana le podamos conseguir un SSC a un compañero tuyo (el cumpa era carrero) o a alguien de otra cooperativa”.

Al terminar el brillante alegato, mi amigo se dio vuelta y terminando de sorber un mate, me dijo: “Igual somos demasiado idealistas. Las otras orgas reparten planes a diestra y siniestra y mira cuantos son. La última marcha eran la mitad, la próxima van a ser el doble. La otra ya dirigen la CTEP”. Dicho y hecho. El desarrollo no fue tan lineal, pero la consecuencia si.

Más allá de los esfuerzos en algunos territorios por hacer una asignación eficiente de los SSC, de priorizar a aquellas organizaciones que estuvieran desarrollando propuesta productivas y de cuidado, por arriba la CTEP (y luego la UTEP) se empezó a manejar en mesas chicas que repartían “planes” de acuerdo a su capacidad de movilización (y no de generar proyectos de economía popular). Esa torta se comenzó a repartir entre otras organizaciones que movilizaban y que no eran de la UTEP. Y que muchas veces no tenían un trabajo productivo en el territorio. No había pasado de la protesta a la propuesta como dicen las cumpas. No digo que las dos cosas no sean necesarias.

La conformación del sindicato de la economía popular por “ramas” de trabajo nunca se dio. Las orgas como siempre aparecen y desaparecen, se dividen en dos o en tres, porque están a favor o no de armar un partido político, porque algún dirigente se eterniza en el poder, porque una pareja (que eran los dirigentes) se pelea, por una denuncia de género con diversas miradas, por un represión o desalojo que dio mucho miedo, por que no hay un mango y hay que salir a rebuscársela solo (porque la verdá, purita verdá, empleo formal ya casi no hay).

Pero la UTEP sigue siendo un capital simbólico en el sentido de que el concepto “economía popular” todavía nos núclea. Nos permite tener una identidad conjunta. Exigir conjuntamente al gobierno. Y, en una de esas, generar una reflexión conjunta de porque falló la política del Salario Social Complementario que tanto esfuerzo nos tomó conseguir, desarrollar, y finalmente duelar.

Estigmatización

La política pública de los SSC comenzó a encontrar sus propias grietas en la negociación de una mezcla entre “producción” y “pobreza”, entre “protesta” y “propuesta”. Claro que lo urgente tapa lo importante. Y la precarización y crecimiento de la pobreza fue parte de las propias dinámicas de un Estado neoliberal que, más allá de su signo, siempre cree en una economía “por arriba”.

La “pobreza” y la justificada “protesta” le ganaran terreno a la “propuesta de producción”. La economía popular se encontró con un complejo atolladero donde algún empresario entendió más nuestra propuesta que muches compañeres progresistes que todavía creen en el “efecto derrame” de un pleno empleo industrial que hace rato no se da. “¿De que te sirven los derechos si al final del día no tenes pa lo básico?”, fue la reflexión de una compañera.

La propuesta de la economía popular comenzó a desvirtuarse desde las miradas “de arriba”, de estigmatización y lupa en errores comunes a todos los ámbitos de la sociedad, la política y la economía argentina (corrupción, abuso de poder, pragmatismo táctico, individualismo, moralismo progresista, divisiones internas…). Pero que en los sectores vulnerables pareció más terrible para dirigentes y comunicadores del campo popular. Esta mirada reforzó las prácticas y miradas “desde abajo”.

El colmo fue, en un país con altos índices de corrupción, evasión o fuga de capitales, subsidios millonarios a grandes empresas, la caída de los SSC a poetizas populares mediante el levantamiento del secreto fiscal o la utilización de la información de Aduana porque el pibe de alguna poetiza popular había comprado un jueguito en el celu o se les ocurrió viajar a Bolivia para despedir a la abuela. ¿Y si acaso viajaban para un encuentro de economía popular? Ser pobre y trabajador pasó a ser una contradicción en el discurso y los hechos. Incluso para una ministra dizque popular como Victoria Tolosa Paz. Cuando Cristina, por bardear al barba Pérsico, todavía encuadrado con el Tío Alberto, estigmatizó la economía popular en un discurso, comencé a intuir que muchas de las compañeras eran capaces incluso de votar a Milei. Porque una cosa es que te tiren una migaja y te invisibilicen. Otra distinta es que te forreen.

“Nuestra tarea fundamental en los movimientos sociales es que cuando hablamos de poder popular, hablamos de la construcción de organizaciones de base. Pero en los espacios de construcción electoral y de enunciación política, hay una representación de otros sectores. En Córdoba hay 70 diputados. No hay ni uno que viva en un barrio popular o sea pobre. Y hay 40% de pobreza”, aclaró Juan Grabois en la presentación de su libro Los Peores, como forma de lanzamiento de su campaña a presidente en Córdoba Capital. “Hay muy buenos compañeros que defienden los intereses de los más humildes, te dicen. No alcanza. Y cuando hay una diputada como la Nati Zaracho, la desprecian y hasta la meten en cana a pesar de los fueros. Una extraño especímen que es vaga y planera, pero labura desde los 9 años”, agregó. Poco antes, en la Universidad de Buenos Aires, les funcionaries de Patria Grande habían rendido cuentas de su tarea dentro del Plan de Buen Gobierno, que habían presentado al principio del gobierno de Alberto Fernández, como parte del Frente Todos. No alcanzó.

Precarización

“Es importante entender la persistencia del neoliberalismo aún en el ciclo de gobiernos progresistas y al interior de una pragmática vitalista presente en la economía popular que mixtura proyectos comunitarios y autogestivos con una racionalidad teñida por tecnologías, afectos y procedimientos que asume al cálculo como matriz subjetiva primordial, dando paso a una suerte de autoempresarialidad de masas”, aclara Mariano Pacheco en El Precariado en Acción (Siete hipótesis sobre la Economía Popular), dentro del libro Conversaciones sobre la Economía Popular. “Es entonces en esta tensión entre autoempresaliaridad y autogestión, entre emprendedorismo y proyectos colectivos/comunitarios, entre autonomía y obediencia, entre desposesión y autoafirmación creativa que proponemos leer las dinámicas de emergencia del Precariado en Acción”, agrega.

Daba orgullo y ternura ver a las poetizas populares de una incipiente cooperativa textil, un comedor o una huerta comunitaria de un barrio, pedirle a los dirigentes que den de baja un SSC (ya rebautizado Potenciar Trabajo) porque la vecina “no venía a trabajar”. Fueron las mismas organizaciones, a través de sus funcionaries en el gobierno, y sus unidades de gestión (los famosos “intermediarios”) los que le exigieron al Estado que los “planes” pudieran darse de baja. O que sus beneficiarias pudieran cambiar de organización en caso de no sentirse cómodas (entre otras cosas por abusos de poder, comisiones ilegales o cobrar sin trabajar).

Primo más, tanto en sectores progresistas como de la derecha, focalizarse en los casos de corrupción o mal uso del SSC. Como si, como dicen las cumpas zapatistas, no se tratara de “malos gobiernos”. Como si la casta empresaria fuera una conjunto de obedientes católicos cumpliendo el mandamiento de “no robar”, no evadir, no fugar capitales. O aquel liberal de “no recibirás dinero del Estado”.

http://www.lalunacongatillo.com/es-trabajo-senores/

La pandemia demostró, a través del IFE, que había 11 millones de personas sin un trabajo estable y en condiciones precarias de vida. Solo un millón recibían el SSC. Pero fue el ATP el que demostró que las empresas también podían recibir un refuerzo salarial para sus trabajadores (incluso en puestos gerenciales). “Con la Ley de Emergencia Social y el SSC, los movimientos sociales hicieron un planteo respecto a hacerse cargo de las condiciones de subsistencia en el marco de un mundo concentrado económicamente, pero a sabiendas de las tareas y el trabajo que desarrollan en los territorios actualmente. La cantidad de familias que está yendo a comedores se cuadruplicó y no casualmente, sino producto de una Argentina que está divida entre aquellos compatriotas que tienen un salario a fin de mes y quienes no. En el marco del aislamiento, muchas familias han tenido que recurrir a los comedores por primera vez”, explicaba también en Conversaciones sobre la Economía Popular, Carolina Brandariz, militante del Movimiento Evita y, en ese entonces, directora de Cuidados Integrales del ministerio de Desarrollo Social.

Del otro lado del mostrador existen cuatro empresas que concentran el 60% de las exportaciones de granos, que son el 70% del total de la cosecha del país. Y que además están ligadas a fondos buitres y grandes capitales financieros, inmobiliarios o extractivistas. Y al oligopolio de producción, distribución y venta de alimentos que, como dijo el presidente de la Ánonima, Federico Braun, en el Hotel Sheraton, asumieron una curiosa estrategia de precios frente a la pandemia: “remarcar todos los días”.

http://www.lalunacongatillo.com/el-dolar-no-se-come-2/

Según un informe del Mirador de Actualidad del Trabajo y la Economía (MATE), el dólar soja, que beneficio a estas grandes empresas agroexportadoras, significó un gasto para el Estado de 590 mil millones de pesos. Equivalente a más de cinco años de salarios más aguinaldo para los trabajadores registrados que se desempeñan en el sector agroindustrial sojero. O más del doble de lo recaudado por el impuesto a las grande fortunas. Impuesto que sirvió para financiar el gasoducto Nestor Kirchner, la compra de vacunas, el plan de regularización de barrios populares de la UTEP , el programa Progresar (de apoyo a estudiantes de bajos recursos) y el Repro II (que pagó la mitad de los sueldos de empresas en crisis). O dos años de SSC para el millón de trabajadoras que comenzó a ver como, bajo el ajuste impuesto por el FMI, el gobierno de Alberto Fernández ponía en marcha la motosierra, haciendo desaparecer este beneficio. A veces de formas justificada. La mayoría no.

Las cenizas de esperanza

De aquellos SSC que generosamente brindó la organización de mi amigo, muchos cayeron en la motosierra de Victoria Tolosa Paz o frente a absurdos trámites online de verificación para gente con celulares imposibles de acceder a sistemas informáticos poco eficientes y casi diseñados para fracasar. Otros SSC se fugaron a los bolsillos de cumpas clase media que, dejando la organización, decidieron usarlo como un subsidio más. Algunos se dieron de baja por indicación de algún dirigente. Otros se mantuvieron por piedad, vergüenza, o simplemente porque: “más vale billete en mano compañera que en manos de un Estado que financia sojeros”.

Mi amigo también dejó su organización, dejando la ciudad rumbo al campo, fundando un proyecto modelo que, en tierras recuperadas al Estado, en un espacio que fue centro clandestino de detención en el llamado “proceso de reorganización nacional”, siembra esperanza para unas 100 familias que desarrollan proyectos productivos en agricultura, ganadería, reciclado, educación, cuidado y hasta redes informáticas.

Una pequeña llama de esperanza en un país que se cae a pedazos, donde lo urgente vence a los importante, la protesta a la propuesta, y la exclusión a la producción. “El gran problema que tenemos es cómo se va delineando que libertad es igual a individualismo”, dice Verónica Gago, autora de La Razón Neoliberal, en el Diario.ar.