3 años sin Tehuel: sobre las consecuencias políticas en mi vida
Por Yunga
El 10 de junio del 2021, a 3 meses de la entrevista de trabajo de la que Tehuel nunca volvió, escribí un texto llamado ¿Y las feministas dónde están cuando falta un pibe trans? La frase surgió desde la Asamblea de Autoconvocades por la Aparición de Tehuel (Córdoba) en respuesta a las publicaciones de Ni Una Menos en las que surgían cientos de comentarios del tipo ¿Y LAS MUJERES?, como si denunciar la desaparición de un chico trans de alguna forma “invisibilizara” los femicidios. Por suerte (mejor dicho, gracias al esfuerzo de quienes pusimos el cuerpo a la visibilización del caso), hoy las agrupaciones feministas están prácticamente todas de acuerdo en que la desaparición Tehuel y el reclamo por los femicidios son parte de una misma lucha transfeminista.
Había, por supuesto, un grupo de feministas que ya en aquel entonces entendieron la interseccionalidad y decidieron salir a las calles junto a Autoconvocades: las de partidos de izquierda. Sin embargo, para cuando escribí la nota, también ellas habían dejado de ir a las marchas. Lo que pasó fue que cuando al mes de la desaparición nos organizamos (en plena cuarentena) para salir a las calles, al llegar al Patio Olmos tres mujeres de distintos partidos de izquierda primerearon el megáfono y nos gritaron sus cassettes en los que no se les caía un “él” o un “los” (nisiquiera un “les”) ni por casualidad. Como todavía estábamos en cuarentena, las únicas personas presentes éramos les autoconvocades, los partidos y la yuta, por lo que su griterío absurdo lanzado al aire nos resultó tremendamente violento.
Hoy, con el diario de ayer y gracias a un nuevo giro diplomático que hoy me lleva a intentar transmutar mi furia en ideas reformistas, quizás yo misma hubiera hecho la fila para hablar. Habría esperado a que las zurdas terminen sus cassettes, a que la travesti autoconvocada que habló después de ellas reclame justicia por el transfemicidio de Fabiola en Chaco (travesti que obviamente debería haber sido la primera en hablar) y a que un chico trans denuncie públicamente a su acosador, para recién entonces tomar el megáfono y decirles calmadamente a las feministas de izquierda presentes que me parecía una falta de respeto su accionar. Aquel abril del 2021, sin embargo, estaba en shock. Escuchando el griterío trosko me sentía enfurecer, pero no entendía por qué. Entonces, una travesti de Autoconvocades tomó la palabra y bardeó a las feministas por lo que habían hecho, sacándonos del trance y generando un ¡Qué bajen las banderas! de parte nuestra que ellas respondieron con un muy desafortunado ¡Callate varón! que terminó desentenciar la Grieta entre Autoconvocades y las feministas de izquierda.
Los siguientes seis o siete 11 de cada mes organizamos marchas a las que las feministas de los partidos no se sumaron. La verdad es que con el tiempo pienso que fue lo mejor. Si no tenían el deseo de construir políticamente con personas que no sólo no queríamos partidos en nuestras marchas, sino que buscábamos la muerte del Estado, me parece una sana decisión alejarse y dejar que les travestis anarquistas expresemos nuestra furia con fuegos e insultos dirigidos a la yuta y el Estado (nuestros principales asesinos). Más aún, en su favor he de decir también que las feministas de izquierda nunca dejaron de reclamar por la aparición de Tehuel, como todavía lo hacen al día de hoy (aunque a mi entender se haya vaciado un poco el discurso, reduciéndose su desaparición a la falta de un “cupo laboral trans”, como si todo el transodio de la sociedad se fuera a resolver con trabajo asalariado).
Autoconvocades por Tehuel era una asamblea con una mayoría anarquista. Teníamos reuniones sin celulares y nos preguntábamos con sinceridad de qué formas podríamos inducir una revuelta social como la chilena. No pedíamos “Justicia”, sino “Venganza”, pues habíamos aprendido de la Nación Mapuche que cuando un sistema es injusto, lo justo es no reconocerlo (así como sus instituciones no nos reconocen a nosotres). ¡El Estado es responsable!, decíamos, pero no creíamos que ningune presidente, por más “zurde” que sea, logrará desmantelar la estructura capitalista con la urgencia que amerita la situación del planeta. La única salida para nosotres era la autogestión, el abandono de las ciudades, la huerta y el apoyo mutuo.
Casi tres años han pasado y mi horizonte sigue siendo el mismo (ese que ahora, con unos libros más de historia encima, llamo Federación de Comunas, en honor a la Comuna de París), pero he dejado de creer que la violencia sea el camino más rápido hacia ese fin (aunque, irónicamente, a veces pareciera que la violencia es el cachetazo que nos saca del trance). O mejor: hoy he vuelto a creer en que todas las expresiones e ideas políticas son importantes para la construcción de una organización social realmente democrática. La furia anarquista, el manual marxista, el proselitismo peronista y hasta el conservadurismo de la UCR y el anarcocapitalismo libertario. Las expresiones políticas representan incomodidades y fallas en el sistema de representación que siempre merecen nuestra atención, incluso cuando una exigencia nos parezca “moralmente incorrecta”.
En esos años de furia deseaba la muerte de les transodiantes. Si me apuraban un poco incluso negociaba con la extinción de nuestra especie, con tal de evitar que siguiéramos torturando y extinguiendo a las demás. Hoy, un poco más calmada, he vuelto a querernos. Sí, es cierto que cada vez hay más desigualdad, cada vez más extractivismo, más tortura animal, menos salud mental, etcétera… y sin embargo, he aprendido: la historia no es lineal. Donde nace un proyecto IIRSA o un FMI, nace también una resistencia que recolecta aprendizajes del pasado, una nueva forma de construir redes (sexo)afectivas políticas, un movimiento antiespecista y un feminismo que se transforma en transfeminismo.
¿Cuál es la proporción óptima entre anarquismo, peronismo y marxismo que logrará llevarnos hacia una sociedad en la que no se maten o desaparezcan personas por su género? Imposible saberlo, pero de algo no tengo dudas: cuando se nos arrebata una persona su energía no desaparece, sino que transmuta y crece dentro de cada persona a la que esa injusticia le hierva la sangre. Así como les 30.400 nos impulsan a salir cada 24 de marzo a recordar que no estamos dispuestes a vivir una nueva dictadura militar, así también cada travesti desaparecide o asesinade nos recuerda que merecemos vivir sin que nuestro género determine nuestra esperanza de vida.