35 años de democracia en 8 películas
Por Lea Ross
1. La historia oficial (1985, Luis Puenzo). El retorno de la democracia, bajo el “alfonsinismo” como fuerza contenedora y pautadora de determinados principios morales, avanzaba de manera inquieta y con paciencia, esperando el avance del juicio contra los militares. La valorización de la familia, como núcleo de contención amorosa así como lo es el Estado con su pueblo, es el sable que impugna la democracia radical frente a los horrores del Proceso. Pero aun así, reconoce cierto resquemor a esas familias dolidas por lo ocurrido, pero que toman cierta distancia por los pañuelos blancos. De allí, que la primera película ganadora del Oscar transcurre desde la mirada de una docente ajena a la militancia y no desde la Abuela de Plaza de Mayo que busca a su nieta.
2. Después de la tormenta (1991, Tristán Bauer). Con la tibieza y la moralina que caracterizaba al alfonsinismo, lo político tuvo que recibir el aluvión de la caída del muro y la supresión de las ideas. El avance globalizante de un imperio arrasa con todo rastro de pertenencia territorial. A tal punto que hasta las propias familias, tan bregadas en los comienzos de la democracia, parecen quebrantarse. Con la llegada de los noventa, vendría un torbellino de películas en búsqueda de un lugar en el mundo. Quizás iniciada por la ópera prima de quien sería el diagramador de la expresión audiovisual del kirchnerismo, sin llegar a tener su identidad cinematográfica. Las dos geografías contrapuestas en toda población –campo y ciudad- se ven anuladas en sus diferencias al contenerse en una misma recesión económica.
3. Pizza, birra, faso (1998, Israel Adrián Caetano y Bruno Stagnaro). Mundo grúa, el primer largometraje de Pablo Trapero, sería la transición de esa incertidumbre de pérdida de contención familiar y territorial para pasar a un grito sagrado contra las imposturas del Estado. La obra de la dupla Caetano/Stagnaro tendría su máxima expresión, al crear el arquetipo del pibe choro. Los cuatro chicos no tienen papás ni mamás. La única mujer del quinteto Sandra, está embarazada, tiene un padre que le pega y aparece muy fugazmente en el filme. El Cordobés no siente la responsabilidad de ser padre. Y cuando lo decide, planea un atraco para luego exiliarse con Sandra a Uruguay. No hay generaciones distintas, por ende no hay tiempo transcurrido. La llegada de un descendiente quiebra esta continuidad conservadora. Y la negación de cualquier paternidad muestra su tragedia edípica.
4. La ciénaga (2001, Lucrecia Martel). Junto con Nueve reinas de Fabián Bielinsky, la ópera prima de Lucrecia Martel es el arpegio del quiebre total del país. Solo que quizás mostrando sus costados contrapuestos. Si la historia de dos estafadores ventilaba la patria decadente de los vaciadores de reservas en su obsesión fálica masculina, la familia que pasa el verano en Salta quiebra la centrifugación del puerto, una feminización de la búsqueda de una patria perdida, a tono con una crisis (económica, familiar) que trata de ser salteada mediante el contacto de los cuerpos, lejos de la especulación y las creencias divinas.
5. El hombre de al lado (2009, Mariano Cohn y Gastón Duprat). Luego de la crisis del campo de 2008, las dos principales fuerzas políticas comenzaron a moldear sus identidades. El enfrentamiento entre un aclamado joven arquitecto frente a un roñoso vecino cordobés va obrando el molde del macrismo como estilo artístico propio. Una subjetividad estética que quedará más notable en El ciudadano ilustre, quizás su película de mayor referencia, así como lo ha sido más explícito la exhibición de “danza” en el Teatro Colón durante el G20. Lo que queda de pueblo solo se permite permitiendo su completa destrucción de sí misma a la propia barbarie, dejándola ensangrentarse, antes que invada aún más la intimidad de uno, encerrada en su espacio cóncavo.
6. Francia (2010, Israel Adrián Caetano). En cuanto a la otra fuerza principal, mantiene una gran duda de por qué no se encuentra explícito en la ficción cinematográfica. Como si estuviera fuera de cuadro. Algunos ejemplos que se pueden hallar no son más que suposiciones sobre qué parte del kirchnerismo se ha podido intervenir en ciertas producciones. Esta otra película de Caetano con happy end enuncia la siempre esperanza peronista de poder vivir mejor. Mantener a pie y para adelante a una familia de clase media, ahogada por el achique económico. Dos cuadros de Perón y Freud serían los salva-guardianes que desde el despacho de alguien que colabora con la policía, entidad acaparada siempre por hombres, puede ser la clave para conseguir la prosperidad en una década que viene siendo ganada.
7. Por tu culpa (2010, Anahí Berneri). Julieta es una madre de dos chicos revoltosos que no logra convencerlos a dormir. De repente, los chicos reciben un fuerte golpe. No logramos visualizar el instante, ya que quedó fuera de cuadro. Desesperada, Julieta lleva a los chicos a una clínica. El personal médico comienza a sospechar de Julieta. Hasta completar la hora, Por tu culpa emula ser un cuento de princesas: la indefensa joven atrapada desde lo alto de una edificación del cual no logra salir. En un plano entero, vemos la llegada de su esposo, saliendo del ascensor para rescatarla. Pero el cuento llega a su fin y el giro narrativo se marca en el interior de un patrullero. En el diálogo, la voz masculina escupe una fuerte carga contra Julieta. Echar la culpa es una muestra de autoridad. Un preludio de lo que será la subida de la marea verde frente a esa violencia cuyas únicas víctimas solo eran sindicalizadas a los menores de edad.
8. Relatos salvajes (2014, Damián Szifrón). Su llegada fue en un momento de quiebre para el país. El relato salvaje de un balotaje a todo o nada muestra el costado poco racional del ser argentino. La voluntad de ir a cazar a un individuo-otro quizás sea una cúspide de hacia dónde ha llegado el costado autodestructivo del modelo de habitante de estas tierras, en un mundo global donde también la dirigencia de la peor casta también asciende a un voto. De los seis relatos salvajes, curiosamente es el último donde se consume una conciliación. Donde se cierra la grieta. Al igual que en la ciénaga de Martel, el cojer es el conocer a otro y darnos cuenta que acá estamos. El compartir en una democracia media falluta.