36avo Encuentro Plurinacional, Parte I: Furiló, Furiló
Despertar en la calma de la mañana, treinta minutos antes de que suene el despertador, anticipando un día importante en el Encuentro de Feministas en Argentina.
Por Yunga Fotos: @guadalupe.scotta y @mafitaespejo
Jueves, 7:45 a.m.
Me despierto media hora antes de que suene la alarma. Nos citaron a las 10 a.m. en la sede de Católicas por el Derecho a Decidir (que por suerte queda a pocas cuadras de mi casa) así que tengo casi dos horas para estar lista. Todavía no me he tomado el café y ya estoy dudando del vestuario que elegí para viajar. Es mi tercer Encuentro y, como se imaginarán, siendo travesti el tema de la ropa es para mí una gran preocupación. Por un lado, en cuanto más “femenino” sea mi vestuario, más leve será el escrutinio de las miradas que tienden a asumirme cis hasta que se demuestre lo contrario; por otro, odio sentir que tengo que ponerme vestidos o polleras para cumplir con una norma cis-sexista.
Para mi primer Encuentro (La Plata, 2019), al que fui sola y recientemente transicionada, me puse un vestido azul que si bien obviamente transmitía vibras travestis, me exponía tanto que la fuerza de las miradas juiciosas terminó asfixiándome. Para mi segundo Encuentro (San Luis, 2022), me puse un jean ancho que sólo uso cuando quiero pasar desaparecida y estuve todo el Encuentro junto a las chicas que participaron del taller de fútbol (muchas de las cuales eran amigas mías o conocían mi lucha para que la Liga Cordobesa permita jugar a mujeres trans) así que, una vez que me gané la aprobación del grupo, logré sentirme todo lo segura que no me había sentido en La Plata.
Tener que buscar la aprobación feminista por la forma de mi cuerpo me pone furiosa y activa mis mecanismos de rebeldía. Es decir, por supuesto lo entiendo, la nueva ola tiene pocos años y todavía hay varones hétero-cis que pretenden no sólo participar sino encima tener un rol protagónico (sacando fotos, por ejemplo), sin embargo los mecanismos de defensa generados por el movimiento no pueden reducirse a un conteo de pelos en la cara. No sólo por las personas trans, travestis y no binaries (y las personas cis que quieren transicionar pero todavía no se animan), sino porque existen también varones cis que han sufrido violencia patriarcal (¿o acaso les niñes abusades son siempre mujeres?), y quizás el Encuentro pueda ser un refugio en el cual aprender desde una posición de humildad. ¡Qué armen sus espacios!, podríamos decir, y sí, ojalá más pronto que tarde el Encuentro Latinoamericano de Varones Antipatriarcales tenga el nivel de organización que maneja el Encuentro feminista; pero más enriquecedor me parece generar los mecanismos necesarios para evitar que haya personas que acaparen el espacio como suelen hacerlo los varones cis (pero que, convengamos, también algunas porteñas chetas).
Movida por la rebeldía, el vestuario que elijo la noche anterior a viajar es un cancán negro y un puti-short que pretende demostrar que soy más trola que mujer.
Y sin embargo ahora, a una hora de viajar, me lleno de dudas. Provocar es para mí una cuestión política, pero muchas veces me agota. Si la provocación sale bien significa sentir que puedo ser querida por lo que soy. Pero si sale mal, podría pasarla muy mal las 24 horas que dura el viaje, como ya me pasó en La Plata.
Una parte de mí quiere creer que no va a haber biologicistas en el colectivo. De hecho, conozco a una de ellas y no sólo no es biologicista sino que participó como abogada en la lucha contra la Liga Cordobesa para que me dejaran jugar.
Más aún: la persona que me consiguió un lugar en el colectivo es María Teresa Bosio, la mismísima presidenta de Católicas por el Derecho a Decidir, así que se podría decir que estoy “bien recomendada”.
Y aún así, a las 8:45, cuando estoy segura de que no me queda un solo pelo visible en la cara (preocupación que normalmente no tengo) y tras muchos minutos frente al espejo intentando convencerme de que no estoy exponiendo mucho el cuerpo del delito (esto es: mi genitalidad), finalmente me acobardo y elijo un vestido tableado floreado que si no fuera porque ando sin corpiño y tengo tatuada la cara, me haría pasar por la cristiana un poquito burguesa que en el fondo también soy.
Jueves, 9:45 a.m.
Llego a la sede de CDD unos minutos antes de la hora citada y ya están ahí Meli (delegada de enfermería) y Nati (docente de artes). Falta todavía que llegue Nati (delegada de odontología) y Marce (docente de artes). Las cinco vamos en representación de Adiuc, gremio de docentes e investigadores universitarios. Yo no soy docente y mis investigaciones son ad honorem, pero trabajo en el área de género del gremio en tareas como la de, por ejemplo, coordinar el grupo y escribir esta crónica (aunque, por supuesto, hay en los ochenta que me pasan mucho de reparación histórica y confianza en mi ímpetu político).
El colectivo es cama y tiene una muy buena distancia entre asiento y asiento. Luego de una pequeña disputa por los sectores del colectivo en la que yo elijo no participar (y que me recuerda un poco a la disputa por los lugares en las marchas) quedan las CDD en la planta baja y en la mitad de adelante de la planta alta, mientras que Adiuc y las Mechas ocupamos la mitad del fondo. Las Mechas son una agrupación autoconvocada que se nuclea en Argüello y cuyo nombre homenajea a María Mercedes Gómez, militante secuestrada y desaparecida desde 1975.
La primera hora la paso conversando con Nati-bio. Es delegada de odontología porque trabaja en esa facultad, pero es bióloga. Le cuento que me encanta la biología, que el año pasado interesada en los estudios hormonales terminé imprimiendo un enorme libro de microbiología que leí poco y nada, que me encantaría cursarla alguna vez. Mi comentario da pie a que Nati me cuente que hace unos meses condenaron a ocho años de cárcel al profesor de microbiología de la facultad de odontología. Al parecer, con la alianza de la decana (veintidos meses de cárcel) para aprobar Microbiología había que pagar una cuota en una academia privada que entregaba las respuestas.
Las siguientes tres horas las paso leyendo Gobernar la Utopía (Caja Negra, 2022) y escribiendo la crónica del San Lorenzo–Independiente que vi en el predio del Nuevo Gasómetro el lunes pasado, durante un viaje a Buenos Aires del que no he tenido tiempo de descansar.
Jueves, 2 p.m.
Primera parada de un total de tres. Una hora para almorzar en Río Cuarto. Hay varios barcitos de esos que a veces llamamos “paradores”, uno al lado del otro hasta llegar a la estación de servicio en la que se arma una larga fila para el baño. Las opciones son tantas y nos conocemos tan poco que las chicas se dispersan y termino comiendo el arroz que me traje en una escalerita frente al colectivo. Por un momento me invade la tristeza. ¿Así va a ser? ¿Otra vez me la voy a pasar sintiéndome una paria? Pero entonces aparece Nati-bio y Meli y se sientan a comer conmigo. Fin del momento trágico.
Todavía estamos sentadas cuando se acerca una chica de nuestro colectivo y me pregunta si soy Yunga. Mariela es amiga de la capitana de Juniors que motorizó la conquista que me permitió jugar la primera mitad del torneo de la Liga Cordobesa. Conoce el caso porque Pau enviaba las noticias al grupo de Futbolas, equipo en el que ambas juegan. Saber que tengo otra aliada a bordo me hace sentir mucho más segura. Meli agita foto y nos sacamos una. Un tipo vestido con una remera y una gorra de Coca Cola se levanta de la mesa en la que está sentado junto a otros varones y dice otra, otra, pretendiendo sumarse a la foto. Las chicas no parecen entender la situación pero yo, que rápidamente imagino mi foto siendo enviada con sorna a un grupo de Whatsapp, le digo que no gracias. Para evitar problemas le sonrío y le levanto los pulgares como diciendo “te voy a otorgar el beneficio de la duda, pero rajá”.
Jueves, 4 p.m.
Tengo bastante sueño pero sufro la maldición de no poder evitar ver las películas en los colectivos, así que me engancho con una película sobre una estoniana que viaja a París a cuidar a una estoniana millonaria que sufre una fuerte depresión. La verdad es que no me gusta mucho, pero la veo hasta el final.
Cuando termina la peli se genera una charla con Ester de las Mechas, que va sentada detrás de Meli y al lado de Nati-bio y yo (Nati-arte y Marce van en los dos asientos de adelante). Ester nos cuenta que la agrupación tiene siete años. Que hacen reuniones semanales y que trabajan en comedores. Por un momento siento que cuando habla no me mira y me invade el miedo a que no esté cómoda con mi presencia; pero entonces, tras una pausa, pone su mano en mi brazo y me dice que mis rulitos le hacen pensar mucho en Laura Moyano, travesti asesinada por la policía en julio de 2015 en una esquina de Villa Allende (al norte de Argüello) en la que solía ejercer trabajo sexual. Qué lindo sería que Laura pudiera estar acá viajando con nosotras, me dice y se le humedecen los ojos. Por un momento siento con fuerza la sensación de que en el cuerpo travesti habitan también los cuerpos de todas las travestis, travas y transexuales a las que le han arrebatado el suyo.
El caso de Laura, como tantos otros, no está siendo investigado por el Poder Judicial, aún cuando se sabe (por una marca de borcego en la cara de Laura) que fue la policía. Les familiares de Laura reciben amenazas cada vez que alguien sale a reclamar justicia. Un mural, hecho por las Mechas en la esquina en la que Laura fue asesinada, duró una hora antes de que fuera borrado por la policía.
Después, hablando sobre la impunidad policial, Ester nos cuenta sobre David Moreno, niño de 13 años asesinado también por la policía en Villa 9 de Julio (también al norte de Argüello) durante los saqueos del 2001. Su asesino, el policía Hugo Cánovas Badra, fue condenado a 12 años y ocho meses de cárcel en 2017. Recién en enero del año pasado, a 20 años del asesinato, la sentencia queda firme y Cánovas cae preso. La familia de David recibe amenazas constantemente.
Investigando más tarde leeré en la Izquierda Diario que la hermana de Laura cuenta que “Laura fue y buscó a la mamá de David y le dijo quiénes eran las personas que estaban en ese momento cuando dispararon al joven”, siendo entonces una testigo clave para la sentencia de Cánovas. Teniendo en cuenta ese dato, no es ninguna sorpresa entonces que hayan sido esos mismos policías quienes se encargaron de matarla (recordemos que en 2015 Cánovas todavía no había sido sentenciado).
Luego la conversación deriva en la dificultad para transformar la institución policial, ya que cualquier intento de generar “policías buenxs” queda impedido por la violencia con la que la institución expulsa a quienes quieren cambiar las cosas. Ester nos cuenta cómo la hija de una amiga, a punto de recibirse de policía, recibió tal nivel de maltrato que terminó abandonando.
Tengo algunas opiniones acerca de la necesidad de acelerar el proceso por el cual la policía provincial está siendo reemplazada por policías municipales, pero la verdad que todavía no me siento tan en confianza como para compartirlas, así que elijo callar.
Jueves, 7 p.m.
En una de mis muchas idas al baño (me sorprende lo poco que van las otras chicas y eso activa en mí un mecanismo paranoico que me hace pensar que quizás hay un pacto tácito de aguantar hasta las paradas), me quedo a charlar con Juli, la abogada amiga que mencioné antes. Hace tres meses que ya no entreno con Juniors (el equipo con el que tuve mi soñado “debut en primera”), así que le cuento un poco las razones por las que tuve que poner nuestra conquista en pausa. Le cuento mi fantasía para el año que viene: rearmar el femenino de Huracán. Diezmado primero por el cupo de edad saboteador y gerontoodiante impuesto por la Liga Cordobesa, y finalmente desarmado a fines del año pasado, cuando el equipo descendió a la B. Mi plan, le cuento, es buscar jugadorxs que tengan ganas de armar un equipo horizontal en el que se priorice la distribución equitativa del tiempo de juego y las emocionalidades, mucho antes que la competitividad. Nuestros triunfos serán colectivos, o no serán. Mariela, la Futbola que juega amateur con la capitana de Juniors y algunas ex-jugadoras de Juniors que fueron expulsadas por el límite de edad, se suma a la conversación y me cuenta sobre una directora técnica que es además psicóloga, a quien podría interesarle el proyecto de un Huracán horizontal. Nada me gusta más en el mundo que participar del armado de redes afectivas politizadas.
Jueves, 8 p.m.
Segunda parada, en algún lugar de la larga Pampa. No encuentro nada vegano en la estación de servicio. Todavía me queda un poco de arroz pero en Google Maps encuentro un carrito que a 300 metros vende papas y cerveza. Nati-arte y Marce tienen unos sanguches veganos que compraron en la parada anterior (Marce también es vegana). Me comparten una mitad y después de comerlos vamos, junto a Meli, hasta el carrito y compramos una porción doble de papas y dos latitas de Schneider. La lata me relaja bastante y por primera vez desde que salí me siento lo suficientemente cómoda como para hacer chistes y reírme mucho. Nati-bio quedó en la estación de servicio, pero como no podemos entrar con cosas de afuera nos sentamos en unos banquitos de cemento junto al colectivo. Por momentos me preocupa que haya quedado sola, pero trato de auto-convencerme de que no debo ser una coordinadora sobreprotectora.
Jueves, 9 p.m.
Otra película. Esta trata sobre una negra norteamericana jefa de una empresa de software que maltrata a todo el mundo. Una especie de El Diablo Viste a la Moda pero con una protagonista aún más perversa y rica. Es francamente malísima (la peli), pero lo más grave no es eso, sino que el doblaje es tan casero que sólo hay voces, sin sonido ambiente. Se parece un poco a esos vídeos como los del desagradable ese del Bananero. La única escena que me hace reír es cuando aparece el jefe de la negra y es un niñato blanco que dice haber empezado desde abajo, recibiendo 5 millones de su padre y viéndose obligado a tener que pedirle otros 5 a sus abuelos para fundar la empresa.
Por suerte a los 20 minutos la sacan y ponen otra, argentina y muy vieja. En la película todes se gritan con violencia y me ponen los nervios de punta. Reconozco a Gasalla, que hace de una madre senil. Recién cuando una de las actrices dice “yo hago ravioles, ella hace ravioles” me doy cuenta de que es una película famosa y la googleo: Esperando la Carroza.
Disfruto mucho la construcción teatral de los planos (cómo se trasladan todes juntes y después se reparten coreográficamente por el espacio) y que el tema del cuidado sea el eje central. El griterío y la violencia me agobia, pero creo entender por qué se dice que tiene mucho del “ADN” argentino. Mi escena favorita es esa famosa en la que el cheto muestra toda su miseria comiéndose una de las empanadas de su hermana frente a su otro hermano mientras finge sentir pena por ella. Curiosamente, el personaje con el que más me siento representada es con el pelotudo del famoso “miralo al pelotudo”. Hasta el mismo pelo tenemos. Misteriosos son los caminos del Señor.
Jueves, 11 p.m.
Cuando termina la película me siento un poco trastornada. Como si hubiera visto una peli de Tarantino donde la sangre que brota es más bien psicológica. Camino al baño descubro que casi todo el colectivo duerme. ¿Cómo hicieron para pegar un ojo con toda esa gente gritando en la tele? Impaktada.
Estoy re cansada, pero aprovecho ese momento de relativa soledad para ponerme los auriculares y escribir (a la luz de Esperando la Carroza 2) una primera versión del texto que aquí les comparto.
Pingback: Más locuras que pánicos - Radio Panamericana