5 críticas para la construcción de un comunismo posible
Por Yunga
En los últimos meses he vuelto a interesarme por los partidos de la izquierda. Harta del vaivén peronismo-neoliberalismo y frustrada con la invisibilización de las acciones anarquistas, me acerqué al Movimiento Socialista de los Trabajadores con la intención de buscar alianzas que se animen a pensar transformaciones revolucionarias.
Fue sobretodo la lectura de Gobernar la Utopía (Caja Negra, 2021) la que me devolvió las esperanzas fantasiosas con las que alguna vez elegí las boletas rojas. Como siempre que me intereso por un tema del que sé poco y nada, empecé por un camino relativamente fácil y ameno: Karl Marx. Ilusión y grandeza, una biografía.
Estas cinco críticas son diferencias que fui encontrando entre el comunismo con el que sueño y el comunismo promovido tanto por Marx, como por los partidos de izquierda dos siglos después.
1. La escala
Este punto es en realidad transversal a las cinco críticas que voy a hacer.
Por supuesto que sueño con una latinoamérica comunista, pero hay demasiadas evidencias históricas como para demostrar que cuando un proyecto político alcanza una escala del orden de millones de personas, los objetivos se transforman. Y hay a mi entender una explicación muy sencilla para ese fenómeno: la tercerización. Así como el capitalismo permite que una diseñadora en París pueda hacerse rica con la explotación de mujeres en India que nunca en su vida conoció ni conocerá, así también la tercerización política genera una distancia entre el gobierno y les gobernades.
La forma más rápida que yo veo para solucionar este problema es reducir la organización territorial a comunas de no más de 100.000 habitantes. En un mundo comunista podría haber comunas que vendan productos y lo revendan mucho más caros, pero en ese caso la decisión de vender o comprar involucrará directamente a la mayoría de la población (o a lo sumo, en segundo grado: conoceremos a alguien que está directamente involucrade). Comparemos esa situación con la actual, donde muy poques conocemos a alguien siembre, venda o negocie internacionalmente con la soja.
Cambiar la escala de la autogestión no significa aislarse. En el mundo comunista con el que sueño abundarían las fiestas inter-comunales. Eso sí, por el amor de Dios que en esas fiestas dejen de ser las comunidades marrones y negras las que limpien el baño.
2. La utopía
Cuando pensamos en un mundo comunista, difícilmente visualizamos el paraíso de drogas y placeres festivos con el que sueño yo. De hecho, nuestro imaginario expresa todo lo contrario: ciudades grises y silenciosas con gente vestida de trajes soviéticos. Y es que cuando pensamos en la “igualdad social” (concepto muy pobre que retomaré en el punto 4), tendemos a asociarlo a una pérdida de libertades. Al asumir la responsabilidad por el bienestar de un grupo grande de personas, pareciera multiplicarse la cantidad de esfuerzo que será necesario hacer.
Así como no convenceremos a los varones de la importancia del feminismo ofreciéndoles tareas de cuidado y pérdidas de privilegios, así tampoco logrará nunca la izquierda convencernos de una revolución que tenga como meta final trabajar 8 horas diarias para mantener un Dios-Estado que (esta vez sí) repartirá todo equitativamente. Es necesario construir utopías que se adapten a los deseos, sin imponer una moral única. Es decir, en lugar de seguir intentando consensuar un Estado que refleje las necesidades de millones de personas, imaginar en cambio una plurinación compuesta por mil comunas autónomas, cada una con su forma de organización, espiritualidad y moral.
Nada me parece más utópico que un mundo en el que un viaje de quinientos kilómetros pueda conocer cien culturas distintas, todas construidas colectivamente y con la certeza de que su tiempo, energía y trabajo va directamente hacia sus seres querides, y no al bolsillo del bisnieto de un amigo de Julio Roca.
3. La propiedad privada
Esta es la más importante de las cárceles metafísicas en las que a mi entender se encuentran hoy los movimientos socialistas. ¿Qué es una propiedad privada? ¿Qué implicaría su “abolición”? ¿Significa que mi celular va a ser ahora comunitario? ¿Mi pc, mis auriculares, mis libros, mi cepillo de dientes, mi dildo… todo colectivo? Por supuesto, imaginamos que no. Que cuando la izquierda habla de abolir la propiedad privada, apunta a evitar la acaparación de la tierra, las máquinas, edificios, puertos, aviones, fábricas y todo eso que normalmente llamamos “el Capital”.
“Se hacen los anticapitalistas pero usan teléfonos celulares” dicen sin embargo muchas personas cuando critican a la izquierda, asociando tecnología y capitalismo. Más allá de la chicana, siempre me parece muy valioso intentar encontrar el malestar que expresa este tipo de frases. Y es que: ¿Cómo ponemos el límite entre qué privaciones de la libertad abolimos y cuáles no?
La palabra clave aquí es límite. Hoy los filósofos marxistas ya no hablan de abolir la propiedad privada, sino de poner un límite al consumo. Abolir la acumulación del capital no implica interrumpir la producción ni la venta de tecnología, sino limitar cuánto provecho puede sacar una persona de su venta.
4. La “desigualdad”
Supongamos un mundo comunista en el que una de las comunas se especializa en tomates, drogas y videojuegos, de tal forma que, además de trabajar en la siembra y cosecha de su comida, produce también productos que intercambia por beneficios materiales; mientras que, la comuna vecina, prefiere no trabajar más allá de lo esencial para su supervivencia, usando el resto de su día para dormir, ver tele, cocinar o coger… ¿Con qué criterio decimos que una de esas comunas está equivocada?
“Eliminar la desigualdad” es una expresión muy poco atractiva. La diversidad esdesigual por definición. Si alguien quiere poner un esfuerzo sobrehumano por acumular bienes materiales, me parece válido. El problema del capitalismo no es el deseo de producir, ni siquiera de acumular, sino la falta de moral de las sociedades, que permiten que ese deseo se satisfaga a costa de la explotación de seres que, si pudieran elegir, elegirían no tener que regalarles su vida.
Otro ejemplo: una comuna está compuesta por mil putas con muchas ganas de trabajar. Visitantes de comunas lejanas recorren enormes distancias para conocer este paraíso puteril, dejando grandes tributos a cambio de placeres. Les visitantes eligieron trabajar no sólo en la obtención de su comida, sino un 50% más, pensando en las putas. ¿Cómo establecer un límite para cuánto más que las otras comunas podrían tributar las putas?
No creo que haya una respuesta general a esta pregunta. Intentar encontrar leyes y máximas que pretendan abarcar la complejidad de las interacciones humanas es un poco absurdo. Las sociedades son y serán siempre desiguales, ese no tiene por qué ser un problema. Lo importante es cómo nos organizamos para cuidar nuestro ecosistema. Y de nuevo, la escala: una vez que hemos limitado la cantidad de territorio que una comuna pudiera llegar a explotar, hacemos mucho más sencilla la intervención, para aquellos casos en los que descubriésemos una explotación abusiva.
5. El paternalismo
“Hay que dejar de hablar sobre la pobreza y empezar a discutir sobre cómo repartimos la plata” dijo una trabajadora de un comedor comunitario de La Poderosa en un encuentro de agrupaciones feministas en la UNC y su frase resume perfectamente esta última crítica que busco hacer.
Cuando el peronismo, la izquierda y (en menor medida) el liberalismo tratan el tema de la enorme dificultad de la mitad de la población para acceder a una alimentación sana, siempre se piensa a estas personas como pobres almas que necesitan ser alimentadas. Reduciendo a “les pobres” a una posición de necesidad no sólo se invisibiliza que la mayor cantidad de la fuerza de trabajo la hacen elles, sino que se asume que necesitan Héroes Salvadores que intercedan por elles y les repartan lo que se merecen. Eso sí, la plata tiene que pasar siempre primero por las manos de los Héroes, que con su Moral Superior determinarán quién merece qué y cuánto.
En el comunismo que imagino hay por supuesto lugar para heroínes, pero serán heroínes comunitaries, a quienes podremos ir a pegarles un sopla-nuca si consideramos que sus decisiones están perjudicando a la comuna.