COLABORACIONES

Breve alegato de lo obvio contra los miserables

Un testimonio en primera persona, desde alguna región serrana cordobesa, donde la política tradicional impugna la candidatura de expresiones locales.

Por Sergio Job

Es Domingo por la tarde. Hace un rato estábamos en el pueblo, rodeado de muchísimas personas, muchas que conocemos, que son vecinas, conocidos, compañeras, amigas: es la localía de la Liga Calamuchitana de fútbol. El sol brillaba en lo alto, mientras a la sombra de un algarrobo mi hijo dormía en mis brazos luego de haber estado colgado del alambrado viendo los partidos y chivateado de lo lindo. Un rato después, nos vinimos a caminar río arriba. Estamos solos los tres, no hay nadie en ¿2 kilómetros a la redonda? Quizás. Es 14 de mayo pero, cambio climático mediante, aún podemos meternos al agua. Mer nada río abajo, río arriba, río abajo, río arriba. Juan y yo somos más precavidos y miramos sentados en las piedras con agua hasta las rodillas.

Ahora estoy sentado en una gigante piedra gris a la orilla del Río Los Molinos. A unos metros está Mer con nuestro hijo. Respiro hondo. Fue una semana terrible. Muchísimo trabajo, militancia, tareas de cuido, la-vida-misma. Pero entre todo, tuvimos que renegar mucho porque el miedo los pudo, y los candidatos y apoderados legales de los partidos que van a elecciones, pensaron que era una genial idea argumentar (falsamente) que nosotros no residíamos en Los Molinos.

Nosotros que hace 7 años vivimos acá (mismo tiempo en que tenemos el cambio de domicilio realizado); nosotros que conocemos este río como pocos, cada vuelta y recoveco, cada piedra y piletón, cada cueva de las laderas que lo rodean; nosotros que hemos andado cada camino, sendero, huella; que sabemos qué aroma y color va a tener el monte a cada momento del año; que hemos estudiado su historia, y la de muchos de sus habitantes; nosotros que sabemos de los sueños, dolores y silencios de muchos de nuestros vecinos y vecinas porque hemos anudado nuestras vidas a esta tierra santa y sus gentes; nosotros que hemos tenido un hijo en esta tierra que hemos elegido para vivir, soñar, luchar, cuidar; bueno, nosotros, según los esbirros candidatos de los partidos tradicionales: no residimos acá.

Y resulta tan absurdo tener que demostrar lo obvio y es tan poderosa la maquinaria de la mentira y la difamación oficial, que de repente me encontré explicándole a gente que veo diariamente que nosotros sí vivimos acá. Es increíble, pero recurriendo a tergiversaciones y artilugios maliciosos y falaces de una legalidad usada para la trampa: que si el ejido está 100 metros más allá o más acá (en un pueblo históricamente rural), que si está más cerca de acá o de allá, que si residir significa todo lo que hacés en la vida, o dónde están los ladrillos de una casa dónde vivís momentáneamente.

En fin, discusiones absurdas, alejadas incluso del espíritu de la ley, la intención del legislador, la jurisprudencia, la doctrina y el sentido común más básico, ley que busca que no venga alguien que no tiene relación con un pueblo “X”, se presente para ser autoridad sin tener nada que ver con él, pero… decí que hasta los mapas oficiales nos daban la razón y que teníamos dos toneladas de prueba documental que acreditaba que vivimos donde vivimos, que somos una realidad tangible, que no somos hologramas o proyecciones de una inteligencia artificial avanzada que nos hace vivir en un lugar distinto al que vivimos. Decí.

La cosa es que esta semana, entre otras cosas, fue terrible, porque tuve que responder en tiempo record una impugnación absurda, para demostrar que nosotros somos nosotros y vivimos donde vivimos. Y entre otras cosas, tuve que acompañar la libreta de vacunación de Juan, sellada y firmada por el enfermero del Dispensario Los Molinos, quien cada dos meses el último año, nos ve para vacunar al nuevo molinense, pero quien desde que es candidato a jefe comunal por el oficialismo parece haber sufrido amnesia y no saber que vivimos acá. Mucha mala leche, mucho cinismo, mucho miedo. Los cambios dan miedo. Madurar da miedo. Puedo entender, no justificar, mucho menos callar tremenda bajeza.

El viernes mientras manejaba los 16 kilómetros que nos separan de San Agustín, dónde debía presentar la oposición a la impugnación, pensé la ironía que la única lista elegida democráticamente, en asamblea, a mano alzada, entre risas y aplausos, en la plaza del pueblo, frente a la iglesia y al lado de la escuela (no en oscuros despachos), sin ningún condicionamiento, entre un montón de compañeros y vecinas, lista que recién se elige luego de haber entre todos armado las propuestas y haber salido a militarlas casa por casa sin saber quiénes serían los candidatos que las encarnarían (candidatas), es decir, la única lista real y profundamente democrática en la historia electoral de Los Molinos, justo esa lista, es la que impugnan los esbirros guardianes del statu quo, la desigualdad y la desidia. No es casualidad. Cuando decimos que la democracia está en riesgo, no es sólo una frase. Cuando decimos que tienen miedo al protagonismo popular, tampoco.

Y mientras caminaba hoy río abajo trataba de recordar un párrafo de John Berger, trataba de recordar de qué libro, estaba casi seguro: “Con la Esperanza entre los dientes”, trataba de recordar de qué texto: “¿Dónde estamos?”. ¿Coincidencias? No. No son coincidencias. Y encontré el párrafo: “Debemos rechazar el nuevo discurso de la tiranía. Sus términos son una mierda. En sus peroratas, anuncios, amenazas y conferencias de prensa interminablemente repetitivos, los términos recurrentes son: Democracia, Justicia, Derechos Humanos, Terrorismo. En el contexto, cada una de estas palabras significa lo opuesto de lo que alguna vez se buscó que significaran”. Gracias mi admiradísimo John, y súmale residencia.