Una enfermedad llamada hombre
En medio de una crisis global civilizatoria sin precedentes surgen algunas soluciones como la permacultura, una técnica creada por un par de australianos a fines de los setentas en espera de apocalipsis o pachakuti. La historia y pensamiento de Gustavo Ramírez, uno de los fundadores de este movimiento en Argentina.
“Vivimos en un tiempo en que el ser humano vive sin razón de ser”
Pappo, El hombre suburbano
Aquella vez conocí a Gustavo Ramírez, la ecoaldea Gaia, la quinua bonaerense y el concepto de permacultura. Todo al mismo tiempo. El dato me lo pasó mi hermano Joaco Espinacas, arquitecto y chef vegano. Tenía un amigo que los ayudaba con la parte de informática y redes. La excusa fue una entrevista para la revista Hecho en Buenos Aires (HBA). Montamos en un auto prestado con mate y galletas de avena y rumbeamos pa Navarro, provincia de Buenos Aires. Era el año 2005. Lo recuerdo porque cuando paramos a mear y preguntar bien el acceso correspondiente para la ecoaldea, el tipo de la tienda nos recordó, cual guía turística, que en esa esquina del mundo lo habían atropellado hacía poco más de un mes a Pappo, sincrónico autor del “Hombre Suburbano”.
La estampa era digna de la Utopía de Tomás Moro, la isla de Pala de Aldous Huxley, o cualquier otro buen relato de ciencia ficción jipi. El otoño le daba más romanticismo a la escena, pero no había forma de no asombrarse paseando por aquellas huertas y arboledas repletas de frutos, descampados de una geografía pampeana clásica que se poblaban de construcciones de adobe con modernos sistema de calefacción y cocina, sillones térmicos construidos en base a técnicas de yoga, energía eólica, abundantes comidas y una erudita charla sobre los devenires de lo que, años después, Raúl Zibechi bautizaría como “crisis civilizatoria” (apocalípsis o pachakuti que hoy deviene presente en tiempo de coronavirus, quiebra de la industria petrolera, traspaso de la hegemonía del dólar a las criptomonedas chinas y devastación amazónica en masacres humanas y naturales, entre otras pandemias).
“La permacultura propone vivir muy bien en la abundancia, pero sin generar desperdicio. Hay gente que hace sus meditaciones, dicen vivir en armonía con la naturaleza, y después ponen su basura en la bolsita. Para vivir en armonía con la naturaleza hay que hacerse cargo de sus propias necesidades y manejar correctamente la energía y los desperdicios. Si cada uno que tiene sed va a excretar una botella de agua plástica, a donde vamos a parar. Lo que tenemos que hacer es nuestro purificador de agua con plantas acuáticas. Que además una vez que tomaste esa agua no hay agua que te guste. Ni el agua mineral. Igual con los desperdicios. Cuando digo que pueden tener un compost hasta debajo de la cama, me escuchan con una música de fondo que dice: cuánto laburo será eso. Y no cuentan cuánto laburo es tener que vestirse todas las noches para ir a sacar la basura”, me explicaba en aquel entonces Gustavo, mientras me mostraba formas económicas de hacer un regador automático o un calefón solar. O como detectar las plantas “enemistadas”. O la virtud de la quinua bonaerense (que deja la tierra blandita y lista para cultivar) o el rábano rusticano (que le encanta a las langostas y entonces no joden en el resto de la huerta). “A la larga no se poda, no se siembra nada. En vez de utilizar veneno como en la huerta clásica, o repelentes caseros, como en las huertas orgánicas, se hace un pacto con los bichos. Trabajamos con la naturaleza, no contra ella”, explicaba.
“Todo esto da mucho trabajo, y nosotros somos claros en eso. No es un cuento light: poner un tomatito, hacer la casita, la familia Ingalls ya no va en estos tiempos. Pero cualquiera lo pueda hacer, cualquiera que esté dispuesto a poner toda su energía, todo su amor, toda su vida. Y cuando haces eso, el universo conspira, porque el planeta es el primer interesado. La gente piensa que uno con esto va a perder calidad de vida, y es al revés. Solo que ya no estás en una postura pasiva de consumir el confort de afuera. La propuesta de la permacultura es convertirte en un productor activo y consciente en todo sentido: recursos, energía, alimentos, ideas, sumarte a la abundancia de la naturaleza, que es pura riqueza, puro milagro. Cuando la gente viene acá y ve las construcciones, la vida simple pero digna y feliz que vivimos, piensa que puede haber algo distinto. Tampoco son herramientas complicadas ni complejas. Es solo dar un paso consciente de empoderamiento solucionando el problema sin sentarse a esperar que el gobierno o las corporaciones lo hagan”, opinaba Silvia, la pareja en ese entonces de Gustavo.
Hacía casi diez años (1996) que habían llegado juntos con un carpa y un par de utópicos amigues a ese predio de 20 has que había pertenecido a una fábrica de lácteos. Lo habían comprado a través de la Asociación Civil Gaia, que habían fundado pasada la dictadura militar argentina para intentar buscar soluciones al colapso mundial vaticinado ya en los setentas por el Club de Roma o James Lovelock. En ese camino descubrieron la técnica de la permacultura, que, según las propias palabras de Bill Mollison (creador del concepto junto a David Holmgrem), es: “la filosofía de trabajar con, y no en contra de la naturaleza; de observación prolongada y reflexiva, en lugar de labores prolongadas e inconscientes; de entender a las plantas y los animales en todas sus funciones, en lugar de tratar a las áreas como sistemas monoproductivos”.
“Llegamos una mañana de puro sol con un aire fresco. En nuestro auto Silvia y yo traíamos alimentos para muchos días, algunas herramientas y un poco de ropa. El lugar nos recibió con sus construcciones abandonadas desde hacía 30 años y luego ocupadas por diferentes familias. Todo estaba en estado indescriptible y los rastros de los ocupantes quedaron registrados por basura de décadas y el saqueo de los edificios, donde, por ejemplo, se habían arrancado las ventanas de las paredes. Pero nuestro entusiasmo era desbordante, cada lugar que veíamos nos deslumbraba, porque, más allá del abandono, el territorio nos mostraba todo el potencial que tenía escondido para llevar adelante otra forma de vida”, recuerda Gustavo. Mientras dormían en carpa aguantando las heladas, se arreglaron para recuperar el edificio de la ex-fábrica, habilitar el tanque de agua, sembrar las primeras huertas, montar un molino de energía eléctrica y otros menesteres necesarios para comenzar el proyecto, difundían la visita de Max Lindegger, diseñador de la primera Ecovilla del mundo “Crystal Water” (Australia) y responsable del curso en “Diseño de Permacultura Certificado” que se iba a dictar en Argentina por primera vez.
Entre mates y cafés orgánicos, después de una detallada descripción del catastrófico rumbo de la humanidad ante el colapso de las energías fósiles, la biodiversidad, las pueblas originarias y la economía como forma de vida y no acumulación infinita para el beneficio de pocos, en base a mi raíz escorpiana y esa rara habilidad filosófica de buscarle la quinta pata al gato, se me ocurrió preguntarle a Gustavo: ¿Y qué te garantiza que el día que llegue el apocalipsis no van a venir estos monos con sus tanques a robarte el agua y la comida de la huerta? Gustavo miró al cielo y respondió: Eso ya depende de otros poderes. Otros planos espirituales.
En busca de bioregiones y ecoaldeas
Más de una década después me lo encontré a Gustavo en un banco de Villa Dolores. Se había venido a vivir a Traslasierra considerando que era una región ideal para generar una “bioregión”. Días después en la terraza de su casa le pregunte qué era una bioregión y me contestó: “Esta definida como un territorio limitado por formaciones geográficas claras: un río importante, una cadena montañosa, un valle, que ya tiene un clima diferente. En esa bioregión habría un manejo de recursos propios, una economía y organización política propia. Esto hace un modelo ideal de autogobierno. Habría más de 1.000 bioregiones en el planeta. Y si hay un país que se caracteriza por tener la mayor cantidad de bioregiones por habitante es la Argentina. Pero bueno, es un modelo que está más desarrollado en Estados Unidos o Canadá, donde hay una realidad diferente. Acá todavía necesitamos avanzar en necesidades básicas no resueltas. Necesitamos todavía mucha paciencia y un equilibrio entre el status quo que existe hoy día, y la forma de pensar de la gente. Necesitamos que el bioregionalismo se sume, se amigue, establezca alianzas. Si no, nos vamos a chocar contra la pared. Son conceptos, son propuestas, tenemos que domarlas, adaptarlas y recrearlas a lo local. Hay que investigar mucho todavía”. Según su parecer, la geopolítica mundial iba rumbo a un esquema de organización en tres niveles: un Nuevo Orden Mundial, con algunos países díscolos, y pequeñas bioregiones autónomas. “Es cuestión que pasen algunos desenlaces de esta película hasta que se desarticulen algunas cuestiones y sean pedidos por las mismas personas o grupos de poder soluciones a problemas donde ya estos grupos corpopolíticos van a estar desorientados. Ellos han basado sus medidas políticas y corporativas en base a un modelo capitalista de continuo crecimiento. Cuando ese modelo colapse porque el planeta es finito, no tienen más discursos, se van a quedar sin el eje conductor de sus políticas y principios de negocio. Eso lo veremos en algunos años, serán 5 o 30, pero hay que estar muy preparados. No porque sean situaciones violentas o dramáticas. Porque ya son violentas y dramáticas ahora. Mi pregunta es: ¿Podremos dar respuesta a todas esas personas que van a estar en estado de desorientación demandando respuestas?”.
Fue inevitable acordarme su reflexión apenas comenzó esta cuestión de la pandemia, en medio del anuncio de un Nuevo Orden Mundial de parte del vocero del Club de Billdelberg Henry Kissinger, la pausa en las revueltas populares en todo el mundo y un tablero geopolítico bastante difícil de masticar en medio de un caos generalizado donde los estados nación parecen temblar y los beneficiarios de siempre (ese 1% dueño de este sangrante presente globalizado) hincan sus dientes de ganancias monetarias de muerte sobre los restos de una humanidad colapsada. Los vaivenes de una realidad política donde se vuelve conspiranoico acusar los crímenes de lesa humanidad del emperador de la industria farmaceútica Bill Gates mientras que del ¿otro lado? algunes ilusos que en medio de este bendito descalabro mundial aún creen en la prosperidad privada, defienden a una empresa agroexportadora que además de producir veneno para alimentar animales que luego producen enfermedades pandémicas, explota trabajadores, apoya crímenes de estado, trafica drogas y armas, evade impuestos y desfalca bancas públicas para “lavar” dinero.
“La permacultura nace a fines de los setentas bajo la hipótesis de escenarios de colapso, de falta de energía, de cambio climático, meteoritos que puedan impactar sobre el planeta y pandemias, entre otras cosas. Nace diseñando técnicas que le permita a la humanidad ser resilente a estas situaciones. Eso es básicamente lo que estamos viviendo en la humanidad hoy en día: el producto de la locura de este mono llamado humano, de haberle insertado a un coronavirus común una parte genómica del virus de HIV en un laboratorio de biología para guerras bacteriológicas, como se ha comprobado. Haber hecho esta locura es producto de un mono que esta involucionado en la escala natural. Yo estoy muy conmovido y en estos días me pregunto si tenemos alma. Si vos te cortas la piel y te infectás, y se te está por caer en el brazo, el cuerpo se sana y se cura combatiendo virus y bacterias. El humano es una bactería o virus de la más alta peligrosidad para el planeta. Y frente a esto, el planeta tiene un montón de estrategias de curación, como lo tiene nuestro cuerpo, que es un fractal de Gaia”, afirmó hace unas semanas Gustavo a la radio El Grito de Traslasierra a raíz de la crisis que se vive hoy en día en el mundo.
“En todas las ecovillas estamos desbordados de familias que en forma desesperada quieren evacuar las grandes ciudades y sumarse a la comunidad. Por años nos conocían pero no se animaban a dar el paso porque pensaban que en la ciudad iban a tener su comida, su seguridad, garantizada. Pero ahora lo único que tienen asegurado su prisión preventiva domiciliaria, sin tobillera. Y se dan cuenta que esto va a ser para muchos meses. De forma muy rápida hemos diseñado un curso para la relocalización de la población y estamos en una especie de cruzada por la supervivencia en un momento inusitado. La descentralización de la población es una de las principales vacunas para esta pandemia. Nosotros estamos ya conectando con gente del gobierno y posiblemente Argentina, así como fue puntera en el mundo en hacer cuarentas sin tener prácticamente más que algunos cientos de casos y hoy tener uno de los niveles más bajos de mortandad, esperamos que sea puntera en generar esta descentralización en los próximos meses. Estamos pensando en una unidad de proyecto permacultural, para poder pasar después a diez y luego a cien ecoaldeas en todo el país. Pasar de la urbanidad a la ruralidad, donde esté la tierra, el sol, el viento, para que nos pueda abastecer de alimento, de energía eléctrica, de material para las construcciones y que la gente se organice lo antes posible para realizar este movimiento histórico en la humanidad. No hay antecedentes en la histórica conocida de 50 mil años que haya ocurrido un cambio tan rápido a nivel global en el planeta”.