El Foucault de Deleuze
El saber, primero de tres seminarios que Gilles Deleuze le dedicó a Michel Foucault, esta semana en la Sección Libros y Alpargatas de La luna con gatillo.
Los cursos, dictados por Deleuze en Francia entre los años 1984 y 1986, fueron publicados en Argentina entre 2014 y 2016 por editorial Cactus. Estos seminarios introducen a Foucault, pero también, enseñan a leer, y no sólo al autor que es objeto de estas clases, sino a leer en general.
“Simplemente hay que saber leer diez veces la misma frase, y no hay filósofo que no sea así”, plantea Deleuze luego de hablar de Kant. Y agrega: “es únicamente una cuestión de régimen de lectura. Cuando alguien dice que los filósofos son difíciles, es porque no quiere leer diez veces la misma frase, no hay que atenerse al punto, es preciso tener un vago sentimiento de lo que forma un grupo de proposiciones. Desde entonces basta con releerlas diez veces. Es límpida, la filosofía es verdaderamente la luz pura, no pueden encontrar algo más claro que la filosofía”. Leer los seminarios e imaginarse la voz de Deleuze, ese gran orador, ese gran docente.Editorial Cactus nos permite así, a través de la publicación de estos cursos, deleitarnos con la lectura de sus clases sobre Foucault, un autor –y “compañero de ruta”– de quien en 1986 ya había publicado un libro formidable (traducido al castellano y publicado en Argentina al año siguiente).
Retomando a Nietzsche, Deleuze asume en estos cursos el desafío de “rumiar” los textos (en este caso, los que conforman la obra de su amigo Foucault). “Antes de comprender bien los problemas que plantea, hace falta… no sé… hace falta rumiar mucho”, dice, “hace falta agrupar mucho, reagrupar las nociones que se están inventando. Hace falta mandar a callar en uno mismo, a cualquier precio, las vías de objeción”. Y advierte que “confiar en un autor” implica decirse a uno mismo: “no hablemos demasiado rápido, dejémoslo hablar”.
En este primer tomo, dedicado al saber, Deleuze insiste en la importancia de pensar el tema a la luz en el conjunto de la obra de Foucault. Por eso realiza una cronología de su obra, y sostiene que la cuestión del saber aparece en ese período que va desde 1964 hasta 1975, es decir, desde Historia de la locura hasta Vigilar y castigar.
Deleuze también destaca que Foucault no trabaja como un historiador, sino como un filósofo. Y rescata lo que entiende es una de las grandes contribuciones de este autor al pensamiento crítico contemporáneo: entender las formaciones históricas desde la arqueología, pensarlas a partir de aquello que la misma época expresa en torno a visibilidades y enunciados. “Una formación histórica se definirá por sus evidencias, es decir, su régimen de luz. ¿Y por qué más? Por sus discursividades. Un régimen de enunciados será llamado por Foucault una ´discursividad´. Evidencia y discursividad”, nos dice Deleuze. La arqueología, entonces –insiste Deleuze– es la disciplina que “analiza archivos”. De allí que la defina como la “recopilación audiovisual de una época”.
Desde esta perspectiva (la definición de una formación histórica por su régimen de enunciados y su campo de visibilidad), Foucault postularía –en ruptura con la fenomenología– toda una epistemología, en la cual no sería posible separar una experiencia de su captación por un saber, aunque éste no sea necesariamente científico o se reduzca a un conocimiento (“la experiencia está siempre condicionada y cuadriculada por relaciones de poder”, insistirá Deleuze, leyendo a Foucault).
De allí que una de las preguntas que Deleuze reconozca en Foucault, al menos hasta La arqueología del saber, tenga que ver precisamente con el propio interrogante “¿Qué es el saber? Pregunta –remarcará Deleuze– que luego de Vigilar y castigar se desplazará hacia el área del poder, entendido como gestión y control de la vida (“el poder ya no es el derecho de hacer perecer, así como ya no extrae sino que organiza, hace producir y multiplica lo producido mediante su cuadrícula y su organización”). En este sentido, el poder ya no estaría centrado en reprimir sino en disciplinar, administrar, normalizar, hacer hablar y actuar, más que hacer callar e impedir actuar. De esta mirada –destaca Deleuze– se desprende un “método de trabajo” foucaultiano.
Habrá, entonces, que saber formar un corpus de palabras, de frases, de proposiciones efectivamente empleadas, efectivamente dichas, efectivamente proferidas en cada época para poder despejar los enunciados de ese momento dado para analizarlos, a la luz de los focos de poder en torno a los cuales se organizan las palabras, las frases y las proposiciones, así como de los focos de resistencia que se erigen frente a dichos focos de poder.