Malos muchachos: Acerca de la polémica de Martin Scorsese y Marvel
Por Lea Ross
Fue a comienzos del mes pasado, cuando la revista Empire publicó una entrevista al aclamado director Martin Scorsese. “No las veo, lo he intentado, ¿sabes? Pero eso no es cine”, había dicho el realizador de Taxi Driver y El irlandés, su primera película para Netflix y que se estrena ésta semana en las salas mayores, refiriéndose a las películas de Marvel que protagonizan Iron Man, Thor y Capitán América. Así nomás, estalló la polémica, como un chasquido de Thanos.
La repercusión sobre la poca clara definición de cine sí / cine no por parte de Scorsese, llevó a que el casi octogenario publicara un artículo de opinión en The New York Times. “Dije que había intentado ver algunas de ellas y que no eran para mí, pues se me parecían más a parques de atracciones”, señaló. Bajo el casi epíteto de “parques de atracciones”, tranquilamente se podía retrucar con algunas afirmaciones del emblemático Alfred Hitchcock quien sostenía que el cine es entretenimiento, y que incluso lo comparó con una montaña rusa.
Scorsese aclara que en “cierto modo, algunos filmes de Hitchcock eran también como parques de atracciones. (…) Pero ¿son las sorpresas y las emociones las que nos hacen regresar a ellas? No lo creo. Los escenarios de Intriga internacional son impresionantes, pero no serían más que una sucesión de composiciones y cortes elegantes y dinámicos sin las emociones desgarradoras en el centro de la historia o el desconcierto absoluto del personaje de Cary Grant. El clímax de Pacto siniestro (o Extraños en el tren) es una proeza, pero es la interacción entre los dos personajes principales y la interpretación profundamente inquietante de Robert Walker lo que resuena en la actualidad”.
Como punto y aparte, el director de Toro salvaje declama que “el cine consistía en una revelación. Una revelación estética, emocional y espiritual. (…) Consistía en confrontar lo inesperado en la pantalla y en la vida que dramatizaba e interpretaba, y expandir la sensación de lo que era posible en esa forma artística. (…) Muchos de los elementos que definen el cine como lo conozco se consiguen en las películas de Marvel. Lo que no hay es revelación, misterio o genuino peligro emocional. Nada está en riesgo. Las películas están diseñadas para satisfacer un conjunto específico de demandas y para ser variaciones de un número finito de temas”.
En susodicho artículo, el autor se sumerge en una cierta melancolía atrapada en los caprichosos designios del mercado. Para él, “el cambio más siniestro ha sucedido de manera sigilosa y en la oscuridad de la noche: la eliminación gradual pero constante del riesgo. Muchas películas actuales son productos perfectos fabricados para el consumo inmediato. Muchas de ellas están realizadas por equipos de personas talentosas. Aun así, les falta algo esencial: la visión unificadora de un artista individual. Por supuesto, un artista individual es el factor más riesgoso de todos”.
“Hoy, esa tensión se ha esfumado, y existen personas en la industria con una absoluta indiferencia sobre el aspecto artístico y una actitud displicente y posesiva —una combinación letal— sobre la historia del cine”, cierra.
Ante ello, se reflota la gran cuestión expuesta desde hace medio siglo atrás sobre la noción del “cine de autor”, donde toda película que abarcaba la filmografía de un particular marcaba una identidad artística propia. Suponiendo de esa existencia, la disolución de la misma a partir de los tópicos que establece el mercado sobre lo qué es cine, borraría todo ese factor que Scorsese llama riesgo.
En cierta manera, la saga de Los Vengadores repite mecánicamente los mismos nudos narrativos, escenarios, paletas cromáticas, composiciones musicales, sonidos referenciales, determinadas estructuras psicológicas, etc. Son los eternos retornos que limitan la guerra infinita dentro de una limitada cantidad de salas, ocupadas por estas mismas películas.
Quizás sea Guasón, la película de Todd Phillips donde el protagonista pasa a ser un villano, que permita recuperar ese riesgo scorseseano. Un filme que lejos de realizar batallas épicas que emulan un videojuego, se retoma varias referencias del cine clásico como un esfuerzo por evitar su desaparición en el fin de la modernidad. O incluso polemizando con ellas: si para Chaplin la comedia es universal, el personaje de Joaquin Phoenix lo relativizará.
Es escarbar una Ciudad Gótica que es émula a la ciudad de Nueva York que recorría Travis Bickle, y no tanto a la acartonada edilicia que se zambulle el Hombre Araña, la que nos permita llegar a lo más profundo de la locura colectiva que nos acongoja y que provoque ese impacto de un solo disparo, capaz de confrontar lo esperado. Todo pasaría solo por decidir qué personaje debe enfocar la cámara: si el bueno o el malo. Y si algo sabe Martin, es la de filmar malos.