CRÍTICA DE CINE

El derecho y la matemática: Acerca del amor homosexual en el cine cordobés

Por Lea Ross

Un cuestionamiento que se le realiza al cine cordobés contemporáneo es la supuesta reducida percepción sobre el mundo, al limitarlo todo a sus propios parámetros sociales. Lxs realizadores, en general, crean personajes que coinciden en cuanto a su condición de clase social (media), generación (juvenil), formación (estudiantado universitario), preferencias (cinefilia, música), etc. Y también en identidad de género (cis) y orientación sexual (hetero). Por eso no es sorpresa que haya una tendencia heteronormativa, como ocurriría en cualquier otra ciudad con empuje fílmico.

Pero vaya paradoja que dos referentes de una generación anterior –Santiago Loza y Liliana Paolinelli- hayan narrado historias por fuera de lo normativizado. Quizás haya una explicación geográfica, dado que se formaron académicamente en un período donde la docencia les sentenciaba que para vivir del cine había que mudarse a Buenos Aires. Será ese éxodo que lxs realizadores de Breve historia del planeta verde y la recientemente estrenada Margen de error los haya alejado de estas tierras mediterráneas para quebrantar el conformismo binario.

Incluso cuando la actual generación filma relaciones sexoafectivas homosexuales, no deja de aferrarse a esos límites sociológicos. El largometraje El tercero (2014), de Rodrigo Guerrero, narra el encuentro sexual de tres varones en un departamento de Nueva Córdoba. El placer, emparentado con el cariño, es un resultado matemático: en sus extensos planos, las figuras logran una simetría y equilibrio perfecto, obteniendo una divina proporción en el transcurso de sus diálogos, sumado a una tonalidad de colores que remiten al universo de Almodóvar.

Desde una mirada gestáltica, podemos observar que la exploración sexual se reduce a un privilegio de clase. En este caso, transcurre en el interior de un edificio de alto valor, luego de una cena donde el plato fue todo un gourmet. Lo mismo sucede con el cortometraje La prima sueca (2018), de Inés María Barrionuevo y Agustina San Martín, sobre la inquietud de una niña de clase media-alta al acercarse su fiesta de quince y llega el momento en que explora su atracción lésbica.

La primera obra que quebró todo eso fue el corto Guacho (2018), de Matías Magnano, quien acaba de recibir el Primer Premio del Jurado en el Concurso de Cine Independiente de Cipolletti este año. La historia de dos pibes de barrio amenazados por el policía, que asesinó a su tercer amigo, exponen una Córdoba donde conviene alejarse de aquellos sujetos que, supuestamente, garantizan sus derechos. Ese tormento es aplacado por el contacto físico entre sus labios.

Otra paradoja: el cine cordobés se desatiende del beso heterosexual. Largometrajes como Tres D y El último verano, aplican una elipsis que evita que sus protagonistas logren concretar aquel acto compartido. No hay memoria de un beso entre varón y mujer donde tenga un peso fuerte dentro de alguna película local. Como si el cine cordobés no logrará cerrar, o convencerse así mismo, que las mismas construcciones normativas logren su efectividad. Puede que también haya inquietudes en Guacho y La prima sueca, porque no hay garantía que esos personajes se formalicen como pareja, ni que hablar de un exterior dispuesto a criminalizarlos. Pero en ambos, los besos logran aplacar las perplejidades, los miedos y las angustias que merodean alrededor de esas criaturas.

Finalmente, llegamos a otro estreno de ésta semana, de la mano de Florencia Bastida con su cortometraje de ficción La vida es corta. Ésta road movie de enredos mantiene esa autorefencialidad cordobesista, en el sentido en que se exploran personajes, lugares y objetos reconocidos por la comunidad lésbica cordobesa urbana. Pero la propia historia relativiza aquel cuestionamiento. Frente a toda intentona por memorizar leyes para cursar un parcial de derecho, aparece la aplicación del teorema matemático de los grados de separación, expuesta en un afiche con nombres y flechas. En ella, se dispara el momento en que se pone a aprueba esas inquietudes que se viven a la hora de encarar las relaciones, exponiendo una incertidumbre que es universal y que nos lo recuerdan los coloridos títulos, al estilo de Godard.

Finalmente, el cierre explosivo lisérgico del Centro Cívico del Gobierno Provincial es uno de los pocos momentos donde el cine cordobés se enfrenta al poder. Porque La vida es corta, nos hace recordar que para desnormativizar hay que destruir lo impuesto desde arriba, por lo menos desde el humor. Pero siempre estando juntas.