Argentina, “el mejor país del mundo”: otro texto sobre el ascenso de Milei
El sábado pasado estaba yo en un colectivo, terminando el machete que iba a usar para presentar mi libro en la Feria de Frías, cuando el tucumano que viajaba al lado mío se despertó con ganas de conversar. Con un ojo encuadraba las palabras que me iban a servir de guía para hablar sin leer y con el otro escuchaba con sincera atención la historia de mi acompañante.
Me contó que venía de pasar un mes en una isla cercana a cuba que es mitad colonia francesa y mitad holandesa. Su hermana trabaja allá hace muchos años y él, recién divorciado y con un hijo muy chico, estaba considerando la posibilidad de mudarse allá con ella y su hijo. El tucumano era músico y su hermana le había conseguido un trabajo de musicoterapia para trabajar con personas (en su mayoría negras) portadoras de V.I.H. Le sorprendió mucho, me decía, hasta qué punto la esclavitud seguía presente en la isla.
Según me dijo, le estaba costando mucho juntar plata en Tucumán. Tocaba cada tanto en bares pero su vida había llegado a un quiebre un día, cuando descubrió que ni él ni su esposa tenían para pagar la leche de su hijo. Eventualmente consiguieron, pero el susto le sirvió para pensar en su hermana, que en pocos meses de trabajo en la isla se había podido comprar un auto, en pocos años una casa.
Aquí la charla (quizás el monólogo) se puso política. Dijo que los argentinos nos habíamos acostumbrado a estar mal, a no tener trabajo, a cobrar poco. Me habló, con mucha razón, de los muchísimos recursos mal administrados.
Sin ánimos de invalidar los sentimientos de frustración de este chico, sí me hago una pregunta: ¿No expresa esta situación un doble discurso muy instalado en el inconsciente colectivo argentino? Es injusto que un país distribuya mal sus riquezas, pero más injusto es que esa distribución no me incluya.
La frase “Argentina es el mejor país del mundo” atraviesa cualquier grieta. Hay tanto peronistas como liberales, fachos o zurdos, cristianos como ateos, en todos los sectores de la sociedad hay personas convencidas de que “Argentina es el mejor país del mundo”.
Cuando decimos que “A.e.e.m.p.d.m.” (o cuando en general decimos que cualquier país, persona o idea es “mejor” que otra) estamos aplicando una escala de valores o sistema de referencia que ubica los países como puntos en una recta yendo de “el peor” a “el mejor”, de acuerdo a tal o cual criterio. En el último año, por ejemplo, cuando una de las instituciones más admiradas de Argentina logró llegar a ser Campeón Mundial por tercera vez en su historia, la idea de que “A.e.e.m.p.d.m.” cobró muchísima fuerza. Casi que todos los días los diarios comparten alguna noticia en la que algune argentine fue consagrade como el mejor del mundo en algún lado.
La historia ha demostrado que los nacionalismos son peligrosos, pero inevitables. El deseo humano de formar alianzas, ponerse nombre y priorizar a las personas pertenecientes a ese grupo es tan viejo como la humanidad misma. Personalmente no creo que el sentimiento patriota sea un problema, el problema es lo que avalamos en nombre de él, el problema surge cuando buscamos definir qué tipo de Nación queremos ser.
La explicación que siempre me daba yo para entender ese sentimiento popular de creer que “A.e.e.m.p.d.m.” era del tipo racista. Argentina es, después de Uruguay, el país con más personas blancas de Latinoamérica. Muchas de las personas que creen que “A.e.e.m.p.d.m.” tienen un racismo internalizado que le hace pensar que por ejemplo Bolivia no podría ser “e.m.p.d.m.”. Pero la escala no es lineal. Si fuera por una cuestión de blancura quizás dirían que “Islandia e.e.m.p.d.m.”, sin embargo decimos de elles, por ser muy blanques, que son “demasiado fríos”. Por muy racista que sea una persona que cree que “A.e.e.m.p.d.m.”, hay siempre un deseo latente de tener sangre latina que le lleva a rechazar la “pureza” de los países europeos que muchas veces admira.
¿Qué significa entonces, para ese argentino nacionalista que es consciente o insconscientemente racista, pero no tanto como para renunciar al histórico mestizaje de nuestro territorio? Durante el mundial circuló en las redes una foto de la selección nacional que había sido retocada por un norteamericano para que los jugadores argentinos se vieran más blancos. La publicación buscaba mostrar el racismo argentino, que le llevaba a no tener personas marrones en el equipo. Y lo más curioso fue que argentinos que quizás en otra ocasión ven un adolescente marrón y se cruzaran de vereda, estaban ahí, defendiendo el mestizaje argentino.
El racismo del nacionalismo argentino es muy complejo y no pretendo (ni me corresponde) analizarlo ahora, pero sí quiero poner énfasis en que cuando una persona dice que “A.e.e.m.p.d.m.”, hay muchas dimensiones entrelazadas implicadas. Una de esas, me animo a decir, tiene que ver con la capacidad que hemos tenido para generar algunos fuertes sincretismos entre la población blanca invasora y la resistencia marrona, originaria. Por supuesto, en términos absolutos, Argentina es el país latinoamericano que con más brutalidad y cantidad asesinó personas marrones en el mundo. La Conquista del Desierto todavía está vigente, y se expresa en cada Rafael Nahuel y en cada Emilia Baucis asesinada por el Estado. Pero Argentina no es sólo eso. La Nación no puede ser reducida a los acuerdos entre las empresas y los Gobiernos que, neoliberales o no, siguen siendo cobardes a la hora de frenar una masacre que tiene ya 400 años de duración. Pero, ¿podemos responsabilizar por esa masacre a las 40 millones de personas del territorio, muchas de las cuales quizás ni siquiera conocen acerca de esta situación, o bien la conocen por la versión colonialista según la cual les defensores de la tierra y el agua potable son “terroristas”? En esa misma línea, ¿Cómo responsabilizar a las millones de personas que en sus desesperación económica elijen el desmantelamiento que propone Milei, a les millones que quieren la mano dura de Bullrich o a los 10 millones que ni siquiera fueron a votar?
Yo no me considero nacionalista. No me siento representada por este Estado y apuesto más bien a la creación de una Pluri-nación que reconozca como pares a las naciones que, como la Nación Mapuche, habitan este territorio hace cientos de años. Más aún: espero de un Estado que facilite la creación de Naciones independientes (autónomas, autogestivas) dentro de su territorio.
Y sin embargo, en un sentido muy específico, soy una de las personas que cree que Argentina es el Mejor País del Mundo.
Que Messi y Maradona sean argentinos no es una casualidad. En Argentina hay 300 clubes, distribuidos por todo el territorio, participando de torneos organizados por la Asociación de Fútbol Argentina. Es una decisión de Estado invertir en la A.F.A., que a su vez invierte en esos clubes, de la misma forma que es una decisión de Estado invertir en CONICET o en salud pública.
Me pregunto cómo afectaría a los votos si Milei, ahora que somos campeones del mundo, se hubiera filmado diciendo “¿Subsidio a la A.F.A.? FUERA”, como en algún momento lo hizo Macri, cuando desmanteló Fútbol Para Todos.
La inversión del Estado argentino en fútbol, educación y salud es cuestionable si se tiene en cuenta lo difícil que es el acceso a esos beneficios para las personas con situaciones económicas y familiares complicadas, y sin embargo, ¿Es el desmantelamiento la mejor alternativa? ¿Realmente podría (o querría) la población empresarial argentina usar esa plata para no sólo generar empleos bien pagados, sino además hacerse cargo de que el deporte, la educación y la salud sean accesibles para todes? No hace falta andar adivinando. Es evidente cuando vemos otros país con educación y salud privada que los únicos beneficiados con esa lógica empresarial son, justamente, los dueños de grandes empresas.
El domingo pasado, el día después de la presentación de mi libro, me invitaron a un evento de cumpleaños en el que una persona contó que su estudiante había enunciado el chiste “más vago que conicetero”, resonando con la última arremetida de Milei contra el instituto nacional de investigaciones científicas y tecnológicas.
La gran tentación de las personas que ven esto como un síntoma del ascenso de la derecha es la de ponerse a la defensiva. “NOO. Los coniceteros no son vagos, hacen esto y aquello”. En general, ponerse a la defensiva no suele ser una buena estrategia para la vida. Por un lado, niega un sentimiento de la otra persona que es muy válido: quizás les coniceteres, que hoy cobran desde 300 mil pesos para arriba por mes, no están respondiendo a lo que una sociedad en crisis económica espera de elles. Como ya he dicho otras veces: cuando un reactor nuclear explota, la comunidad científica interrumpe sus actividades y se pone a investigar para reducir el daño; cuando una economía o una ecología explota, sólo unes poques ponemos a la crisis como prioridad.
De nuevo, no es cuestión de culpar tampoco a les doctorandes que quizás no se animan a desafiar a sus directores ni a les directores que quizás no se animan a desafiar a las comisiones que evalúan su trabajo, ni a las comisiones que… etcétera. Hay siempre en los momentos de crisis un primer shock en el que algunas personas reaccionan quedándose quietas, mientras que otras (como les votantes de Milei) reaccionan queriendo atacar el problema con violencia. Necesitamos parar un segundo, analizar la situación desde todos los bordes de la Grieta, y planear, colectivamente.
Como he dicho, soy de las personas que creen que Argentina, gracias a las conquistas en educación y salud pública, gracias a la resistencia de las personas marrones que después de 400 años todavía consiguen fuerzas para seguir resistiendo de norte a sur en todo el territorio, gracias a las travas que hoy consiguieron leyes pioneras a nivel mundial, a las feministas que se movilizaron de a millares, gracias a tantas más historias de resistencia, sincretismo e interseccionalidad, hoy Argentina tiene a su alcance la posibilidad de crear un sistema de gobierno, o mejor, un sistema de organización social, que pueda ser replicada en todo el mundo así como alguna vez el mundo replicó las declaraciones de independencia que terminaron con la era de los virreynatos.
Pero para eso va a ser necesario detener ese enojo adolescente que nos lleva a invalidar los sentires de un lado u otro u otro de la Grieta. A escuchar cuál es la emoción expresada a través de un reclamo, por violenta y desagradable que nos parezca la forma de comunicarlo. Buscar acuerdos que apunten a beneficiar a todas les humanes y no humanes que habitan este y cualquier territorio. Generar unidad a partir de un deseo común, en lugar de un enemigo común, como la derecha con el peronismo, el peronismo con la derecha, el anarquismo con la policía, la iglesia con la diversidad sexual, y tantas otras enemistades absurdas que nos llevan a gritarnos les unes a les otres mientras por la espalda llegan jinetes del apocalipsis que nosotres mismes invocamos.