FEMINISMOS

36 Encuentro Plurinacional, parte IV: “Ciencia y Tecnología”

Entre sabores de pebete y ensaladas, me sumerjo en el Taller 78: Problemáticas y prácticas dentro del sistema científico y técnico. Debatiéndome entre Feminismos, transfeminismos y activismo sindical, elijo la senda de la ciencia, convencida de su potencial transformador. Las voces se entrelazan, desde la importancia de fomentar la participación femenina desde la infancia hasta la amenaza a instituciones científicas estatales.

Sábado, 2:30 p.m.

            Cuando termina el acto inaugural algunas chicas hacen fila para retirar el pebete de jamón y queso que viene incluído en la inscripción. Yo, que ayer comí sánguche de almuerzo y cena, me compro una ensalada. Después de almorzar me despido de mi amiga Desi, que se va a un taller relacionado a su trabajo en la gestión cultural (Taller 79: Arte, interculturalidad y prácticas comunitarias). El que yo elegí es el 78: Problemáticas y prácticas dentro del sistema científico y técnico.

            Desde que salió la lista de talleres, me debatí internamente si como empleada de Adiuc me correspondía más bien asistir a Feminismos, transfeminismos y activismo sindical. Tras pensarlo unos días finalmente concluyo que fue la frustración con el mundo académico la que me llevó a Adiuc en primer lugar, así que elijo el de la ciencia, confiando en que me ayudará a entender mejor el vínculo entre ciencia, trabajo y distribución de las riquezas en el que tanto vengo pensando desde que me alejé de la universidad.

            Más aún: en los últimos meses he ido desarrollando la creencia de que CONICET debería implementar una especie de “licencia por crisis climática” que permita a sus trabajadorxs poner en pausa sus investigaciones para unirse a proyectos que apunten a reducir la huella de carbono de los Estados-Naciones. Aunque todavía no sé cómo se tomarán las talleristas mi presencia, me gustaría mucho saber si también para ellas mi propuesta de las licencias resulta una idea ingenua (como vengo sintiendo cada vez que la comunico).

            El taller 78 se da en un Centro Cultural a unas diez cuadras (en subida) del Centro Cívico. Camino junto a Nati-arte y Marce, que van al taller 28: Antiespecismos. Hace un par de años, cuando en 2020 me mudé a una casa con seis antiespecistas, hubiera ido quizás a ese taller. Pero hoy, como vengo comentando, he vuelto a creer en potencia transformadora de la ciencia, así que llego a mi taller puntual y entusiasmada.

            Ya están las dos físicas que coordinarán el taller. Al día siguiente me enteraré que una de ellas es Adriana Serquis, presidenta de la Comisión Nacional de Energía Atómica.

Sábado, 3:15 p.m.

            Tras los famosos quince minutos de gracia somos unas veinte y el taller comienza. La primera en pedir la palabra es una mujer que aparentemente se dedica al fomento de las ciencias en la educación primaria. Cuenta sobre una Feria de Ciencia en la que se anotan más niñas que niños, pero que luego, en el nivel secundario, esa proporción se invierte. Su intención es poner énfasis en que para que haya más mujeres en ciencia y tecnología, es necesario fomentarlo desde niñas.

            La segunda habla sobre la dificultad de las mujeres para hacer preguntas o comentarios en los eventos científicos. La fuerte crítica patriarcal (tanto externa como autoinflingida) criminaliza la demostración de emociones en esos contextos (por ejemplo un temblor en la voz o incluso las lágrimas), causando que muchas mujeres sientan una especie de “bozal de cristal” (en analogía con la teoría del techo de cristal) que les lleva a participar menos.

            Una tercera participante habla sobre la importancia de democratizar la ciencia para que no sea una comunicación unilateral, como si les científiques hablasen desde una suerte de pedestal. Es por eso, dice, que es importante reestablecer el vínculo entre ciencias naturales y ciencias sociales, apuntando a una interdisciplinariedad.

            Otra tallerista aprovecha para instalar un tema que llegaría tarde o temprano: la amenaza a las instituciones científicas estatales, especialmente hacia las ciencias sociales.

            Le toca a Adriana, la coordinadora. Respecto a la amenza que es importante notar que la recepción social de la ciencia es en general muy buena. Justo esta semana, nos cuenta, se aprobó por unanimidad el Plan Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación 2030. El problema (según interpreto) es para Adriana no tanto la falta de apoyo o el rechazo, sino la poca comunicación de este tipo de políticas públicas y la dificultad para transmitir la importancia de la ciencia. Luego retoma el tema del llanto en las participaciones orales y destaca la imporancia de no caer en las mismas lógicas patriarcales que pretenden una destreza oral sin emociones, como si las emociones no pudieran ser una característica valiosa de las mujeres en posición de toma de decisiones. Curiosamente, cuando lo dice se le quiebra la voz y eso le da aún más potencia a su mensaje.

            Otra de las talleristas cuenta que cuando surgió la crítica a CONICET muches becaries salieron a defender la importancia de sus investigaciones desde una posición que recordaba un poco al “sálvese quien pueda”. Muchas veces las críticas hacia las ciencias sociales no sólo tienen que ver con una cercanía con el lenguaje, mezclado con la provocación de algunos títulos como el del ano de Batman, sino que a veces también expresa una desigualdad económica real que pone a las ciencias “sociales” en una posición precarizada.

            Una de las chicas (con las que más terminé contectando) trabaja también de la Comisión Nacional de Energía Atómica y cuenta que durante el gobierno de Macri hubo una disminución del 30% de la planta que costó mucho remontar. Cuenta que la CNEA es un organismo gubernamental que lleva 70 años desarrollando investigaciones junto a empresas nacionales, pero que su historia no es lo suficientemente conocida, por lo que la ciencia nuclear es puesta siempre en duda. Finalmente, aclara, le decepcionó un poco que no se critique explícitamente a Milei en el acto inaugura. Que a ella le parece bien ponerle el nombre a la amenza, así como también defender el voto a Massa para evitar ese desastre. Su tono es siempre un poco burlezco, distendiendo mucho la tensión que se genera con temas tan serios. Su arenga es obviamente muy bien recibida y hasta causa algunas risas de alivio. Está bastante claro que por una razón o por otra todas las presentes vamos a votar a Massa.

Sábado, 4:30 p.m.

            A esta altura somos ya cuarenta y cuatro talleristas, así que la lista de pedidos de palabra es cada vez más larga. Recién cuando pasó medio taller empiezo a escribir al final de la hoja en la que estoy tomando apuntes unas palabritas sueltas para ordenar un posible aporte.

            Por unos minutos los temas giran en torno al desacople entre tecnología y eduación; a que si bien las mujeres a veces son incluso mayoría en algunos sectores, siempre son minoría en los puestos de jerarquía; a la poca inversión dedicada a la comunicación de la ciencia y a las áreas de género; al “doble patriarcado” que recae sobre las investigadoras de ciencias sociales (por mujeres y por hacer una ciencia “blanda”); sobre la importancia de valorar una gran diversidad de formas de construir conocimiento; y sobre el rol de les educadores en la creación de estereotipos de género.

            Otra tallerista habla sobre la urgencia por “des-segmentizar” las áreas de investigación y esa expresión será citada varias veces. Otra dice que el ambiente político actual nos obliga a tomar posición pero no necesariamente buscar consenso o discutir desde un pedestal, sino escuchar. Otra menciona que la carrera científica tiene mucho de “subir la escalera y tirarla después”.

            Una chica propone evitar que CONICET reduzca sus trabajadoras a máquinas de producir papers y su comentario me envalentona así que levanto la mano y Adriana me anota. Un varón que adivino trans (cuya presencia me hace muy feliz) cuenta sobre cómo a veces parece que hay investigaciones “naturales” que no son “sociales”, pero que después terminan vinculándose fuertemente, como en el caso del estudio biológico del hábitat de los flamencos y su relación con los yacimientos de litio.

Sábado, 5:40 p.m.

            Cerca del final se cierra la lista para participar y quedamos unas 10 chicas anotadas. Justo cuando me está por tocar una investigadora CONICET cuenta cómo la exigencia academicista le fue llevando a producir conocimiento demasiado especializado, más por cumplir con una burocratización de la ciencia, que por su deseo de transformar la sociedad. Exactamente el tipo de personas para quien sería ideal una “licencia por crisis climática”.

            Cuando me toca empiezo citando a la tallerista que habló de “tomar posición pero escuchar las críticas”: sí, es cierto que hay un deseo malicioso de perjudicar un proyecto científico estatal y es cierto también que hay un problema en la comunicación de la ciencia, pero las críticas en alguna medida también hablan sobre una falencia real de las instituciones para acoplarse a las urgencias sociales. Cuento que estudié física, que tuve beca CONICET, pero que sobre el final del doctorado transicioné y politicé mi tesis, causando una pelea con mi director macrista que me llevó a alejarme de la Academia y a volverme anarquista (esto causa algunas risas, consentidas por el tono con el que lo cuento). Mis intenciones ahora, digo, son las de fomentar la planificación interdisiplinaria de políticas públicas que involucren fuertemente a todas las instituciones científicas. Bueno, obviamente no son esas las palabras que uso, pero quiero creer que es esa la idea que transmito.

            Hablo, por supuesto, titubeando, como la niña tímida y megalómana que soy. Puedo notar por las sonrisas que mi comentario ha sido bien recibido. No he mencionado la propuesta específica (“licencia por cambio climático”) porque me pareció que no era el momento, pero me quedo contenta y con muchas ganas de asistir a la segunda parte mañana.