CRÍTICA DE CINE

Cuerpo-Casa / Crítica del documental Fuera Porta: Un grito de lucha


Por Lea Ross

El mediometraje logra tomar una forma cinematográfica sobre una perspectiva, poco lograda dentro de las actuales producciones sobre conflictos ambientales.

Hay una paradoja en el cine ambiental: a pesar que trata sobre temáticas fuertemente instaladas en éste milenio, y que ha impulsado un notable activismo en la juventud, todavía son las viejas camadas de cineastas los que logran retratarlos de manera cinematográfica. Las realizaciones de Marie-Monique Robin, Ulises de la Orden y un tardío Fernando “Pino” Solanas se contraponen a una plétora de filmaciones apuradas, improvisadas (e incluso, ediciones de archivos “reciclados” de internet) que se difunden por las distintas plataformas virtuales, a la hora de retratar las implicancias de una economía de base con cultivos transgénicos, tanto en el país como en la provincia de Córdoba.

Fuera Porta: Un grito de lucha (2019), de Florencia Reynoso, es un mediometraje que toma conciencia de esa enorme difusión (que a veces, se difumina) sobre una problemática que busca tener su forma autónoma en pantalla grande. Un proceso similar al que fue la también cordobesa La hora del lobo (2015), de Natalia Ferreyra. Las coincidencias de ambas producciones en cuanto a su duración, género a lo testimonial y el aprovechamiento de esos materiales esparcidos por internet, pueden tener su raíz en base al rol de determinados estamentos universitarios que bancan éstas realizaciones (el primero, por la Facultad de Artes; el segundo, por el de Comunicación) como garantes de dar forma a ese contenido esparcido.

Los biocombustibles son la nueva generación del agro-negocio. Córdoba no solo se ha convertido en uno de los principales distritos mundiales de producción de soja transgénica. Ahora también lo es por la producción de maíz transgénico, cuyo causante es el impulso del negocio de los biocombustibles. Sus ganancias serían las que impulsaron a la fábrica Porta Hnos. a producir bioetanol, cuyos residuos desencadenan la tensión en el barrio donde está instalado, por sus implicancias en la salud y en el ambiente.

El filme no se despega del contexto en que fue creado: desde la secuencia inicial de animación, emulando ser un expediente judicial que recolecta pruebas, pasando por los testimonios de una audiencia, donde se incluye una transcripción de fondo negro, deja en claro sobre la presente expectativa de un caso en pleno tratamiento judicial. Eso sumado a la presencia final de una vela como esperanza a un futuro no predeterminado.

En ese sentido, es posible que la película muestre su límite: en apegarse a una determinada actualidad que puede cambiar, según lo que resuelva la firma de un juez. Sin embargo, es ese retrato que busca reflejar una noción de justicia, que se construye desde un imaginario colectivo combativo. Y es que muchas veces, en el cine, la justicia es retratada por los finos pasillos interiores de un tribunal. Pero en Fuera Porta se reúsa incluso a un contra-plano del juez escuchando el testimonio de las víctimas. La entrada de los tribunales ha tenido menos presencia en la película que la insólita puerta encadenada de la Municipalidad de Córdoba. Lo que sí se enfoca son intervenciones artísticas frente a ese distrito judicial, dejando en claro en el montaje sobre cómo se puede materializar esa justicia.

Finalmente, lejos de caer en un “localismo”, las últimas palabras de las entrevistadas terminan siendo cruciales a la hora de encarar un conflicto como el de Porta: arrancando con la pregunta evidente de cómo en pleno siglo XXI se tenga que polemizar con la salud, para luego estableciendo un cuestionamiento a la dualidad cuerpo-casa.

La cámara de Reynoso, joven estudiante de cine, realiza un tanteo de colores a blanco y negro, pasando por las filmaciones íntimas de las vecinas. En las entrevistas, tanto el contrastado claroscuro, como el enorme peso de una pared rojiza de tonalidad intensa, elevan la claustrofobia en esos escenarios, realizados en el interior de las propias casas de las víctimas, cuyo exterior se encuentra la imponente instalación de Porta. La línea que divide al cuerpo y la casa se torna confusa. Como entes recíprocos, resguardados a una amenaza exterior.

¿Será entonces que la segunda generación del agro-negocio, empuje al surgimiento de una nueva generación de jóvenes, que tomen la posta, a la hora de marcar los nuevos lineamientos en el cine ambiental? Todo se empieza con una causa.