CHARLAS DEL MONTE

La ilusión del liberalismo jipi

La complementariedad en tiempos de pachakuti e hidra capitalista. ¿Permacultura, pachamamismo, autogestión, arcas de Noe y que más?

Por Tomás Astelarra Ilustración de Portada: @fuskavisual Ilustración interior: Joa Espinacas

Cierta vez, hace muchos años, hice algunas entrevistas en una maravillosa aldea permacultural. Me ofrecieron un delicioso y sofisticado city tour por huertos, frutales, hermosas construcciones de barro con sofisticados inventos alternativos y producciones autogestivas de todo tipo.

Estas hermosas iniciativas elaborados durante años, le permitían vivir a unas cinco u ocho familias alejades del sangrante presente globalizado (salvo por los turistas y participantes de cursos que traían sus monedas sin valor). Su líder, un señor melenudo de barba larga y canosa, me explicaba en detalle el inminente colapso mundial producto del agotamiento del petróleo.

“¿Y qué es lo que te hace pensar que cuando el resto de la población se esté cagando de hambre en medio de un caos civilizatorio no van a venir cual muertos vivos a saquearte la huerta?”, le pregunté al final de una larga entrevista. El barbudo me miró asombrado. Reflexionó unos minutos y luego contestó: “Eso creo que ya depende de fuerzas superiores a las nuestras”.

Fuerzas superiores e interiores

Muchos años después, me lo encontré lejos de su aldea (a la que había transformado en un proyecto inmobiliario). Estaba comprando un terreno para vivir solo con su pareja, mientras dictaba costosos cursos por internet. Sus vecinos tenían muchas quejas de su actitud privativa con respecto al territorio. De que había talado mucho monte generando un cerco perimetral (quizá pa que no lo ataquen los muertos vivos), que impedía el acceso de la comunidad a altares naturales o de la antigua cultura kamiare.

Me preguntó por gente que llevara adelante proyectos de bancos de semillas. Le dije que había un montón. Quería hacer una red, invitarlos a un curso que estaba por dar. Le dije que con ese arancel era muy difícil que asistieran. Alcancé a convencerlo de dar un par de becas.

Fueron los únicos que tenían alguna experiencia en la materia. El resto de los asistentes eran voluntariosos urbanitas que habían gastado dinero y petroleo para acercarse a aquel seminario preocupados por la debacle ambiental y el mal vivir en las ciudades. Muches eran compradores de lotes del proyecto inmobiliario (ex aldea permacultural). Tenían buenos trabajos profesionales y una abultada cuenta en el banco. Soñaban con otra forma de vida más acorde con el respeto a la Madre Tierra. No terminaban de animarse.

Cuando entablé algún diálogo con algunes de elles en el almuerzo (exquisito y refinado por cierto) me confesaron que no tenían mucha experiencia comunitaria. Se sorprendieron cuando describí como activistas socioambientales a las cartoneras de la UTEP o a las inmigrantes bolivianas que llevaban adelante los proyectos de agroecología de la UTT. Algo parecido me sucedió con un consultor internacional que quería hacer un programas de formación para sembrar la consciencia ecológica en gerentes de grandes empresas.

Un espacio tiempo de intento

Nada desmerece la laboriosa vida y esfuerzo del barba permacultural (que ha sido inspirador de miles de proyectos de ecoaldeas). Ni el de los urbanitas con ánimos de una vida responsable con el cuidado de la Casa Común. Ni el del potentado asesor que pretende sembrar consciencia ecológica en aquelles responsables del bendito descalabro mundial, aún ignorando que la solución ya está siendo puesta en práctica por sus víctimas. Como dice el profeta nadaísta Gonzalo Arango: no llegar es también el cumplimiento de un destino. Y en esta crisis civilizatoria, es evidente que nuestro destino es no llegar.

Será conformarse con esa gota de esperanza en un mar de incertidumbres. Con esas arcas de Noe que vaticinó el pensador uruguayo Raúl Zibechi.

Mientras tanto el proceso de descomposición sigue en marcha y los tiempos de pachakuti nos enfrentan a procesos de inseguridad y contradicciones que siempre ven la paja en el ojo ajeno. ¿O es que acaso el acceso a las arcas de Noe no es pa todes en un devenir capitalistamente privativo? ¿Acaso solo sobrevivirán a este cruel mundo en colapso un pequeño muestrario de idealistas visionarios que no reflejan la extensa y contradictoria diversidad de nuestra humanidad? ¿Seguirán siendo excluidas las mujeres líderes de la comunidad, el cuidado y la conexión con la Madre Tierra?

Otra vez, varios años después, la revista Rolling Stone me encargó una nota sobre permacultura. Recorrí varias aldeas en un remis carísimo (de costo mucho más abultado que las migajas que la afamada revista me pagaba por el reportaje). En una de esas aldeas había discípulos del barba. Se habían ido de la aldea madre por disidencias en la construcción comunitaria. Su construcción era menos eficiente pero más colectiva.

Me plantearon una serie de críticas a la permacultura. Les dije que yo podía entenderlas, pero que era contraproducente expresarlas en un reportaje para un revista masiva donde con suerte podía hacer entender la crisis planetaria y las respuestas posibles (como para ya andar entrando en las contradicciones de dicho camino). Publiqué sus ideas en otra revista “alternativa”, de la comunicación popular. Como dice Carutti, la fragmentación cultural, que se remonta al nacimiento de las civilizaciones poco después del nacimiento de la agricultura, nos lleva a certezas que se agrandan ante el miedo del colapso y nos encierran en nichos de pensamiento pocos creativos.

El príncipe Kropotkin en su libro El Apoyo Mutuo ya planteó que aquello que el amañado pensamiento positivista científico (nacido de la quema de brujas) entendió, dentro de la teoría de la evolución de las especies de Darwin, como la supervivencia del más apto a través del reino del más fuerte (tanto en cuerpo como ideas patriarcales), en la realidad de hormigas, abejas y pueblas originarias, más bien tenía que ver con la fortaleza de aquellas que saben organizarse comunitariamente (desde el ecofeminismo).

Muchos autores ya han planteado que el famoso “eslabón perdido”, que dio nacimiento a nuestra maravillosa habilidad de pensamiento y acción creadora, surgió de la capacidad de organizarse comunitariamente ante un entorno natural amenazante. Es ese miedo animal pre neolítico, el que nos sigue arrastrando a pensar la Naturaleza es nuestra enemiga y no nuestra madre. Despreciando en ese camino (científico capitalista patriarcal) la labor de las mujeres, madres, como herramienta y lderazgo principal en el cuidado de las comunidades y la Casa Común. Sobre todo en medio del amenazante entorno o colapso que nosotres mimes hemos creado como humanidad apartada de la Naturaleza. Paradojas cíclicas y espiranzales de la vida.

Biodiversidad

Dice el papacho Manfred Max Neef que la probabilidad estadística y científica de alcanzar esto que somos como humanidad y civilización es tan pequeña (infinitesimal), que solo puede ser entendida como un “milagro”. Demostrando que no somos otra cosa que “la Naturaleza teniendo una experiencia humana”.

El músico, antropólogo y astrólogo argentino Eugenio Carutti, sostiene en su libro Inteligencia Planetaria que, incluso dentro de este mágico devenir del universo, la tecnología (desde el martillo hasta la inteligencia artificial) es parte de un proceso natural y ajeno a nuestro mérito. Dicho proceso nos permite la comodidad de plantearnos una cuenta pendiente que aún acarreamos como humanidad: la experimentación en el vínculo (tanto entre humanes como con la Madre Tierra). El desarrollo de redes que permitan, frente al colapso, tejer una red diversa y complementaria, colaborativa, que sabemos, es la forma en que la naturaleza desarrolla su mayor evolución en eso que hoy los científicos llaman “biodiversidad”. La vida misma.

Teoría y práctica

Mateando con el barba una vez le pregunté si la labor comunitaria no era parte también de la permacultura. Y si su fracaso personal en dicho ámbito no mostraba que su supuesta maestría en permacultura tenía ahí una cuenta pendiente. Me dijo que ya estaba viejo pa eso.

Sus cursos plantean de todas maneras la labora comunitaria. Desde la teoría. Pero evidentemente no desde la práctica. Algún tiempo después, un indio warpe me definió la permacultura como “todo aquello que hacían mis abuelos y ahora se puso de moda entre los gringos”.

Fue un tiempo después de un conflicto con el Grupo de Reflexión Rural (GRR) por mi apoyo a Juan Grabois y su alianza temporal con Gustavo Grobocopatel (alianza temporal que el líder social aclaró no funcionó, pero valía el intento).

Frente a las denuncias de complicidad con el agronegocio de parte de Grabois (y mías al apoyarlo), pedí a les militante del GRR que me mandaran fotos de sus proyectos de huertas agroecológicas comunitarias produciendo alimento para algún sector de la población. Al menos decenas. No digo miles, como pueden mostrar Grabois o la UTT (o cualquier otra organización con sendas complicidades con el poder político de turno y algún que otro empresario o consumidor de alta alcurnia, según los análisis de los iluminados y elitistas pensamientos de este sector de la clase media alta consciente),

Todavía estoy esperando.

La ropa blanca no es la adecuada para sembrar una huerta o construir un rancho en adobe. Vivir en el monte (entendimos algunes de aquelles que sin mayor experiencia hemos incurrido en la multiplicidad de errores que conlleva el aprendizaje de otra forma de vida) te aleja de ciertos dogmatismos o ideales fantasiosos. Sobre todo si uno no cuenta con alguna herencia, un lucrativo trabajo a distancia o algún ahorro de un funesto pasado de complicidad con el sistema capitalista patriarcal. Sistema del cual, como dicen las cumpas zapatistas en su concepto de hidra capitalista, es bastante difícil zafar por más esfuerzo que le pongamos.

Acciones y palabras en comunidad

El pueblo Nasa tiene un proverbio que suelo recordar a menudo: “Las palabras sin acciones son vacías. Las acciones sin palabras son ciegas. Las palabras y las acciones por fuera del espíritu de la comunidad son la muerte”.

Mi amigo Chucho Yalanda, líder del pueblo de Ambaló, se tomó un buen tiempo en tratar de calmarme o explicarme por qué el pueblo colombiano observaba impávido el régimen narcoparamilitar de Álvaro Uribe Velez (con sus masacres populares en pos del extractivismo de las grandes empresas multinacionales). “Yo tuve diez hijos porque sé que cinco van a morir a manos del ejército, la guerrilla o los paramilitares. Pero cinco van a seguir resistiendo en la tierra”, me dijo pa explicar la dimensión del colapso que enfrentamos como humanidad. En un argumento humano y estadístico sin repreguntas ni respuestas. La muerte también es un valor natural.

Algunos años después conocí un taita colombiano que, después de una ceremonia de Ayahuasca, cuando algún inocente gringo argento le preguntó por la política de su país, se declaró uribista. Con la misma pasión con la que elogiaba la Coca Cola o las nuevas tecnologías de su celular.

Tengo un amigo que estuvo en Chiapas. Le preguntó a los zapatistas porque siendo anticapitalistas consumían Coca Cola. “¡Porque es muy rica!”, contestaron. Años después descubrí que más allá de sus apreciaciones políticas, sociales y económicas, el taita era una buena persona. Y un excelente curandero. Sobrino del Taita Querubin, un papacho que lanzando rayos me hizo descubrir que “hay cosas que dependen de fuerzas superiores a las nuestras” (Barba dixit).

Problemas de salud

A través de les cumpas de Sinaltrainal (sindicato del alimento en Colombia) me enteré que la Coca Cola, además de matar sindicalistas colombianos, había dejado sin agua a campesinas de la India. Se estaban organizando en el Tribunal Permanente de los Pueblos para denunciar estos y otros crímenes de lesa humanidad de los paramilitares, las empresas y ongs multinacionales, y el propio gobierno colombiano de Álvaro Uribe Velez (apoyado mayoritariamente en las urnas y por el taita kofán).

Cuando volví a Argentina, cómo a nadie me iba a creer esas densas teorías conspirativas, o como muchas veces incurría en un discurso un poco violento, soberbio y reprochador al explicar la situación, por un tiempo comencé a esgrimir razones de salud cuando rechazaba ese cruento veneno negro. Quizás muchos de mis interlocutores (que se preocupaban por su salud individual) no sabían que también me refería a la salud comunitaria y planetaria. A les niñes campesines de India, los sindicalistas y pueblos originarios colombianos, y la tala indiscriminada de bosques, montes y selvas que estaría provocando el dichoso “cambio climático”.

Muches de esos interlocutores, importantes empresarios que la vida me dio la oportunidad de conocer por mi pasado de cuna de oro, hoy entienden y apoyan las cooperativas de la economía popular de la UTEP o establecen políticas de cuidado ambiental en sus empresas (como deseaba el importante consultor).

Porque, como decía Don Alfredo Moffat, también existe una salud comunitaria, planetaria, sin la cual tarde o temprano nosotres también terminaremos enfermándonos. “O nos curamos todos o acá no se cura nadie”, decía el papacho, quizás incluyendo, seguramente, más allá de su lenguaje no inclusivo, en el todes, a la Madre Tierra.

Diferentes formas de habitar una olla

El taita Alfredo decía que si pones un sapo vivo en una olla de agua hirviendo salta. Pero que si lo pones en una olla de agua fría y prendes la hornalla en el mínimo, lentamente se va cocinando y muere.

Pero que el café es una delicia donde no importa si el agua de la olla se hierve lento o rápido. Pero que en agua fría es un asco.

A pesar de todas las informaciones que son parte de mi cuerpo y afecto con relación a la Coca Cola, yo cada tanto acepto tomarme un fernet con coca si viene de una mano amiga, o me dan ganas, o me parece “rico”. Igual que dejé de ser vegetariano porque me daba vergüenza rechazar un caldo de gallina que tan amorosamente me ofrecía las doñitas del Cauca. No creo que el problema planetario se solucione con simples consumidores urbanitas apagando la luz una hora una vez al año.

Cada tanto, con ese trago de Coca Cola, se que soy, además de la Naturaleza teniendo una experiencia Humana, un responsable infinitesimal de la muerte de algún sindicalista colombiano o niñe hindú. Si no lo hiciera no sería parte de este mundo, de esta humanidad tan cascoteadita. ¿Cuál es la proporción de agua sucia que hace un vaso intomable? ¿Cual es el consumo promedio de Coca Cola que no afectaría mi salud ni la del planeta?

No hay otra explicación que la estupidez humana para seguir incurriendo en numeroso actos colectivos. Pero al problema colectivo no hay otra respuesta que la sanación colectiva. Al paso del más lento dicen las cumpas zapatistas. En todos los sentidos y acciones, en todas las palabras e ideas, siempre dentro del espíritu de la comunidad que es la Vida.

Diferentes formas de ir a misa

“Son las fortalezas de este gobierno, manejar el miedo colectivo, urbano especialmente, como un mecanismo de contención frente a otro tipo de propuesta. La gente aun sospechando que ciertas informaciones son falaces, acepta eso para su comodidad. Frente al miedo hay una busca instintiva de la comodidad. Entonces se santiguan y dicen: gracias a dios que puedo ir a la tienda de la esquina, y van a misa más tarde”, me dijo una vez Pacho Rojas, asesor del Consejo Regional Indigena del Cauca (CRIC).

El mayor avance de la ciencia positivista, la física cuántica, dice básicamente que cada uno, como observador, se inventa su propio mundo. Que lo importante no es el experimento, sino el observador. El filósofo boliviano Javier Medina dice que eso hace rato lo sabían las pueblas de nuestra Amerika. Igual que ya sabían esa teoría de Einstein que dice que tiempo es igual a espacio. Yo todo eso lo entendí mejor compartiendo con mis maestras, las mamitas, cholitas, bolivianas, que estudiando o leyendo libros surgidos de grandes universidades positivistas. El problema siempre es la ética, no la herramienta, dice el sociólogo boliviano Jorge Viaña.

“Mirá”, me dijo un amigo diseñador del Viejo Mundo, “yo se que con esto de la inteligencia artificial tarde o temprano nos van a cagar. Que quizás provoque que algún día pierda mi empleo. Pero la verdá es poco lo que puedo hacer al respecto. Mientras tanto yo la uso para hacer más corto mi trabajo y tener más tiempo para pasar con mi niño”. “Derivar en alerta”, dice el papacho Max Neef.

Así como tiene pastillitas para que se te pase la gripe rápido y puedas ir a esclavizarte pa algún patrón, el tan creativo sistema capitalista que juntes creamos, tiene diversas formas de calmar la consciencia (más allá de los psicólogos). Nuestros padres iban a misa, nosotres hacemos ceremonias chamánicas, aportamos algún vuelto a alguna ong, militamos en nuestros ratos libres, asistimos a cursos de permacultura o le damos un pucho o un peso pa la birra al pibe de la esquina.

Hace rato que, por lo general, en mi experiencia particular, soy un jipi loco cuando cuento de un temazcal en una asamblea militante del campo popular. Y un trosko mala onda cuando hablo de extractivismo y multinacionales en una ceremonia de ayahuasca. Unes dicen que la espiritualidad no tiene efectos prácticos, les otres que la práctica revolucionaria mancha la ropa blanca.

Claro que hay excepciones, como las del Taita Tulio, que reemplazó al Taita Querubin como líder de la tribu Kofan, y una vez me invitó a mi primera ceremonia de ayuahuasca después de asistir a una charla sobre multinacionales y paramilitarismo en Colombia en un local del Frente Popular Darío Santillán en Constitución. O mi amigo el abogado y militante revolucionario Sergio Job, que alguna vez aceptó mi invitación de compartir una ceremonia de ayahuasca del pueblo Kofan. Fue en los tiempos en que andaba soñando, creando, el Refugio Libertad, una de las experiencias más hermosas con las que cuenta la economía popular en Córdoba (siempre y cuando no le quemen el monte o los caguen a tiros).

Fue Sergio el encargado de transmitirle a Juan Grabois la bendición para su postulación presidencial de nuestra amada abuela Argentina Paz Quiroga, amta del pueblo warpe.

Igualdad y horizontalidad

“El problema”, terminé concluyendo que me dijo una vez la abuela Amta, “es que ustedes vienen con esa cosa de que en la ronda somos todas iguales. El signo igual es la cruz del positivismo científico que nació de la quema de brujas y la destrucción de las comunas medievales. Y se terminó de empoderar como sistema capitalista con el saqueo del Potosí y la masacre sobre las pueblas originaria de nuestra Amerika. Acá nosotras hacemos la ronda. Pero cada quien es cada quien en su diversidad y función. La que limpia la escuela es la que limpia la escuela. El hombre de fuego es el hombre de fuego. La líder política es la líder política. Las abuelas son las abuelas y los ñampenes son los ñampenes. Y vos son un gringo extranjero al que todos oyen porque yo, que soy la líder espiritual, digo que tu palabra es interesante”. O algo así.

En realidad la cita no debería estar entre comillas, o tener una sola comilla, ya que es una cocreación, copy left, de las conclusiones que extraje de una de esas hermosas charlas mateadas en la Casita Warpe, una construcción de adobe chiquita, infinitesimal, que resiste, o es semilla en espera, frente al crecimiento inmobiliario y comercial de la capital de San Juan.

Las ideas autonomistas, indigenistas, zapatistas, asamblearias, pachamamistas, que los gringos, una vez más, extrajimos y modificamos a nuestro antojo, han comenzado a resultarnos, a unes muches, una falsa horizontalidad donde todes ponen opiniones en una dinámica más parecida a una terapia grupal gratuita de psicoanálisis que un ámbito de toma de decisiones.

Continuamos empoderando líderes que rosquean por afuera, manipulan decisiones, ejercen el poder de forma controladora, de competitivo boicot a otras gentes o iniciativas, en una dinámica que se ajusta más a la forma patriarcal capitalista (más allá de que sean hombres o mujeres) que a la herencia matriarcal, espiritual y de cuidado, que aún nos recuerdan las pueblas de nuestra Amerika (representadas en esta nota por los taitas kofanes y la Amta Paz Quiroga) en la voz de un gringuito con el culo lleno de preguntas.

Construir poder popular

Otra abuela muy querida una vez me explicó algunos conceptos de la cosmovisión andina (que son políticos y espirituales a la vez) como el Pulso o el Muyu (espiral). La conducción o los liderazgos son un columpio de ida y vuelta, donde el poder se expande en tiempos de bonanza y se concentra en tiempos de crisis. El Muyu o espiral es una fuerza centrífuga o céntripeta en torno a la conducción comunitaria, dependiendo del tiempo y espacio (que son parte de una misma fórmula según las ancestrales pueblas de nuestra Amerika y el mayor exponente del positivismo científico).

El Pulso es el tiempo que el o la líder eligen para dejar que las cosas sucedan dentro de la comunidad. Más allá que elles, por ejemplo, opinen que la estrategia no es la adecuado o no se adapte a los recursos o necesidades de la comunidad para llevarla a cabo.

Todo eso según mi humilde interpretación de un gringuito con el culo lleno de preguntas.

Más allá de las enseñanzas por estos pagos, en estas tumultosas épocas de aprendizaje colectivo, uno se pregunta si tendrán algo que ver estas cosmovisiones ancestrales andinas con la herramienta política de los pueblos en Bolivia, donde presenciamos las intestinas luchas de poder al interior del MAS o la eternización del Evo como dirigente, más allá del sinnumero de opciones de liderazgo que existen en un país con una larga historia de luchas y luchadoras sociales (el género no es anecdótico, literario ni una concesión).

Alguien alguna vez me dijo que el espiral o muyu entre el promocionado casamiento de Álvaro García Linera con la periodista Claudia Fernández en Tiwanaku (una década después de la asunción del Evo entre curakas y yatiris en el mismo lugar) marcaba el fin de la era del MAS y su vinculación con la realidad espiritual, cultural y política de las pueblas andinas.

La palabra y la acción por fuera de la comunidad son la muerte.

Liberalismo Jipi

Quizás es también un camino liberal individualista y fuera del espíritu de la comunidad (más allá de palabras y acciones) el de muches jipis neorurales (más allá de su voto, que en algunos casos fue para Milei, Bregman, Massa o a ningún lado) que sostienen prácticas geopolíticamente sustentables y dizque autogestivas apartándose de su comunidad y sus devenires de construcción social en múltiples ámbitos incluyendo el de la “sucia” política. Es la misma posición que sostiene cierto sector de la ilusión progresista de clase media o alta acerca de que “los negros boludos votaron mal”.

Suciedades o negritudes que involucran, con menos suerte, información, capacidad o dinero, a amplios sectores del campesinado popular originario (o hace mucho venido) de esos territorios que habitamos. “Porque nosotros los que la tenemos clara”, arrancó un cumpa de temazcal el otro día la palabra dizque sagrada pa criticar a la gente que no se llevaba su propia bolsita al supermercado.

Quizá la claridad sea en vano si no nace de un puente entre razón y corazón, espíritu y política, contexto geopolítico en consciencia que “somos la Naturaleza teniendo una experiencia humana”. Quizá necesitemos de todas las prácticas y experiencias, ideas y palabras, para que nuestra comunidad no tenga destino de muerte. El Planeta, la Naturaleza, el Universo, como dice el poeta Nicanor Parra, seguirá siempre existiendo. Somos nosotres les que la cagamos.