Pensamiento Crítico

Marx, la CGT y la marcha del 24 de enero

Por Yunga

1. Pasé casi una década sin ir a marchas. En algún momento de mi adolescencia me convencí de que la única forma de cambiar el mundo era mediante la tecnología. La política me parecía un juego sucio en el que no valía la pena involucrarse. Mucho mejor invertir ese tiempo en seguir formándome como física teórica, descubrir algo importante, salvar el mundo.

Un 24 de marzo de 2017, tras mi decepción respecto al rol de la academia científica en la sociedad, volví a salir a las calles. En un texto publicado en Facebook agradecía vivir en una democracia. En 2017 todavía no había transicionado ni sabía que el anarquismo era un movimiento posible. No me imaginaba que eso que llamamos “democracia representativa” (pero que de demos representado tiene muy poco) es la culpable de que una y otra vez se militaricen los territorios. En 2017 todavía no había vivido con gente a la que le costase juntar la plata para pagar el alquiler ni había notado hasta qué punto la universidad puede ser un antro para blancxs con pretensiones eruditas y una muy pobre conciencia de clase, donde a casi nadie parece preocuparle que haya más gente marrón limpiando las oficinas que investigando. De hecho, en 2017 ni siquiera sabía que había personas que se reivindicaban marronas.

“Soy una persona que confía en que la sociedad se va a seguir quejando, que la gente va a seguir marchando y que, como vienen demostrando los siglos, vamos a seguir aprendiendo de nuestros errores” escribía en Facebook ese 24 de marzo de 2017 y la verdad es que si algo no ha cambiado entre esa persona que fui, y la que soy ahora, es la llama optimista de mi deseo transformador.

2. La del 24 de enero fue mi primera marcha con los sindicatos como protagonistas. Desde la vuelta de la democracia, la Confederación General del Trabajo (CGT) (el más grande e influyente gremio del país) organizó 42 paros totales: 13 a Alfonsín, 8 a Menem, 8 a De la Rúa, 2 a Duhalde, 1 a Kirchner, 5 a Cristina, 5 a Macri y 0 a Alberto Fernández.

“Durante los cuatro años jamás hubo un proyecto que cambiase la matriz estructural en contra de los trabajadores y jamás se apuntó en contra del sistema jubilatorio y la igualdad de todos los que habitamos esta tierra” dice Héctor Daer, uno de los tres secretarios generales del triunvirato que conduce la CGT, cuando le preguntaron por la ausencia de paros durante el gobierno anterior; y yo, inevitablemente, pienso en Marx, mi más reciente obsesión.

En el año 1864 Marx fue elegido para formar parte del Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores (más conocida como Primera Internacional). La AIT fue la primera federación de Trade Unions (expresión inglesa para “sindicato”) realmente masiva de la historia. Marx era conocido como un periodista erudito, pero todavía no había participado activamente en ninguna asociación de trabajadores. El Manifiesto Comunista no se había leído mucho y de El Capital había salido sólo un primer tomo que al día de hoy sigue siendo bastante incomprensible (por no decir aburrido). Con la Primera Internacional (más específicamente tras La Guerra Civil en Francia, un texto sobre la Comuna de París que se editó tres veces en dos meses y vendió miles de ejemplares) fue que el nombre de Karl Marx pasó a ser ampliamente conocido (y castigado por la prensa).

“Todos los partidos políticos, cualquiera sean, sin excepción, sólo consiguen inspirar a las masas trabajadoras temporalmente; los sindicatos, en cambio, cautivan a los trabajadores para bien” dijo Marx a una unión de metalúrgicos en 1869, cuando descubrió que “el Partido” (como le llamaba al pequeño movimiento de pensadores radicales nacido en la época del Manifiesto Comunista) se había extinguido, mientras que las Trade Unions adqurían cada vez más poder.

Aunque más reformistas de lo que Karl hubiera querido (algo así como “más peronistas”), las Trade Unions eran masivas y poderosas alianzas proletarias. “Las escuelas del socialismo” para trabajadores, pues “ahí se desarrollaba claramente y ante sus ojos la batalla contra el capital” (citas tomadas de Karl Marx, Ilusión y Grandeza).

Volvamos a la CGT. Entendiendo por supuesto que hubo una pandemia en el medio, ¿estaban realmente conformes todes les trabajadores respecto a “la igualdad de todos los que habitamos esta tierra” durante el gobierno de Alberto Fernández como para que no hubiera necesidad de una sola huelga? Si de algo se preocupó Marx durante su presencia en la Primera Internacional fue en insistir en que el rol de los sindicatos no debe ser tanto “la buena paritaria”, sino la eliminación del sistema de salarios. Trabajadores organizados en condiciones horizontales, sin la mediación capitalista y la esclavitud del sistema de “empleo”.

Cómo será que estamos lejos de una organización comunitaria, que nos resulta casi imposible imaginar una trabajadora de EPEC que, en lugar de recibir un sueldo, sea tan parte de la empresa como cualquier otre (incluyendo aquellas personas en tareas de gestión).

¿Cómo imaginar por ejemplo un docente universitario cuyo ingreso económico no dependa de una negociación con el Estado?

3. A finales de 2022 me invitaron a participar de una reunión en Adiuc, sindicato de docentes e investigadores universitaries de la UNC. Uno de los tres temas que se iban a tratar era el cupo trans y yo venía de haber ganado cierta visibilidad política como parte de una lucha para que la Liga Cordobesa de Fútbol permita jugar a mujeres trans. La verdad es que ese día se habló mucho más sobre una licencia por violencia de género que estaban buscando conseguir (y que se aprobó un año más tarde), pero tras mi asistencia tuve el atrevimiento de preguntarle al secretario general (un científico egresado de mi misma facultad, a quien unas semanas atrás le había pedido ayuda respecto a una tesis doctoral que tengo sin defender) ¿Y por casa cómo andamos?, me atreví a insinuar. Es decir, ¿tenían elles la intención política de incluir una persona trans en el sindicato? El cupo estipula un mínimo de un 1% de personas trans en cargos del sector público nacional, por lo que siendo unas 30 personas las que trabajan en Adiuc, mi contratación significaría un razonable 3%.

Increíblemente, recién con la respuesta del secretario general entendí que los sindicatos no pertenecen al sector público nacional (pues se subsidian con un porcentaje del sueldo de les trabajadores afiliades), por lo que en rigor no tenían la obligación legal de contratarme; sin embargo, a mediados del año siguiente fui contratada para organizar un torneo de fútbol femenino y luego se me ofreció un pequeño ingreso mensual (80 mil por 40 horas) en la naciente Área de Género del gremio. Desde entonces participé en la gestión de una encuesta sobre cuidados (con el fin de pedir en paritarias un bono para afiliades con hijes entre 0 y 3 años), coordiné un viaje al Encuentro Plurinacional con delegadas y afiliadas e inventarié los libros dispersos por la sede, armando con ellos una biblioteca.

¿Sirvieron acaso esas acciones para atacar al sistema de empleos capitalista? Ínfimamente, pero sin dudas en los meses en los que llevo trabajando ahí pasé de no tener idea de lo que era un sindicato, a asistir a reuniones y participar en talleres de formación. Es curioso porque tan hondo cala el discurso de “la casta”, que una y otra vez tenía que recordarme que no era “inmoral” cobrar un pequeño sueldo para formarme como sindicalista. Cinco años pasé cobrando un jugoso sueldo CONICET para estudiar Agujeros Negros y a nadie parecía alarmarle; sin embargo, la formación política es todavía menospreciada como si no fuera, de hecho, mucho más urgente para la salud del planeta que la amplia mayoría de las investigaciones hoy subsidiadas por el Estado.

4. Curiosamente hay algunos puntos en común entre el sindicalismo marxista de fines del XIX y el accionar de Milei: la eliminación de un Estado centralizado. El día de la marcha el Gobierno emitió un comunicado en el que amenazaba con quitar la coparticipación a todas las provincias que votasen en contra de la Ley Ómnibus. La coparticipación nace en Argentina en 1935 tras la crisis económica mundial de 1929, que generó una retracción en el comercio internacional y entonces se buscó fortalecer el consumo interno. De lo recaudado, Nación se quedaba con el 82,5% y las provincias con el 17,5%, que a su vez se repartía de acuerdo a la población, el gasto y los recursos de cada una. Hoy ese porcentaje es de 42% para Nación, 57% para las provincias y un 1% para un fondo. Las provincias con mayor coparticipación por habitante son Tierra del Fuego, Catamarca y Formosa, mientras que las de menor coparticipación por habitante son CABA, Buenos Aires, Mendoza y Córdoba. Puede parecer muy samaritano ese impuesto a la riqueza de las provincias, pero obviamente sabemos que el interés de estas decisiones, desde su creación hasta hoy, es siempre más económico que cristiano: aumentar la cantidad de tierra explotada.

Lo primero que pensé ante la amenaza de Milei fue entonces: ¿Qué harían las provincias si se quedasen sin ese ingreso? Una posibilidad sería compensar ese déficit sumando impuestos provinciales, buscando al mismo tiempo reducir impuestos nacionales. Desde el punto de vista de Milei, esta desvinculación tendría el deseado fin de romper políticas económicas nacionales. O, en otras palabras, contribuir a la eliminación del Estado.

Cuando se creó la Comuna de París en 1871 (en un contexto de ocupación prusiana, tras la derrota del sobrino de Napoleón y su arrebatado intento de anexar Luxemburgo al Segundo Imperio Francés), entre las condiciones exigidas estaba la restauración de la República (con el sufragio universal masculino de 1848, el voto de la población rural inclinó la balanza hacia el sobrino de Napoleón, que en 1852 restauró la monarquía) y la ampliación de la autonomía absoluta de la Comuna a todas las localidades de Francia, creándose así una Federación de Comunas, cada una con el control absoluto sobre la economía, la administración, la seguridad y la enseñanza.

Por tomar un caso más contemporáneo: Ciudad Futura (perteneciente a la red global municipalista llamada Ciudades Sin Miedo), estuvo a punto de conseguir la gobernación de Rosario de Santa Fé en las elecciones del año pasado. El primer evento del movimiento fue organizado por Barcelona en Comú, una plataforma política ecosocialista que en 2015 ganó la alcaldía de Barcelona, consecuencia del crecimiento del independentismo catalán. El último encuentro de Ciudades Sin Miedo fue, justamente, en Rosario (año 2022).

¿Por qué entonces no sería deseado que las provincias y universidades puedan generar autonomía? ¿Es que realmente nos creemos eso de que las provincias pobres necesitan de la ayuda de provincias ricas, casualmente cercanas al flujo económico que desde la creación del Virreinato fluye hacia el puerto del Río de la Plata? ¿O es sencillamente que tenemos miedo de que, como pasa en Estados Unidos, la independencia de las regiones no necesariamente implique un gobierno comunista, sino más bien todo lo contrario: uno de alianzas liberales entre el gobierno y las empresas? Sin dudas el municipalismo que podría surgir de la desmantelación del Estado es un salto al vacío, pero justamente por eso es este el mejor momento para diseñar un plan de vuelo, en caso de que se nos obligue a saltar.

5. “Yo defiendo la universidad pública” dice la remera que me regaló Adiuc cuando empecé a trabajar con elles y la verdad es que hay algo que no termina de cerrarme en el concepto de “lo público”. En 1867, uno de los temores de la Primera Internacional, luego de haber logrado quitarle el monopolio de las universidades a la Iglesia, era que el Estado pasaría a monopolizar la educación. Por supuesto, ni la Primera ni yo estamos abogando por universidades privadas liberales, sino por universidades autónomas y comunitarias, gobernadas por los trabajadores que hoy la subsidian.

Un tercio del presupuesto de la UNC es producido por la misma universidad. Sin ánimos de entrar en una lógica libertaria de “reducir el gasto fiscal”, quizás sí sea un buen momento para pensar en alianzas con sindicatos que permitan a la UNC obtener su autonomía. No como una forma de eliminar el Estado y reemplazarlo por privados, sino como un camino hacia una Córdoba ecosocialista.