EL PERONISMO MUTILADO
Por Mariano Pacheco
Apuntes para la pensar la coyuntura, en un intento por abrir algún tipo de conversación pública que pueda sortear al menos un poco la estupidez de la que todes parecemos ser parte.
Acéfalo de un liderazgo unificador, agotada la conducción del último ciclo progresista, entrampado entre un estatalismo de aldea y una fascinación por el desarrollo tecnológico, el peronismo naufraga en otra tanta de sus crisis frente a la cual sus adversarios y otros tantos dudosos de su propio campo o de campitos aledaños, comienzan a realizar filas para firmar su certificado de defunción. Los que no, se aferran a parcelas del pasado, que pretenden presentar como la única verdad, esa que hace espejo con una única realidad: monolítica, monológica, monocorde…
¿Ha sido siempre así el peronismo? ¿Ha sido el peronismo, alguna vez, una sola cosa? Veteranos y jóvenes (o, más bien, pende-viejos fingiendo demencia en un intento por conectar con “la época”, reducida ésta a sus capas más juveniles y a sus aspectos más francamente estúpidos), se empecinan últimamente en hacer gala de crítica antiprogresista y elogio de lo más conservador e incluso reaccionario que el peronismo podía contener en su interior.
Que el progresismo tuvo sus problemas, inconsecuencias y limitaciones, lo hemos dicho, una y otra vez, durante dos décadas. Pero que ahora se pretenda anularlo como segmento de una larga memoria, es más, como momento más dinámico de la gestión estatal y la discusión pública masiva de nuestra sociedad, no puede sino achatar la mirada, reducirla al conformismo más ramplón: el abrazo reciente entre el sindicalista camionero Moyano y las Madres de Plaza de Mayo, la proliferación de iniciativas comunicacionales actuales (en distintos formatos) o el alzamiento de una consigna como “La patria no se vende”, coreada por miles en movilizaciones de masas, no puede entenderse sin el pujante movimiento de la sociedad argentina durante las últimas cuatro décadas, sí, pero también (y dentro de ese período), sin ese ciclo de gestión estatal que entre 2003 y 2015, alimentó y buscó formas de recrear esa memoria nacional-popular de la que el peronsmo es parte, poniendo el foco en una cantidad de medidas de reparación material y simbólica sin las cuales, difícilmente, cualquier pueblo podría pensar en avanzar, en ir por más y mejores transformaciones.
¿Por qué insistir entonces en discursos sobre ortodoxias que llaman a la desmovilización, que ponen el foco en una imagen de la familia obrera que ya no existe, y que no aloja en su interior los vectores más dinámicos que parieron las luchas de estos años? ¿Por qué recaer en el cinismo de formatos, sonidos y “bailecitos” que realzan figuras de funcionarios que promueven discursos que enlazan más con los aires microfascitas de la época que con las historias y los desafíos de intervención por gestar una patria que sea para todos? (Sí: me refiero al último episodio de Sergio Berni y Tomás Rebord, pero también, a las permanentes arengas de éste último en relación a que el peronismo siempre fue sólo un proyecto capitalista). ¿Qué necesidad de amplificar voces que conjuran cualquier posibilidad de relanzar una plataforma para efectivamente ir más allá de lo que el ciclo progresista pudo a inicios de los dos mil? (sí: me refiero al convite permanente de medios como Gelatina y C5N a Guillermo Moreno).
¿Qué pasa entonces, digo otra vez, que veteranos (y veteranas), y sobre todo pendeviejis, sientan tanta fascinación por reivindicar personajes que van de la derecha peronista a la socialdemocracia radical? (Sí: me refiero a José Ignacio Rucci, a la minoritaria fracción “Lealtad” de la setentista Juventud Peronista y al ex presidente Raúl Alfonsín). Sobre todo porque dicha reivindicación no es en post de una ampliación de la irada, puesto que omitan de manera alevosa otras experiencias y figuras que supieron contribuir a repensar y reinventar el peronismo, conectándolo con otras franjas no peronistas pero igualmente anhelantes de sueños de emancipación (Sí: me refiero a nombres y experiencias como la CGT de los Argentinos y las guerrillas peronistas de Uturuncos y Taco Ralo; a los Programas obreros de La Falda y Huerta Grande; a revolucionarias como Norma Arrostito y Alicia Eguren; a intelectuales/periodistas-militantes como Juan José Hernández Arregui y Dardo Cabo, y acoto a esta breve enumeración, para no abundar”, como le gustaba decir a David Viñas).
***
En una frase que tiene un montón de problemas teóricos (por su matriz teleológica) pero toda la fuerza de una punzante prosa política con vocación revolucionaria, John William Cooke (el joven diputado durante el primer peronismo; el organizador de la primera resistencia; el delegado personal de Perón, nombrado por éste –por única vez en la historia– su “heredero” en caso de muerte; el hombre del confianza del Che Guevara y la Revolución cubana en la argentina de los sesenta; el impulsor de una corriente revolucionaria del peronismo que llegó a decir que, en este país, los peronistas eran los auténticos comunistas), ese emblema del peronismo que hoy es el gran ausente del léxico peronista contemporáneo, porque al fin y al cabo funciona él mismo como el hecho maldito del peronismo burgués, supo escribir:
“Cuando culmine el proceso revolucionario argentino, se iluminará el aporte de cada episodio y ningún esfuerzo habrá en vano, ningún sacrificio estéril, y el éxito final, redimirá todas las frustraciones”.
Por supuesto: no nos alcanza hoy con imaginar un futuro redentor, sobre todo porque el rasgo distintivo de nuestra época (la de la “era del realismo capitalista”), es que un futuro más próspero aparece bloqueado en la imaginación. Por eso necesitamos ya mismo operar sobre el pasado para recortar y revalorizar (es decir, para seleccionar y jerarquizar) episodios y figuras, esfuerzos singulares y colectivos, que nos permitan pelearnos un poco con este tiempo, y abrazar amorosamente aquellas líneas pretéritas que impugnaron lo dado, que cuestionaron los mandatos, que se animaron a otra cosa que lo que ya estaba delineado como posibilidades de aquellos presentes. No tendría por qué presentarse una contradicción entre el horizonte de expectativas que pueda gestarse, y la inspiración que para ello pueda surgir de otros momentos más potentes, más activos para las propuestas transformadoras en sentido emancipatorias que este que atravesamos hoy en día.
¿No hay otros nombres y momentos de la larga historia peronista, hoy omitidos, que nos permitirían pensar un peronismo que no tenga necesariamente que estar condenado a ser simplemente la opción menos mala de un régimen que sólo produce sufrimiento en las grandes mayorías? ¿Hay un peronismo que puede volver a pensarse desde el subsuelo sublevado de la patria, desde esas grandes mayorías, la de las y los condenados de la tierra y de las calles de las grandes urbes?
Revista Resistencias, La Luna con gatillo, Instituto plebeyo