La falsa grieta económica (primera parte)
De como el oro del Potosí financió la revolución industrial para luego perder la batalla con la burbuja mental especulativa, gracias a las falsas profecías de la ciencia positivista.
Texto: Tomás Astelarra Portada: @fuskavisual Imágenes interior: Nico Mezca
Cuando Macri ganó las elecciones fui a la casa de mi vecino el Taita, un descendiente indígena que vivió las rigurosidades de la urbe con una infancia de limosnas de trenes y castigos de reformatorios, para luego convertirse en artesano viajero y finalmente recalar en un paraje de monte cordobés donde pudo comprar un terreno barato y construir su casa, su gallinero, su huerta y otras changas que le permitieron tener un buen vivir en el marco de la naturaleza y ciertas prácticas comunitarias.
“Y bueno”, me dijo, “ya engordaron la gallina, ahora tienen que faenarla”.
Sabía que el gobierno de Macri, como el de Milei, como la pandemia del Covid, iban a desmejorar sus condiciones de trabajo y la posibilidad de salir a buscar algún billetito a la feria o alguna changa de obra. Pero teniendo en lo personal la posibilidad de ejercer la soberanía alimentaria, dicha restricción solo significaba dejar de lado ciertos “lujos” (como los caramelos de la nena o las tabletas de chocolate, quizás algún viaje) y también ciertas acciones de inversión (poder ahorrar para comprar una motito, un molino de granos o un panel solar).
Escuchó con bastante interés y comprensión mi nueva teoría sobre el engorde y faenado de la gallina popular en tiempos de ilusión capitalista y positivista. Tierra fértil para falsos profetas y un nuevo avance de la concentración económica, el patriarcado y su extractivismo ecocida. Y femicida. Porque como dicen las cumpas ecofeministas, es la mujer nuestra conexión con la vida, la comunidad y la naturaleza.
El huevo de la serpiente del saqueo
La teoría del engorde y faenado de la gallina es como la del huevo o la gallina, no se sabe que viene antes y que viene después. Está no científicamente comprobado que la revolución industrial solo fue posible gracias al oro del Potosí. Que fue algo así como un shock de emisión monetaria para la economía europea. Nunca pagaron la deuda. Que ahora, encima, nos cobra el FMI.
La cosa es mas o menos así. Se especula que una de las causas de la caída del imperio romano tuvo que ver con el presupuesto militar. Los pueblos que son convencidos de incorporarse a un régimen por la fuerza son inestables y rebeldes (como los galos de Asterix). Para eso se debe financiar grandes ejércitos. Mientras más crece el imperio más crecen los ejércitos. Y por ende el presupuesto del ministerio de Seguridad. Ya cansados de hacer recortes en los ministerios de Salud o Educación, los romanos se decidieron a hacer, de manera inconsciente, lo que algunos expertos consideran la primera devaluación de la historia.
Decidieron que las monedas ya no iban a ser 100% de oro (un recurso finito como todos), sino que le iban a agregar otro metales para hacer bulto. Una técnica que siglos después se incorporaría a los alimentos. O también se solucionaría con la maquinita de imprimir esos billetes que Marco Polo descubrió en China.
El hecho es que, al igual que los lecops, patacones o lecor de principios de este siglo en Argentina, la puebla, que no era boluda, comenzó a diferenciar y valuar (o devaluar) las monedas sucias de las originales. Tres monedas de oro sucio (con metales) valía en los mercados populares dos monedas de oro posta. Como la mayoría de monedas puras estaban en Roma (en los arcones de los senadores) o algunas pocas en el pueblo (que las había conservado en su austeridad), los soldados (burócratas dependientes del Estado y de consumos superfluos, es decir, poco ahorro) comenzaron a tener menos poder de compra. La huelga general y otros menesteres (como la baja calidad de los césares y sus ejércitos, la salud y la educación, la cultura) marcó el principio de la ruina del imperio romano. Un intento más de una civilización que, al día de hoy, no ha entendido que no se puede construir sociedad o cultura más allá´de los límites de la naturaleza. Y el consentimiento de las pueblas.
Otra oportunidad
Durante la “oscura” (para la ciencia oficial) Edad Media, los castillos feudales y sus muros e impuestos albergaron algunas pueblas. Sin embargo otras volvieron a la naturaleza, el consentimiento y el poder sanador y organizativo de las mujeres en comunas autogestivas. La solución civilizatoria, aprovechando ejércitos y religiones, fue la quema de brujas.
También ayudaron el protestantismo y el iluminismo que, fomentando el individualismo, la materialidad y la primacía del “hombre” sobre Dios (por más trucho que fuera), permitieron el nacimiento de los bancos, los Estados y la ciencia positivista. Que se agregaron a la religión, el comercio y los ejércitos como herramienta de dominación. Gracias a las naves mercantes y conquistadoras, el colonialismo precapitalista europeo pudo expandir sus fronteras de acopio y extractivismo a buena parte del globo terráqueo.
Entre otras especias, el descubrimiento del oro de Potosí (un metal finito que curiosamente seguía imponiéndose como reserva de valor) permitió que España tomara la delantera en la competencia hacia “la riqueza de las naciones” (Adam Smith dixit). El excedente monetario permitió que la sociedad española se volcara hacia consumos superfluos, entre ellos, al ritmo de la moda, la vestimenta (como hoy sigue sucediendo). Vestimenta que, como buenos millonarios vagos, no producían los españoles, sino los ingleses, los alemanes, los italianos o los holandeses.
Poco tiempo después, o durante, la conquista de Amerika y el mundo, a mediados del siglo XVII, Amschel Moses Bauer, un orfebre de Francfort de Meno, Alemania, aprovechaba su condición de judío y su depósito de oro y plata para comenzar a prestar dinero, inaugurando una “tienda de monedas”. Algo así como el primer banco del mundo tal cual hoy lo conocemos. El escudo rojo (en alemán Rothschild) de su tienda de monedas, le dio el apellido a la familia que unos siglos después dominaría el mundo a través de las finanzas. Ya el protestantismo y las propias prácticas contradictorias de la iglesia católica apostólica romana, habían diluido ese dogma de que la usura, la ostentación, el individualismo y el despilfarro eran un pecado.
Los hijos y nietos de Moses aprovecharon la buena idea y fortuna del patriarca para comenzar a trabajar con reyes, convenciéndolos de fundar bancos nacionales, fábricas textiles y hasta también Estados. Es decir, las bases del liberalismo económica moderno.
Amschel Mayer Rothschild heredó el negocio de su padre en Alemania. Mientras que Salomon Mayer se volvió un gran terrateniente gracias a sus papel como financista del imperio austriaco. Luego incursionó en el negocio de los ferrocarriles y la metalmecánica. Carl Mayer fue por la conquista de Italia y James Mayer partió hacia París. Nathan Mayer Rothschild, se instaló en Manchester, donde inició un próspero negocio de telas que lograría convertirse en fábrica gracias al excedente del oro del Potosí. Con su fortuna financió la guerra de Inglaterra contra Napoleón. Utilizando su influencia en gobiernos y nacientes medios de comunicación masivos, Nathan logró sendos dividendos en esa operación. Al igual que lo haría a través de la Baring Brothers con el naciente gobierno argentino gracias a su empleado: Bernardino Rivadavia.
Los Rothschild también financiaron la independencia de Brasil, el canal de Suez o el estado africano de Rodesia (en honor a su socia Cecil Rhodes). Y otro ejemplos de imperialismo financiero.
El nacimiento de la burbuja financiera
Por la época en que Moses fundaba su “casa de monedas”, se dio un fenómeno que algunes expertes sindican como el primer caso de burbuja financiera. El caso de los tulipanes de Holanda.
La cosa es maomenos así: resulta que en los mercados de Holanda comenzó a aparecer un tulipán multicolor. Era muy raros, escasos, pero muy bellos. Gracias al excedente monetario que los holandeses le habían quitado a los españoles que le habían quitado a los indios del Potosí, las señoras de Holanda se pudieron dar el lujo de pagar muchas rupias por esos raros, escasos pero muy bellos tulipanes. El precio de los tulipanes multicolores comenzó a elevarse de manera desproporcionada (como las puntocom y los bitcoins).
Para colmo, además de ser raros y escasos (pero muy bellos) los tulipanes multicolores eran fugaces. Se morían a la semana o dos. Pronto solo las damas de alta sociedad pudieron darse el lujo de tener tulipanes multicolores en su ventana.
Hasta que un ancestro de un biólogo descubrió que la causa de la multicoloridad de los tulipanes era una extraña peste o enfermedad. No detalló si esa enfermedad afectaba o no a les humanoides. Pero, por las dudas, las damas de alta sociedad dejaron de comprar esos raros, bellos, escasos y enfermos tulipanes. El precio cayó a cero, el mercado de tulipanes de colores desapareció y los Taitas holandeses comenzaron a comprender, mientras levantaban la mirada de su huerta, que estos nuevos ricos del colonialismo capitalista estaban casi tan locos como Nerón.
Maomenos por esa época los padres de la ciencia económica la definían como “la ciencia que administra recursos escasos para necesidades infinitas”. Condenándonos, como humanidad, a cada vez más locos de los tulipanes y menos Taitas de la azada en la tierra. Los Taitas supieron que el capitalismo, al igual que la civilización, eran una enfermedad (psicológica). “Buenas noticias”, dijo el poeta Nicanor Parra, “la tierra se cura en un millón de años, somos nosotros los que desaparecemos”.
Mi vecino el Taita, de buen vivir austero y conectado a la Pachamama, sabe perfectamente que los recursos son abundantes si las necesidades son finitas.
El imperio de las necesidades infinitas
Con el oro que los españoles le robaron a los indios del Potosí, avanzados también en su propia peripecia colonial de corsarios y piratas, los ingleses pudieron desarrollar el capital necesario para inventar formas de producir más. Gracias al poder del negocio financiero y su influencia en los nacientes Estados, tipos como los Rothschild pudieron inventar aquello que tiempo después un tal Carlitos Marx denominaría plusvalía.
Pronto otros pobres europeos (como los del Potosí), desplazados de sus tierras y cagados de hambre, le permitirían, dejando sus vidas en las fábricas, a tipos como los Rothschild incrementar sus ganancias para crear una banca financiera mundial que, años después, le permitiría financiar la guerra de la Triple Alianza para que Paraguay no aventajara a Inglaterra en la producción de trenes y otras manufacturas.
Tanto Argentina, como Brasil y Uruguay (que le debían favores y dineros a la familia Rothschild) terminaron siendo cómplices de la masacre del Paraguay, su puebla y su autonomía económica. Los muertos, claro está, los pusieron los pobres de Amerika.
El colonialismo llevó al capitalismo y la revolución industrial, donde, como la tortuga con la liebre, Inglaterra le ganó la carrerita imperialista a España, fundando una colonia que además de industria tendría tierra y petróleo, y poco a poco, de forma fratricida, se convertiría en un nuevo imperio. Su gran batacazo fue la primera guerra mundial.
De las ganancias financieras y por venta de armas o granos de la primera guerra mundial se deriva una época de prosperidad en los Estados Unidos conocida como los roaring twenties (felices, locos o dorados años veinte). De esa época viene la creación del teléfono, el automóvil, los electrodomésticos, la publicidad y el consumo popular tal cual hoy lo conocemos. Y la expresión “tirar manteca al techo” (como metáfora del derroche de recursos en tiempos de bonanza).
Semejante derroche permitió la popularización de los instrumentos financieros, hasta ese entonces exclusivos de la elite económica, que le hicieron creer a las pueblas (ya más tulipanes de holanda que taitas) que era posible hacer dinero con dinero.
Como dijo mi vecino Pablito, un siglo después, para explicar la inconsistencia del “mandala de la abundancia”: “lo único que pones una en la tierra y te salen diez son las semillas”. Por esas épocas, habiendo sido empleado de la banca internacional y conociendo el curro financiero, un tano loco y medio chanta, de nombre Ponzi, inventó una famosa forma de estafa piramidal que se repetiría a lo largo del corto siglo XX (y el XXI también).
El sistema piramidal de Ponzi, no era otra cosa que una popularización o individualización de la estafa legal de los bancos. Como diría tiempo después Bertolt Brecht: “robar un banco es un delito. Pero mas delito es fundarlo”. Quizás como los chinos, todos los banqueros como Mondino son delincuentes. Quizás no. Seguro hay excepciones.
El famoso “efecto derrame” de los dorados años veinte llegó a países como la Argentina (que también permaneció neutral), granero del mundo y dizque potencia mundial que hoy reivindica nuestra presidente. Sin embargo había grandes multitudes que lejos de tirarle manteca al techo, más bien no le alcanzaba para ponérsela a las tostada. Por esos tiempos se dieron la Semana Trágica, la Masacre Forestal y la Patagonia Rebelde. El gobierno popular radical de Yrigoyen comenzaba a vivir esa extraña posición de tupac amaru político entre una burguesía prebendaria del poder económico concentrado internacional, religiosa y militar, y un pueblo rebelde, que como Asterix y sus galo, se negaba a consentir el saqueo.
El hecho, es que, como los tulipanes de Holanda, como cualquier burbuja financiera, los dorados años veinte duraron un suspiro en los tiempos de la humanidad. Ni siquiera llegó a cumplir una década cuando el negro jueves del 24 de octubre de 1929 la bolsa de Wall Street comenzó a derrumbarse. Metafóricamente hablando. Faltarían años para que se derrumbaran físicamente un 11 de octubre de 2001, la fecha del asesinato de Salvador Allende en Chile y un par de meses antes del derrumbe de la economía argentina. En aquellos años 30, en la Argentina, la explosión de la burbuja especulativa y su “gran depresión” permitía el primer golpe militar en el país. A río revuelto, ganancia de pescadores empresarios.
Pŕóxima entrega: la gran solución de Juancito Keynes para la burbuja financiera continua.