CHARLAS DEL MONTE

La crisis periférica

Cuando uno vive en estas periferias neorurales, donde a veces sociedad y paisaje se asemejan a los primeros pasos de esa utopía en el horizonte que describió el Taita Galeano, viajar a la ciudad es una percepción mucho más certera que el celular o la tele del estado de psicosis que cargan los urbanitas (a excepción de aquelles que guerreres cabalgan la alegre rebeldía a lomo danzante de la hidra capitalista con el rebusque, el pensamiento crítico, y las arcas de noe como refugio).

Voy pa la ciudad a una feria del libro independiente. Puede ser que quizás en búsqueda de esa percepción perdida, tanto a nivel macrosocial como en el pequeño micromundo de compañeres y organizaciones amigas que desde la misma construcción de otro mundo posible no cuentan con el filtro de la naturaleza y la distancia. Quizás también en búsqueda de la babylonia, el estallar de sentidos intelectuales y culturales, las conversaciones con viejas amistades y, por qué negarlo, esa dosis de comodidad capitalista que garantiza la urbe.

Encaramos por las altas cumbres en una chata al mando de un pazciente proyecto de hombre medicina con dos visitantes de estar artístico y espiritual que viven en ese Brasil más amplio que la inquietud de un apocalíptico incendio amazónico o un líder dizque populista expresando la mentalidad reaccionaria de una sociedad individualista que ha construido hábilmente ese 1% de la población líder del llamado nuevo orden mundial. Conquista física, psíquica, cultural y/o espiritual que lleva más de 500 años (por lo menos). Sobre la cima del mundo nos fumamos un buen bareto viendo el nuevo amanecer (no solo del bendito sol-tata inti sobre el día-montaña, sino de esa nueva sociedad en construcción que tímidamente encarnamos en tiempos de pachakuti).

Al llegar me pregunto: ¿Qué carajo hago acá? Me subo aceleradamente a un taxi rumbo al departamento de amigo militante de viaje en otra ciudad para poder llegar en el horario que prometí a otro amigo militante que durmió en el departamento de ese otro primer amigo militante a modo de tránsito en la urbanidad desde otra periferia. Tomamos unos mates, analizamos la densa trama de la coyuntura política, planeamos proyectos dizque revolucionarios, nos damos un abrazo, nos sacamos una selfie y el segundo amigo militante parte raudo mientras yo solo atino a sorber un mate más y tirarme rendido sobre un colchón con la certeza de un posterior baño de agua caliente y un almuerzo de comida rápida en las inmediaciones del barrio (territorio de inmigrantes peruanos).

Al despertar me doy cuenta que pocas ganas tengo de sentir la energía de esas calles infiltradas por la avalancha de informaciones apocalípticas de este nuevo espiral de miseria nacional (sangrante presente globalizado). Que mi necesidad cultural no esta tan grande y ta’ bastante satisfecha por las diversas construcciones e intercambios de la periferia. Que algo parecido sucede con la búsqueda de visiones y/o informaciones de ese micromundo político en búsqueda de autonomía más allá de los avatares de estos gobiernos capitalistas que distribuyen alternadamente pan duro y balas o chori, asado y celular (antes pizza con champagne, también alguna bala pérdida).

Para bucear en esta última realidad me tomo unas cervezas en un barrio bohemio con dos cumpas militantes, también ahora de paso en la urbanidad desde la periferia. Esas gente que uno dice: ¡Qué capas que son! Que me dirijan la palabra quiere decir que no voy por tan mal camino. Y que sean mis amigues aclara y confirma que ese camino revolucionario es de humildad y afecto (alegre rebeldía). De yapa a la casa de mi amigo militante llegan otras cuatro jóvenes cumpas de Rosario a las que tengo que confesar que para ser un ser en la curva del fantasma de creerse a veces un viejo militante choto y patriarcal, conversar con ellas da esperanza en la construcción de ese otro mundo posible más allá de nuestros errores y cansancios. Creo que completé la cuota de información de arcas de noe en otros territorios lejanos y no tan periféricos como el mío. Decido no ir a la feria del libro independiente y aceptar que cargué esa mochilota de libros básicamente al reverendo pedo.

Al salir recién arrancando la noche de jueves del bar de barrio bohemio donde suelo vender mis libritos por las mesas, me doy cuenta que no fui a la ciudad por dinero. Ni me preocupa sacar a pasear al menos algunos libros de esa pesada mochila que arrastré por las rutas de montaña con esperanza de feria. Otras visitas me han hecho dar cuenta que aquella vuelta por los bares aporta apenas migajas de efectivo que el desgaste anímico y político no compensa. Los taxis, las birras de fábrica bohemia, la pizza y algún bajón, son como un dinero que uno pierde en el casino. Mejor no apostar a recuperarlo. Me encierro en el departamento militante a dormir, comer arroz con pescado, aprovechar la ducha caliente, el colchón, el wi fi alldaylong, (con el que me divierto viendo análisis políticos en la tele). Una cura de sueño y comodidad con la que enfrentaré los verdaderos avatares y desafíos de la periferia neorural jipi. Salir al barrio no me da ninguna intuición de la psicosis urbanita, pues los inmigrantes peruanos son como los habitantes de esa neoruralidad periferia que habito y ese micromundo de alegre rebeldía citadino que alguna vez he transitado. Resiliencia le dicen los expertos. “¿Que me importa el dólar, el riesgo país y la suba de la luz, la nafta y el gas, si no tengo moto, auto, ni dólares, ni inversiones financieras y cuento con panel solar, fogón y huerta?”, diría el Jipi Matías. “Si al final todos los gobiernos finalmente nos cagan y acá seguimos vivos?”, afirmaría el Mario. “Si igual tenemos el poder de la familia, la comunidad, los sistemas económicos ancestrales para defendernos igual que siempre desde hace quinientos años”, dicen los papachos y mamitas. Si al llegar a Traslasierra sigo comprando alimento barato en nuestro negocio cooperativo, y donde voy les amigues me invitan su verdurita o birra casera, si les amigues urbanitas no me cobran el hotel y hasta tengo tiempo de visitar una amiga que se da el lujo de descansar una semana de una sinusitis porque no quiere tomar antibióticos y nadie se indigna porque faltó al plenario de la radio y yo llego de allá con novedades y una bolsa de verdura para cocinarle rico y ver una peli con su su hija que la acaba de traer otro amigue de una fiesta de cumpleaños, y yo la cubro en el turno de atención del local cooperativo al otro día, y nuestra amiga le trajo un baretico, charlas y flores de bach, y el otro amigue le compró los materiales pa’ que laburara tranquila, y nuestro amigo y hermano, el pazciente proyecto de hombre medicina, le dio consejos y medicinas gratis. Cuando uno vive en estas periferias neorurales, donde a veces sociedad y paisaje se asemejan a los primeros pasos de esa utopía en el horizonte que describió el Taita Galeano, viajar a la ciudad es saber que aún ese otro mundo imposible sigue vivo. Bendición eterna a aquelles que cabalgando cual San Jorge o Juana de Arco sobre el lomo de la hidra capitalista, aún militan la alegre rebeldía y la pazciencia en esos territorios. Y tantos otros donde este bendito descalabro mundial, hoy duele más que nunca. Como siempre.

Aclaración o Advertencia: Por si no se dieron cuenta pero estas charlas, relatos, columnas, son ficción. Ciencia Ficción Jipi.

Dibujo: Nico Mezca