Sobre la mística y otras minucias
¿Que pasó? Sergio Job toma la provocación de Tomás Astelara para este contrataque de pensamiento crítico en tiempos de derrota.
Por Sergio Job Ilustración @fuskavisual
¿Qué pasó? Pregunta Tomás desde su provocación-invitación a escribir.
Un montón de cosas, que podríamos resumir en muchos límites objetivos y subjetivos. La lista puede ser larguísima, si afinamos y priorizamos problemas, escollos, límites, taras, en un análisis medianamente fundado. Seguramente hay más razones estructurales, sistémicas, históricas que subjetivas y/o, en última instancia, esas subjetividades individuales y colectivas (que son las nuestras) estuvieron condicionadas por su tiempo histórico, como no podía ser de otro modo.
Esto no lo digo para ser indulgentes con nosotros mismos. Para nada. Por el contrario, creo que este ejercicio de pensar(nos) y reflexionar(nos), como clase, como generación, como militantes populares, debe ser implacable, sincera, transparente. Debemos poder diseccionar los sapos, concentrarnos en la paja en el ojo propio sin dejar de ver la viga en el ajeno. Debe ser un ejercicio de honestidad brutal. Porque cuando mejor atinemos a comprender dónde estamos, qué fuerzas reales hemos construido, qué puentes y diálogos son posibles, cuáles son nuestras fortalezas y debilidades, mejor sabremos entonces cuál es el camino más conveniente (o algún camino) para la transformación estructural a la que no debemos, ni queremos, renunciar.
Algún análisis posible
Y como siempre un artículo de análisis es una selección, un recorte, un posible abordaje, voy a proponer uno posible y, entiendo yo, necesario. Nuestra organización (una pequeñísima organización rural cordobesa) está en un proceso de repensarse por completo. Mientras las tareas y labores diarias (que son muchísimas y esforzadas) continúan, hemos decidido que la vida organizativa general gire alrededor de lo que hemos denominado una “Marcha de los Pueblos”, que con un nombre quizás grandilocuente (ya entenderán por qué) consiste en que cada dos semanas nos juntamos en un pueblo distinto todas las que podemos y queremos (con especial responsabilidad de quienes integran el Concejo de Pueblo, la instancia máxima de coordinación, cooperación y decisión política de la organización). Allí reflexionamos sobre lo construido, los desafíos, los métodos, los objetivos, sobre todo lo que somos y queremos ser, digamos. Ya sucedieron tres ricos y maravillosos encuentros (en José de la Quintana, Villa San Isidro y Los Molinos). En el último, una compañera soltó al pasar, en medio de debates “organizativos”: “lo que pasa es que estamos todos deprimidos”, mientras la voz se le cortaba un cacho a pesar del esfuerzo por disimularlo. Eso me inclinó a que este artículo reflexione sobre alguna de las causas subjetivas que permitan explicar qué pasó, qué está pasando y desde ahí, a la más leninista, resolver entonces: ¿qué hacer? Allá vamos:
Es necesario generar espacios de encuentros sin la pesadumbre de la necesidad y el agobio de la pobreza, sin por eso negarla ni desentenderse. La identidad y la mística a construir debe cambiar profundamente: no enamora construir una mística alrededor de lo que ya somos, cuando lo que somos está horrible. Rescatar sí los valores que quedan, las solidaridades que funcionan, los vínculos de lealtad existentes. Pero sabiendo que todo está bastante roto. No pudimos revertir tendencial y significativamente la ruptura, la fragmentación y dislocación social que provocó el genocidio perpetrado por la última dictadura cívico-militar. Dinámica que se aceleró como en un tobogán imparable con el menemato. Financiarización y neoliberalismo mediante.
Es muy fuerte lo que nos pasó como sociedad. Y también fue bastante digna la respuesta de un sector importante de nuestro pueblo. ¿Tomamos acaba dimensión del grado de la tragedia? Lean esas palabras: dictadura, genocidio, complicidad cívico-militar y ¡eclesíastica! Con el impacto que esa complicidad institucional religiosa tuvo en el espíritu y la fe mayoritaria de nuestra nación. Robaron niños, violaron mujeres, saquearon bienes, planificaron una red de secuestros, torturas, mutilaciones, asesinatos, premiaron la delación, sembraron la oscuridad y desconfianza. Ese proceso brutal destruye cualquier pueblo. No a nosotros. Somos fuertes. Somos hijos de esta tierra generosa pero ruda, de estas praderas infinitas e inciertas, de estos ríos caudalosos, de estos paisajes tan imponentes como hostiles, de madres fuertes que criaron hijos contra viento y marea.
Somos el que soportó estoico la picana sin abrir la boca, pero también quien la aplicaba. Somos la sonrisa de Eva, pero también quien profanó su tumba. Somos Guevara pero también Videla. Somos el Diego pero también Macri. Y no hago estos contrapuntos sólo como un ejercicio literario, ni para caer en la obvia y trillada histórica grieta argentina. Lo hago porque creo que uno de los límites subjetivos que tenemos (o tuvimos) como generación, es el no asumir acabadamente, en su total dimensión, en sus aristas más filosas y dolorosas, lo que algunos entienden es nuestra tragedia fundacional. Por el contrario, no creo que ese desencuentro de 200 años sea inmutable. Estoy convencido que es modificable. Pero sólo a condición que asumamos esa realidad sin ingenuidades ni resignaciones.
Debemos afrontar la totalidad social e histórica y no caer en la simpleza (en la que también cae la derecha oligárquica) de suponer que esa “otra parte” se disuelve con el triunfo político circunstancial. Y no creo que frente a este hecho, esta realidad, el camino sea bajar las expectativas, moderar los objetivos, hacer transformismo, construir frankesteins programáticos, traicionar lo que somos. Para nada. Creo sí, que desde nuestro proyecto de Justicia Social y solidaridades que abrazan, debemos encontrar los puntos en común. Reconectar con las cosas sencillas que hacen a los lazos humanos. Recuperar la simpleza en los vínculos sin ingenuidad. Es fundamental desescalar los vínculos en tensión, limitar la comunicación virtual y recuperar la escala humana, cuerpo a cuerpo. Todo esto teniendo presente siempre que, como decía Mao que “las contradicciones cualitativamente diferentes sólo pueden resolverse por métodos cualitativamente diferentes”. Identificar con claridad y precisión las múltiples contradicciones que habitamos es condición necesaria para construir el método de resolución de cada una de ellas. Hay que entender cada nudo, para saber qué parte de la soga tirar.
Una nueva hegemonía
Las contradicciones se superan dando nacimiento a una nueva hegemonía. Las hegemonías se construyen. Con consenso y con fuerza. Pero se construyen.
Nosotros podemos hacerlo. Necesitamos y merecemos realizar esa nueva hegemonía que, apoyada en el pasado, consciente del presente, permita planificar y tejer un futuro que consolide y refuerce esa nueva Argentina donde la solidaridad, el buen vivir, la grandeza de la Patria, la felicidad de la nación, el orgullo nuestroamericano y la dignidad humana sean una realidad. Sinceramente, creo que tenemos muchas más posibilidades de sentar las bases de una nueva hegemonía duradera, de las que tiene el neoliberalismo oligárquico. No es fe abstracta, es análisis material: su proyecto es tan mezquino y empobrecedor (en todos los sentidos que hacen al desarrollo integral del ser humano) que sólo puede sostenerse a fuerza de una mecánica constante de subjetivación, propaganda y represión. Esa mecánica, en este pueblo argentino, con la tenacidad y la historia que tenemos, en algún momento, falla.
Sólo con militar el encuentro con los otros, tan sencillo y complejo, sólo con eso ya falla. Esa acción no basta para una nueva hegemonía, sí para impedir estabilizar la hegemonía neoliberal oligárquica.
Replicar un estado de Instagram no es militar. Hay que salir a escuchar, a proponer, a discutir. Estoy convencido que el mundo real, el humano, el que implica darse la mano y mirarse a los ojos, es mucho menos hostil que lo que adivinamos y proyectamos desde la pantalla en que leemos y despotricamos. Eso es una trampa. El consignismo y la frase canchera para descansar a los otros son también parte de la trampa. Salgamos. Recuperemos el mate, la olla y la mesa, el pic-nic en familias, la matiné de los pibes, las fiestas en comunidad, la protesta callejera.
Recuperemos el argumento tranquilo y dialogado. Debemos hablar de los problemas que tenemos como personas, como pueblo, la diaria. Hablar para construir soluciones. Salgamos de la agenda política, esa burbuja mediática que nos encierra sobre nosotros mismos y nuestros “enemigos”. Enorme favor les hacemos en seguir hablando de lo que hacen, dicen, piensan, escupen, vomitan. Salir del algoritmo es el modo de aislar y vacunarse contra los violentos fascistoides que impulsan esta bola de nieve.
Recuperemos también el plantarse con el cuerpo, la valentía que nace de la convicción. No emerge del cálculo y el interés ese tipo de valentía, cuando mucho brota una desproporcionada y efímera violencia. Tenemos que poner en valor nuestra tenacidad e insistencia, casi terquedad en el vínculo solidario. Pero no se hace alabando nuestras virtudes, sino practicándolas fuera de nuestra zona de confort. Nos hemos retraído, acurrucado, empequeñecido, porque hemos aceptado como una verdad que “la gente” se volvió fascista.
No es cierto, salgamos al encuentro con los otros: le gente está hinchada las pelotas de la falta de soluciones en cuestiones básicas, eso sí es cierto. Y yo estoy tan hinchado las pelotas como todos. Y ante el hartazgo se buscan salidas estrafalarias, novedosas, por más que las mismas sean evidentemente demenciales. No tenemos que hacer mileísmo popular o de izquierda, ese no es el camino. Hoy lo disruptivo es el diálogo, la repregunta respetuosa, la valentía franca que se sostiene firme frente a la agresión y la burla.
Estamos templados, tenemos que templarnos. Porque sí es cierto que el mundo está hostil, estamos todos a la defensiva, desconfiados, susceptibles, desenfocados, frágiles, mareados. La templanza es una virtud que debemos desarrollar con disciplina, poniéndonos metas y desafíos concretos que obliguen al encuentro con el otro. Tenemos que salir de los auditorios donde 20 o 15mil personas aplauden al escuchar lo que ya creían.
No digo que cada tanto no debamos encontrarnos, abrazarnos, darnos fuerzas, pero no es en esos espacios donde vamos a desarrollar la templanza que requerimos, ni donde vamos a construir mayorías. No es ahí donde vamos a ganar voluntades, ni bajar guardias y preconceptos. Salgamos al encuentro de los otros. A veces dialogando, a veces compartiendo, otras luchando y bancando el insulto del desclasado y/o del medio pelo argentino que nos manda a trabajar. ¿No fue siempre así? ¿muchos de nosotros no somos parte de una generación que creció en el cordón de seguridad del piquete insultado y estigmatizado por quien pasara cerca? ¿acaso fue distinto en algún momento?
Y no lo digo desde la melancólica añoranza. No hay que hacer del método una identidad ni un dogma, sólo lo recuerdo para sacudir la vergüenza y timidez que por momentos parece habernos ganado. Nunca fue sencillo. No es sencillo. No va a ser sencillo. Pero parados en ese cordón de seguridad detrás de nuestros pañuelos palestinos sonreíamos ilusionados por la revolución que estábamos construyendo. Y con ese mismo ánimo volvíamos fortalecidos al barrio, al apoyo escolar, a la olla popular, a sembrar lo que luego cosechamos: uno de los movimientos organizativos más relevantes del siglo XXI. No sólo para nuestro país, sino para el mundo: la organización, adoctrinamiento y sindicalización de los trabajadores de la economía popular de las ciudades y campos.
También ahí se parió parte del otro gran movimiento del siglo: el feminismo. Las compañeras, con protagonismo y con prepotencia, nos obligaron a corrernos un poco. Nos sacaron a codazos fraternales, nos patearon nuestros talones tan machistamente plantados, nos interpelaron y, con dulzura, nos llevaron puestos. Bien por eso.
Y dije adoctrinamiento a propósito. Porque nosotros estudiamos, aprendimos y utilizamos una teoría que nos permitió analizar la realidad que diariamente vivíamos. Pero cuando compartíamos y difundíamos nuestras razones, fuimos haciendo un proceso muy profundo de educación popular que (nos) transformó y tradujo, la teoría en doctrina. La teoría se comprende y enseña, decía Perón, la doctrina se inculca. “No va dirigida solamente al conocimiento sino que va dirigida al alma de los hombres (y mujeres)”, decía Juan Domingo. Hicimos doctrina junto a un sector nada despreciable de nuestro pueblo. Sumergidos en una realidad sumamente fragmentada y tribal, mis compañeras de la ruralidad cordobesa se encuentran con compañeras de un merendero de CABA de cualquier organización popular, y hablan y sienten en un mismo idioma, viven un mismo mundo, porque tienen una doctrina que las unifica.
Un espíritu de empresa
Pero a la par el neoliberalismo ha moldeado espíritus: de empresa. Mucho más masivamente que nosotros, con mayor velocidad, con mayor capacidad de réplica. También con mayor superficialidad. Hay que animarnos a bucear en las profundidades de las almas de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Debemos animar ese vértigo. Para eso debemos trabajar seria y detenidamente sobre la mística del camino recorrido, pero también del futuro deseado. Este es un aspecto que creo tenemos sumamente desatendido. Hemos retrocedido en la lucha cultural, nos han domesticado, adormecido, procesado, diluido.
No es culpa (solamente) de los artistas: muchos talentosísimos que inundan nuestra Patria. No es culpa (solamente) de los predicadores religiosos: algunos cientos que están comprometidos con el dolor de los que sufren. No es culpa (solamente) de los educadores: miles que se desviven junto a nuestros niños y jóvenes. Ellos no están pudiendo asir, envolverse, contagiarse, abrazarse de la mística necesaria que haga posible la emergencia de un nuevo movimiento popular transformador en nuestra santa tierra.
Necesitamos recuperar el orgullo de hacer lo que hacemos para que la mística rompa las paredes de nuestros espacios. La mística necesita de la prepotencia militante, del orgullo respetuoso, de la pasión ardiente, para poder ser. Sin mística, sin el pavoneo sin complejos de nuestra doctrina, de nuestra fe, de nuestra teoría, de nuestras acciones, de lo aprendido, de nuestros aciertos y errores, de nuestras torpezas y sutilezas, de nuestro amor y firmeza, sin mística visible, replicable, no va a ser posible el sacrificio que requiere la realización de una Patria con Justicia Social, Independencia Económica, Soberanía Política, Memoria, Verdad, Justicia, Tierra, Techo, Trabajo. He ahí, en ese renglón, nuestra mística y templanza, para transformar todo lo que deba ser transformado. Que se vuelva canción, bandera, lucha, camino y más temprano que tarde: triunfo.