Filosofía militante y psicopolítica en la actual coyuntura
Por Mariano Pacheco
y Gabriel Rodríguez Varela
Pasado ya más de un año de gobierno de Javier Milei, en este texto nos proponemos retomar algunas de las hipótesis esbozadas en un escrito anterior (“Malestares, psicopolítica y posicionamiento ideológico”), también publicado en Contraataque, para avanzar en el esbozo de algunos posicionamientos que nos permitan “ganar entusiasmo” a la hora de llevar adelante las ofensivas tácticas ideológicas y psicopolíticas que nos permitan ya no decimos triunfar, pero si al menos –en este contexto por demás adverso– seguir respirando, actuar sin resignación.
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I-
Entendemos que no resulta conveniente para las perspectivas político-militante emancipatorias el sostener una actitud de desprecio, o apuntar prontamente en el listado de lo prescindible, dada la “urgencia de la coyuntura”, el darse alguna forma de lo que llamaremos “filosofía militante”. Esto es, algún tipo de que-hacer intelectual que se disponga como intervención teórica específica, apuntalada en una demarcación político-ideológica en la teoría, para intervenir en las disputas teóricas, ideológicas y psicopolíticas de la lucha de clases. No se trata con esto de abonar al intelectualismo o al academicismo (incluso de izquierda). Menos que menos, de desentenderse de las urgencias de la coyuntura. Todo lo contrario. Es una necesidad que surge por razones de eficacia político-práctica. Así como toda propuesta de transformación requiere contribuir a la construcción de un protagonismo popular de masas en las luchas sociales, en las batallas políticas por organizar la sociedad en términos contrahegemónicos, no exige menos el desarrollo de disputas y demarcaciones teóricas e ideológicas que abonen a ensamblar cada combate político-institucional particular, cada lucha en la defensa de derechos que cristalizan conquistas históricas de las luchas emancipatorias, cada pelea económico-social, en determinados ordenes de argumentos que apuntalan como necesario la impugnación del conjunto orden social del capital y las formas de vida que promueve. En estos tiempos, en que el enemigo nos llama a la “batalla cultural”, hay que sofisticar las razones (¡las hay de sobra!) que justifican el desarrollo de nuestros proyectos sociales y políticos antagónicos a los que promueve la extrema derecha del capital; o mejor aún, dar con las vías regias para conmover el orden de las razones que ha devenido sentido común, realidad evidente, de un tiempo a esta parte. Esto último, algo que parecería imposible sin examinar hasta qué punto la ideología dominante que apuntala la eficacia de la ofensiva enemiga, opera como “obstáculo”, incluso en la nosotrxs mismos; obstáculo para precisar los términos y ritmos de la batalla, para delimitar los territorios y elementos en disputa, para delimitar el antagonismo de nuestras alternativas, para reinventar nuestros imaginarios emancipatorios. En última instancia, para darnos las vías de una acción política-emancipatoria eficaz. Esas referencias no surgen espontáneamente de las luchas. Tampoco de las academias de filosofía.
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II-
Eso que podríamos llamar filosofía militante se sitúa en el terreno de las luchas políticas desde una toma de posición, tanto histórica como actual. Estriba en una toma de posición específica de su que-hacer en un territorio determinado, en ese “campo de batalla” que es la propia filosofía, pero también, en el mundo de la lucha de clases en general, en los conflictos que atraviesan al conjunto de las vidas humanas en toda su integralidad. Una filosofía así (plebeya/militante) no puede pensarse sin el riguroso y específico “trabajo teórico”, pero, también, sino en contigüidad con las luchas libradas por los nuevos fenómenos de organización presentes en las inéditas realidades del mundo de hoy. Por eso, el punto de vista popular que reivindicamos para la filosofía se torna fundamental: porque es el punto de vista de la clase (que vive del trabajo) en movimiento. Dicho de otro modo: el punto de vista popular que proponemos para la filosofía militante es aquel que asume que su punto de partida (y de llegada) no está en los prestigismos académicos, ni en la exégesis sibarita de los textos como un fin en sí mismo, sino en su contribución a los procesos de organización y lucha de la clase trabajadora de los que hace parte. León Rozitchner decía que “si el pueblo no se mueve la filosofía no piensa”. Diríamos nosotros que el que-hacer filosófico necesita moverse tanto como el pueblo en sus luchas por producir pensamiento, para que un Pueblo por-venir protagonice los combates teóricos y prácticos necesarios para transitar las sendas de la emancipación.
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III-
Posible contribución de una filosofía militante para intervenir en el curso de las operaciones psicopolíticas de la actual coyuntura:
La extrema derecha argenta ha logrado fijarnos a nosotrxs (fuerzas de izquierda, comunistas, peronistas, feministas, activismos de las disidencias, militantes populares) como la causa de todos los males. Experimentamos un contexto de vidas proletarias cada vez más invivibles, más sufrientes, más precarizadas. Ya sea por determinaciones generales del modo de producción capitalista, pero también como correlato de la avanzada de la ofensiva de las clases dominantes que dinamiza el “ajuste histórico” de Milei. No obstante, en el teatro de operaciones psicopolíticas, las clases dominantes han conseguido que para sectores cada vez más amplios de la clase trabajadora todas las desgracias que resultan de lo anterior sean percibidas como algo que sucede “por la culpa de los zurdos empobrecedores”. Es decir, por nuestra culpa.
Por si fuera poco, el aparato propagandístico progresista que ha quedado en pie, por lo general, plagado de buenas intenciones, tiende a cristalizar y reforzar ese estado de situación del teatro de operaciones psicopolíticas. Siguiendo a Žižek, se podría decir: “No lo saben pero lo hacen. O lo saben, pero igual lo hacen”. En resumidas cuentas, lo hacen. Y esto, por caso, al regodearse en una suerte de denuncialismo especular permanente que al parecer entiende que el mejor modo de tramitar esta situación es mostrar, en secuencia ininterrumpida 24×7 (en una suerte de automatización del tan mentado “espejito rebotin”) que, en realidad, la culpa es de Macri y de Milei. Desde luego, algo que más allá de la simplificación y el reduccionismo atroz al que incurre, no deja de ser parcialmente cierto. Pero que, no obstante, salta a la vista que no logra conmover la correlación de fuerzas ideológicas y psicopolíticas desfavorable de la actual coyuntura. Todo parecería indicar que la cuestión de la “batalla cultural” se debate en otro sitio, que lo fundamental transita por otras vías que no son las de la “disputa comunicacional”. E incluso más, que incluso hacia el interior de esa disputa, el asumir acríticamente como propios los términos del debate que ha impuesto el enemigo tiende más bien a reificar los sentidos comunes de las clases dominantes y la correlación de fuerzas en el teatro de operaciones psicopolíticas.
Ya sabemos que con lxs neofascistas no hay diálogo democrático posible. Aunque lo quisiéramos, ya hemos constatado que no resulta viable. En eso no hay vuelta. Pero en otro registro, en otros términos, si se quiere aún con posibilidades de explorar vías de confrontación dialógica, también es necesario enfrentar y buscar interferir las alternativas del campo popular que pretenden plegarse y ofrecerse como relevo de la extrema derecha mileista, apuntalándose en esa misma causalidad piscopolítica; en los mismos patrones existenciales masculinistas, católico-integristas y anticomunistas.
Hasta que no logremos conmover la causalidad psicopolítica de las clases dominantes, los malestares y sufrimientos que como clase trabajadora (asalariada y empleada, precarizada y empobrecida, pauperizada y en la indigencia) padecemos, resultantes de la ofensiva del capital que se realiza a través del gobierno de Milei, podrán seguir intensificándose y, tal vez, hasta niveles inimaginables. Como producto de eso, es posible que llegue a darse el incremento de una radicalización de las bases populares de la extrema derecha gobernante, con su consecuente incremento de odio contra nosotrxs: “zurdxs empbrecedorxs”, culpables de todos los males. Mayor sentimiento de odio, mayor deseo de descargarlo a través de la violencia física. Desde luego, una radicalización e incremento del empleo de la violencia física que seguramente no llegará a asumir –pueda que ni siquiera lo requiera– formas político-organizativas similares a las de los fascismos del siglo XX (por caso: “camisas negras”). Lo que no impide que esa radicalización acarree una intensificación del asedio psicopolítico sobre nuestras vidas y territorios de existencias proletarias (por caso –aunque no exclusivamente–: tornando aún más invivible e irrespirable nuestra cotidianeidad en eso que suele denominarse “convivencia democrática”).
Surgen en este punto poco más que un manojo de preguntas, algunas interpelaciones:
- ¿Cómo intervenir desde posiciones de izquierda en pos de conmover esa causalidad psicopolítica que nos ha fijado a nosotrxs como causa de todos los males que produce en estas tierras el funcionamiento mismo modo de producción capitalista y que se recrudece, sin mediación ni velo “humanitario”, con la ofensiva que las clases dominantes están realizando a través del “ajuste histórico” del gobierno de Milei?
- ¿Qué nos posibilitaría escapar de esa cadena causal en la que nos ha fijado el enemigo, entendiendo que esa fuga es un momento indispensable para comenzar a transformar la actual correlación de fuerzas psicopolíticas?
- ¿Estamos realmente convencidxs de que esto que sucede no es por “nuestra culpa”? ¿Estamos realmente convencidxs que es exclusiva responsabilidad de las clases dominantes y su incolmable sed biocida de acumulación?
De la mano de estos interrogantes, optamos por conservar, provisoriamente, algunas certezas: la culpa psicopolítica, aunque sea experimentada como propiedad de nuestras existencias, siempre es del capital y de las clases dominantes. Conmover la jerga de la culpabilidad y redistribuir las responsabilidades de esto que nos está pasando resulta fundamental. Necesitamos volver a poner el foco en el enemigo (¡sí, en las democracias también hay enemigos, no sólo adversarios!): en última y primera instancia, los verdaderos responsables, porque son ellos los que tienen que rendir cuentas. Superar el capítulo de las mezquindades políticas es un requisito necesario, aunque no suficiente, para eso.
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* Mariano Pacheco y Gabriel Rodríguez Varela: coordinadores de la Escuela Autogestiva de Filosofía y el Observatorio de Psicopolítica de Salud Mental Popular del Instituto Plebeyo.