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Matar a Grobocopatel

Por Lea Ross
Foto: Gentileza

El encuentro que hubo entre Gustavo Grobocopatel y Juan Grabois, en la Universidad Nacional de Córdoba, es oportuno para profundizar los caminos a recorrer a la hora de buscar una superación estructural frente a lo que padece nuestro país y el mundo, a nivel económico, social y ambiental. La charla fue una de las tantas actividades que hubo en el Segundo Encuentro Nacional de la Red de Intercambio Técnico con la Economía Popular. Pero sin duda, aquel contrapunto es el que generó mayor expectativa. Eso sí: no evitó que luego tuviera un balance pomposo por parte de los titulares mediáticos al unísono, que parecían haber hecho una cobertura sobre la presentación de un libro de autoayuda.

La charla entre el CEO del Grupo Los Grobo y el dirigente del Movimiento de Trabajadores Excluídos (MTE), que está dentro de la Unión de los Trabajadores de la Economía Popular (UTEP), fue coordinado por Marcelo Conrero, frustrado candidato a rector y recordado como el ex decano de la Facultad de Ciencias Agropecuarias que intentó ayudar, en el 2014, a Monsanto para instalar una mega fábrica en la ciudad de Malvinas Argentinas, ofreciendo asesoría para la redacción de un estudio de impacto ambiental, que fue frenado por la reacción estudiantil. Quien había revelado esos documentos fue el propio centro de estudiantes de la carrera, que en ese entonces lo administraba una agrupación que, en la actualidad, está encolumnada en las filas del Frente Patria Grande, del cual activa partidariamente el propio Grabois.

El intercambio completo lo pueden ver en el siguiente video:

¿Qué hace Grobocopatel?

“Nunca entendí muy bien qué es lo que hace Grobocopatel. Aunque él tampoco sabe muy bien lo que hacemos nosotros”, declaraba Grabois, con mate en mano, a pesar que a la vez lo calificó como uno de los males del país. Luego de enumerar las consecuencias de la matriz productiva sojera, enfocado en los desmontes y la aplicación de agroquímicos, el referente de la economía popular apuntaba: “Para mi, toda esa muerte, ese desmonte y la contaminación por glifosato, era Grobocopatel”. Pero insistía: no sabía qué hacía Grobocopatel exactamente.

Su humilde servidor recuerda que en el año 2014 le había realizado una entrevista a “Grobo” en otra de sus visitas a Córdoba. En aquella ocasión, donde también fue invitado en una charla, su declaración más candente fue: “El problema no es Monsanto. El problema es que necesitamos 20 Monsantos”. La actividad concluyó con un fuerte repudio por parte de quienes asistieron, en tiempos donde todavía estaba caldeada la discusión sobre la multinacional en la ya mencionada localidad cordobesa.

Cuando publiqué la nota, para el portal ECOS Córdoba, recordé que hice mención sobre la cantidad de hectáreas que administraba él y su familia en ese entonces. El propio Grobocopatel intentó contactarse conmigo, a través de un correo electrónico, pidiendo un derecho a réplica, al asegurar que esa afirmación era errónea: “El Grupo Los Grobo no tiene propiedades de tierra. Sus activos son algunas plantas de silos y molinos harineros”.

La confusión se radica en nuestra propia concepción sobre ese empresario, del cual carga en sus espaldas una interpretación periodística desde hace una década donde se lo endilga de ser el “rey de la soja” (y que, en parte, le molesta). Esa denominación lleva a una lectura simplista sobre la dinámica misma que tiene la naciente burguesía del agrobusiness, que no se reduce a un reinado donde se acapara una sumatoria de tierras, como la tradicional semblanza oligárquica, que sigue existiendo.

Sobre eso último, sí se encuentran identificados los productores que salieron a las calles el sábado pasado, bajo la modalidad de “tractorazo”, que declararon en los medios de comunicación que su modelo de país era la Argentina “del siglo 19” o de aquella que recibió Perón cuando asumió la presidencia. Tal es así ese arraigue que los tractores que se movilizaron hacia Buenos Aires provienen de la época anterior a la llegada de la soja transgénica. Muy probablemente ni lo utilizan para cosechar, más que tenerlos guardados en algún galpón como recuerdo.

Foto de Eliana Obregón, para Télam, donde muestra los tractores estacionados luego de la marcha del sábado. Su capacidad de cosecha en tiempos de alza de commodities, te la debo.

En el caso de Grobocopatel, su éxito en el mercado no es por crear un feudo monárquico basado en la sumatoria de hectáreas, sino la de brindar insumos y tareas para otras empresas o propietarios de campo ligados a la actividad agrícola. Hablamos de asesoría en el manejo de los negocios, en el ofrecimiento de insumos químicos y de semillas, de actuar como intermediación para el establecimiento de contactos; etc. Es decir, una suerte de combo de servicios e insumos de manera tercerizada.

Se trata de lo que, en un momento atrás, era el paso del capitalismo sólido de David Rockefeller al capitalismo líquido de Bill Gates. Es decir, no buscar la expansión geométrica del espacio, sino en la renovación constante del propio servicio en oferta, acorde a la financiarización del capitalismo, exponiendo todo el tiempo lo novedoso de cada año en materia de tecnología agrícola y de avances tecnológicos. Ante la “revolución verde” de los productos transgénicos sobre el campo argentino, el capital se torna liviano. La tradición pasa a ser renovación. Un ritmo que lleva a un mayor alejamiento con la tierra y, por eso, el despoblamiento que ejerce estos negocios. Una advertencia que estaba presente en ciertos autores clásicos de la economía a la hora de describir la expansión del capital. Incluso, el propio Karl Marx avisaba, en el tomo III de El capital, que no debíamos sorprendernos si había mayor concentración oligopólica en los comercios que en la producción, porque para un productor es más barato contratar a un gran comerciante de servicios, que a pequeños dispersos en distintos territorios.

Por eso, en la charla, hubo un contrapunto donde el empresario jerarquizó lo que él llama “el conocimiento” por encima del derecho a la tierra, comentario que hizo calentar al dirigente social.

¿Y dónde está la pistola?

En el medio del debate, se planteó el desarrollo de un “Plan A” para que 50.000 familias dedicadas a la producción frutihortícola pudieran recibir una ayuda para acceder a la tierra propia, sin adelantar detalles al respecto.

Eso fue suficiente como para que surja un momento álgido en la etapa de preguntas, donde un docente universitario, que vive en un pueblo del interior, pidiera la palabra y explayara la existencia de una “sociedad” entre los participantes. La respuesta de Grabois no se hizo esperar:

Es cierto que no ayudó mucho la mención de un “plan A” de manera fortuita y sin muchos detalles por adelantar, bajo un perfil de Jorge Suspenso, y teniendo al lado al mismísimo Grobocopatel. Tampoco se resuelve la discusión recurriendo al descalificativo inconducente de “trosko” para caldear los ánimos, con la expectativa de ser acogido ante un próspero aplauso, quizás por efecto de la habituación de asistir a ciertos de programas de televisión porteño con lenguas “intratables”.

Sin embargo, también es cierto que ese momento representa, involuntariamente, una realidad previa sobre la gran falencia existente dentro del activismo socioambiental y que pareciera no querer reconocer. Estamos hablando de las dificultades por entablar relaciones entre quienes habitamos el ámbito urbano y quienes habitan el ámbito rural.

Incluso, en las redes sociales, varios señalaron al dirigente de la economía popular como un “administrador de la pobreza” o un ser que pretende lucrar con la corporación Grobo. No se descarta que varios quienes señalan con el dedo son los mismos que, en algún momento, al recurrir a un almacén o feria agroecológica, adquirieron la miel hecha por apicultores de San José de la Dormida, al norte cordobés, nucleados en el MTE, sin percatarse que esa es la organización que encabeza el mismísimo Grabois.

El germen

Uno deja de buscar el fierro cuando rastrea los pasos que realizó Juan Grabois en la provincia de Córdoba, por fuera de esa charla en la UNC. Allí se devela que estuvo recorriendo distintas experiencias de desarrollo productivo en el Valle de Paravachasca, desde la comuna Villa Ciudad Parque hasta el Refugio Libertad, ubicado en la localidad de Los Molinos, donde funcionaba el centro clandestino de detención del Batallón 141. En esa misma zona, donde se torturaba y mataba, ahora se ejercen distintas áreas productivas, basadas en la agricultura, la ganadería y la cría, además de otras actividades sociales, como una escuela de formación sobre economía comunitaria.

“Juan vino a escuchar y conocer las experiencias, tanto productivas como de vida, que dan posibilidad a pensar en una patria distinta, habitando de otra manera, en armonía con el territorio, en cuidado con el bosque nativo y demostrando que otro campo es posible”, explicó Sergio Job al presente cronista, quien activa fuertemente en el Refugio Libertad. “Porque el campo no tiene que ser zona de sacrificio para el agronegocio, para el saqueo y la contaminación, y el negocio inmobiliario y la especulación. La tierra puede ser un lugar amigable, de buen vivir y de generación de comunidad. Y si hay algo que estamos convencidos es en la multiplicación de experiencias de comunidades rurales organizadas, de habitar la tierra de otra manera. Ahí está el germen de transformación de la patria para todas y todos, y para el alimento sano para todes”.

Acerca del debate que surgió en la Universidad de Córdoba, el entrevistado, formado académicamente en la carrera de Derecho, opinó: “Sostener que hay una sociedad entre Grabois y Grobocopatel, o entre los sectores del agronegocio y los movimientos sociales, es de una ingenuidad de cierta mala leche. Si hay algo que quedó clarísimo es que vamos a enfrentarlo hasta las últimas consecuencias, porque es nuestro sector que viene sosteniendo los muertos, los compañeros de distintas comunidades para enfrentar y frenar la expansión de la frontera del agronegocio, la contaminación por glifosato en cada uno de nuestros pueblos, y por recuperar territorio como en el caso del Refugio Libertad, que enfrenta ni más ni menos que a la corporación militar”. De hecho, el año pasado fue noticia nacional por la aparición de incendios en los establecimientos del Refugio, bajo la sospecha que fueron intencionales.

Fusil contra fusil

La escapatoria al extractivismo es irrealizable si a la cabeza no están quienes habitan y trabajan, realmente, la tierra. De esta manera, una de las explicaciones de porqué el supuesto “movimiento ambiental” en Argentina no viene obteniendo los mismos logros federales que sí lo vienen consiguiendo el movimiento de la economía popular, como así también el de las mujeres y disidencias, es por las diferencias geográficas, tanto por las distancias geométricas como por las raíces culturales, generando una suerte de balcanización que no logra reunificarse.

Hoy, las denuncias contra el agronegocio van expandiendosé al ritmo del creciendo demográfico en las ciudades, en particular en las academias, y eso es más que bienvenido. Pero si el discurso contra el extractivismo pretende balcanizarse desde la comodidad que brinda la gran ciudad, y mirar para un costado todos aquellos que emprenden desde el cuerpo la transición agroecológica, entonces no hay solución que valga y el “denuncialismo” solo conduce a un callejón sin salida.

“Después de 250 años de capitalismo comandando las relaciones sociales de producción, sabemos que no se va a caer solo, sino en la medida en que lo tiremos, generando modos de producción alternativa. Como decía Gramsci: nosotros no somos quienes elegimos la guerra, ni las condiciones en que tenemos que librarla. Es ingenuo creer que porque alguien va a dialogar con Grobocopatel se lo va a legitimar a Grobocopatel. Precisamente, nosotros tenemos que exponer esas contradicciones, del vacío de su discurso y de lo alejado que está de la realidad de nuestros pueblos, del egoísmo que carga esos sectores con la mayoría de los sectores populares y de sacarles compromisos frente a la realidad sumamente angustiante que viven nuestros pueblos. Y esa es nuestra tarea, y luchar incansablemente”, comenta a modo de cierre Sergio Job al presente cronista.

Si esa no es la vía, su humilde servidor podría recurrir las instrucciones de su colega de la agencia Prensa Latina, Jorge Ricardo Masetti: dejar la máquina de escribir para agarrar un fúsil y salir a matar a Grobocopatel.