La justicia en pugna: Una polémica sobre cine y dictadura
Un análisis sobre dos películas referidas al genocidio, aprovechando la liberación de filmes por la cuarentena: La casa de Argüello y La Sentencia.
Por Lea Ross
“¿Crees en la justicia?”. Es una pregunta que se ha formulado tanto en la ficción, como también en nuestra “realidad”. Si bien el interrogante apunta sobre un rumbo determinaste hacia lo más justo, no es claro en cuanto a la naturaleza del mismo. ¿Es lajusticia un indeclinable surgimiento de hechos organizados por algún ente omnipresente e imperceptible? ¿Una resolución equilibrada por la aplicación de leyes, legitimadas por una organización liberal-positivista? ¿O una síntesis triunfante a partir de un choque de fuerzas que trasciende tomo marco legitimado?
Filmar la justicia (o el acto de hacer justicia) tiene sus múltiples formas por aceptarse las distintas respuestas: desde un oportunísimo personaje secundario que logra resolver toda la trama (deus ex maquine), hasta la toma de la voluntad individual del protagonista para sacar revancha, o incluso mediante la acción colectiva a partir de la administración táctica de la fuerza. Esto último es lo que plantea el insuperable Doce hombres en pugna (1957), de Sydney Lumet, donde el voluntarismo individual no alcanza, si no logra exponer el injusto deterior de los lazos de la sociedad degradada.
Nuestra percepción sobre lo que es lajusticia, aplicada a los crímenes de lesa de humanidad de la última dictadura, también lleva a que la pantalla grande se convierta en un campo de arena en disputa de sus distintos sentidos. No es para menos: al igual que nos enseña Doce hombre… entender la naturaleza de lajusticia es entendernos a nosotres mismes.
La casa de Argüello (2020), de Valentina Llorens, fue estrenada este año y liberada en internet recientemente, fruto de la cuarentena nacional que se vive. A diferencia de nuestras viviendas cuyos interiores acaparan nuestro campo sensorial diario, la casa del título nunca llegará a ser percibida por la cámara; porque fue volada en pedazos por los milicos. Solo dos fotografías y los testimonios serán los únicos recursos para tener una idea acaba sobre ese establecimiento.
El filme comienza con la declaración de la abuela de su directora, Nelly Llorens, que es leída en voz alta por una empleada judicial, mientras que la personaje lo certifica palabra por palabra, con su oído atento y sosteniendo su característico bastón en mano.
En medio del filme, el hallazgo y exhumación de restos óseos de integrantes desaparecidos de la familia es quizás la secuencia de mayor riqueza fílmica, donde la propia joven cineasta pone a prueba a su querida abuela a encarar semejante hecho. En este caso, las palabras no alcanzan. La conformación misma del plano cinematográfico, sumado al montaje contraste entre los huesos y la compañía de su nieta, basta y sobra. Es muy poco lo que puede aportar el propio juez Daniel Rafecas, cuya aparición en el filme es casi como un extra, como un contraplano complementario para darle tranquilidad a Nelly.
Si sumamos el material de la declaración que hizo la madre de la directora, siendo la última testigo en un juicio en Mendoza, la película sería considerada como insuficiente dentro del sub-género judicial. Pero a veces, hacer cine es también hacer justicia. Son los certeros momentos de elegir qué filmar y en qué momento recurrir al registro sonoro, para determinar ese halo que muchas veces, no basta con lo que pueda surgir en el interior de un tribunal.
En la película cordobesa La sentencia (2018), de Guillermo Iparraguirre, su objetivo fue registrar a lo que considera como los protagonistas –casi todos funcionarios judiciales- del 25 de agosto de 2016, fecha final del juicio por los crímenes de centros clandestinos de La Perla y la Ribera, el proceso más pesado y duradero que tuvo la justicia federal nacional. La centralización del juez, abogados y fiscal, se contrapone con la concentración llevada a cabo por organismos de Derechos Humanos, relegados a un manchón que se ve desde la ventana de la oficina del magistrado. La película es contradictoria al exponer la voz de una de las Abuelas de Plaza de Mayo, donde pide no ser recordada como heroína sino como luchadora, que es muy distinto al seguimiento por la espalda que realiza la cámara al fiscal, que es recibido como un rock-star en la concentración.
En el filme de Llorens, todo es desempolvado: se recupera los primeros registros que hizo Valentina con Nelly hace décadas, se exponen los mencionados huesos, se registra aún con la lente de la cámara apagada y se ubica en el mismo plano las distintas generaciones familiares, con enorme peso femenino. Valentina no reniega los cambios de perspectiva en el transcurso del tiempo. La enorme herida familiar, empuñada por el propio Estado, trata de ser sanada por la propia cámara de Valentina. Es una manera de hacer justicia frente a aquello que les arrebataron.
Si La casa de Argüello es terrenal, La sentencia es aérea: el inicio y cierre con planos cenitales de la ciudad de Córdoba y voces de sus héroes, como entidades divinas y atemporales, expone su mirada “alfonsinista”, sobre la contención que brindan las instituciones, legitimando su costado fálico mediante las filmaciones verticales del edificio de tribunales. Por eso queda anacrónico al no percatarse de las leyes de impunidad que surgieron en plena democracia, demolidas con una revuelta callejera de 2001 de por medio, y sin mencionar el fallo del 2×1, que generó algo inédito en la Historia Argentina: por primera vez, la Corte Suprema se retrotrajo de un fallo, porque el pueblo salió a la calle.
De esta manera, la multiplicidad de formas de la justicia se moldea por las distintas perspectivas que ponen disputa a la misma, y con ellas, la disputa sobre el devenir de nuestra sociedad.