Adiós a Sergio Schmucler: Un culiao’ desarraigado
Por Lea Ross
Fue un culiao’. Hace un lustro atrás, La Izquierda Diario se le ocurrió hacerle una entrevista, en pleno apogeo de la instalación mediática del llamado “nuevo cine cordobés”. Sus respuestas fueron recordadas como el que originó el primer debate sobre el actual cine cordobés: “En general, me parece que es un cine muy ingenuo el que hacemos. A veces muy, pero muy soberbio, muy pretensioso. O sea, de gente que estamos haciendo primeras experiencias en cine. Hasta ahora, no creo que haya nada realmente importante en el cine cordobés”.
Para él, el círculo de la crítica cinematográfica en Córdoba “son cuatro o cinco críticos que alaban de una manera sospechosamente fácil a un cine que, la verdad, no es un cine importante. Son indagaciones muy experimentales, son todas películas muy ingenuas de amores adolecentes, son como esas primeras experiencias casi estudiantiles, salvo excepciones. (…) Es un cine pobre, producto de una escuela de cine que hace grandes pensadores de cine, pero no productores de cine”.
Y como si le acabaran las municiones, cierra: “Me parece que dentro de un tiempito se va a olvidar todo y lo que va a quedar son películas. Ojalá que quede alguna mía. Ojala que queden otras, ojalá que Rosendo (Ruiz, director de De caravana) haga cosas cada vez mejor. Bueno, ojalá que todos puedan seguir, que no se los coma la dificultad, y que piensen más en el público y menos en los festivales”. Solo un culiao’ podría haber hecho esas declaraciones.
Pero Sergio Schmucler, aquel cincuentón, barbudo, internacional y de vieja guardia, fue un culiao’ necesario. Aquel cordobés que militó de muy joven en los setenta y que por eso tuvo que exiliarse al otro lado del continente expuso, a partir de su lectura de trabajos antropológicos, una seguidilla de personajes que tuvieron que lidiar lo mismo que con su creador. “Emigrar supone siempre un desarraigo incurable, porque siempre perdura la nostalgia del mundo perdido”, dice en una de sus películas. “El pasado no está muerto, ni siquiera es pasado”, frase aludida a William Faulkner, que aparece en más de una ocasión en su filmografía.
Exilios (1996), su mediometraje sobre lxs argentinxs que se refugiaron en México para escaparse de la sangrienta de la dictadura, trata de desnudar aquellas perplejidades que sacuden a aquellos que confrontan dos naciones que atraviesan sus cuerpos. De ahí su rol como entrevistador queda menguadamente marcado: dentro del cuadro, pero con poca voz, aun siendo parte de esa camada. Ya reinstalado en Córdoba, vuelve a mantener esa postura con Canción de Mariano (2005), un documental donde rememora, con sus pares, sobre la Córdoba setentista, en particular sobre los recuerdos de la Unión de Estudiantes Secundarios.
De esta manera, a la hora de adaptar el libro periodístico La sombra azul (2012), sobre el primer caso de un exiliado en democracia, por denunciar a sus torturadores al ejercer cargos públicos en democracia, la presencia espectral de los recuerdos son las fisuras propias de una memoria que se va construyendo, a medida que la violenta estatal del pasado se entremezcla con las del ahora: la película quiebra con el orden cronológico del libro original.
Por un lado, están los testimonios de los ex habitantes de un pueblo que literalmente desapareció, en el documental Curapaligüe: Memorias del desierto (2010). Por el otro, la de les pibes que integraron la banda musical Rimando Entreversos, que se reúsan a abandonar su barrio para servirlo en bandeja al capricho gubernamental de la vialidad máxima automovilística, en Guachos de la calle: Memorias del desarraigo (2010). Ambas películas toman a esa memoria como una forma moldeada según la posición propia del sujeto en el espacio. Es la memoria que lleva a que el tiempo no sea mecanicista, ni el espacio sea euclidiano.
Por eso, ese argentino que escribía novelas mexicanas estaba ofuscado en aquella entrevista de la discordia. La posmodernidad es el cercenamiento propio de la memoria, a partir del arrasamiento de los espacios por la globalización. Para él, Córdoba quedaba subsumido en una encerrona sin pasado y sin proyección futura.
Su máxima obra fue el ficcional La herencia (2008), protagonizado por Ulises y Enrique Dumont sobre un padre e hijo (tanto los actores como los personajes que encarnan) que van en búsqueda de un tesoro escondido en la montaña. Una historia ideada para un western estadounidense, que iba a transcurrir en la región de Nuevo México a comienzos del siglo veinte. Con el pulgar abajo por parte de una famosa productora, todo se readaptó a las sierras cordobesas del presente milenio. La trama lleva a que la conflictiva de relación de ambos –en base a terrible suceso policial ocurrido en los setenta- tome al parricidio como un destino negado.
Documentalista, cincuentón y barbudo, Schmucler construyó una filmografía que nos permite hoy en día desentrañar lo que es el Cordobesismo, cuya meritocracia se explicita en los votos y que rechaza su pasado al optar por el deteminismo del progreso que tanto proclama la dirigencia política. Pero además, resulta imprescindible a la hora de leer éste mundo que nos ha tocado, donde la repulsión xenófoba hacia las movidas migratorias se vuelven políticas públicas y discursivas. Su desarraigo fue también necesario, como también sus municiones.
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