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Anarquismo para todxs

Hace un siglo atrás, Argentina fue uno de los terrenos fértiles de las luchas anarcosindicales. Hoy: es el tubo de ensayo de la puesta en práctica del anarcocapitalismo. Una breve radiografía de cómo pasamos de Bakunin a Rothbard, de Simón Radowitzky y Osvaldo Bayer hasta Javier Milei.

Por Lea Ross

Están aquellos que pasan sus vidas, marcando el paso y vistiendo uniformes; y están los otros, que no aceptan imposiciones si no están basadas en la lógica, que no es siempre compatible con la naturaleza humana. Está el peón que acepta latigazos de su patrón, para poder medrar con paciencia; y está el otro que ante el primer latigazo saca su cuchillo, se hace justicia, y se hace matrero. Y hay rebeldes cuya rebeldía sólo les alcanza para dejarse el pelo largo y dejar boquiabierta a su chica; y hay otros cuya rebeldía los impulsa a lanzarse a una lucha tremenda, marginados por la sociedad, habitantes de un submundo de violencia, dureza y sangre”.

– Osvaldo Bayer. Los anarquistas expropiadores (1975).

A Sonia Torres, que nos enseñó que las esperanzas se pueden tatuar en los corazones.

Pasó desapercibido. Pero la palabra “anarquismo” fue pronunciada durante uno de los debates televisivos de lxs cinco candidatos presidenciales de este año. Lo dijo Javier Milei, describiéndola como la única corriente de pensamiento que no ponía al Estado como eje ordenador.

Para el más votado de estas elecciones, hay una rama del anarquismo que es liberal, y que está dentro de las tres escuelas de pensamiento del liberalismo actual. Las otras dos serían la escuela clásica, que toman al Estado como posible garante de la libre competencia de mercado y que abarca desde Adam Smith hasta Milton Friedman; y la otra es el minarquismo, donde al Estado solo lo reducen en su mínima expresión para asegurar, por ejemplo, la seguridad y la justicia. Aquí estarían presentes algunos autores de la Escuela Austríaca, que tanto ha leído el dirigente de La Libertad Avanza.

“Yo soy minarquista a corto plazo, y soy anarcocapitalista a largo plazo”, explica la pareja de Fátima Flórez, ya que considera que en el ahora, la administración requiere garantizar la administración judicial, policial y militar requerida, hasta tanto el avance de las tecnologías de información permitan crear logaritmos, que logren dictaminar sentencias “justas, y ser acatadas por jueces robots o por “robocops”.

Ningún país del mundo había elegido a un anarcocapitalista como presidente. Ni el proteccionista Donald Trump, ni el nacionalista militar Jair Bolsonaro, fueron influídos por las pautas de la corriente de pensamiento anarcocapitalista creada por el neoyorquino Murray Rothbard (1926-1995), creada hace tan solo medio siglo. Y si pensamos un siglo entero atrás, nuestro país fue la contracara del mismo: era la tierra fértil para el avance de las luchas anarquistas por la vía obrera-sindical.

¿Cómo se explica entonces que nuestro país pasó a ser una referencia del anarquismo de izquierda a ser un tubo de ensayo del anarquismo de derecha? He aquí un mero aporte periodístico para contestar con posibles hipótesis, a partir de la lectura de distintos ensayos y libros, como así también la consulta de personas que están aferradas al pensamiento anarquista de nuestros días.

Eso sí: comparar a Javier Milei con referentes de la talla de Mijaíl Bakunin ha generado algún que otro enojo dentro de la mitad de las respuestas: “¡No hay forma de compararlos!”, “¡No hay ningún hilo conductor!”, “¡No tiene sentido!”, etc. Pero hay otra mitad que lo vio de otra manera: “Muy interesante”, “Quiero leer tu artículo”, “Te recomiendo este autor”, etc. Sea con rigurosidad científica o como mero desafío lúdico, ésta sería la respuesta, mientras éstas líneas se escribían ante el achicamiento temporal para las elecciones presidenciales de octubre.

Un breve marco: el anarquismo clásico ruso-europeo, como lo conocemos, fue una de las corrientes políticas que surgió luego del siglo ilustrado del 18, junto con el liberalismo, el marxismo, entre otros. No es casual que discutir lo comunal o lo comunitario emerja de autores, cuyas infancias fueron atravesadas en ámbitos rurales o de trabajos más artesanales. En la medida en que avanzaban las industrias, el paso del individuo a la comunidad se profundizó por el camino del ejercicio gremial. Esas ideas, se expandirían en el continente americano, de Chicago hasta la Patagonia, entre los siglos 19 y 20.

La derrota en la Guerra Civil Española, la masacre en la Semana Trágica y la Patagonia Rebelde en Argentina, las polémicas sobre la Revolución Rusa, las divisiones a partir de la llegada del voto universal, y la creación del Estado de Bienestar en los años treinta, teniendo una encarnación local más maldita como es el peronismo, apaciaguaron las expresiones que pregonaban la abolición estatal.

Para inicios de los años 70, la crisis del petróleo reapuntaría contra el intervencionismo estatal, y florecería una relectura anarquista apegado al libre mercado, muy austero pero impredecible en cuanto a sus consecuencias.

El brote libertario

Entre los anarquistas presentes en la la primera Asociación Internacional de Trabajadores (1864), se encontraba Élisée Reclus (1830-1905), quien según algunos autores fue quien creó el concepto de “libertario”, en francés libertaire, para esquivar la censura en tiempos donde la palabra “anarquista” estaba proscripta. Para otros, lo creó Joseph Déjacque (1821-1864), en una conocida carta contra su par Pierre Proudhon (1809-1865), al que lo acusó de “anarquista a media, liberal y no libertario”, por haber ejercido comentarios misóginos en otra proclama. La epístola podría haber influenciado a los actuales “anarcaps” argentos al definirse como liberal libertarios, con una base de apoyo electoral caracterizado por los varones desimpatizantes con las corrientes feministas.

También se plantea que fue Mijaíl Bakunin (1814-1876) quien utilizó el adjetivo “libertario” al socialismo que pregonaba, a diferencia del socialismo “autoritario” de Karl Marx y Friedrich Engels, durante los acalorados intercambios de esa Primera Internacional que dividiría anarquistas y marxistas.

La cuestión de la propiedad y la libertad

“Para mí, robar está mal”, dice insistentemente el anarcocapitalista Javier Milei por televisión. Para Proudhon: la propiedad es un robo, tal como lo expresa en su obra cumbre ¿Qué es la propiedad?, impresa en 1840. Y en ella, también establece que la “libertad es esencialmente organizadora”. ¿Cómo se explica entonces que el anarquismo clásico francés contraponga la propiedad y la libertad, mientras que el moderno anarcocapitalismo estadounidense los iguala?

Para obtener alguna respuesta, La Luna con Gatillo recibió distintas recomendaciones para recurrir a otro oriundo de Nueva York: Murray Bookchin (1921-2006). En su libro Anarquismo social o estilo de vida anarquista: Un abismo insuperable (1995), advierte que la versión originaria de los “liberchongos” que consumen McDonald’s “llaman libertad al derecho a convertir la tierra en un bien inmueble. Libertad es el derecho a tener un bosque y tumbarlo si eso te da ganancia”. Por eso, propone no llamarlos “libertarios”, sino “propietaristas”.

Cuando uno repasa las páginas de algunos autores clásicos del anarquismo, se topará con alguna elegía en cuanto al labor de la tierra, a diferencia de los escritos marxistas, enfocadas en la contabilidad de lo que ocurre en el interior de una fábrica. De esa manera, las raíces libertarias que pregonaban el desarrollo comunal en las tierras donde uno habita, se quebranta con los afanes anglosajones, exculpidas desde ambientes urbanos y afiebrados con la especulación.

Por otra parte, Bookchin advierte que la “derechización” del neologismo “libertario” puede tener una raíz semántica en esas obras fundantes. Por ejemplo, cita al ya oxidado Proudhon: “Quienquiera que ponga su mano sobre mí para gobernarme, es un usurpador y un tirano. Y lo declaro mi enemigo”. Para el autor estadounidense, eso “tiende fuertemente hacia una libertad personalista y negativa, que eclipsa su oposición a las instituciones sociales opresivas y la visión de la sociedad anarquista que concebía”.

Así como estos autores lidíaban sobre si centralizar el individuo o lo colectivo, Bookchain sostiene que esa difusión se compensó con los rusos Bakunin y Piotr Kropotkin (1842-1921), que “tenían unas opiniones esencialmente colectivistas (en el caso del último, explícitamente comunistas)”.

Teoría del valor objetivo y subjetivo

Sin embargo, existía también dilemas sin consesuar sobre qué hacer con los salarios. El anarcocomunista Kropotkin, en su libro La conquista del pan, expone su desacuerdo en medir la remuneración del trabajor y la trabajadora en proporción “a las horas del trabajo invertidas por cada uno en la producción de las riquezas”. Considera que eso no sería factible si el afán era colectivizar los medios de producción, porque ahí hay casi infinitas variables a la hora de medir la producción de la mercancía.

En ese mismo texto, señala enfáticamente las mediciones que realizaron Adam Smith y Karl Marx. Lo curioso es que estos autores son parte de una línea pensamiento económico que es la teoría del valor objetivo; es decir: las cosas adquieren valor por todo el trabajo acumulado por conseguirlo. La contraria a esta teoría, que es más moderna, es la teoría subjetiva, que desprecia el rol del trabajo y asevera que todo se valoriza por apreciaciones culturales. Esa línea de pensamiento se aferran algunos llamados neoliberales, o por lo menos quienes se dedican a invertir en la bolsa de valores, que incluiría a los integrantes de la Escuela Austríaca, que tanto ha leído Milei y que quien trajo estos escritos a nuestro país fue la dinastía de los Alberto Benegas Lynch (abuelo, padre e hijo). El padre fue quien recomendó cortar lazos con el Vaticano en el acto de cierre de La Libertad Avanza. Su hijo homónimo, que además es candidato, dijo recientemente en los medios que había que privatizar las ballenas si no queríamos que se extinguieran.

El surgimiento del anarcocapitalismo

En América, los años 60 estuvieron atravesados por la discusión entre la violencia y la política. Para América Latina, la armada guerrillera era el punto de mayor atracción. Estados Unidos tenía lo suyo: protestas contra la Guerra de Vietnam, debates entre Martin Luther King y Malcom X, Woodstock, etc. Pero los años 70, mientras países latinoamericanos vivían en sangrientas dictaduras, la rebeldía estadounidense se trasladó de la revolución social a la insurrección personal. Para Boockhain, eso llevó a que las protestas no lograron vertebrarse y los escapes fueron sin dirección, enredados en recetas de la psicoterapia y el new age: “Lo que pasa por anarquismo en los Estados Unidos, y cada vez más en Europa, no es mucho más que un personalismo introspectivo que denigra el compromiso social responsable; un grupo de encuentro que se rebautiza indistintamente como un ‘colectivo’ o ‘grupo de afinidad’; un estado de ánimo que ridiculiza con arrogancia la estructura, la organización y la implicación pública; y un patio de recreo para bufonadas juveniles”.

En ese panorama, más alejado de Viena y más próximo al barrio de Bronx, quien pautó los ideales autríacos en Estados Unidos para fundar el anarcocapitalismo o el liberal-libertarianismo, fue otro Murray. En libros como El manifiesto libertario y La ética de la libertad, Murray Rothbard partió de la tesis de que todo derecho humano es un derecho a la propiedad, porque la propiedad es lo que nos diferencia del resto de los animales, y porque todo derecho humano es, en la práctica, la posición utilitarista a algo.

En sus páginas, encontramos su negación al cambio climático, su rechazo a la prohibición de beber alcohol antes de manejar un auto, que en “una sociedad absolutamente libre puede haber un floreciente mercado libre de niños”, y que la contaminación ambiental solo puede ser anulado mediante la privatización de ríos, tierras, e incluso del aire.

Pero en ambos libros, aparecen posturas contrarias a La Libertad Avanza. No solo Rothbard estaba a favor del aborto, por ser el feto propiedad de la persona gestante, sino que además defendía toda fuerza guerrillera que se enfrentaba a los ejércitos. Así lo establece en El manifiesto libertario: “Como el éxito de las guerrillas depende del apoyo del grueso de la población, el Estado, para poder librar sus guerras, debe concentrarse en destruir a esa población, o internar a masas de civiles en campos de concentración”. Teléfono para Victoria Villarruel.

Explicar éstas contradicciones, se pueden indagar en 1971, cuando el antiestatista Rothbard había inventado el Partido Libertario. En La ética de la libertad, explicó el porqué fue por la vía electoral siendo anarquista: “La verdad es que si el Estado nos permite elegir periódicamente a los gobernantes, aunque limitando la opción a unos cuantos candidatos, no debería considerarse inmoral utilizar esta limitada posibilidad de elección para intentar reducir o eliminar el poder del Estado”. Al final, abandonó su propio partido por diferencias internas. Las mismas que tuvo Milei con la pérdida de algunas de sus amistades y allegados, cuyo brote es por la distancia ideológica entre anarcocapitalistas y minarquistas.

Milei plantea que la estrategia es ser minarquista por el momento, para lograr una alianza con sectores derechistas tradicionales (casta militar, pañuelos celeste, etc.), para adquirir el suficiente cuerpo político como para ganar las elecciones y ejercer su acto mesiánico de cambiar la historia del país.

Que se vayan todos

La Argentina del siglo 21 es la Argentina de la post-Convertibilidad. El período donde el peso se desprendió del dólar. Los piquetes y las cacerolas ya no eran una sola, porque cada uno tomó su rumbo. Mientras más se separaban el peso del dólar, más se devaluaba la moneda local y más aumentaban los precios. Los economistas llaman a esto Pass Through, es decir, de la devaluación a la inflación hay un solo paso. Las familias argentinas no necesitaban de economía para saberlo. Bastaba ver la cotización del dólar por televisión e irse hasta la despensa para comprobarlo.

Argentina es uno de los países del mundo con más alta inflación. Su tendencia a la alza, implicó que los más jóvenes supieran que los billetes que tenían en la mano para comprar un alfajor a la cantina, ya no les iba alcanzar para el próximo mes.

Pensemos por ejemplo en un candidato de La Libertad Avanza como Ramiro Marra. Desde aquí, se lo califica de vago, por trabajar en la empresa de su padre, de proponer la pornografía para no tener más la educación sexual integral, que su mamá le decía que PakaPaka bajaba línea, etcétera. Eso es Marra, para algunxs. Para otrxs, cuando se visita su cuenta de YouTube, se puede encontrar una serie de videos donde brinda clases gratuitas de cómo ganar plata en las finanzas. Un contenido pedagógico que nunca lo brindó el Estado.

Esa esperanza, concretada desde lo cotidiano, no emergió ni en los progresismos y las izquierdas nacionales, que les prometía a esos jóvenes un retardado bienestar si solamente les tiraba loas al Estado, ni en el pesimismo denunciante de las izquierdas internacionalistas, plagadas de roscas desprendidas de la realidad de uno. Ante el corrimiento o atomización de los anarquismos, las nuevas derechas salieron a pescar aquellos postulados, donde fueron asados mediante un estilo de rock chabón barrial, prometiendo una libertad que se perdió en carne propia durante la cuarentena y que quedó de manifiesto en los cánticos recargados del “Que se vayan todos”. Si en el 2001, los padres no lo pudieron hacer, ahora sus herederos sienten que lo concretarán.

Ver nuevos tiempos implica cambiar el espacio desde donde escuchamos. Porque para recuperar nuestras palabras en nuestras bocas, basta con unicar nuestros oídos a aquellas otras que florecen para combatirlas.