Anti-heroísmo contra el modelo: Crítica de “El Rocío” de Emiliano Gireco
Por Lea Ross
Paulatinamente, la ficción cinematográfica va tomando en cuenta algunas de las problemáticas que se discuten en el presente. Frente a esa lenta voluntad, queda la discusión sobre cuál sería ese aporte extra que no lograría alcanzar el género documental o de los informes periodísticos que provienen de la televisión. Aún en ésta actual coyuntura cinéfila, donde se señala la escasez de películas que se enfocarían con demasía los acontecimientos pretéritos. El rocío, de Emiliano Grieco, es una película sobre pero no de los impactos en la salud del uso de los agroquímicos, porque no se limita a ser solo eso, ya que ese ha sido el costo por encontrar la respuesta a esa incógnita, que permanece suspendido en el aire.
Sara Godoy –interpretada por Daiana Provenzano- es una joven madre soltera de dos menores de edad, que vive en un pueblo rural, pegado a unos campos de soja y que se mudó recientemente. Conlleva una maternidad incómoda desde el observador ajeno: deja a sus críos solos mientras trabaja. Con un pasado sin descifrar, encara la aparición de síntomas de su niña menor, fruto de la dispersión del glifosato.
La primera secuencia del filme tranquilamente podría ser una película aparte. Casi sin uso de las palabras, los encuadres nos delimitan descripciones bien claras y con ello una acertada forma de leer la línea argumental: la dispersión del líquido sobre las plantas, los detalles de los trajes de protección que utilizan los fumigadores, el ámbito donde habita la familia protagonista, la presencia de animales, un incidente inesperado, etc. Toda una definición cuyo giro sorpresa nos adentra en una historia más compleja que la expone el título y sus primeras tomas.
Y es así que a partir de ese rocío que se descifra el poder estructural que pone en funcionamiento a esa comunidad. La policía, el hospital, los empleados y un sujeto en una 4×4 delinean una estructura injusta, cuya contracara son los cadáveres de los animales. Es de remarcar aquí el buen uso de la elipsis, cuya economía narrativa muestra lo que requiera y brinda información suficiente, y recorta lo que está demás. Quizás no tanto las insistentes secuencias de tomas ralentizadas con música de fondo, a pesar que su verdadero uso estará en el momento final de la película.
Si bien la historia remite a testimonios de víctimas y familiares de distintos pueblos fumigados –por lo general, madres adultas-, la figura de Sara no es representativo de ello. Su juventud, su enigmático y especulativo proceder, las temerarias decisiones como madre y los actos ilícitos que comete no solo quiebran y ponen en vilo la costumbre santificadora de pureza que se toma al rol de la maternidad, sino que a su vez nos permite que, en ese mismo personaje se atraviesen varias de las tensiones que se viven en nuestro período, frente a la construcción de aquello que se denomina como familia.
Incluso, aprovecha los recurrentes viajes del campo a la ciudad, un modelo road movie muy presente en la historia de nuestro cine, donde en este caso el hilo conductor es el narcotráfico. De ahí, se va pasando a los momentos de acción directa, a oscuras y de manera colectiva, donde no se cuenta con muchos antecedentes en los registros en las luchas “reales” contra los agrotóxicos. Es así que el personaje de Sara Godoy encarna, quizás, la primera anti-heroína que se enfrenta a este modelo, nacida desde la pantalla grande.
Incómoda, filosa e inquietante, El rocío es una película que posiblemente amontona más de la cuenta sobre la compleja vivencia social de nuestra contemporaneidad. Pero a la vez, una resistencia a que el aporte del cine no debe reducirse a lo mismo que un artículo de Wikipedia. Sino que la irreverencia de la ficción puede dispersar más allá de cualquier documento periodístico.