Badiou: la filosofía y esa “aventura obstinada” del amor
Elogio del amor, de Alain Badiou, esta semana en la sección Libros y Alpargatas de La luna con gatillo.
Por Mariano Pacheco
“Sabio/a, artista, militante y amante son los roles que la filosofía exige a su sujeto”, declara Alain Badiou en la introducción a este breve libro de conversaciones con Nicolas Trauong, publicado por Machete ediciones, en el que aclara que llamó a eso “las cuatro condiciones de la filosofía”.
En Elogio del amor Badiou recupera algunas concepciones sobre el tema presente en filósofos como Schopenhauer, Kierkegaard y Platón, pero también, en la perspectiva religiosa, la del psicoanálisis lacaniano o de la literatura romántica, para luego arrojar algunas propias hipótesis, como la siguiente: “en el amor está la experiencia del pasaje posible de la pura singularidad de la casualidad a un elemento que tiene valor universal”.
Transitar la senda del amor, entonces, implica una existencia desde el punto de vista de la diferencia nos dice Badiou. Y por eso, podría sostenerse, un planteo de la diferencia radical está presente en su concepción. Porque a través de la experiencia del amor, aprendemos a experimentar el mundo desde un lugar diferente al de la identidad. Porque el amor, nos lleva a “parajes de una experiencia fundamental como es la diferencia”, y es eso lo que tiene validez universal (y por eso es esencial). Porque en el “encuentro amoroso” se busca tomar al otro por asalto, pero para “hacerlo existir con usted, tal como es”, remata el filósofo francés.
Si el amor es la posibilidad de presenciar el nacimiento de un mundo, cabe entonces la pregunta de cómo se experimenta el mundo cuando se lo hace desde el dos y no desde el uno ¿Cómo experimentar el amor como propuesta existencial que nos implique en la construcción de un mundo desde un punto de vista descentrado en lo que tiene que ver con la simple pulsión de supervivencias o el mero interés individual?
En su planteo, Badiou postula una suerte de secuencia, que podríamos agrupar así: “acontecimiento- comienzo- duración”. Es que el amor, desde su concepción filosófica, parte de una diferencia radical entre la subjetividad infinita de dos sujetos, de una disyunción que funciona como primer elemento que posibilita el azar del encuentro. Y es por eso que se requiere de una confianza en la casualidad (e incluso de un deseo de azar). Ese encuentro da paso a un comienzo, al inicio de un proceso: la de una vida que se construye, que se hace ya no desde el punto de vista del Uno sino del Dos. Y en ese tránsito juega un papel fundamental la declaración, y la fidelidad, entendidas en su “jerga filosófica” y no en su uso corriente. “Declarar el amor tiene que ver con pasar del acontecimiento-encuentro al comienzo de una construcción de verdad; con fijar el azar del encuentro bajo la forma de un comienzo”, comenta Badiou. Y también: “de lo que fue un azar voy a sacar otra cosa. Voy a sacar de él una duración, una obstinación, un compromiso, una fidelidad”, es decir, el “pasaje” de un encuentro azaroso a una construcción tan sólida como si hubiese sido necesaria.
En esa “escena del Dos”, entonces, tiene lugar la duración que lo realiza. “Se da, por supuesto, un éxtasis al comienzo, pero un amor es ante todo una construcción duradera.
Digamos entonces que el amor es una aventura obstinada” (en tanto triunfa en el tiempo contra los obstáculos que el mundo, el espacio y el propio tiempo le imponen). Es en ese sentido que el amor implica para los amantes una reinvención de la vida entre dos (porque la propia duración es una invención).
Ahora bien: ¿por qué nombrar a esta experiencia, filosóficamente, como un “procedimiento de verdad”? Badiou responde: “todo amor propone una nueva experiencia de verdad acerca de lo que significa ser dos y no uno”. Entonces, así como en el accionar político se trata de indagar en lo que es capaz un colectivo, en el amor, la cuestión pasa por saber de si dos, son capaces de asumir la diferencia volviéndola creadora, porque en la experiencia amorosa, el drama, el conflicto más claro, es el que se presenta entre la identidad (de uno) y la diferencia (entre dos). Por eso también el amor es “una lucha victoriosa contra la separación”, no exenta de violentas contradicciones.
En esta dirección, Badiou elogia el “amor luchador”, aquel capaz de dar nacimiento a un mundo diferenciado. Y si bien insiste en “no mezclar” la política con el amor, sí subraya que el comunismo, en tanto “devenir que hace prevalecer lo en-común por sobre el egoísmo”, gesta nuevas y más favorables condiciones de posibilidad para el amor. Por eso el viejo filósofo militante exclama para finalizar:
“¡Y sí! Debemos seguir a nuestro viejo maestro. Hay que empezar por el amor. Nosotros, los filósofos, no tenemos tantos medios; si se nos quita el de la seducción, quedaríamos, verdaderamente desarmados. En fin, ser comediante ¿también es eso!: seducir en nombre de algo que, finalmente, resulta ser una verdad”.