Cambiando lo amargo por miel
Por Yunga Foto: Gabriel Martínez
“Hagan lo que hagan, contra la naturaleza NO se puede. Un día va a venir un vivo y les va a meter 12 travestis en un equipo y ahí morirá el fútbol femenino”, escribe @carlos.g915 en la publicación sobre el freno silencioso que la Liga Cordobesa está poniendo a mi acceso al torneo.
Y a mí, la verdad-verdad es que disfruto mucho leer este tipo de comentarios.
Lejos de amargarme o potenciar mis inseguridades, mi primera reacción es casi siempre una curiosidad y un asombro casi infantil.
Ojo, no es que no me afecte. Muchos de estos comentarios suelen tocar fibras sensibles e inseguridades a veces inconscientes pero, afortunadamente, casi siempre logro concentrarme más en el miedo colectivo que inspiró ese odio. En el contexto que produce el mecanismo de odio. En la herida de quien odia. Cada elección de las palabras tiene una infinidad de significados y permite encontrar nuevos ángulos para pensar el problema. Datos experimentales para hacer teorías, podría decir incluso, pero no quisiera que se crea que tomo una distancia cínica. En el comentario de odio no sólo aprendo sobre quienes me odian sino que (sobretodo) aprendo por qué yo, que soy parte de esa misma sociedad, a veces también me odio y me castigo.
“A Mbappé le gusta esta publicación”, dice @porchittolucas, refiriéndose al jugador del PSG que tiene una novia trans y la ocurrencia me hace pensar: ¿Habrá acaso algún jugador de la Selección Argentina (presente o pasada) con el interés y el coraje suficiente como para animarse a romper el pacto y posicionarse respecto a la inclusión de mujeres trans en el deporte?
“Cuando no te da el físico para crecer y ser bueno con los tuyos, zaaaz! Te hacés “jugadora trans”” dice @emma.dominguez922 y aquí la bala sí logra dar en el blanco. Si un equipo incluye 12 travestis tenemos una situación política, si un jugador tiene una novia trans y no se posiciona tenemos una discusión ética, pero aquí emma no se anda con vueltas teóricas y busca cuestionar mi valor como persona, mi “coraje”, mi “integridad”, mi ego, en definitiva. ¿Acaso no es una decisión egocéntrica elegir ser la primera mujer trans en un campeonato femenino? ¿Por qué jugar en el equipo femenino de Juniors y no en un equipo chico de fútbol masculino y llevar a cabo la lucha desde ahí?
Si me tomo la libertad para interpretar el uso de “físico” que hace emma en su comentario con una mirada integral cuerpo-mente, eso de “no te da el físico para crecer” es, de hecho, muy preciso. Mi situación era tal cual esa. Harta de las lógicas patriarcales que empapan al juego de enemistades absurdas (basadas principalmente en la llamada “masculinidad frágil”), decidí que huiría de todo ambiente en el que los varones cis sean una mayoría. “Los míos” de los que habla emma se fueron sintiendo cada vez más unos “otros”.
Ojo, tampoco entre mujeres cis me siento entre “Las mías”. No porque no me sienta parte, no porque no esté enamorada de la comunidad futbolera a la que ahora pertenezco, sino simplemente porque todavía me siento demasiado extraterrestre como para pensarme “entre les míes”.
Cuando emma dice, entonces, que no me daba el cuerpo para gozar en el mundo de la competencia masculina, tiene toda la razón. ¿Por qué, emma, habría yo de elegir ser parte de los maltratos del mundo de varones cis, cuando puedo en cambio dedicar mis días a intentar contribuir al crecimiento del fútbol femenino, rodeada de gente que en general también rechazan las lógicas patriarcales?
Si algún día sucediera la pesadilla de @carlos.g15 y un equipo de 12 travestis empezara a ganar todos los partidos, mi primera reacción sería por supuesto alegrarme (hoy somos 40 mil personas trans y lamentablemente todavía no somos ni 11 federades a nivel nacional), pero luego, sí, me quejaría. Pero mi queja no tendría nada que ver con el género ni la genitalidad de las jugadoras, sino que me quejaría de la misma forma que hoy me quejo de que haya equipos que manejen enormes cantidades de dinero y triunfos, mientras otros luchan para llegar a 11.
Si realmente sucediera que las cientos de horas que dediqué al fútbol (y las miles que pasé en el deporte en general) me llevaran a un nivel alto de competitividad y visibilidad, mi intención principal hoy y siempre es la de usar esa posición de poder (todavía muy poco común entre travestis) para ayudar a que las condiciones deportivas, institucionales y, sobretodo, emocionales, sean cada vez más similares entre el fútbol masculino y el fútbol femenino.