CHARLAS DEL MONTE

Charlas en el Monte. El viejo oficio del artesano

Por Tomás Astelarra

El poesta y albañil nadaísta Javier Vicente nos honra con su visita a Yacanto Down. Celebramos con unas birras en el bar del Mario. El Jipi Matías saca de canuto un aloja de piquillín, una cosecha temprana de flores y una antología de Boogie el aceitoso.

Vicente está de gira con la Feria del Libro Independiente y Alternativa (FLIA) y se sorprende del lugar que de a poco se han ganado los libreros en las ferias artesanales de Córdoba. Una lucha que no lleva más de diez años y donde muchos han entendido que la cultura es un bien indispensable para los tiempos que corren.

Antes de la FLIA”, dice Vicente, “vos ibas con libros a una feria y te decían que era reventa o que no tenía el 30% de transformación de la materia”.

¿Transformación de la materia?”, pregunta el Jipi.

Sí, un concepto muy polémico, ciertamente materialista y como toda ley, hecho para la trampa”, explica Vicente. “Cansate de viajar por Argentina viendo chantas con reventa o pulseritas de dos pesos fiscalizándote”, agrega Latitel, la joven compañera charrúa de Vicente para quien su mochilear por la Argentina ha sido un verdadero calvario. En plena temporada veraniega, sus pulseritas de macramé no tienen lugar en ningún lado: fiscalizaciones arbitrarias, cánones abusivos, miradas al costado de supuestos jipis revolucionarios, aprietes, amenazas, persecuciones, todo en medio del avance represivo sobre la cultura y la cada vez más presente mirada de la policía o los inspectores municipales. “¿Te acordas la vez que los feriantes de El Bolsón mandaron a reprimir la paralela?”, rememora el Jipi. “Sí, creo que fue en el 2008 o 2009. El intendente Cacho Romera no quería, pero la comisión de la feria insistió y terminó mandando unos matones de la Loma del Medio o no se que barrio. ¿Te acordás que le rompieron el brazo al gordo Nano? ¿Y la pibita esa colombiana que le vino el recuerdo del balazo en el ojo que le habían pegado los paramilitares? Si habré consolado pibitos viajeros pensando que iban al paraíso jipi y se encontraban con esa manga de fariseos mercachifles vendedores de merca y baratijas que dicen ‘Recuerdo del Bolsón‘”.

Ahí nomás encaramos el catálogo argentino del comercio artesanal, sus traiciones a los viajeros que muchas veces con sus paños al piso han bancado el territorio del espacio público, bancándose la cana y los municipales para vender dos pesos, pero terminar sentando las bases de esas inmensas ferias de puestos de hierro a donde un par de años después caen y son expulsados o fiscalizados sin piedad y obligados a pagar precios exhorbitantes por ser “visitantes”.

La histórica polémica de la “reventa” que muchas veces funciona como un filtro de clase o educación. La entronización de productos superfluos, adornos y souvenires; el turismo como agente extractivista y modernizador, cómplice de la especulación inmobiliaria y esa trucha ilusión de ganar en un par de meses la guita para todo un año (la famosa temporada, que en Traslasierra es casi como el mito de la gallina de huevos de oro). Espacios de comercio a cielo abierto donde la ganancia y el individualismo definen la nueva concepción de “mercado” muy lejos del intercambio social y humano de nuestros ancestros, que veían el “mercado” como un lugar de reunión, intercambio, ayllu, comunidad… La contraparte de los movimientos sociales y su economía popular, la CTEP, el consumo responsable, las cooperativas autogestivas, la FLIA, ese otro mundo posible y comunitario…“Al final los artesanos son como los tacheros, representantes de la clase media individualista y chamullera, que sin llegar a ser ricos se cagan en los pobres”, opina el Jipi Matías mientras rebusca en los bolsillos unas monedas para la rocola del Mario. Es ahí donde Vicente saca sus dotes de profesor de historia: “Queridos y querida compañera, no se olviden que la revolución industrial, cuna del capitalismo, nació de los artesanos. Los artesanos fueron la base de la burguesía que tumbó a los reyes e inventó el verso este de la democracia. La conquista de América y sus masacres fue la que financió la transformación de la materia, o los materialistas, de artesanos hilanderos a fabricantes al por mayor de telas. Es más: ¿Ustedes saben cómo se creó la banca Rothschild?”. La historia de los “dueños del mundo”, patriarcas de ese 1% de la población que nos tiene a todos endeudados y en pelotas como nuestros hermanos los indios, nos deja a todos “de cara” (contrariando el efecto de la aloja de piquillín y las flores cosecha temprana).

Cuenta Vicente: “Parece que alrededor de 1743, Amschel Moses Bauer, orfebre de profesión, abrió una tienda de monedas en el gueto judío de Francfort de Meno, Alemania. Sobre la puerta de entrada de su casa, cuya planta baja quedaba reservada para el negocio y el resto para la familia, colgó un cartel en el que se representaba un águila romana en un escudo rojo. La tienda llegó a ser conocida como la tienda del “escudo rojo” (rothschild en alemán). Ahí el viejo Moses oficiaba de prestamista. Negocio que obviamente desplazó al de las artesanías. Si fuera polaco sería santo. Porque logró el gran deseo de la humanidad: dejar de laburar. No solo lo logró para él, sino para toda su descendencia. Ahora dominan la economía mundial. Y a los gobiernos, que le otorgan salvatajes financieros con el hambre de los pobres”. Ya entonados con la locura del monte y sus flores y piquillines (y un tema de Todos tus Muertos que rescató el Jipi Matías de la rocola), la conversación toma rumbos insospechados: los illuminatis, la masonería, los reptilianos, el DNU de Mauricio, el haarp, las abejas en extinción, los jipis PMG (papa manda giro) y lo difícil que es hacerse la vida por fuera del sistema, por fuera de esta hidra capitalista que expresan los y las cumpas zapatistas.