Coppola el antihéroe menemista
Realizada en tono de comedia, la biopic del Guillote, de Ariel Winograd, también es un ensayo antropológico sobre los noventas, el fin de la historia y sus consecuencias.
Hay en principio dos grandes aciertos de la serie Coppola, el representante. En primer lugar su tono humorístico, casi ficcional, que no pretende ser una biografía exhaustiva sino apenas el relato disperso de un personaje en su tiempo y contexto.
La falta de límite entre realidad y ficción en la serie que retrata la vida de uno de los personajes secundario más importantes de la vida argentina en “democracia”, han despertado toda una serie de comentarios y chismes de los que se nutren las agendas informativas. Ya no solo de ese género especializado y marginal que fue el “espectáculo” (siendo vanguardia en los noventas el solitario programa de Lucho Avilés, Indiscreciones), sino de todo el periodismo alguna vez “serio”. Donde el espectáculo se ha convertido en portada y condición sine quanon, en un mundo donde la política, la economía, la miseria, el hambre, las catástrofes naturales y otros menesteres de esta crisis civilizatoria, también se ha transformado en un “espectáculo”. Algo que ciertamente empiojaría el límite entre realidad y ficción no en una serie, sino en la vida misma.
En las entrevistas dadas para la ocasión, tanto el director de la serie, Ariel Winograd, como su actor principal Juan Minujin, como el propio Guillote, han desmitificado la seriedad de esta serie (valga la redundancia).
“Aunque te pueda sorprender no dije nada. Hable con los personajes involucrados solamente. Le di la posibilidad de que si no querían estar no estuvieran. Después di libertad absoluta”, dijo Coppolla en una entrevista en you tube a Mira a quién Encontré. “No vi mucho. El trailer está barbaro”, confiesa en un desparpajo que ya pinta a un personaje que, como anillo al dedo, supo ser figura en tiempos del menemismo, Consenso de Washington, el fin de la historia de Fukuyama, y todas esas falacias ad hominen que estallaron en el 2001 y hoy vuelven como ciclo en la política y la economía Argentina, como diría Marx, como una repetida farsa, una segunda o tercera parte, sin humor, sin glamour.
Un jarrón en medio de la mesa
“La serie es muy lúdica, una fantasía, un juego, ya no importa si las anécdotas son ciertas o no”, aclara al mismo medio Juan Minujin, que destaca en su actuación y cambia totalmente de referencia de su papel más popular de los últimos años (El Marginal). Minujin cuenta de la disponibilidad de Coppolla para abrir su casa, su anécdotas, como hace con todo el mundo. Lo mas impresionante: ver en el centro de la casa, de la mesa de living, el famoso jarrón que la policía encontró con cocaína en 1996.
Por aquellos años los discípulos de Lucho Avilés comenzaban a expandirse por toda la tele en horario de la siesta. Tinelli la rompía con Videomatch y Ritmo de la Noche con su humor de la crueldad, que lo haría un poderoso empresario. Susana Giménez era un pelotuda linda y no una facha peligrosa. Mauro Viale tejía una absurda pero delirante trama desde su programa “Mediodía con Mauro” donde quedaría en la historia su match de boxeo con el empresario menemista Alberto Samid y la cobertura del caso Coppolla, donde de la nada pasaron a la fama el “empresario” (nunca se supo bien de que) Jacobo “Chizito” Winograd, Natalia De Negri y Samanta Farjat. Dos supuestas “servilletas” (servicios secretos) de la Policía Federal que “habrían” plantado la cocaína en el famoso jarrón. Caso por el cual Guillote fue preso y su abogado fue Mariano Cúneo Liberona, actual Ministro de Justicia y ex novio de Farjat.
Eran los tiempos en que danzábamos sobre el Titánic, veíamos cinco veces a los Rolling Stone, el presidente tenía romances con Claudia Schifer o llegaba en dos horas a Pinamar en una ferrari Testarrosa (la misma que el Diego, pero roja). Más o menos el mismo tiempo en el que íbamos a poder viajar de Córdoba a Japón pasando por la estratosfera.
Todo este surrealista mundo causa gracia a la distancia si no fuera porque conocemos sus consecuencias. Y porque, confirmando que el hombre es el único animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra, la historia parece repetirse pero con mucho más de tragedia y menos de humor y glamour. Un mal espectáculo donde el hijo de Mauro Viale recrea la misma surrealidad como periodista “serio” y el narcoabogado (que además de Coppola fue defensor de Emir Yoma, Mameluco Villalba y fue preso por la causa Amia) es la máxima expresión de un gobierno de un personaje con estrafalaria peluca menemista, pero que en vez de Claudia Schifer, sale con Fátima Flores, una imitadora de Cristina, en un romance que nadie cree mucho. Un presidente que en vez de hacerse una liposucción y acusar a unas abejas, le hace apagar la luz a los empresarios más poderosos del país para vender los recursos de la patria (que ya no son las joyas, sino la cenizas de la abuela).
“Los noventas es una década muy interesante, que marco mucho el exceso, la frivolidad, valía todo. La idea era mostrar a Coppola, no solo como el representante de Maradona sino de los noventas. Como un quieres ser John Malcovich. No estaba la sensación de ni matarlo ni de endiosarlo. Es un personaje que también representa la Argentina. Me parecía más interesante contar eso que decir: esto está bien, esto está mal”, aclara Winograd (Ariel, no Chizito). Progres moralistas y sin humor abstenerse.
Cuando le preguntan al director de la serie los superpoderes del personaje elige, además de su chamullo, su agenda de contactos, el hecho que conoce a todo el mundo. Y el hecho que a todo el mundo le cae bien. Un personaje querido. Un chanto. Un oportunista. Un pescador de río revuelto. Cuando todavía las multinacionales y los oligopolios dejaban la pesca artesanal o furtiva a cualquier atrevido. Al menos nos dejaban las migajas de la torta, un poco de pan, un poco de circo. De buen nivel.
El que no se nombra
El segundo gran acierto de la serie es no mostrar al Diego. Está presente. No solo por la evidente referencia, sino en las anécdotas, los constantes llamados a teléfonos que van cambiando de modelo en la vertiginosa época del nacimiento de los celulares y las redes.
De fondo transcurre la verdadera historia de amor: la del Guillote con el Diego. Sin nombrarlo ni querer analizarlo, hay de fondo un trama de la que puede concluirse (en mi humilde mirada) que Coppolla fue el amigo que le permitió al Diego derivar como pudo en ese nuevo mundo donde un pibe de barrio que jugaba bien a la pelota de pronto comenzó a enfrentarse a contratos millonarios, popularidades fuera de control, ataques de una casta que nunca le perdonó que, coherente con su origen, llevara la consciencia social a límites insospechados e incómodos.
Hoy cualquier estrella del fútbol sabe cuales son las consecuencias de sus pasión y amor. Como alguna vez dijo Don Galeano de la disputa por saber quien jugaba mejor entre Pelé y Maradona, quizás la pregunta se resuelva mejor fuera de la cancha. Hoy las cuestiones que hablan de Messi fuera de la cancha no han sido escandalosas por drogas, mujeres, tiros de balines a los periodistas atrevidos, sindicatos de fútbol, diatribas comunistas aprendidas de Fidel Castro, sino apenas por una tremenda evasión impositiva. El resto todo normal.
Diego y Guillote, hicieron lo que hizo todo el mundo en ese despilfarro del último vuelto de un sistema capitalista en decadencia pero declarándose triunfador (ambas afirmaciones ciertamente confirmadas en estos tiempos ciertos): drogarse, irse de putas, cantar, bailar, conocer gente famosa, aprovechar lo último que quedaba antes de la segura resaca.
“¿Algo que decir?”, le pregunta el gerente de un importante hotel ante el gasto millonario en reparaciones en el cuarto que Diego utilizó para festejar con sus amigos antes de su supuesta despedida en Boca. “Una instalación de Marta Minujin”, le responde Minujin (Juan), haciendo de Coppola, viendo que el negocio lejos está de comprender el arte. Guillote, ya bajando de la resaca y viendo como se acomoda ante la debacle, pero sobre todo, viendo como su amigo y amor, el Diego, de corazón puro, hace lo que cualquier hombre de bien puede decidir hacer frente al colapso de la humanidad: autoextinguirse.
La libertad artística y de presupuesto que le dio la productora a Winograd le permitió no solo transformar la historia de Guillermo Coppola en un maravilloso cuento de un superhéroe en la última curva del apocalipsis, sino también refinar su contenido con el guión de Mariano Cohn y Gastón Duprat o la edición del multipremiado Federico Cantini.
“Cuatro años de mucho juego, mucha libertad por parte de la productora, todos los actores dijeron que si, Guillote colaboró y estuvo en el set, dio total libertad. Todo el tiempo nos enfocamos en construir un superhéroe, cuyo superpoder era la parla. Obvio que le tiene que salir todo mal y lo tiene que atar todo con alambre. Todo el tiempo decíamos: es muy fácil ponerte hoy y decir: esto está bien o esto está mal. Porque hemos evolucionado como sociedad, son cambios culturales muy fuertes. Pongámonos en los zapatos de nuestros personajes, no los juzguemos, tratemos de entenderlos”, concluye Winograd.