Tropiezos necrófilos
Crítica a la serie Santa Evita, dirigida por Rodrigo García y Alejandro Maci
Por Lea Ross
Un comentario de las redes sociales señala que un segundo de “Sinfonía de un sentimiento”, la serie de Leonardo Favio sobre Perón, supera a cualquier producción entera financiada por multinacionales. Lo asertivo de esa acotación impide que se logre profundizar eso tan omnipresente y difícil de describir llamado peronismo. En cierta manera, los tropiezas de los siete capítulos que se transmiten por el canal Star, anteriormente de la Fox y ahora en manos de Disney, son siempre escalonados. La coordinación con el equipo técnico denotan una suerte de sobreestimación entre sí, distinto a la paranoia y los espionajes que se realizan desde una administración pública. La deslumbrante fotografía del eterno Félix Monti no cuaja con la innecesaria banda musical, más acorde para un docudrama conducido por Felipe Pigna. Más se agrieta todo con el quiebre cronológico de la trama, donde pareciera no decidirse si anteponer el símbolo sobre el registro. Es decir: como si la búsqueda necrófila tras el rastro del cuerpo embalsado de Evita no alcanzara a justificar la producción en decoración, y por ende se ven forzados a reconstruir los hechos relevantes de la historia entre el General y la santa de los cabecitas negras. A pesar de eso, se agradece la austeridad de Darío Grandinetti y el esplendor facial de Natalia Oreiro para concretar la química entre Perón y Evita. Pero no así la del villano encarnado por Ernesto Alterio, cuya psicopatía, alcohólica y germana, es lo único que puede ofrecer ante tantos saltos temporales que impiden profundizar su personaje. Finalmente, “Santa Evita” no es ajeno a ese eterno temor sobre cómo representar al pueblo. Los descamisados nunca adquieren una corporeidad propia, más que hacer fila en la conocida Fundación. Lo que más se lo acercaría es una Evita discutiendo con obreros en el interior de una fábrica como ocurre en la película Eva Perón (1996), de Juan Desanzo, con guion de José Pablo Feinmann, escritor que en el tramo final de su voluminoso ensayo sobre el peronismo, curiosamente, consignó su obra como lo opuesto a lo que hizo Favio.