Dark: el inocente juego y la inocencia perdida
Por Lea Ross
La serie alemana Dark es una puesta en prueba sobre nuestras propias concepciones del espacio y tiempo, tan redimidos en el siglo pasado. Su compleja trama forja su costado lúdico, émulo a un test con crucigramas. En un espacio geográfico dado, que es el pueblo ficticio de Winden, el relato se inicia con la misteriosa desaparición de niños. A partir de allí, mediante distintas aperturas intertemporales -una cueva, artefactos, un agujero de gusano, etc.-, se concretarán paradójicos entrecruzamientos en donde, todo sujeto espectador, los enzambla con lápiz y papel a mano. Pero lejos de ser un juego inocente, todo se asemeja a esa inocencia perdida.
Dark es una cinta de Moebius. Todas sus paradojas son resueltas con la imposibilidad de generar alteraciones, que se tornan irreversibles dentro de un eterno circuito circular. De ésta manera, el trayecto de los acontecimientos, que se conectan mediante causa-efecto y ocurren durante más de un siglo, exponen el indefectible devenir de los sucesos y el deceso del libre albedrío.
Según explaya Marcelo Mache, en un artículo publicado en el portal Prensa Obrera del Partido Obrero: “La mecánica del tiempo en Dark parece influida por la concepción de la dinámica social que ofrece la clase capitalista. La consecución de ciclos en una eterna reiteración de sucesos hace pensar una idea de los ciclos de reproducción del capital cuya naturaleza permanecería, pese a los cambios, invariable. (…) para así señalarnos que todo impulso transformador no es más que un catalizador para dar inicio a un nuevo (viejo) episodio de la misma historia: tras el colapso y el caos no hay más que el reinicio de un nuevo ciclo de acumulación, la historia debe repetirse hasta la eternidad”. Precisamente, en medio de ese siglo y medio que transcurre la historia del poblado de Winden, hay una explosión nuclear, que sería “el apocalipsis” según la segunda temporada.
De hecho, ante la relatividad entre el tiempo y el espacio, la circularidad se refuerza cada vez más con sus directrices desde su propia geografía alemana: las referencias explícitas a escritores como Nietzsche y Goethe, la alusión a la física relativista de Einstein, hasta la exposición de violencia típicamente germana, como golpear ferozmente en la cara a un menor de edad con una piedra. Es decir, la trama está enclaustrada en sus propias coordenadas espaciales occidentales y del que tampoco puede salirse de ahí.
El secuestro y asesinato de los niños de Winden, para someterlos a la experimentación de los viajes temporales, es la motorización requerida para mantener en marcha esa circularidad indecilinable. Aquí, la muerte de la infancia es la base de la puesta en marcha de esa temporalidad prediseñada. El mismo daño colateral que acepta el capitalismo en su ejercicio depredador.
La antropóloga Rita Segato –alguien que no es ajena a la incertidumbre en los espacio de debate- afirmaba que la pandemia del Covid-19 generaba una disputa de narrativas sobre el diagnóstico y el pronóstico del mismo en el mundo, y que por ende, quedaba la pregunta sobre cuál de ellas iba a prevalecer. Si para la temporada 1 y 2 de Dark, “el colapso y el caos” solo lleva a un reinicio, ¿quiere decir que Dark ya fijó su propia postura narrativa frente a la actual pandemia, a pesar que en ese entonces todavía no ocurrió el “caso cero” de la ciudad de Wuhan? La tercera y última temporada lo dirá cuando cierre todos sus “cabos sueltos”.
Finalmente, esa dinámica social, cuya búsqueda es la generación de capital, se traslada a su vez en nuestra propia manera de narrar en y sobre el tiempo. Tal como lo señaló la cineasta Lucrecia Martel, en una charla que realizó en el auditorio CCK, previo a la apocalíptica cuarentena que vivimos: “Organizamos todo lo que percibimos, profundamente, en base a la idea lineal que el futuro está para adelante y otorgamos al pasado un espacio por detrás nuestro. La persona joven tiene una gran línea por delante y una persona con mayor edad tiene una línea mayor a su espalda. En el mundo aymara, y posiblemente también en Tailandia, hay varias formas de ‘espacializar’ el tiempo. Y está este planteo que el futuro está detrás, porque uno va caminando sin ver hacia dónde va, y sin embargo el pasado está siempre ante nuestros ojos. Todo lo que va sucediendo, y ya lo hemos visto y vivido, va quedando delante nuestro, mientras avanzamos a ciegas hacia el futuro. (…) Todo esto, que define nuestra ética, nuestro comportamiento político y otras cuestiones cruciales sobre el accionar humano, es sumamente arbitrario. Porque nada dice que el tiempo tiene una dirección. Algunos dirán que la segunda ley de la termodinámica define a los sucesos como irreversibles o que si el universo está en expansión, eso indicaría una línea de extensión del espacio y el tiempo. Sin embargo, hay otras teorías de la física, sobre las partículas, donde la termodinámica no tiene relevancia y es posible que el tiempo y el espacio puedan ser pensadas de otra manera. Por ende, la linealidad del tiempo lo hemos naturalizado alegremente”.
En consecuencia, a pesar de su vaiven en el pasado y el futuro, Dark mantiene ese encadenamiento de la causalidad, como cualquier otro relato convencional cronológico, lo que depone ese libertinaje que se envalentona. Y cierra la directora de Zama: “Es muy difícil que en las formas narrativas podamos sustraer de una forma de experimentar donde una cosa viene después de la otra. Esa linealidad está impregnada en toda nuestra cultura. Y no digo que esté ni bien ni mal, solamente digo que es importante recordar que es un invento. Y cuando se olvida que es un invento, se naturaliza y pasa a ser una especie de condena sobre la percepción en el mundo”.