El destino de lo sinuoso: Crítica de cine de “La lavandería”, de Steven Soderbergh
Por Lea Ross
Una comedia dispar, con más foco de interés en su costado ensayístico y una estética que emparenta ser más la excepción que la regla.
El cine estadounidense se interesa mucho por retratar acontecimientos recientes. Desde las últimas películas de Clint Eastwood buscando historias publicadas en la prensa, hasta hechos que incidieron en el panorama económico y político (y hasta el bélico), el interés por moldear una forma cinematográfica sobre el presente es, a la vez, un rechazo a que los mismos sea una función privilegiada de los noticieros televisivos. El cúmulo de filmes con temáticas referidas a crisis, estafas y escándalos financieros es un ejemplo de ello.
La lavandería (The Laundromat), la polémica obra de Steven Soderbergh sobre el caso de los Panamá Papers, producida por y para la plataforma virtual Netflix, forma parte de esa oleada que pretende inquietar en cuanto a su narración, aunque sea más parte de la regla que de la excepción.
La historia es conocida: el 3 de abril de 2016, un colectivo de periodistas de todo el mundo expusieron, con nombre y apellido, a los centenares de referentes y líderes mundiales que ocultaron sus patrimonios en paraísos fiscales. Todo se logró con la filtración de información guardada en el bufete Mossack-Fonseca, encargada de crear sociedades “fantasmas” para eludir (¿o evadir?) impuestos. La película no se centra en la mirada de esos periodistas, sino de los que integraron esa escribanía, sus beneficiarios pero, sobre todo, las víctimas que no cuentan con tanto caudal de dinero. De ahí que la película tiene claridad en cuanto a su propósito, aunque no quiera decir que eso lo logre.
Soderbergh tiene experiencia en filmar grandes hurtos, de la mano de la trilogía de La gran estafa y El desinformante, con cierta dosis de humor. En este caso, la intención es convertir a Jürgen Mossack (interpretado por Gary Oldman) y Ramón Fonseca (Antonio Banderas, curiosamente el actor fetiche de Pedro Almodóvar, también escrachado por éste escándalo) en personajes fílmicos o caricaturescos, exagerando sus acentos provenientes de distintas nacionalidades. Es una osadía desde lo judicial, por tener causas todavía abiertas, como también desde una definición genérica, narrativamente hablando. La oportunidad que tienen estas dos personas encargadas de asesorar y crear rutas invisibles para la circulación de dinero espurio, llevan a la película en tramos didácticos en notables planos secuencias, en particular sobre la explicación inicial del origen del dinero, como así también exponer el cinismo y doble discurso que se esconde en la avaricia del guante blanco.
Distintas historias desconocidas, alejadas de los que expusieron los Panamá Papers, se esparcen casi en paralelo, teniendo como eje principal al personaje de Meryl Streep, una damnificada que no cobró el seguro de vida de su marido, por canalizarse en la enmarañosa red de offshores creada por los Mossack-Fonseca.
Pero gran parte de esas historias, por momentos breves pero confusos por sus tecnicismos sinuosos, no logran convencer en cuanto a su complementariedad, ni por su efectividad en cuanto a la razón de ser del propio género. De ahí su contradicción en cuanto a sus puestas en escena equilibradas, pero no así en cuanto al orden de las tramas. Pareciera que la única que llega a cumplir lo cómico es la del empresario africano pretendiendo coimear a su propia hija. De ahí la dudosa efectividad del director en exponer ese sistema injusto desde la comedia: la risa solo aparece en el costumbrismo de ricachones, que se suponía se pretendía “eludir” a la hora de profundizar la regresiva estructura impositiva.
Pictórica, contradictoria y ambivalente, La lavandería es un disparador ensayístico frente a un debate en pleno movimiento bursátil. Panamá Papers es un concepto, una idea, una noción sobre de qué hablamos cuando hablamos de capitalismo; o por lo menos, de éste capitalismo. De ella, se destapan varios trapos que pretenden ocupar su lugar. El monólogo final que hace Meryl Streep sobre la carta abierta que escribió “John Doe”, quien filtró la información y que hasta el día de hoy se desconoce su identidad, y utilizando una prenda y un cepillo, nos llevan forzosamente al destino propio de esa ruta, que no es más que preguntarnos qué es aquella entelequia que tanto se preguntó el cine desde sus orígenes.