El XX: el siglo del inconsciente y la revolución
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En la sección Libros y Alpargatas, hablamos de El psicoanálisis en la revolución de Octubre.
Por Mariano Pacheco
La intrepidez de un pensamiento audaz como el psicoanálisis y una época de expansión de la idea comunista. ¿Qué pasó con la práctica y los postulados impulsados por Sigmund Freud en las tierras en donde por primera vez las ideas de Karl Marx funcionan como usina para poner en marcha la maquinaria de construcción de una nueva sociedad. Esta semana, en la sección Libros y Alpargatas de La luna con gatillo, recuperamos esta compilación de textos publicada en 2017 por la editorial argentina Topía, en el marco de las conmemoraciones por los 100 años de la Revolución Rusa.
El vínculo entre marxismo y psicoanálisis es abordado por cinco autores, quienes ensayan cinco textos compilados por el director de la revista Topía, Enrique Carpintero, quien además escribe uno de los trabajos. Los otros autores son Eduardo Grüner, Alejandro Vainer, Hernán Scorofitz y Juan Carlos Volnovich. El libro cuenta además con un apéndice donde se reproduce el prólogo a la versión rusa de Más allá del principio del placer (emblemático libro de Sigmund Freud), escrito por Lev Vygotski y Alexander Luria; texto presentado por Juan Duarte, quien realizó la traducción del ruso al castellano.
Reconstrucción de un imaginario revolucionario
En su texto titulado “De Rusia: ¿con amor? Luces y sombras de la Revolución de Octubre”, Eduardo Gruner contextualiza la situación de los primeros años del proceso soviético y su posterior decadencia, ascenso del stalinismo de por medio. El autor de El género culpable problematiza la relación entre memoria y olvido en el mundo contemporáneo, llamando la atención sobre el “prestigio desmedido y peligro” que adquirió el concepto de memoria en el actual discurso de la “corrección democrática” y advierte asimismo sobre lo problemático de la estrategia del olvido del Ser de las revoluciones promovida por el poder: recordar todo el tiempo que estos procesos no valen la pena de ser recordados y mucho menos repetidos, colocando al fracaso de las apuestas revolucionarias como destino ineluctable de los procesos de transformación. Grüner se pregunta por qué se ha mitigado entre las masas el imaginario revolucionario, y afirma que hay que volver a discutir “el horizonte revolucionario como tal”. Recordando una frase del escritor Gilbert Chesterton, sentencia: “las causas perdidas son precisamente las que podrían haber salvado al mundo”.
En “Los freudianos rusos y la Revolución de Octubre”, Carpintero destaca por su parte el hecho de que la revolución bolchevique haya abierto “el camino de la creatividad” en todos los ámbitos, al romper con la rígida censura religiosa (en especial en las manifestaciones artísticas y científicas), y reconstruye el ingreso del psicoanálisis en Rusia a partir de una figura (Osipov) que, si bien tuvo sus posiciones políticas conservadoras (cuando triunfa la Revolución del 17 emigra a Praga, sin ir más lejos), fue una figura muy importante en el período pre-revolucionario. Osipov, reseña Carpintero, fue un psiquiatra que había sido encarcelado en 1897 por haber participado del movimiento estudiantil, y luego expulsado de la Universidad de Moscú, donde estudiaba Medicina (estudios que continúa luego en Alemania y Suiza). Años después (1906), al regresar a Rusia, Osipov trabajó en la clínica de la Universidad de Moscú, donde enseñó y practicó la terapia impulsada por Freud, con quien poco después estudió en Viena, convirtiéndose a su vez en uno de sus traductores al ruso. En 1910, junto con Moshe Wulff (el primer médico que practicó el psicoanálisis en Rusia), Ospiv funda Psikhoterapiia, una revista en la que publica algunos artículos sobre teoría freudiana. Aparecieron 30 números de esta publicación desde su fundación hasta 1914, cuando deja de salir por razones económicas vinculadas al contexto de inicio de la Primera Guerra Mundial, tras la que Wulff se establece en Moscú para abrir un departamento especializado en el abordaje de enfermos mentales desde una perspectiva psicoanalítica en una clínica psiquiátrica. A diferencia de Ospiv, Wulff sí fue partidario de la Revolución de Octubre, aunque luego (1927) tuvo que emigrar producto de la persecución stalinista (su estadía en Berlín dura unos años, tras los cuales debe emigrar nuevamente, ésta vez producto de la persecución del nazismo).
Mujeres, psicoanálisis y revolución
En su ensayo, Carpintero también realiza una reivindicación de mujeres que fueron fundamentales en esta historia de vínculos entre el marxismo y el psicoanálsis, como Alexandra Kollantai, la primera mujer en participar de un gobierno y la primera en ejercer la función de representante ante un gobierno extranjero. “Con el nuevo gobierno fue elegida Comisaria del Pueblo de la Asistencia Pública, desde donde luchó para alcanzar la igualdad política, económica y sexual de hombres y mujeres”, destaca Carpintero, quien recuerda que fue la “Rusia de los Sóviets” el primer lugar en el mundo en donde se estableció total libertad de divorcio y donde el aborto fue libre y gratuito (medidas anuladas luego por el stalinismo, quien se propuso afianzar la figura de la familia tradicional). También es recordada Tatiana Rosenthal, formada en el feminismo, el freudismo y el marxismo, quien llegó a participar de las reuniones de los miércoles en casa de Freud, mujer que formó parte del “comité de bienvenida” a Lenin en abril de 1917 y dos años más tarde, fue designada médica principal y supervisora de la sección clínica del Instituto de Patología Cerebral. Finalmente, Carpintero rescata a Sabina Spierein, mujer que estudió medicina, se analizó con Jung y fue discípula de Freud, además de tener como paciente a Jean Piaget; figura también reivindicada por Juan Carlos Volnovich en su texto “Sabina Spielrein. Expropiación intelectual de la historia del psicoanálsis” en donde, entre otras cuestiones, recuerda que Sabina, al llegar a Moscú, fue recibida con todos los honores por las autoridades del Partido, por ser considerada la psicoanalista mejor formada en el país (luego integró la presidencia de la Unión Psicoanalítica y co-dirigió el Hogar psicoanalítico, además de ejercer la docencia en la Universidad de Moscú y el Instituto Estatal de Psicoanálisis, la única institución estatal de psicoanálisis en el mundo).
El ocaso de los ídolos
En “La Revolución Rusa y sus resonancias entre psicoanalistas europeos. La construcción de una izquierda freudiana”, Alejandro Vainer se propone romper con dos mitos fundamentales: el que coloca a Freud como un héroe (en sentido grandilocuente de “genio”) y el que restringe al psicoanálisis como una práctica específicamente burguesa.
Vainer destaca el carácter colectivo de los inicios del psicoanálisis, en el cual maestros, pares y discípulos jugaron un rol fundamental dentro del “movimiento”, emergente a su vez de una sociedad y una cultura determinada. “La visión liberal burguesa del genio es la de un individuo, y no la del pico más alto de un movimiento que es histórico social, encarnado en lugares y en una producción colectiva de grupos de trabajo”, destaca Vainer, argumentando contra la idea que coloca a Freud en el lugar de un “héroe iluminado” que creó, él sólo, el psicoanálisis.
Operación de lectura que realiza el coordinador general de la revista Topía cuando también desmitifica el carácter exclusivamente burgués del psicoanálisis. Y lo hace rescatando un texto del propio Freud, de 1918, titulado Nuevos caminos en la terapia psicoanalítica, en donde el profesor vienés afirma que los psicoanalistas pueden atender a las clases acomodadas de la sociedad, haciendo poco por las capas populares, cuyo sufrimiento neurótico es “enormemente más grave”. “Esta ponencia de Freud fue muchas veces repetida y citada. Pocas veces puesta en su materialidad histórica y las consecuencias concretas para el movimiento psicoanalítico”, sostiene Vainer, antes de rescatar la experiencia de la “Budapest pre-revolucionaria” donde tuvo origen el proyecto de fundación de Clínicas Psicoanalíticas Gratuitas (12 expandidas por Europa), que también tuvieron carnadura en centros neurálgicos como Berlín (1920) y Viena (1922), en momentos claves de sus procesos históricos, con intentos revolucionarios en Alemania (como los encabezados por Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht de la Liga Espartaquista previos a la República de Weimar) y en medio de la “Viena roja” gobernada por el “austro-marxismo” que, entre otras cosas, llevó adelante una audaz política de salud pública en el marco del cual se desarrolló la experiencia del Ambulatorium. En Berlín, por ejemplo, el Poliklinik tuvo como política establecer los honorarios de acuerdo a las posibilidades que los pacientes manifestaban en su primera entrevista. Con instalaciones montadas a partir de la fortuna personal donada por Maz Eitingon, el lugar fue acondicionado por Ernest, el hijo arquitecto de Freud, y llegó a contar no sólo con habitaciones con divanes sino también con modernas técnicas de aislamiento acústico. Por allí pasaron 969 varones y 989 mujeres, la mayoría trabajadores, desocupados y estudiantes, en una quinta parte analizados gratuitamente (algo similar pasó en Ambulatorium, por donde pasaron 800 mujeres y 1445 varones).
Ambas experiencias cayeron al son del tambor de los nuevos aires de la historia. El avance del stalinismo en Rusia fue acompañado por el ascenso del fascismo en Italia y el nazismo en Alemania. Tal como destaca el autor, en la década del 30 “el giro a la derecha de la Asociación Psicoanalítica Internacional terminó de consumarse”.
Encuentros y desencuentros
Cabe destacar el aporte realizado por Hernán Scorofitz a esta publicación, quien en su ensayo “León Trotsky, el freudiano de la revolución de octubre”, realiza un recorrido por las posiciones del jefe del Ejército Rojo en relación a la disciplina fundada por Sigmund Freud (esto dicho con todos los reparos ya mencionados por Vainer).
En este texto, Scorofitz recuerda que Trotsky comienza a interesarse por el psicoanálisis en los años inmediatos a la revolución de 1905, mientras permaneció exiliado en Viena y frecuentó tertulias en cafés donde asistían personas pertenecientes al núcleo íntimo de Freud. Si bien el teórico de la revolución permanente tuvo momentos de mayor y menor entusiasmo frente a los postulados freudianos (una de sus hijas que frecuentaba divanes se suicidó), nunca consideró al psicoanálisis como “incompatible” con el marxismo, como sí lo hizo la posición oficial del stalinismo, quien consideró al freudismo como “desviación burguesa”, algo de lo que muy bien da cuenta en su texto Volnovich, quien recuerda que así como en 1923 la Unión Psicoanalítica Rusa se incorpora a la Asociación Psicoanalítica Internacional (convirtiéndose el Instituto Psicoanalítico de Moscú en el tercer instituto de formación de psicoanalistas reconocido por Freud en el mundo, tras el de Viena y Berlín), al año siguiente –tras la muerte de Lenin– Trotsky cae en desgracia y el psicoanálisis pierde a su protector. Tiempo después se desmantelan instituciones de vanguardia, como el Hogar de niños y el Instituto Estatal de Psicoanálisis, proceso que se acrecienta en 1930 cuando el Primer Congreso de Psicología de la Unión Soviética denuncia al freudismo como teoría reaccionaria y disuelve la Unión Psicoanalítica Rusa y, finalmente, en 1933 se prohíba el psicoanálisis en la URSS.
Coincidiendo con el centenario de la gesta de aquel pueblo que supo dar figuras como la de Vladimir Lenin y poner en marcha la construcción del primer Estado Obrero en el mundo, la salida de este libro en Argentina contribuye a repensar los vínculos entre las apuestas de los procesos de transformación material de la sociedad (hoy tan vigentes como hace un siglo) en serie con los procesos de transformación subjetiva, es decir, la relación existente entre el cambio en las relaciones de producción y las mutaciones en las relaciones entre las personas.