Espectros en la noche
Un pequeño viaje parcial sobre el Festival de Cine Independiente en Cosquín.
Por Lea Ross
Las noches de Cosquín mantiene la mitad de sus locales cerrados. Y los bares a lo sumo tienen notable presencia masculina, sea para ver un partido de fútbol o hacer un comentario contra las marchas y los planes sociales. Se le nota a la ciudad que no transita por una estación turística. Tampoco pareciera ser notorio la presencia del Festival Internacional de Cine Independiente (FICIC), donde aún siendo su onceava edición, su promoción callejera tiene menos presencia que los espectros que vagan por la terminal de colectivos en la previa de la medianoche.
La pasibilidad coscoína otoñal se quiebra con la película de apertura del festival, directo desde Bolivia. El gran movimiento, segundo largometraje de Kiro Russo, es una mirada atrapante dentro y sobre la ciudad de La Paz, repletas de paredes inertes y personajes molestos, quejosos y preocupados. Lo que emparenta ser una ficción sobre una protesta callejera de mineros, las aristas nos llevan por rumbos disimiles, donde los personajes entran y salen, y los criterios estéticos pueden tener giros de lo más impredecible. Una dinámica que emula a la narrativa de nuestros momentos oníricos a la hora de dormir. Lo que sí se puede prever es la advertencia de la entrada hacia ese ducto, a partir de una banda sonora que remite a una pesadilla hecha por Stanley Kubrick.
Si nos metemos en medio de la competencia de cortometrajes, los acercamientos teleobjetivos de Russo en Bolivia son contrapuestos por Disorder, de Mauro Andrizzi, donde la ciudad de Nueva York es registrada con lentes gran angulares, convirtiendo a la ciudad en una suerte de encerrona sin salida, como la que ejerce el timador protagonista.
En otro corto, Luto, del cordobés Pablo Martín Weber, profundiza sobre aquellos seres que habitan ese no-lugar llamada muerte. Fotografías alojadas en una computadora, una voz en off narrada de manera coloquial y el escaneo de páginas de manuales enciclopédicos sobre geología y paleontología, más el punto de partida del inesperado desenlace de Diego Maradona, son más que suficiente para un recorrido intrincado y, por momentos, desorientador, como es la perdida de un ser querido, manteniendo la construcción de una suerte de pudor sobre el revisar esas imágenes, leídos y acompañados por un testimonio que ofrece un ambiente sonoro libre y no regido por lo que dicta la pantalla.
Ese mismo oficio de construir es explicitado por la mención de un personaje, con la remera del gremio de la UOCRA, predispuesto a levantar enormes obras, donde la mera mención del nombre del gobernador de Córdoba es suficiente para mantenerlo bajo una presencial fantasmal. De hecho, en la selección de largometrajes cordobeses, Todas las pistas fueron falsas, de Alejando Cozza, el centrismo cordobesista se reitera en la filmación de reconocidos espacios transitados por la gran ciudad (los bares, las azoteas, La Cañada) como una ciudad sin salida o escape. Eso sí, el recurso del humor es más que bienvenido, siendo a veces evadido por la agonía del mismo.
Por último, nada de Córdoba parece observarse en Paula, también la segunda película de Florencia Wehbe, atendiendo a la problemática de los desordenes alimenticios. Y si bien en algunas escenas caen en ciertas convenciones, el espacio que otorga a sus personajes en sus charlas esporádicas, como también la fineza del maquillaje, la vestimenta, más una fotografía que otorga un ambiente ilustrado, permite a sus criaturas, desde los primeros planos de la película, otorgan un esplendor de dignidad, distinta a cuando se toman especímenes para someterlos a un campo de estudio para fines pedagógicos.
Es sábado a la tarde. Se terminan éstas líneas para ser publicadas. No llegó a ver la última de Raúl Perrone, ni de Gustavo Fontán. Tomo un próximo bondi para no ser un espectro más.