CRÍTICA DE CINE

Geografías litúrgicas

Una crítica a la película cordobesa El culto, sobre las comuniones de distintas iglesias evangélicas.

Por Lea Ross

A nivel subcontinental, el evangelismo se lo ha tomado, desde ciertas posiciones, como el huevo de la serpiente. Su supuesta mayor incidencia en los ámbitos territoriales, y por ende políticos, ha generado lecturas atrasadas y una puesta en jaque a creer que los cuestionamientos del tradicionalismo católico podía derivar en un escepticismo materialista. Es así que la construcción de comunidades alternativas al credo se torna una oportunidad de clarividencia para algunxs, pero inalcanzable para otrxs. Pareciera ser que El culto, la ópera prima de Almendra Fantilli, no reniega de esa discusión de coyuntura, pero tampoco acepta que eso delinee los criterios en su trabajo de campo, cuya cercanía es inversamente proporcional a esa distancia de la certeza de los diagnósticos.

La propuesta del documental es clara: registrar y comparar la experiencia de cuatro iglesias distintas de ejercicio evangélico, desde el metodismo hasta el neopentecostal, en el transcurrir de un solo día. Desde su propia arquitectura, pasando por la ubicación de los asientos, hasta la selección de criterios musicales, tanto en lo instrumental como en la entonación del canto, se establece diferencias casi abismales, pero dentro de ciertos denominadores comunes, explicitados con el pan y la copa de vino. Los discursos pastorales se tornan evidentes, enclaustrados sobre una figura divina bajo la denominación de “Señor” o “Padre”. Incluso resulta notorio la presencia de planos donde las paredes blancas cubren gran parte del cuadro.

Hay una insistencia en la cámara de registrar los detalles de quienes asisten en las ceremonias, que pueden variar desde la revisión personal de su teléfono celular o la expresión corporal bien marcada ante una plegaria, pero también ampliando el cuadro lo suficiente como para marcar una cierta idea etnográfica: las cuestiones generacionales y de clase quedan más que diferenciadas entre uno y otro establecimiento. En cuanto a la centralización pastoral, evidentemente marcan los distintos ritmos que conllevan esas ceremonias, que también permite definir a ese segmento de la comunidad que se apunta. La pasividad desde un atril o el uso del micrófono en mano con locomoción libre diagraman lo que podría conformarse como una geografía propia.

Es en ese sentido que la película busca en establecer esa diversidad denegada, cuyo montaje espera encontrar una cierta contraposición de lectura por dentro y por fuera de lo teológico: no pareciera casual la alternancia entre un comentario de una asistente sobre los riesgos de la “arrogancia” de un creyente y el ejercicio del estilo showman de uno de los pastores.

El culto es un documental expositiva y elemental, que no alcanza a saldar las inquietudes que se puedan emanar sobre ese tema, y susceptible de ser cuestionada por una falta de lectura en profundidad pedagógica, histórica o periodística, en base a la ausencia de testimonios que expliciten el arraigo a su fe. Pero quizás sea el propio relato expositivo que, sin decirlo, manifiesta la incompetencia de ese sector acomodado, incapaz de renegar la escisión de la necesidad de lo material con la búsqueda de lo divino.