FEMINISMOSPensamiento Crítico

“¡Hay travestis en la cancha!”

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Por Yunga
(Foto de portada: retrato de la fisicoculturista Nataliya Kuznetsova).

Cuando a una persona se le dice que hay mujeres trans participando en competencias pensadas para mujeres cis, el primer sentimiento que esa noticia le produce (y que en el mejor de los casos aparece como una duda) es: injusticia.

            Si nos apuramos a sacar la vara de la moral corremos el riesgo de responder a este reclamo con una respuesta del tipo “las mujeres trans también son mujeres”, que es “correcta” desde el punto de vista de una nueva semántica, pero que a los fines del sentimiento de injusticia que siente esa persona (correctamente llamada “conservadora”) no tiene ningún efecto salvo quizás el de sumarle la impotencia de haber recibido una respuesta tautológica del tipo “A=B porque A no es distinto de B”.

            Las grietas son inevitables. Probablemente no existiríamos como especie si no fuésemos capaces de tener opiniones opuestas. Siempre que haya un deseo de cambio habrá también un deseo de conservación. El problema no es disentir, sino convencerse de que hay una única forma válida de pensar. Si una gran parte de la sociedad se desespera por entender cómo es posible que a pesar de las notables diferencias entre mujeres cis y mujeres trans, haya un sector de la población insistiendo en que son iguales.

            Millones de años de “selección natural” (y miles de “división social” de roles, si es que esa distinción es posible) generaron hoy diferencias entre géneros que hoy son indiscutibles. Cuando les transfeministas decimos que las mujes trans son mujeres, no buscamos negar esas diferencias, sino 1) Generar una nueva categoría, que podríamos llamar mujer*, que incluye tanto a mujeres cis como mujeres trans, tan material y al mismo tiempo arbitraria como lo fue alguna vez la división macho/hembra en el espectro intersexual, 2) Buscar que esas diferencias no sean un destino obligado a partir del nacimiento, sino una elección de cada persona y, a un nivel quizás más inconsciente, 3) Que esos millones de años de diferencias pueden ser revertidos en una década, tal vez dos.

            Parece loco pensar que una diferencia que llevó millones de años en construirse pueda cambiar en pocos años. Nos sorprende la fuerza transformadora de Internet, que en una década permitió el intercambio casi instantáneo de información entre lugares remotos del mundo, pero aún así, Internet no es algo que (todavía) nos pase explícitamente por el cuerpo. Es decir, de hecho sí, no hay región del planeta que esté plagada de información en forma de ondas, atravesando nuestros cuerpos en todas las direcciones, y sin embargo, cuando hablamos de inyectar testosterona en un niño, se nos eriza la piel. La humanidad se transforma cada vez más rápido, irrefrenablemente.

            Intentando tomar una postura no criminalizante hacia aquellas personas que piensan que la inclusión de jugadoras trans en competencias cis es injusta (y que esas diferencias son irreconciliables), analizaré los tres argumentos a los que más usualmente suelen recurrirse:

            1) Argumentos Científicos (involucran mediciones, estadísticas y teorías),

            2) Argumentos Históricos (“siempre fue así”) y

            3) Argumentos Tautológicos (“los hombres son más fuertes porque tienen más músculos”).

Los argumentos científicos

            Cuando decimos que una persona es “biologicista” generalmente nos referimos a que esa persona considera que nacemos con un destino pre-fijado por las características de nuestro ADN, genes y (especialmente) la morfología de nuestro cuerpo al momento de nacer. En particular, lo que esa persona busca conservar son dos definiciones “biológicas” aprendidas hace ya muchos años: Mujer=Concha, Varón=Pito.

            La acusación de que alguien es “biologicista” va casi siempre ligada a una carga peyorativa en la palabra, como si la Biología fuese la única responsable del transodio, pero el problema no son los argumentos basados en genéticas y cromosomas, sino que lo grave es olvidar que también los datos y las teorías científicas tienen una historia

            La ciencia tiende a volverse auto-profética. Cuando queremos demostrar una tesis (por ejemplo la diferencia de musculatura entre hombres y mujeres) lo más fácil es siempre acomodar los datos para que se ajusten a las hipótesis de nuestra teoría.

            Es necesario repensar una y otra vez las hipótesis, contrastarlas con otras teorías, re-diseñar nuestros pre-conceptos (que hasta hace poco parecían obvios) para lograr entender de qué hablamos cuando hablamos “científicamente” de mujeres.

            El principal parámetro que se suele usar para intentar explicar la diferencia de fuerza entre hombres y mujeres es el de la testosterona. Muchos estudios dicen encontrar una correlación entre testosterona y musculatura. Los varones trans, por ejemplo, al inyectarse testo dicen sentir un impulso de energía y que sus músculos se marcan con mayor facilidad. Más allá de que es altamente probable de que muchos de esos datos estén tergiversados por el deseo de esas personas de obtener musculatura (y que quizás le lleven a hacer más ejercicios de fuerza) vamos a suponer de todas maneras que es cierto que la testosterona contribuye positivamente a la creación de musculatura… ¿No hay acaso muchos otros suplementos dietarios que también lo hacen? ¿Por qué habría de regularse la cantidad de testosterona y no la de proteínas de huevo o hasta la cafeína?

            El lino baja la testosterona, el maní la sube. El tomate la sube, la palta la baja. Como bien saben las personas que menstrúan, las hormonas no son ese número fijo que muestran los estudios de sangre, sino una producción en constante cambio. Es posible (aunque tan difícil como no comer animales) llevar una dieta alta (o baja) en testosterona que al cabo de unos años modifique nuestra producción de hormonas. En la región de los Andes, la alimentación históricamente alta en estrógeno (poca carne, muchas legumbres) llevó a que muchos hombres cis tengan sus glándulas mamarias notablemente desarrolladas. A medida que la globalización fue modificando la alimentación en el territorio, y que se promovió una imagen occidental de “masculinidad”, esa característica intersex de la población fue desapareciendo (a veces incluso mediante la intervención médica).

            En Proceso de hormonización orgánica, bajo consumo de sustancias botánicas y alimentos (Ethnoscientia V2, n.2, 29/03/2021), María José Brizuela López, una antropóloga trans de la que tengo la suerte de ser amiga (y de quien aprendí todo lo que acabo de mencionar acerca de los Andes), gracias a un proceso de nueve años de alimentos fuertes en fitoestrógenos y antiandrógenos (inhibidores de testosterona) cambió su cuerpo hasta el punto de secretar leche materna y “sangrado intermitente con uno o dos días de duración cada mes, liberado en la orina”.

            La comida, el deporte, el trabajo y hasta las emociones contribuyen en modificar nuestras producciones hormonales. El hecho de que hoy haya dos tipos marcados de personas en términos hormonales (varones y mujeres) no es el resultado de un destino genético platónico, sino una división de roles adoptada por la sociedad hace miles o hasta millones de años. Ya en nuestros antepasados simies encontramos diferencias entre machos y hembras. Probablemente haya que regresar hasta les peces para que desaparezcan algunas de las diferencias que al día de hoy sostenemos como “de hombre” y “de mujeres”. Estas diferencias entre “sexos” quizás tuvieron algunos altibajos, pero en muchos sentidos (sobretodo morfológicos) se fueron volviendo cada vez más acentuadas. En otras palabras: a cierta distancia es mucho más fácil reconocer un humano cis de una humana cis, que a un chimpancés macho de una chimpancés hembra.

            Sin embargo, como lo demuestran las fisico-culturistas cis, esas diferencias que llevan millones de años acentuándose a través de las prácticas, pueden invertirse en pocos años si se lo desea. Los genes, así como las hormonas, no son esa máquina fija que imaginan les “biologicistas”, sino que a lo largo de la vida tienen una mayor o menor tendencia a desarrollar ciertas características y su activación o desactivación varía de acuerdo a las prácticas cotidianas de la persona. Por supuesto, las personas que buscan seguir conservando las diferencias entre hombres y mujeres también buscan penalizar a las deportistas cis que tienen niveles altos de testosterona; sin embargo, si es cierta esa relación entre musculatura y músculos… ¿No tendrán también las deportistas cis cada vez más testosterona? ¿Con qué argumentos se pone un límite a la cantidad de hormonas que una competidora puede producir, como si eso implicase poner un límite al tamaño de los músculos? ¿Cuál es el límite entre un suplemento vitamínico y una droga ilegal que genera desigualdad? ¿Qué pasa si una deportista aumenta su testosterona unos meses para adquirir musculos y luego la vuelve a bajar?

            En el mejor de los casos, si la preocupación de las instituciones deportivas fuera la salud de las personas que consumen esos suplementos o drogas, el problema no sería el límite máximo sino a lo sumo el posible cambio abrupto que pueda resultar en un deterioro del cuerpo. La aplicación de hormonas como la testosterona (pero también como la “hormona de crecimiento” que inyectaron a Messi) tienen el conocido efecto de aumentar el trabajo producido por el hígado. Es recomendable por ejemplo limitar la cantidad de alcohol y frituras después de haberse inyectado testo (o estradiol). Y sin embargo, ¿No pasa lo mismo con los suplementos en polvo como la proteína de huevo y similares? ¿Por qué no hay una cruzada para averiguar quiénes consumen estos suplementos y en cuánta cantidad?

            La respuesta es probablemente la más simple, la más vieja de la humanidad: el miedo.

            De entre los miles de comentarios de odio que recibieron las noticias en las que se publicaban las decisiones de la Liga Cordobesa respecto a mi permiso (o no) para jugar, el que más se repetía era que esa diferencia va a “matar al fútbol femenino”, ¿qué limitaciones implícitas hay entonces en el fútbol femenino, para que siga siendo “femenino”?

            Tomemos, como ejemplo, mi caso. En un año de pastillas bloqueadoras de testosterona mis nanogramos por litro pasaron de 6 ng/L a 1 ng/L. Mi cuerpo en ese tiempo atravesó un montón de cambios (glandulas mamarias, cambios de olores, de sentires, de emociones), sin embargo en absoluto sentí que se haya visto afectado mi rendimiento físico ni mi generación de musculatura. Quizás si hubiese entrenado con la testosterona alta mis músculos habrían crecido más en estos meses, pero si se quisiera llegar a esa conclusión sería necesario realizar el difícil experimento de repetir alimentación y práctica dos años consecutivos, uno con los bloqueadores, otro sin. Las complicaciones experimentales que eso conlleva ponen en evidencia que las conclusiones actuales acerca de la relación entre testosterona y musculatura probablemente estén basadas en datos bastante sesgados (de esos que buscan demostrar una hipótesis en términos de correlaciones, en lugar de desarrollar un modelo que explique causas y efectos).

            Hay otro factor “biológico” (¿cuál no lo es, en definitiva, si la sociedad es también una naturaleza?) que vale la pena discutir: la altura. Hasta el momento, es todavía muy poco común que se interfiera médicamente en la hormona que determina el tamaño y la altura de una persona (como se hizo con Messi). La “selección natural humana” hace que los hombres cis tengan hijes con mujeres cis que son más bajas y que por lo tanto, en promedio, las mujeres trans seamos más altas que las mujeres cis.

            En todo caso, entonces, como sucede en el boxeo con el peso, la FIFA podría separar las categorías por alturas: Messi en la sub 1.70, Ronaldo en la sub 1.90, etc.

            De todas maneras, como lo demuestra ese ejemplo, dado cierto nivel de profesionalismo, el privilegio de la altura (e incluso el tamaño de los músculos) deja de ser taan relevante. Hay futbolistas más altos y más fuertes que Messi, y sin embargo ninguno de ellos tiene las miles y miles de horas invertidas por Messi ni, más importante aún, la estabilidad emocional que permite a Messi llevar tantos años siendo Maradona del s. XXI.

Los argumentos históricos

            Podemos modificar los músculos, la activación de los genes y nuestros genitales, pero no podemos cambiar la historia. Bueno, en realidad obvio la Historia (en tanto ciencia) tiene a su vez su propia historización y sus propios sesgos y re-interpretaciones, pero a lo que me refiero es que si alguien es discriminade toda su vida, o si no tiene los recursos o las capacidades exigidas para ser jugadore de fútbol, ese daño es irreversible. A lo sumo podemos curar y evitar que se repita en un futuro.

            Más aún: las condiciones sociales y materiales de cada persona son únicas en cada lugar y momento. Y sin embargo hay, claro, patrones que se repiten: a las mujeres más frecuentemente se las aleja de los deportes pensados para hombres.  Estos cientos y hasta miles de años en los que a las mujeres no se les permitió hacer los mismos deportes que a los varones tuvieron como consecuencia una diferencia no sólo de músculos y fuerzas (rápidamente reversible), sino sobretodo años y años de práctica futbolística.

            Las personas sin útero muy probablemente tuvieron menores complicaciones a la hora de practicar fútbol en su vida generando, estadísticamente, una mayor competencia en la actividad. Entiendo que la diferenciación entre Ligas de fútbol “masculino” y de fútbol “femenino” lo que busca es hacer “justa” la competencia, separando a los equipos en categorías distintas (similar, de nuevo, a la separación por peso del boxeo). Y sin embargo: ¿Qué pasa con aquellas travas que quizás nunca pudieron acercarse al deporte? ¿Qué pasa con quienes, hombres o mujeres, tuvieron que trabajar en su infancia o ayudar a cuidar familiares, y por eso tienen menos horas de fútbol que otres, aún con la misma pasión por el deporte? Si la testosterona es un problema porque habla de una desigualdad histórica, ¿Por qué no le hacemos problema a aquellas jugadoras cuyos padres pudieron pagar una escuelita de fútbol desde niñas? ¿Deberían ellas jugar en otras ligas?

            Los fútbolistas “de potrero” como Tevez, Riquelme o el mismísimo Maradona son tan queridos no sólo por sus habilidades con la pelota sino también por haber llegado hasta ahí a costa de mucho esfuerzo. A Messi, por otro lado, criado y entrenado en Europa, le llevó 3 derrotas en finales del mundo llegar a ser aceptado por la sociedad, que todavía lo veía como “demasiado vago” (“no corre, no marca, no pone huevos”) a pesar de sus increíbles habilidades. La llamada interseccionalidad (la combinación de privilegios que nos hacen ser quienes somos) es una maraña compleja y cambiante que depende de factores biológicos, culturales y estadísticos. Cada caso tiene su particularidad e invita a una nueva evaluación de nuestras definiciones de “justicia”.

            Esta complicación no hace imposible la discusión acerca de los privilegios, sino que se debe tenerlos presente en simultaneidad, sin caer en reduccionismos binarios.

            Nadie dijo que sería fácil, pero la comprensión de estas diferencias interseccionales puede llevarnos a resolver muchos (por no decir todos) los problemas que enfrentan día a día las civilizaciones.

Los argumentos tautológicos (autoproféticos)

            (No tan) irónicamente, cuando se habla de Messi, la operación mental que suele hacerse respecto a su destreza es la opuesta a la que usa contra las jugadoras trans: Messi es (se dice) “biológicamente superior”. Si una mujer se inyecta testosterona, corre el riesgo de que los organizadores del torneo la penalizan. Cuando un Club (como Barcelona) invierte millones en hacer más fuerte a un adolescente, se lo ve como un refuerzo de habilidades que ya eran intrínsecas.

            Esto es aún más explícito en deportes individuales, como el tenis, donde la mayoría de los top 10 fueron entrenados en la misma academia para niñxs ricx.  
            Acaso una mujer cis que hubiera recibido el mismo nivel de tratamiento médico y educativo que Messi (hasta tener sus mismos parámetros homonales)… ¿No sería igual de buena jugadora?

            La respuesta a por qué Messi tiene pito es meramente económica: en el fútbol masculino hay más plata. Teniendo en cuenta que la gran mayoría de las mujeres que juegan fútbol profesional tienen que trabajar de otra cosa para pagar su alquiler, ¿Cómo pueden exigirles el mismo rendimiento que a los 900 jugadores hombres que en Argentina cobran entre 40 y 300 mil por mes… o que a los 150 varones que cobran entre 300 y 500 mil… o que a los 200 privilegiados que cobran más de medio millón de pesos por mes…?

            Este, mucho más que cualquier biologicismo de cuarta, es the real privilegio.

            En marzo de 2019 se definió por primera vez un mínimo de 8 jugadoras con sueldo para los equipos de Primera División A de AFA.

            En 2021 ese sueldo era de 25 mil por mes y en 2022 ascendió a 37 mil, junto con el  número mínimo de contratos por equipo, que pasó a ser de 16. El poder del fútbol femenino crece notablemente, pero el abismo es tal que alcanzaría con 6 de los 200 contratos más altos del fútbol masculino para pagarles a todas las jugadoras contratadas de Primera División.

            Ahora bien, entonces, volviendo a la pregunta de la competitividad, si tenemos en cuenta los sueldos un equipo femenino como Boca Juniors equivale (en sueldos) a un equipo de la Primera C masculina… ¿No sería entonces esa una medida mucho más justa para comparar competitividad?

            Entre el año pasado y este, mi equipo (la Primera femenina de Juniors) jugó dos amistosos contra la sub17 masculina del mismo Club. El primero, a fines del año pasado, lo perdimos 4 a 1 (pero estuvimos a punto de ponernos 3 a 2); el segundo, en mayo de este año, lo empatamos 1 a 1. La gente tiende a creer que los cambios son mucho menos rápido de lo que realmente son (¿quizás por eso tanto conservadurismo?), pero piensen en un momento cómo cambió el mundo en el transcurso de una vida de 80 años y díganme si no va a ser más pronto que tarde que los equipos femeninos van a empezar a ganarles a los masculinos.

            Inclusión, más allá de todo argumento

            Por último, si nada de esto les convence respecto a la supuesta “(in)justicia” de que mujeres trans juguemos en la Liga femenina, les comparto la propuesta de Marizol Jacobo, la primera jugadora trans en la Liga de Santiago del Estero:

            “[Si les preocupa la ventaja, entonces] estaría bueno que hubiera al menos una chica trans por equipo”