La amenaza y la advertencia
Una crítica a la serie Encuentros chunkanos, sobre las tradiciones del norte cordobés, que se puede ver gratis en el portal CONT.AR.
Por Lea Ross
La palabra “chunkano” viene de “chunkan”, que significa piernas. De ahí que se referiría a aquellas personas acostumbradas a caminar por la montaña, atravesado una sierra tras otra, tal como lo lleva a cabo uno de los entrevistados en el tercer capítulo de Encuentros chunkanos. Con una innegable capacidad fotográfica, la serie dirigida por Juan Pablo Tobal Clariá y Luciano Juncos explora el ejercicio de distintas tradiciones en el noroeste cordobés, que va desde la medicina tradicional de Traslasierra, pasando por las tocadas musicales de quienes habitan en las costas salineras, y los trabajos artesanales en Quilino, utilizando de insumo plumas y pajas de trigo.
No por casualidad, todas las locaciones se filman por fuera de la noche, ya que la luz solar es más que aprovechada, sin ningunear el calibrado manejo de encuadres, a punto tal que todas sus historias parecieran transcurrir en un mismo día. El testimonio del alfarero don Atilio López permite recordarnos que los días en las sierras pueden ser variados, al comentar de sus intentos por hacer dos cerámicas exactamente iguales se frustran por el hecho en que su ánimo es condicionado por la propia variable del ambiente serrano.
Detrás de su pesada nostalgia, la serie se materializa enfáticamente bajo un mensaje de advertencia sobre el riesgo de la pérdida de lo que uno de los entrevistado llama “los guardianes del monte”, y toda la desaparición de la tradición folclórica que eso conlleva, poniendo fin a su relevo de herencia para las próximas generaciones. Su loable moraleja está presente en los seis capítulos de 26 minutos. Es ahí donde se radica su cuestión problemática desde su formalidad fílmica: su propia identidad audiovisual pretende imponer una perspectiva que no logra alcanzar ese propio sentir territorial a la hora de contemplar el ejercicio mismo de esas costumbres y oficios.
Lo que vemos, de manera reiterada, son planos aéreos con cámara drone, que se asemejan más al avistaje que ofrecen los más elevados de pisos de grandes departamentos. La ralentización de planos y la pose de algunas entrevistadas también son parte de ese arraigo urbano que no se logra desprenderse. La demanda rítmica del montaje no permite generar una mayor nitidez visual, como la que podría brindar el sentir la textura de la tela en pleno hilado, o la serenidad que ofrecería cocinar una merienda que incluye una fogata. Una excepción ocurre cuando se muestra el corte, con cubiertos a mano, de los frutos de la tuna, previo a su cocción para la preparación de la jalea.
La escasez de sonidos directos no es compensado por el recurso del silencio, siempre desechado para esta clase de producciones, ya que el ambiente es ocupado principalmente por las palabras y la música incidental para ejercer su función pedagógica. El rasgueo de la guitarra pareciera competir con el canto de los pájaros, ubicados en el fondo sonoro de las entrevistas.
La atendible preocupación de Encuentros chunkanos refuerza aún más el valor mismo de estas realizaciones audiovisuales, ante la incertidumbre misma sobre el amenazante desarrollo urbanísitico hiperconcentrado, que pone como costo las tradiciones más ancestrales. Y por esa razón, también debe problematizarse así mismo hasta qué punto esa avanzada homogeniza sus propios estilos formales.
Ver Encuentros chunkanos en el portal CONT.AR, en el siguiente link.