La dimensión (no tan) oculta del fútbol
Una crónica del partido ente San Lorenzo y Ferro, junto a Estudiantes de La Plata, uno de los dos clubes de la liga femenina que tiene jugadoras trans.
Por Yunga
La razón principal por la que hoy martes 2 de mayo me tomo un tren y dos subtes para llegar al Estadio del Club Ferro Carril Oeste es la misma por la que estaba dispuesta a viajar 3 horas para ver a Estudiantes en La Plata: son esos los únicos dos equipos de la Primera de AFA en los que juegan mujeres trans.
En noviembre del 2020, Mara Gómez, jugadora primero de Villa San Carlos y ahora de Estudiantes, fue la primera en conseguir que AFA permita a una mujer trans participar en sus torneos femeninos. Cuando me enteré de su caso en mayo del 22, por primera vez en mi vida me imaginé jugando fútbol en primera. Como la niña inocente y ambiciosa que soy he fantaseado con ganar un Nobel, recibir un AVN award (que son como los Oscars del porno) y hasta con llegar a presidenta. No era megalomanía lo que me faltaba para imaginarme jugando fútbol profesional, sino que, simplemente, el ambiente del deporte no me atraía. Siempre amé jugar fútbol y hacer deportes, pero si lo comparaba con el ambiente universitario en el que me crié, dedicarme al deporte significaba para mí tener que relacionarme con personas desagradables, conservadoras y explícitamente machirulas.
Cuando mi transición me demostró que el mundo académico tampoco era el Eden que yo había imaginado de niñe, me alejé y pasé la pandemia viviendo en colectividad con poca plata, gracias a una “beca de hija” que me permitía sobrevivir lejos de la pala, reciclando mucho y sin obra social. El trabajo sexual al que había planeado dedicarme resultó ser aún más agotador que dar clases, vender comida o feriar juegos de mesa, así que seguí buscando posibles salidas laborales mientras trataba de mantener el ritmo de escritura, que hace una década viene siendo mi pulmón de repuesto cuando me siento náufraga de mi propia vida.
En los años en los que empecé a cuestionarme el rol de la Academia en la crisis medioambiental, conocí el fútbol mixto. Aún con muchas de las violencias heredadas todavía presentes, se empezó a materializar ante mí un Olimpo que, al combinarlo con la posibilidad de un sueldo, me llevó a elegir al fútbol como mi máxima prioridad (así como durante 10 años lo había sido la ciencia).
En aquel entonces Mara Gómez todavía no cobraba por jugar, pero el crecimiento en la cantidad de contratos de fútbol femenino de los últimos años (con Maca Sánchez como la primera, en abril del 2019) me entusiasmó al punto de sentirme dispuesta a dedicar la mayoría de mi energía a intentar cumplir esa fantasía.
Ahora sí Ferro – San Lorenzo
La segunda jugadora trans en jugar en AFA fue Tiziana Lezcano, la defensora lateral izquierda de Ferrocarril Oeste. Es a ella a quien sobretodo he venido a ver. Nunca estuve en un partido de fútbol 11 en el que juegue una chica trans. Más aún, los únicos partidos que he visto en estadios grandes fueron en la Ciudadela (Tucumán), El Gigante de Alberdi (Córdoba) y en el Estadio Inca Garcilaso de la Vega (Cusco), así que esta es la primera vez que voy a ver fútbol en Buenos Aires.
El Estadio de “las Verdolagas” de Ferro está en Caballito y su rival, San Lorenzo, representa a Almagro, el barrio vecino. Hacía 7 meses que el equipo femenino de Ferro no jugaba en este estadio, en el que usualmente juega el masculino. Una persona en la entrada del Club me pregunta dónde voy y me deja pasar. Una señora adentro me vende la entrada y un señor me la corta. Nadie me revisa el bolso, que ando cargando porque esa misma noche sale mi colectivo de vuelta a Córdoba (no tengo nada que esconder, pero me alegro de que me evitaran el tedio de mostrarles lo que llevo adentro). La dinámica íntima y hasta familiar de la entrada se parece más a la de la Liga Cordobesa que a la burocracia de los otros estadios grandes a los que he ido. Ni siquiera veo yuta (aunque seguramente haya) y eso contribuye a hacerme sentir especialmente cómoda, segura.
Cuando subo las escaleras y veo aparecer la cancha todavía queda humo verde en el aire. Los equipos acaban de entrar a la cancha y algunas personas cantan “Dale Ve, Dale Ve”, que al principio me parece rarísimo porque hubiera esperado que digan “Dale Fe”, pero después con otra canción me entero de que son “las Verdolagas”, por el color de sus camisetas.
El Estadio es precioso. Según Wikipedia, construido en 1905, es el estadio más antiguo del fútbol argentino y el segundo de América. De los 8 mil asientos disponibles, más de la mitad están de un sólo lado, en unas gradas de metal y madera que me pegan justo en la nostalgia, cuando entre los 12 y los 19 años una escuela técnica fue casi que mi primer hogar.
Me es muy difícil sentir conexión con los Clubes. En mi infancia y adolescencia fui hincha de Boca y sin embargo nunca supe prácticamente nada acerca del barrio que le da su nombre. Claro que casi siempre son las emociones y no las razones las que nos llevan a conectar con un equipo. Sea por les jugadores, sea por algo tan aparentemente simple como el color o el apodo del equipo, sea por herencia de familia o amistades o por las gradas centenarias de metal, lo cierto es que en esas particularidades que escapan a las reglas del juego es donde se siente mucho de esa “experiencia religiosa” de la que hablan quienes escriben sobre deporte.
De “las Santitas” de San Lorenzo sé poco nada. Escribiendo esta crónica me acordaré después que San Lorenzo fue nada menos que el primer club en firmar contrato laboral con sus jugadoras (gracias al active de Maca Sánchez, que jugaba ahí), pero en el momento en el que pongo mi culito travesti en las gradas de Ferro, entre el furor de la pequeña hinchada familiar que vive la épica de su equipo de mitad de tabla contra uno de “los poderosos de arriba”, la verdad es que lo único que se me viene a la cabeza cuando pienso en los colores “rojo, azul y blanco” de las santitas es “Tinelli”, “DirecTV” y hasta “Colonialismo”.
Futbolísticamente, San Lorenzo es sin embargo el equipo que más me gusta cómo juega. Son increíblemente pacientes a la hora de tocar para buscar un hueco y triangulan de primera con una belleza que emociona. Es para mí el más “Barcelona” de los equipos de Primera, y por momentos me pregunto si será casualidad que jueguen con los mismos colores. Pero por mucho que pueda conectar con aquel Barcelona de Messi y Ronaldinho con el que crecí, mucho más me emocionó siempre la fiereza de los equipos de mitad de tabla. Es por eso que hoy, hincho por Ferro. Por su Estadio centenario de madera y metal. Por la hinchada en su épica de “equipo chico”. Y por Tiziana, obvio, la travesti hermosa que me ayuda a fantasear que quizás también yo podría algún día pisar el pastito de un estadio tan lindo.
Hay unas 150 personas presentes, distribuidas bajo el sol en las 8000 ubicaciones disponibles. Las filas de asientos están separadas por vallas de metal con una arquitectura que por alguna razón me hace pensar en las carreras de caballo (¿quizás por la época?). Al igual que en los torneos de Ligas provinciales, es evidente que la gran mayoría de las personas presentes son parientes y amiguis de las jugadoras de Ferro.
Para sentarme elijo una de las divisiones del medio, un par de filas detrás de una familia cuya integrante más adulta cada tanto grita “¡Pongan a [censurado]!”, refiriéndose a alguna jugadora de Ferro que aparentemente está ahora en el banco de suplentes. Curiosamente la señora tiene puesta una bufanda con los colores de la bandera trans, y por un segundo fantaseo que se la regaló su nieta, compañera de Tiziana, pero lo más probable es que sea una coincidencia.
Cuando empieza el partido, las Verdolagas salen a comerse la cancha y en el primer minuto De Angelis recibe a las espaldas de las centrales y queda sola frente al arco. En ese instante detenido de tiempo, desde la tribuna me parece escuchar esa voz interna, inconsciente, que a veces nos dice “esto es demasiado bueno para ser cierto… ¿me lo merezco?” y que lleva a la verdolaga a pegarle más al piso que a la pelota. (O quizás simplemente había un pasto alto y ese comentario habla más de mí que de ella…).
En los próximos minutos Ferro tira otras tres pelotas en profundidad muy buenas, pero en las tres veces se marca off-side por muy poquito. Cuando pasaron 5 minutos San Lorenzo puede tener un poco más de control y comienza su juego de bascular alrededor del área buscando un hueco.
Así como pasa cuando vemos jugar a Estudiantes, es difícil a simple vista saber cuál es la jugadora trans de Ferro. Pienso en esos señores que siempre dicen que “algún pícaro va a armar un equipo con travestis y va a ganar todo” y divertida me doy cuenta de que esos señores nunca imaginaron que también pueden algunas mujeres con concha parecer travas. No puedo evitar sentir un poco de envidia. Con mi metro ochenta y cuatro, mi altura hace que en este territorio surja de inmediato la pregunta sobre mi genitalidad. Ojo, yo estoy orgullosa de ser y parecer trans, pero la verdad es que a veces me gustaría que no fuera tan seguido mi plítoris el cristal por el que se juzga mi juego.
En los momentos de tensión silenciosa se escucha llegar desde una oficina vidriada, unas diez filas más arriba, la voz de la relatora de DeporTV. Ese sonido distante tan conocido me hace entrar otra vez en el trance acerca de la increíble materialidad que tienen los partidos en vivo. O mejor dicho: en lo poderosamente plano que es, en comparación, el fútbol en la televisión.
No es mi intención criticar la televisación del fútbol. De hecho yo misma sueño con jugar un partido televisado. Que una abuela como la que a mí me hizo de Boca pueda ver jugar a una trava tucumana. Que una hija travesti pueda ver a su familia hinchar por un equipo con personas trans. Y, por qué no, que algunos de nuestros enemigos bajen la guardia y ablanden su corazón de piedra.
Pero por mucho que sueñe con sonar en la radio, es innegable que existe un abismo entre el fútbol de estadio y el fútbol de televisión. Primero pienso, fantaseando, en que sería lindo poder subirle el volumen al bello sonido de la pelota, que en un instante nos dice a qué velocidad y con qué efecto se la pateó. Armaría una playlist con el sonido de la pelota en distintos partidos y la pondría para escribir. Quizás incluiría también una opción de sonido en la que sólo escuchemos la voz de las verdolagas, en el bello proceso de autogestión con el que se organizan para cortar los ataques de las santitas.
Pero es cuando pienso en la hinchada, que vuelve a ser evidente lo que ya otras veces llamé “la dimensión oculta del fútbol”: en los partidos que se pasan por TV no se escuchan los insultos de la hinchada.
Y no estoy hablando del contenido de los cánticos al estilo de “son todos putos los de Boca” (que en el femenino afortunadamente pasa poco), sino a la violencia verbal explícita y directa entre las personas presentes y (casi siempre) la árbitra. Es imposible a partir de la televisación dimensionar el ambiente violento en el que está dirigiendo la jueza. Desde “conchafloja” hasta las típicas alusiones a su supuesta falta de sexo, los insultos son constantes y cada vez más violentos. Los gritos vienen siempre de voces femeninas pues supongo que sería inadmisible que un hombre grite insultos misóginos en un partido de fútbol femenino, pero al parecer “de mujer a mujer” todavía está permitido.
Esta dinámica es una constante en todas las canchas con hinchada que he ido, por grande o chica que sea la hinchada. (Recuerdo, de hecho, un partido en el que había 1 padre insultando, alambrado mediante, y se sentía la misma tensión violenta que cuando son cien),
Con estos temas que atraviesan la emocionalidad colectiva hay que tener siempre cuidado de no caer en moralinas ni criminalizaciones. Como bien me recuerda una señora a mi izquierda, dirigiéndose a su amiga: “Hay gente a la que le gusta” (refiriéndose a los gritos que recibe la árbitra). Ese comentario me hace pensar una vez más en las bases del BDSM y en las personas a las que, efectivamente, les gusta que le insulten y hasta le escupan.
Es posible (al menos parcialmente) salir de ese dilema moral pensando en el consentimiento, esa estrellita de la militacia de los “buenos afectos”. Esto es: ¿sabemos realmente si a esa persona no le resulta tortuoso dirigir bajo esas condiciones? ¿está en el contrato que las árbitras deberán recibir los insultos de la gente? ¿qué herramientas tiene al alcance la árbitra para poner límites a la hinchada? Puede correr a directores técnicos que se excedan, bien, ¿pero y con la hinchada qué hace? He visto árbitras que ante los insultos se vuelven más indulgentes, pero también algunas que toman represalias con el equipo local. ¿Es acaso esa dinámica “parte indivisible del fútbol”? Quizás sí, insisto, no hay tampoco necesidad de ponernos moralistas… pero entonces, ¿Por qué no sale en la tele? ¿Por qué se habla mucho acerca de este problema pero poco acerca de su origen? ¿Qué esconde, o mejor dicho, qué expresa la violencia hacia “la jueza”?
Hay una gran tentación en estos casos de creer que si algo se hizo siempre de cierta forma, entonces cambiarlo es mucho riesgo. Hasta cierto punto, estoy de acuerdo. Nunca estaría de acuerdo con posturas regulatorias del tipo “castigar al que insulta”. Soy una persona de tendencias diplomáticas: si vamos a gritar, lo hagamos, pero acordemos límites, formas y consentimientos.
En el minuto 27 una lateral de Ferro pide el cambio por una lesión y la abuela de [censurado] vuelve a gritar que pongan a [censurado] y algunas personas se ríen o le gritan “abuelá-la-lá”. Sin embargo cuando hacen el cambio no entra la nieta sino Mili, una de las tantas ex jugadoras de futsal que hoy juegan en AFA.
Tres minutos después un tiro libre para Ferro termina en una pelota que pasa despacito a centímetros del palo y la hinchada se enciende.
Fin del primer tiempo
Aprovecho el entretiempo para darle una sequita más al porro. No sabía si iba a haber yuta adentro así que por las dudas ya había dado un par de secas en el Puente Caballito, segundos antes de que apareciera ante mí el hermoso Estadio hacia el que estaba yendo. Más adelante, cuando escriba esta crónica viendo la transmisión televisiva, descubriré que salgo en una de las pocas tomas al público que se pasan durante el entretiempo. A mi diva interior le gusta eso.
En el comienzo del segundo tiempo Ferro sigue logrando filtrar pases que terminan en mano a mano. En el minuto 3 Laura Adan recibe uno de esos pases y se la pica a la arquera de SL, que en todo el partido se ve obligada a anticipar corriendo hasta el borde del área grande. La pelota pasa cerca del travesaño y la hinchada se vuelve a despertar.
En el minuto 9 San Lorenzo hace dos cambios y una de las ingresadas es Micaela Cabrera, que en mi opinión le cambia la cara a lo que sigue del partido. Ya al minuto de haber entrado llega un bombardeo a la arquera de Ferro en el que Cabrera es participe en todo momento. Tiene una pisada y una forma de proteger la pelota digna de quienes tienen una contextura más parecida a la de Maradona que a la de, digamos, Cristiano Ronaldo. Detrás mío dos varones que hasta el momento habían estado callados ven en este cambio una oportunidad para hacer comentarios de gordeodio y yo, que ya estoy un poco cansada del lloriqueo en forma de insultos hacia la árbitra, empiezo a dejar de querer que gane Ferro, y a desear un 1 a 1 con goles de Tiziana y Cabrera.
En el minuto 13 “Tizi” (como le dice la hinchada) recibe sola un pase de tiro libre y le pega al arco pero la arquera, que está bien parada, la ataja tranquila. (O Tizi patea inconscientemente a las manos de la arquera, pero de nuevo, esa teoría quizás hable más de mí que de ella). En cuanto la pelota está en las manos de SL, Tizi vuelve a máxima velocidad hacia la defensa. Llega entonces otro ataque de SL, y durante unos minutos las Verdolagas defienden con uñas y garras. La pelota pasa casi siempre por Cabrera, la 11 ex Boca y ex Estudiantes, que poniendo el cuerpo se toma su tiempo y la pasa con una técnica hermosa. Luego veré en DeporTV que también las comentaristas se toman unos segundos para alabar a la jugadora.
Otro pase filtrado deja una vez más a Brisa De Angelis frente al arco de SL, pero se demora medio segundo y le sacan la pelota. En mi humilde opinión hubo varias en las que quizás le hubiera convenido pegarle antes. La hinchada sigue gritando y la tía o la madre de [censurado] le dice a su madre (es decir, a la abuela-la-lá de [censurado]) que agite a Ferro, que grite algo. La abuela despierta de un transe y se queda alerta unos segundos mientras algunas mujeres insultan a la árbitra y entonces, cuando un varón (también hincha de Ferro) hace lo suyo y le grita algo sobre las tarjetas, la abuelalalá grita “CALLAAATE” y la familia entera se hunde en sus asientos. “Mamaááá, no entendés nada, le dice bien fuerte” la hija que la instó a agitar algo. “Al contrario”, me gustaría decirle, “a mí me parece que lo entendió todo”.
En el minuto 21 otra jugada por el lado de Cabrera termina en un corner para San Lorenzo. Cabrera lo hace corto y las santitas consiguen una falta a unos metros del banderín. Metros que son suficientes para que Cabrera pruebe al arco y entonces Tizi, corriendo hacia su arco, estira la pata y evita gloriosamente el 1 a 0 para San Lorenzo. La 3 de Ferro tiene una forma de juego con la que me siento identificada. Es quizás de las menos habilidosas del equipo, pero es evidente que deja alma y vida en cada pelota (especialmente en la defensa).
En el minuto 23 (veo luego en DeporTV) llega el plantel masculino de Ferro, que se acerca a ver los últimos minutos del partido. Un pase largo de Cabrera pone a una delantera de SL mano a mano con la arquera de Ferro (uno de los pocos mano a mano que consiguen las santitas) pero Gabriela Herrera (la mexicana ex Gimnasia que me encanta) anticipa a tiempo y después tapa el rebote y se queda con la pelota.
A medida que avanza el partido y se sostiene el 0 a 0, la hinchada de Ferro se pone cada vez más ansiosa y los insultos hacia la árbitra (que a mí parecer viene haciendo un buen trabajo) se van volviendo más y más numerosos y violentos. Las verdolagas, que en los primeros minutos se comunicaban todo el tiempo, ahora se aferran silenciosas y agotadas al empate. Mica Cabrera está encendida y genera una situación tras otra, amagando en una baldosa y dando pases larguísimos y precisos, con esa patada rasante estilo padel que hace que la pelota gire en reversa y se clave en el piso en el lugar en donde cae. Las verdolagas, ya un poco desesperadas porque se les viene San Lorenzo, se comen dos amarillas (una por hacer tiempo, la otra por un manotazo) y la hinchada se enfurece.
En el minuto 42 Micaela Cabrera pisa mal amagando frente a Tizi y se lastima la rodilla. Tiene que ser reemplazada y es llevada de los hombros por les médiques. En el 46, tras un tiro libre de Ferro, cabecea sola Pokoracky pero no le puede dar dirección. Se jugará hasta los 50 pero esa fue la última oportunidad para las verdolagas. En el 49 por una distracción de la arquera de Ferro, que toma la pelota con las manos después de haber atajado y dejado la pelota en el piso, San Lorenzo tiene una última chance. La pelota pasa por arriba del travesaño, mientras la arquera, que sólo la ve pasar, sigue diciendo “no no no” con el dedo, acusando un supuesto error en la falta técnica que le cobraron.
Fin del segundo tiempo
El empate se festeja como un triunfo. Aplaudimos a las jugadoras y de a poco vamos dejando el estadio. Yo me pasaré ese día de plaza en plaza, de café en café, escribiendo esta crónica hasta la noche, que sale mi colectivo de vuelta a Córdoba. Me vuelvo contenta, entusiasmada, soñadora, pero también un poco preocupada. ¿Cómo abordar la violencia en el fútbol? Ni idea. Si elegí el fútbol como prioridad es porque considero que esas incógnitas reflejan problemas sociales fundamentales. La duda, entonces, no me desalienta, sino al contrario. Ese misterio, como todos los misterios, es una oportunidad para curiosear, experimentar, aprender y, por supuesto, jugar, que para eso estamos.