La falsa grieta económica (segunda parte)
Desde principios del siglo XX liberalismo y keynesianismo se han turnado para favorecer al capital financiero concentrado. ¿Existe una tercera vía de desarrollo humano?
Por Tomás Astelarra | Ilustración de portada: @fuskavisual | Interior: Nico Mezca
“Muy pronto un negocio mucho más atractivo que el teatral atrajo mi atención y la del país. Era un asuntillo llamado mercado de valores. Constituyó una sorpresa muy agradable descubrir que era un negociante muy astuto. Todo lo que compraba aumentaba de valor. Podías cerrar los ojos, apoyar el dedo en cualquier punto del enorme tablero mural y la acción que acababas de comprar empezaba inmediatamente a subir. Nunca obtuve beneficios”, explica, en uno de los más brillantes análisis del capitalismo financiero, Marx (Groucho), en De cómo fui protagonista de las locuras de 1929.
El relato, obviamente, termina mal. Groucho, al igual que buena parte de la población mundial, perdió todo su dinero en el derrumbe del mercado de valores de Wall Street en 1929. La pregunta, como en 2001, el macrismo o el actual gobierno de Milei es: ¿perdieron todes?
La respuesta es no. Los grandes capitales concentrados, como los de la familia Rothschild (cuya historia relatamos en la anterior entrega), ya hace rato tenían la sartén y el mango, con poderosas influencias en bancos, grandes industrias, gobiernos y grupos financieros que, obviamente, le avisaron que la cosa se iba a la mierda. Igualito a los grandes empresarios (la casta económica argentina) que en su momento me confesaron que habían sido advertido por los bancos internacionales del corralito y pudieron fugar su dinero al exterior. O los fondos buitres, que gracias a los 45.000 milloncitos de dólares que el FMI le prestó a Macri para hacer campaña, pudieron retirar sus ganancias antes del derrumbe de su modelo.
Lo explico hace poco de manera sencilla Leandro Ziccarelli en Café con el Zar: “Cuando vas a la verdulería y el vecino dice que dice Elon Musk que hay que comprar acciones, es una mala señal para los mercados financieros”.
A río revuelto ganancia de pescadores financieros multinacionales. Salvo estos sectores concentrados, la gran depresión se expandió en los años 30 como una pandemia por todo el mundo colonial, haciendo que los Estados abandonaran el patrón oro, el último resabio de ancla física de las ganancias financieras. Un sistema que garantizaba que los Estados debían tener un equivalente en oro al momento de emitir billetes. Al igual que los romanos, los incipientes imperios financieros multinacionales en su expansionismo de servidumbre voluntaria, o no, vieron un límite físico a sus ambiciones.
Engordar la gallina
¿Cómo lo solucionaron? De dos formas. Primero dejando que los Estados imprimieran todos los papelitos que quisieran. Luego gracias a la feliz teoría de una tal Juancito Maynard Keynes que dijo: “Si el Mercado no lo soluciona, tiene que solucionarlo el Estado”. A través de obras públicas y otros subsidios se fomentarían el trabajo y la demanda, es decir el consumo, para que los papelitos lleguen a las empresas (ya por ese entonces más concentradas y en manos del poder económico financiero). Y así la rueda vuelve a girar una y otra vez en ciclos de transferencias económicas de las pueblas a los dueños del mundo.
Como dijo el buen Nestor: los muertos no pagan. Había que engordar la gallina. ¿Con que dinero? El de los contribuyentes. ¿Y la guita que se habían quedado los capitales concentrados? Como las monedas de oro de los senadores romanos, bien guardaditas en sus casas bancarias o en inversiones en empresas quebradas que compraron por chirolas para luego obtener las ganancias (tal cual había hecho los Rothschild en los albores de la revolución industrial).
Las escasas moneditas de oro que habían acumulado las pueblas se gastaban para bancar la depresión, de la que saldríamos gracias al Estado (financiado con más moneditas populares), que quitaría impuestos y subsidiaría grandes empresas para engordar las cada vez más jugosas plusvalías de un capital hiperconcentrado y dueño de casi todos los recursos, industrias y, por supuesto, bancos. Dueños de la gente a través de su consumo.
En 2008 durante la crisis de los bonos suprime (una nueva burbuja financiera ligada al mercado inmobiliario), el economista chileno Manfred Max Neef aclaró que el monto total del rescate implementado por los gobiernos del mundo al sistema financiero internacional equivalía a 600 veces el costo anual que la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) había estimado para solucionar el hambre del mundo.
Todo ese dinero destinado por los Estados al poder económico concentrado equivalía a 600 años de pueblas sin hambre. Además de las miles de miles de familias que quedaron en la calle como consecuencia de la crisis, o más bien, la irresponsabilidad, el negocio, la especulación, la falta de humanidad, de esos mismos grupos financieros que los Estados del mundo apoyaron de manera más que generosa. No es que no se podía solucionar el hambre del mundo. No se quería. Por eso Max Neef declaró que el problema básico de la humanidad era “la estupidez”, definida como la capacidad de tropezar varias veces con la misma piedra (mientras los Rothschild se cagan de risa).
El siglo corto financiero
Dice Hobsbawm que el XX es un siglo corto entre la revolución rusa y la caída del muro de Berlín. Para el filósofo cabeza Mariano Pacheco las fechas de nuestra Amerika irían entre la revolución mexicana y el levantamiento zapatista. Para el modelo financiero este siglo corto va del crack de la bolsa de New York en 1928 al de los bonos suprime en 2008.
Cuando el filósofo gringo japonés Francis Fukuyama declaró, después de la caída del muro de Berlín, el fin de la historia, más allá de la falacia de que el capitalismo (el modelo triunfador) iba a llevar al mundo a la felicidad, la purita verdá es que tendríamos que haber firmado el Consenso de Washington, asegurándonos que el el dichoso modelo financiero (y su contraparte keynesiana) se iba a quedar ahí. No iban a avanzar más (como siguieron avanzando). Las pueblas del mundo, de a poquito, acompañando el grito de rebeldía zapatista, dijeron NO, en grandes puebladas en toda Amerika. Al igual que sucedió con la revolución mexicana de principio de siglo, la burocracia terminó destruyendo sus conquistas y el nuevo brote de poder popular, negociando una paz injusta con el modelo de capital financiero concentrado y librando (más allá de las migajas económicas, sociales y políticas) a su buena suerte a las pueblas autogestivas, de democracia participativa y la economía cooperativista popular.
Las grandes empresas siguieron tirando manteca al techo mientras cada vez más gente caía en la indigencia, el desplazamiento y la infelicidad. Mientras la Madre Tierra se sacudía los piojos con enormes desastres naturales. En algún punto, el progresismo, no fue más que otra manera de engordar la gallina garantizando el negocio financiero y extractivista mientras negociaban algunas migajas y esbozaban la nueva falsa profecía del derrame industrial (en manos del capital financiero concentrado).
Durante la década dizque ganada, el gobierno de Cristina, con Axel al comando de la botonera económica, pudo frenar el tsunami de la crisis financiera del 2008 (con nombre mucho menos original que el efecto Tequila). Sin embargo la mayoría de los derechos conquistados se financiaron con la exportación de soja que sumó a la herida de las madres de Plaza de Mayo la de las Madres de Ituzaingó o las Madres del Paco. A Chávez, a pesar de su política autonomista y de comunas, tampoco le fue muy bien. Le terminaron poniendo cáncer en la sopa (igual que a Cristina un caño en la cabeza y una torta de lawfare). El fervor zapatista se fue diluyendo en incursiones paramilitares y teorías autonomistas impracticables en el resto del continente (salvo aldeas de resistentes galos como el Cauca y su liberación de la Madre Tierra).
En Bolivia los indios pachamamistas y ciertos sectores ecologistas se dieron cuenta que el Evo, además de no ser indio, era extractivista. Fueran rápidamente criminalizados. Al día de hoy se invisibiliza que el poder de la transformación económica del MAS tuvo mucho que ver con una pujante economía popular que resistió de manera subterránea y callejera el falso fin de la historia (Consenso de Washington). Luego de echar al Goñi en las guerras del Agua y el Gas, esa economía popular se insertó sin culpa en el modelo capitalista para ejercer curiosas prácticas ancestrales que pusieron un dique de contención a las multinacionales (al igual que ya habían echado a Mc Donalds simplemente no comprándole hamburguesas o vendiéndolas más baratas y con yajua). “Queremos socios, no patrones”, dijo alguna vez el buen Evo.
El espiral de esta compleja contradicción puede leerse en mi libro La Bolivia de Evo (diez años en el país de las mamitas) o en este artículo de La Luna con Gatillo: Argentina, las lecciones del milagro económico boliviano.
De alguna manera, el derrame del extractivismo y el modelo económico de distribución de ingresos desde el Estado, solo pudo cambiar la ecuación de la mala distribución de los ingresos a través de una polea fundamental para este mecanismo: la economía popular. Que como dictan los propios manuales neoliberales, trabaja, produce y comercia en términos de competencia. Además de otros valores comunitarios, costumbres ancestrales y, en algunos casos, un respeto por la Madre Tierra y un Cuidado de la Casa Común (que es la etimología ancestral de la palabra economía).
El nacimiento de un nuevo Imperio
El 1 y el 22 de Julio de 1944, casi llegando al final de la Segunda Guerra Mundial, con Estados Unidos como principal herramienta del gran imperio económico financiero, en un pueblito al noreste de Washington (casi Canadá) llamado Bretton Woods, se llevó a cabo la “conferencia monetaria y financiera de las Naciones Unidas”. Allí se declaró el libre Mercado. Que básicamente es como decir “la libertad avanza”. Ya que según el propio Adam Smith, no existe tal cosa como la “mano invisible” del Mercado si no hay competencia. Y para ese entonces la sartén y el mango ya lo tenían los capitales financieros concentrados y su imperio elegido: Estados Unidos.
Básicamente es como decir: vamos a jugar al fútbol libremente. Pero resulta que nosotres seguimos en el potrero con once amigos flacuchos que no pueden pagar el gimnasio y de pedo entrenan en las horitas libres que le dejan las doce horas de laburo y aprovechando que la doña le cuida los pibes (en los 50 todavía no se hablaba de economía del cuidado ni el fútbol mixto o femenino). Y los Rothschild de la vida ya compraron los mejores jugadores del mundo, a los que le pagan un sueldazo por entrenar en las mejores condiciones con el mejor DT y preparador físico de la historia (todavía no se había muerto el flaco Menotti).
En Bretton Woods se abandonó definitivamente el patrón oro, se eligió al dólar como moneda internacional y se fundó el FMI, el Banco Mundial y lo que luego sería la OMC (en ese entonces GATT). Pasada la gran depresión, en ese entonces, en Estados Unidos se concentraba cerca del 50% del PBI mundial con menos del 7% de la población. Tamos hablando de ese PBI que, como dice la ecofeminista Yayo Herrera, mide la fabricación de armas y no el cuidado de les niñes. Además, el naciente Imperio, poseía el 80% de las reservas mundiales de oro.
Poco antes de Breton Woods, William Clayton, secretario de Estado para Asuntos Económicos, había confesado: “Precisamos de grandes mercados por todo el mundo, donde comprar y vender”. En el acuerdo final de la conferencia, Estados Unidos, logró tener la sartén y el mango (al igual que los capitales financieros que lo apoyaban). Ganó su propuesta (esbozada por un tal Harry Dexter White), frente a la de papá Inglaterra, que a pesar de verse triunfador de la guerra había quedado muy disminuido económicamente. Billetera mata galán. La propuesta de Inglaterra era motorizada por un tal John Maynard Keynes. Dicha propuesta establecía una moneda mundial y un sistema de compensación de comercio donde se regulaba la balanza comercial de los países.
De premio consuelo, Estados Unidos ofreció el Plan Marshall, que a través de subsidios y préstamos reavivó la industria y el consumo europeo brindando al nuevo patrón mundial “grandes mercados donde comprar y vender”. Además el nuevo Imperio tuvo un control desproporcionado sobre los organismos internacionales (Banco Mundial,FMI y luego OMC). Fue el único país que mantuvo el patrón oro (ya que el dólar sería la moneda internacional) con un tipo de cambio de 35 dólares por onza. Pero al igual que los romanos dos mil años antes, Estados Unidos comenzó a hacer trampa con esa ecuación. No mezcló el oro con otros metales, pero empezó a generar estratagemas financieras para revalorizar su moneda.
En plena crisis del petróleo, con el financiamiento de la guerra de Vietnam y la primera vez en la historia que Estados Unidos tenía déficit comercial, varios bancos europeos reclamaron el oro que correspondía a sus dólares. El patrón oro llegó finalmente a su fin luego de un lento languidecer.
Por esa misma época el Club de Roma generaba el informe Los Límites del Crecimiento donde numerosos científicos de alta alcurnia (entre ellos Manfred Max Neef) explicaban que no era posible seguir creciendo a tasas chinas (como en la década ganada) debido a un sencillo problema: la tierra era finita. Nadie les dio mucha bola. En Francia Serge Latouge hablaba de decrecimiento. En Bután, el rey budista Jigme Singye Wangchuck creaba el Índice de Felicidad Bruta (que medía, tal como sigue exigiendo la ecofeminista Yayo Herrera, el cuidado de los niñes antes que la fabricación de armas). En Argentina Perón redactaba su Carta Ambiental a los Pueblos, donde insistía una vez más que no había crecimiento o desarrollo económico posible sin la felicidad del pueblo. Y vaticinando un futuro de hipertecnología inhumana y guerra por los recursos naturales.
Una tercera vía
“Cuando yo me hice cargo del gobierno en Argentina no se fabricaban ni los alfileres que pisaban nuestra modistas. Y al terminar nuestro gobierno el país fabricaba barcos, vehículos, máquinas diesel, aviones, etc. Pero para eso fue necesario echar a todos los gringos que nos estaban robando. Porque lo importante es que ya no existían los 3.500 millones de dólares de deuda externa que había al comenzar mi gobierno. Incluso pagamos el préstamo de la Baring Brothers*, de la época de Rivadavia, que era de un millón de libras y terminamos pagando doce. La primera concentración que hubo en Plaza de Mayo yo dije que me cortaría la mano antes de firmar un empréstito. El dólar americano en su valor adquisitivo no es el valor fiduciario escrito en el billete por su contraparte en oro. Está sobrevalorado. Por eso cualquier empréstito que se haga con Estados Unidos ya de entrada pierde uno un 25% por esta diferencia. Más otras cuestiones que al final lo hacen a uno perder el 60% o 70%. Y el FMI, haciendo esto, le tira las monedas abajo a toda Europa. ¿Para qué? Para comprar por chirolitas todo lo que hay en Europa con siglos y trabajo de esfuerzo. Que es lo que le han hecho a la Argentina”
Este compilado de explicaciones del Pocho acerca del modelo financiero internacional y sus herramientas como Estados Unidos y el FMI (que impedían la soberanía económica de la Argentina) da pistas sobre el modelo económico que tuvo que ser destruido bombardeando la plaza de Mayo e incorporándose al FMI (algo que Perón había rechazado) en 1955. Pero el modelo peronista también incluía esa tercera vía donde los modelos extremos del capitalismo (basado en el Mercado) y el comunismo (basado en el Estado) se complementaban con una herramienta fundamental: la humanidad, el pueblo, el sector cooperativo.
Un esquema que, tras el “fin de la historia, el Consenso de Washington usó a través del sistema de ONGs que, supuestamente, iban a reparar los daños del mercado y las asimetrías sociales. Otra falsa profecía que solo sirvió para mantener jugosos sueldos y lavar la cara (además del dinero) de las grandes empresas. Al día de hoy no sabemos que carajo hacen por las pueblas las fundaciones Rocca, Fortabat, Perez Companc o Noble, salvo fugar capitales y evadir ganancias.
El buen Nestor intentó replicar el modelo del Pocho setenta años después y con una condición geopolítica financiera bastante desmejorada. La deriva del kirchnerismo comenzó a ignorar, invisibilizar y hasta criminalizar a los movimientos de la economía popular, pequeño pero pujante sector cooperativo nacido del piquete que nació del hambre del Consenso de Washington.
Echar a los gringos, recuperar la industria, pero también fomentar la tercera vía humana, son todas tareas imprescindibles para un nuevo peronismo o movimiento popular que mejore las condiciones de soberanía económica en Argentina (con un esfuerzo que al menos sirva pa algo). La condiciones geopolíticas financieras y de concentración económica son, indudablemente, mucho peores que en los tiempos de Nestor. Como dijo hace poco Nacho Levy: “A nadie le gusta militar la comida en los comedores. Pensábamos que estábamos en otro etapa después de las conquistas del 2001”.
Habrá que engordar la gallina. Pero que esta vez la comamos nosotras.
*Con el préstamo de la Baring Brothers sucedió algo parecido a lo que explicaba Perón acerca del los préstamos del FMI. Descontadas comisiones y otros menesteres, a Argentina llegó menos de la mitad de la tarasca, que encima se invirtió, la mayoría, para beneficio de los sectores agroexportadores (principalmente en el puerto). Para fin del siglo XIX, la suma de intereses de este préstamo se hizo impagable. Sobre todo porque se habían pedido otros préstamos para financiar, por ejemplo, la Guerra de la Triple Alianza (que como explicamos en el artículo anterior servía para beneficiar la industria de los Rothschild y el monopolio comercial en América Latina de Inglaterra). Fue ahí donde Sarmiento dijo: “¡Silencio!, que al mundo asoma la gran deudora del Sur”. Por su parte Avellaneda prometió: “Hay dos millones de argentinos que economizarían hasta sobre su hambre y sobre su sed para responder en una situación suprema a los compromisos de nuestra fe pública en los mercados extranjeros” (¿les suena?). Además de un brutal recorte fiscal, Avellaneda logró venderles a los gringos parte de las tierras que Roca le había robado a los indios en la campaña del desierto. Su sucesor Juárez Celman sancionó la Ley de Bancos Garantidos (tipo la nacionalización de deuda de Cavallo o el bopreal o la lebacs, luego leliqs de Caputo) y privatizó varias empresas públicas. Sin embargo no alcanzó. En junio de 1890 se entró en cesación de pagos. El 7 de ese mes el Financial Times de Londres había editorializado: “aparte de los políticos corruptos, el mayor enemigo de la moneda argentina sana han sido los estancieros. Como principales terratenientes y productores del país, su interés radica en poder pagar sus gastos con papel moneda y obtener altos precios en oro por la venta de sus productos. Su noción del paraíso está constituida por buenos mercados en Europa y mala moneda en el país, porque de este modo el oro le provee de tierra y mano de obra baratas”(¿les suena?).
¿Y ahora quien podrá ayudarnos? La familia Rothschild aprovechó para comprar la Baring Brothers. Nathan Mayer Rothschild II (el primero de la familia en llevar el título de barón) viajó a la Argentina para arreglar con Pellegrini (Juárez Celman había renunciado después de la Revolución del Parque liderada por el radical Alem). Todo se arregló con un nuevo prestamito. Que siguió sumando intereses a los 12 millones de libras que finalmente el Pocho Perón pagó en 1945 por el millón que nos prestaron en 1920. El bono a cien años del Toto Caputo un poroto.
Todo esto sucedió en tiempos de la Argentina potencia mundial que hoy reivindica nuestro presidente Javier Milei.
De Yapa: Cual “efecto tequila”, la crisis de deuda de la Argentina y la bancarrota de la Baring Brothers (que los Rothschild compraron por chirolas) afectó a Brasil (con una serie de corridas especulativas conocida como el encilhamento) y Chile (donde el presidente Balmaceda intentaba incorporar a los Estados Undios al negocio del salitre). Ambos gobiernos populares fueron derrocados por un golpe de Estado en Brasil y una guerra civil en Chile. En España quebraron varios bancos por la fuga de capitales a Londres. Poco tiempo después casi se arma guerra en Venezuela por otra cesación de pagos de una deuda con Alemania, Inglaterra e Italia. La deuda venía de financiar el ferrocarril (de los Rothschild, tras destruir Paraguay en la Triple Alianza). Finalmente terminó en bloqueo comercial y en acuerdo gracias a la intervención de Estados Unidos y sus doctrina Monroe. Se refinanció la deuda y Estados Unidos mando varios buques de guerra por las dudas se volviera a armar rosca. En Venezuela comenzaba a desarrollarse la industria artesanal de petróleo.