La llamada de Saul
Un análisis sobre el universo de Breaking Bad y Better call Saul, ante la crisis de gozar el presente y un futuro desértico.
Por Lea Ross
Better call Saul es una paradoja, si se pretende considerarlo como el último fenómeno serial en el universo Netflix, con su paulatina obsolescencia mercantil, al ritmo de la retirada de sus subscriptores. Es cierto que, por un lado, la última creación de Vince Gilligan se aferra a esta estirada moda de los llamados spin off, sobre todo los que indagan el origen de un villanos,y sus trabajos de bisturí en cuanto a los quiebres cronológicos. A esto le podríamos sumar el cliché de que los narcos latinos (y con horribles parlas españolas). Pero también, pone un freno a la concepción sobre el modelo arquetípico, e inoxidable, sobre los seriales, en donde lo sugerente está prohibido, la palabra es el único sonido que se antepone a la imagen y la puesta de escena se rige a lo que demandan los diálogos.
En realidad, tanto Better call Saul, como su antecesora Breaking Bad, crean un esquema narrativo, donde los primeros capítulos queman toda pólvora o combustible necesario para que sea pirotécnico, y con el humo ya emanado, se disipa el horizonte para que los personaje sean interiorizados desde sus ambientes, los objetos que lo rodean, los colores, la música y los sonidos referenciales en primeros planos. Cualquier personaje no ha podido escapar a la incertidumbre misma sobre el inquebrantable paso del tiempo.
Breaking Bad, y por ende todo el universo que creó Gilligan, empezó a transmitirse en el año 2008. Es el inicio de la etapa frustrada del sueño estadounidense. La gran burbuja financiera de Wall Street explotó, la financiera Lehman Brothers se quebró y varias familias perdieron sus casas. Nunca más veremos por televisión familias yanquees de clase media que logren mantener equilibrado sus finanzas, con casas de dos pisos y dos autos. Ahora, solo tenemos a Walter White, con lo poco que cobra como docente y teniendo que dedicarse a limpiar autos. Todo sea por mantener a la familia.
Si se contempla ambas series en su totalidad, se verá que es difícil encontrar otros personajes que ejerzan una relación padre e hijo, por lo menos desde lo biológico. Todo lo que encontramos son familias quebradas (como es la distante relación de Jesse Pinkman con sus padres), matrimonios sin herederos, un abuelo teniendo que ejercer una paternidad lateral como es el caso de Mike, y un árbol genealógico compuesta por abuelos y primos como es el caso de los Salamanca. Pero una familia completa como tal, es complicado. De hecho, se van quebrando.
En cierta manera, el break tiene una cualidad parricida. Que Walter White se convierta en Heisenberg es un acto parricida. Pero también, hay casos emulo a la inversa. Lo fantasmagórico de la segunda temporada de Breaking Bad llega a su esplendor con un accidente aéreo entre dos aviones. La raíz del mismo son las secuelas que genera otro impacto, con una magnitud similar pero en la órbita doméstica, como es la de otro padre que perdió la vida de su hija. En Better call Saul, la última aparición, en orden cronológico, de Mike es su notificación al padre de Nacho sobre el trágico destino de su hijo, y que le promete que habrá justicia. “¿Justicia? Eso es venganza. Yo no quiero eso. Todos ustedes, los del cartel, son iguales”, le responde, con el dolor de su pérdida. Aquel abuelo matón, consciente de no poder dar una respuesta convincente, se mantiene en silencio, impotente de no poder dar consuelo alguno.
Repetimos: el paso de Walter White a Heisenberg es un acto parricida. ¿Lo es también el paso de Jimmy McGill a Saul Goodman? Puede ser. Salvo un detalle: no hay padres, más que unos olvidables recuerdos en flash-back. Lo más cercano es su hermano Chuck, que en cierta manera tenía rasgos paternos sobre Jimmy. Pero otra vez, como en las leyes, nada está escrito.
La principal diferencia entre Breaking Bad y Better Call Saul es que si en el primero vemos la paternidad centralizada en su protagonista, y que con el tiempo se va deteriorando a medida que va construyendo lo que él llama su propio “imperio”, en el segundo directamente no hay padres. Hay hermanos disfuncionales, primos narcos (otra vez), otra vez un abuelo que ejerce una paternidad lateral, y sobretodo: una pareja como la de Jimmy y Kim que se rehúsan a tener hijxs. Incluso, su razón de ser en el mundo es estar en “el juego”, lo lúdico, la saciedad de satisfacer la adrenalina de engañar y enfrentar el riesgo de ser atrapado. Como si la muerte de Haisenberg deja una tierra infértil, como esos desérticos suelos de Nuevo México. Solo se vive el presente. Ya no se construyen imperios con metanfetaminas (o con acciones bursátiles). Solo un gozoso estudio jurídico para asesorar a personas acusadas de delitos de poca monta.
Es así que Better Call Saul es más una secuela que una precuela de Breaking Bad. Haisenberg como el padre de Saul. Muerto el padre, ya no hay una Historia que heredar.
Bienvenides a la metanfetamínica posmodernidad.