La palabra
“La palabra vuelve a ser ese laberinto que a veces nos encuentra y otras nos desencuentra.
Y no importa si dos laberintos juntos o más de dos hacen un laberinto demasiado grande.
Porque siempre es válida la palabra para encontrarse”
Caro Sol
“La palabra es miedo
la palabra es medio
la palabra es Dios”
Astor Ala
En las presentaciones de la Domingo Quispe Ensamble jugábamos a decir que éramos un multimedios multinacional de kapitales sudakamericanos. Que hacíamos malabares, artesanías, músicas, cuentos, comidas… y con todos esos “medios” (multimedios) habíamos recorrido todos los países de América Latina (por ende éramos una multinacional). Eso sí, éramos una empresa social. Todes les integrantes estábamos por debajo de la línea de la pobreza. Nos ayudábamos a nosotres mismes y a otras pueblas que encontrábamos por el camino. Al final de semejante discurso rogábamos: “Por favor: Consuman productos Quispe”.
La idea había nacido del Papelucho, quién decía que el capitalismo nos había robado las palabras, y que al igual que la tierra o los medios de producción, había que volver a expropiárselas.
Cuando comencé a hacer charlas o columnas radiales y gráficas, acerca de la economía vista desde la perspectiva de las pueblas, siempre me incomodó definir si estaba hablando de economía crítica, o social, o alternativa, o comunitaria, o popular. Solidaria mucho no me gustaba (sonaba medio católico apostólico romano). Pero recordé a mi amigo Papelucho y me di cuenta que la economía siempre había sido social, comunitaria, solidaria…de abundancia y reciprocidad, complementariedad. Lo alternativo era este sistema capitalista de muerte. Que en todo caso elles se esforzaran en ponerle adjetivos. Economía patriarcal, o de la ganancia, del individualismo, para pocos, del 1% garca, criminal, financiera…
Algo parecido con la comunicación y la medicina. “La nuestra es medicina ancestral u originaria, tiene miles de años. Alternativa será la suya que no llega a los doscientos años”, le explico una vez la brujita Ana Domínguez a un médico alopático de Ecuador.
La otra vez en un encuentro de una organización social un par de compañeras observaron que la palabra “familia”, que muches habíamos elegido para definir la confianza y afecto que había en la grupa, era evidentemente capitalista y patriarcal, impuesta por la iglesia católica. Y algo de razón tenían. La palabra familia viene del latín famulus, que significa sirviente o esclavo. Tenía que ver con la propiedad del pater familias, es decir el hombre, no solo de los esclavos (y esclavas) sino también de su pareja y sus hijes. Bastante polémico. Era razonable no usar la palabra.
Igual, después me quedé pensando que en todo caso las pueblas de América Latina, al igual que la palabra latina, ya le habían choreado la palabra familia a los europeos. Que pegando saltos de abundante polvo en los patios de Santiago del Estero había escuchado insistentemente la palabra “hermano”. También en las asambleas populares de Bolivia. Los gitanos y los pibes chorros de la calle en Lima dicen “primo”. Los indígenas wayuu dicen “ware” (primo). En los temazcales el fuego es abuelito y las piedras abuelitas. También es abuelita la Ayahuasca. Y a mi muches niñes de Traslasierra y otros lares de América Latina me dicen “Tío”. Cada vez que entro a una ceremonia, o tomó rapé, incluso pa comenzar cualquier asamblea o reunión política, recordando las sanadoras lecciones de la tía Liliana Inglese, aprendidas por un gringo loco llamado Bert Hellinger de las tribus africanas, aplicando “los órdenes del amor”, sitúo a mi espalda a mi padre y mi madre, abuela y abuelo por las dos partes, tíos, tías, hermanes, sobrines, cuñades, yernes, incluso hijes que no tengo. Agradezco a la madre tierra, al tata Inti, al apu Champaqui, y a mi comunidad, mi raza, que es familia guerrera.
Aclaración o Advertencia: Por si no se dieron cuenta pero estas charlas, relatos, columnas, son ficción. Ciencia Ficción Jipi.
Dibujo: Nico Mezquita