CRÍTICA DE CINE

¿La segunda película macrista?

Por Lea Ross

Una idea sobre el surgimiento de un cine identificado con el actual gobierno y su posible re-adaptación ante una posible continuación en alianza “pichettista”.

Si la ausencia del kirchnerismo dentro de la ficción cinematográfica es un enigma sin resolver hasta el día de hoy, el macrismo parece tener otro rumbo.

En El hombre de al lado (2009, Mariano Cohn y Gastón Duprat), película proyectada en un período en donde la Argentina macrista era una suposición lejana más que una certeza desde lo material, el enfrentamiento entre un aclamado joven arquitecto contra un roñoso vecino cordobés va obrando el molde del macrismo como estilo artístico propio.

Pero quién lanzó la primera piedra fue el sociólogo Horacio González, al declarar a El ciudadano ilustre (2016, también de Cohn y Duprat), en éste caso ya con Mauricio Macri en el interior de la Casa Rosada, como el posible comienzo del “macrismo cultural”, mostrando sus contrapuntos y burlas a una serie de personajes estereotipados de un pueblo rural, manejadas por un intendente peronista y cuyo control cultural la maneja un sindicalista con un pésimo carisma artístico. Sin estar de más en recordar los discursos del protagonista, exponiendo su rechazo a la intervención del Estado para “cuidar” a la cultura, como la que otorga al final de la película, que aparenta ser una burla a los planteos mediatizados de Ernesto Laclau, filósofo recurrente del kirchnerismo, al desmitificar la máxima que “no hay hechos, solo interpretaciones”, al exponer la herida de su cuello.

Ahora bien, el columnista de cine del diario cooperativo La Nueva Mañana, Iván Zgaib, en un artículo publicado el año pasado, nos acerca la posibilidad de una segunda película que referencie al eje central del pensamiento de la actual fuerza política del país. Se trata de Animal (2018), dirigida por Armando Bo, estrenada luego de ganar un premio Oscar por participar del guión de la película Birdman, de Alejandro González Iñárritú.

Como una continuación de aquel filme estadounidense dirigida por el mexicano, Animal comienza con un falso plano secuencia, con saltos temporales. Allí, vemos al protagonista de Antonio, interpretado por Guillermo Francella, junto con el resto de su familia en un día de armonía completa. El movimiento de cámara, sumado a los imperceptibles cortes temporales, son resaltados por Zgaib para marcar la ironía de la película: “Es un gesto calculador que se repite de principio a fin, a tal punto que Bo nos invita a señalar una paradoja: si Antonio es presentado como un tipo contenido y autocontrolado, Animal parece estar filmada por su propio protagonista. Lo cual es otra manera de decir que parece concebida por un hombre rico y reprimido que estudia cada una de sus decisiones para “hacer bien las cosas”.

El mal funcionamiento de uno de sus riñones es lo que desmorona, paulatinamente, todo aquello que Antonio creía. Insiste en afirmar que su ascenso de escala social lo logró porque se “rompió el orto”: es gerente de un frigorífico bien remunerado. Considera que es una injusticia que su órgano lo haya fallado, como si existiera una institución a quien reclamar. Por eso, su actitud de supervivencia, el costado animal, será atravesar el límite de lo moral y legalmente establecido y acordará con una pareja de jóvenes lumpen y okupas llamados Elías y Lucy para que el primero ofrezca su riñón, a cambio de comprarles una casa.

Siguiendo con el columnista de La Nueva Mañana acerca de ésta pareja: “la particularidad de ellos es que son pobres por elección propia. ‘El trabajo no es para mí’, se justifica Elías en lo que es sólo el comienzo de una mirada mezquina y prejuiciosa sobre las clases populares. (…) [C]uando Antonio ingresa al lugar donde viven Elías y Lucy, el film se asfixia con sus propios estereotipos vergonzosos. Lo que vemos es un edificio tomado, con pasadizos mugrosos, un Cristo rodeado de velas, drogadictos reventados en el piso y gente pobre que parece ocupar la propiedad sólo por capricho”. De hecho, al igual que los dos filmes mencionados de Cohn y Duprat, la cámara enfoca a esos personajes populosos como criaturas ocultas, encerradas en sus casas, con intereses bestiales y sonrisas dignas de algún sádico.

“Así se forja el imaginario de clase paupérrimo que justifica el sentido común y diluye la desigualdad del capitalismo para instalar un mito. Según la meritocracia, cada uno tiene lo que le corresponde. El pobre es pobre porque no se esfuerza”, sentencia Zgaib y que cierra con lo siguiente: “A medida que el film avanza, Antonio no se cansa de repetir que el sistema es una mierda, que nada funciona. Y la única salida imaginable a ese sistema adquiere una modalidad individual, egoísta y conservadora. El pobre rico va a descender a la violencia para lograr su propia salvación. Esa maña narrativa la asemeja a películas recientes como Relatos Salvajes y El Sacrificio de un Ciervo Sagrado; pero el animal de Armando Bo evolucionó en una bestia reaccionaria que hace ver a los otros dos como si fueran un par de cachorros enternecedores”.

Sin embargo, casualidad o no, Animal ha demostrado ser un ejemplo de cómo el cine vaticina períodos históricos, más por la edificación de sentidos a partir de una base material que por la clarividencia pitonisa propia de los cineastas de autor.

Y esto se debe a la única escena filmada en el interior del frigorífico, donde no hay presencia de sangre, ni un juego cromático entre el blanco y el rojo. Es decir: sin la referencia animal. Se trata de una reunión directiva entre gerentes, donde el cabecilla advierte que los balances están en baja, a tal punto que la empresa corre el riesgo de llegar a la quiebra. El mal humor de éste fugaz personaje refuerza aún más su preocupación. Casi como el detrás de escena de una de las tantas noticias que vemos por televisión desde la asunción de Macri. En esa brevísima escena, Antonio permanece sentado en la mesa y se mantiene con los ojos abajo, sin prestar atención a lo que dice su jefe, porque su vida es más importante que su economía.

El macrismo es una fuerza política tan predecible como catastrófica, que agudiza el conflicto entre las clases sociales. Es en ese mutuo revanchismo, en donde los personajes protagónicos logran quedar todos como “cachorros”, no solo la pareja, sino también el protagonista, cuando lo vemos almorzar con un simple plato con filete y tomates al final de la película. Y es que los tres obtienen lo que corresponde, gracias al impulso de esa burguesía egoísta.

Se logra contener a esas clases bajas de manera hogareña –otras aparecen en televisión, siendo reprimidas-, mientras que los más acaudalados mantiene su escala, aún con el riesgo de haber fraguado la ley. El consenso entre clases, con métodos cuestionables, solo podría lograrse con el complemento de un pragmatismo ligado a la ortodoxia peronista. Ahí aparecerá, como caído del cielo, un Ángel Pichetto para seguir estirando la eterna promesa celestial de la tan anunciada revolución de la alegría.