La tenés adentro: Cuatro películas recientes que ponen a prueba las masculinidades
Por Lea Ross
Ayer cumplió 90 años de edad Clint Eastwood. Ha sido una de las figuras que, por décadas, marco una referencia sobre los parámetros del macho rudo, pistolero, atlético y adherente al Partido Republicano. Aunque con una actitud más libertaria a los de su generación anterior. Si el vaquero John Wayne, con su tez blanca, ropaje planchado y una parla de marcada autoridad, gatillaba contra la barbarie para dar paso al nacimiento de una nación, el bandolero “sin nombre” de Sergio Leone era sucio, como el detective Harry Callahan, callado y con demasiados harapos. Desde entonces, quizás el factor común de los personajes del viejo Clint sean sus propias inseguridades frente a los designios de una nación ya parida, y que solo les queda permanecer abierto hacia otras referencialidades a moldear. Su última película, El caso de Richard Jewell, es una de las mejores que ha hecho el director de Los imperdonables en el tramo final de su filmografía, con uno de sus personajes más singulares y a contracorriente. Inspirada en una historia real, trata sobre un guardia de seguridad que salvó muchas vidas de un atentado terrorista, y que a los tres días, tanto la prensa como el FBI, sospecharon injustamente de él como el autor intelectual de ese ataque. Richard Jewell sueña con ser el envidiable héroe americano, pero incumple todos los requisitos: tiene obesidad, vive con su madre, y además es sonso y muy inocente. Tiene una fe ciega a la autoridad, anhela llegar a ser policía y adora las armas de fuego. Es decir: no solo el Estado no confiaría en él como un servidor público a la seguridad, sino que en tiempos de la paranoia xenófoba, cumple todos los requerimientos para ser sospechado de ser un resentido de las instituciones republicanas.
La puesta en jaque a la virilidad también se presenta en El faro, de Robert Eggers, donde Robert Pattinson y Wilian Dafoe de finales del siglo 19, deberán convivir en una isla por varias semanas. La luminosa presencia de ese faro a cuidar es el centro de atracción de esas tierras, donde el delirio sucumbe ante la ausencia de cuerpos femeninos, reemplazas por la ilusoria presencia de una sirena. Es en los vaivenes entre la consumación sexual entre los protagonistas o el indescartable afán de matar que se ponen a prueba bajo la curiosidad de alcanzar la cúspide de ese enorme estructura fálica, que podría garantizar alguna revelación divina.
Finalmente, las dos películas argentinas estrenadas esta semana por el portal CINE.AR son también una exposición ante la colgante puesta a prueba de la masculinidad. En la cordobesa La chancha, de Franco Verdoia, tiene la inquietante voluntad de jugar con algunos recursos hitchcockianos -las sierras cordobesas se moldean para convertirse en un escenario cinematográfico- frente a una historia inspirada en un hecho terrible que le ocurrió a su propio realizador. No solo él y su personaje protagonista se asemejan en cuantos rasgos físicos, sino que también nacieron en el mismo pueblo. Las definiciones visuales y sonoras permiten confiar en la deducción del sujeto espectador sobre decodificar ese hecho traumático del pasado, sin recurrir a la tiranía de la palabra, muy recurrente en las telenovelas, o al viejo truco del flashback.
A esto se le suma el desvío por negarse a definirse entre la moralina o la revancha reaccionaria, algo que también se tambalea en la trama, como si viajara de una curva tras otra. De ahí lo acertado de recurrir a Gabriel “el Puma” Goity, con su rostro y esbelto cuerpo que denota cierto porte corporal de dominancia, pero también de mucha fragilidad por su propia inseguridad, irónicamente como si fuese un niño asustado.
Es en ese juego, donde parece que el cine ayuda a éste director a recuperar su propia infancia arrebatada.
Y es en esa toma de conciencia sobre la cimentación de la persona a partir de esa etapa inicial que se presenta en El cazador, de Marco Berger. Aquí, la homosexualidad es poco explorada por Ezequiel, un joven que vive con su familia, debido al miedo que implica violar los regimientos heteronormativos. El tabú permite crear una mercantilización subterránea de lo legal. Y es en esa trampa donde cae nuestro protagonista, y que lo llevará a un dilema presente en el tramo final del filme.
Pero lo llamativo de ésta película, al igual que las otras tres películas, es que en ningún momento vemos que el sexo se expone en el campo. Nunca lo vemos ni lo escuchamos, se corta la escena en el momento oportuno. Acertada decisión por parte de Berger. Porque democratizar el goce siempre debe ser un acto compartido y en consentimiento.
Para ver El caso de Richard Jewell, ver aquí
Para ver El faro, ver aquí
Para ver La chancha, ver aquí
Para ver El cazador, ver aquí
Fotograma: El cazador